UCRANIA
‘Mi madre era de Mariúpol’
La autora ruso-ucraniana Natascha Wodin reconstruye en su novela ‘Mi madre era de Mariúpol’ la historia de la figura materna y de la casa familiar.
En la calle Gueorguiyevskaya 69 de Mariúpol, ciudad ucraniana junto al mar de Azov, hay una casa que ha sido reconstruida en varias ocasiones porque ardió tres veces: primero cuando aun era un liceo femenino; después, cuando los nazis se marcharon y quisieron borrar su rastro de la casa, que habían reconvertido en oficina de empleo, y, por último, en la guerra civil de 2014.
La autora ruso-ucraniana Natascha Wodin reconstruye en su novela Mi madre era de Mariúpol la historia de la figura materna y de la casa familiar. Es un lugar especial, porque es donde nació y vivió su madre, Yevguenia Yákovlevna Iváshchenko, hasta 1943. Yevguenia nació en 1920 y se quitó la vida en 1956 en Alemania, cuando su hija tenía once años.
El origen del proyecto
Su muerte temprana y el silencio en torno a su pasado empujaron a Natascha Wodin a rastrear las huellas de la figura materna. Tan solo contaba con la partida de matrimonio ucraniana de sus padres con fecha 28 de julio de 1943, y la cartilla de trabajo del padre ruso, Nikolái, del 8 de agosto de 1944.
Todo lo que averigua lo hace a través de internet y con la ayuda de un personaje, Konstantín, y gracias a él obtiene fotografías, documentos, informes, listas, números de teléfono a los que llamar o direcciones a las que escribir. Aunque tampoco llega a conocer a ciencia cierta el pasado ucraniano de su madre en Mariúpol, consigue reunir materiales muy diversos sobre familiares y lugares relacionados con ella, entre otros, el diario de su tía Lidia.
Para la reconstrucción de ese pasado incierto, Wodin inserta en el texto sus propios recuerdos, su imaginación, su destreza de escritora, con el fin de rellenar los huecos y las lagunas que permanecen tras la búsqueda, y presta su voz a sentimientos y sensaciones que la madre pudo experimentar.
Mi madre era de Mariúpol está dividida en cuatro partes y siete capítulos, cada uno de ellos precedido de una fotografía cuya historia va desvelando la narradora: el inicio de la búsqueda, una noche de verano de 2013; las memorias de Lidia, hermana de la madre; el relato del trabajo esclavo de los padres en Alemania; y el nacimiento de la narradora en 1945 y su incorporación a la historia familiar, hasta la muerte de la madre.
Los traumas del pasado
El pasado de Yevguenia está atravesado especialmente por dos episodios históricos del siglo XX con consecuencias muy traumáticas: la hambruna o Holodomor de los años 1931 a 1934 en Ucrania y el trabajo esclavo (Zwangsarbeit) en Alemania entre 1943 y 1945. La hija convive con una madre que siempre tiene hambre y que siempre está cansada, con una aversión profunda hacia el trabajo. Son las cicatrices de un pasado violento y traumático.
En la novela se cuenta la extrema hambruna vivida por el pueblo ucraniano en 1922 con la Revolución y, diez años después, con la dictadura de Stalin. Anne Applebaum argumenta que Stalin lanzó su plan de colectivización con la idea de aniquilar y aplastar cualquier aspiración nacionalista por parte de los ucranianos.
Una década más tarde, Yevguenia y Nikolái fueron forzados a trabajar para el consorcio Flick en Alemania y, como tantos otros, a contribuir a la fabricación de componentes y armas destinados a aniquilar a sus propios compatriotas. Wodin cuenta cómo los nazis primero se sirvieron de llamamientos a la población para trabajar en Alemania, algo que se comparaba con el paraíso y que consiguió captar muchos voluntarios, y cómo, una vez conocida la realidad del infierno, cesó el flujo de mano de obra y comenzó la caza (en sentido literal) de personas.
Después de la guerra, los trabajadores esclavos recibieron el nombre de “personas desplazadas” y, más tarde, “extranjeros apátridas”. Vivían atrapados entre la marginación y el aislamiento que sufrían en Alemania, al encarnar al enemigo soviético despiadado y sanguinario, y el miedo a ser fusilados si eran devueltos a la Unión Soviética, ya que para Stalin eran cómplices de los nazis. La novela rescata del olvido esta historia familiar ruso-ucraniana y también sucesos históricos que habían recibido poca atención hasta el siglo XXI, y los presenta entrelazados.
La ausencia
Wodin solo pudo compartir sus primeros años con su madre, y la ausencia de esta figura ha marcado su propia vida y su obra. La autora y la narradora de Mi madre era de Mariúpol acaban por fundirse en una sola para devolverle su nombre y su pasado a Yevguenia Yákovlevna Iváshchenko y, con ella, a otras personas excluidas de la memoria colectiva del siglo XX.
La literatura se erige una vez más en espacio de reflexión sobre el pasado, el presente y el futuro. Pero no sabemos qué ocurrirá con la casa de la calle Gueorguiyevskaya 69 de Mariúpol.
Por: Ana R. Calero-Valera
Profesora de Filología Alemana, Universitat de València
Artículo publicado originalmente en The Conversation
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