ÉXODO
Fronteras en suspenso: la cruda realidad de los migrantes durante la pandemia
Mientras el mundo imponía cuarentenas y cerraba sus puertas, los migrantes sufrían las consecuencias. Así fue el año de quienes han tenido que dejar su hogar.
Cuando escaló la pandemia, lo primero que hicieron los Gobiernos del mundo fue cerrar sus puertas. Los aeropuertos quedaron vacíos, y en las fronteras terrestres se impusieron las rejas y los controles de seguridad. La movilidad quedó en suspenso. Con ello, el drama de la crisis sanitaria golpeó a quienes se mueven para sobrevivir: los migrantes.
Millones quedaron atrapados sin trabajo, con dificultades para recibir atención en salud y sin derecho a las ayudas ofrecidas por los Gobiernos. Otros terminaron varados en lugares de tránsito en condiciones precarias, expuestos al hambre, las redes criminales y el nuevo virus. Y están quienes todavía intentan salir de sus lugares de origen por las guerras y la pobreza, arriesgando su vida en rutas irregulares dominadas por traficantes.
Las restricciones y el cierre de las fronteras han precipitado una caída dramática de la migración. Según estimaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), en el primer semestre del año el número de visas y permisos aprobados a migrantes en sus 37 países miembros –muchos de ellos los destinos más apreciados– cayó un 46 por ciento en comparación con 2019. La organización vaticina que el impacto de la pandemia en la movilidad de las personas será mucho mayor al causado por la crisis económica de 2007 y 2008.
A ello se suma la migración irregular, mucho más difícil de cuantificar. Frontex, la agencia de control fronterizo de la Unión Europea, registró en los primeros nueve meses del año 72.500 entradas irregulares a su territorio, un 21 por ciento menos que el año pasado. Varios expertos consideran que esta tendencia se reproduce en la mayoría de pasos fronterizos altamente transitados por migrantes en todo el planeta. De igual manera, las solicitudes de asilo a países de la Ocde disminuyeron un 33 por ciento frente a los 1,2 millones de peticiones del año pasado. Esta caída estuvo acompañada de la suspensión total o parcial de los servicios consulares y de visados en muchas naciones, lo que ha causado un represamiento de los diferentes tipos de solicitudes.
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El escenario no se asemeja a periodos anteriores, y menos aún con la histórica ola de migrantes que enfrentó Europa en 2015 y 2016. La actual disminución de los flujos migratorios es una brecha sin precedentes al crecimiento de los últimos años. Ejemplo de ello es el informe anual publicado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) en junio. El organismo registró la cifra histórica de 79,5 millones de personas desplazadas forzosamente a finales de 2019, y afirma que, en total, en la última década 100 millones han huido de sus hogares por conflictos y violaciones de los derechos humanos. Esta movilización forzosa, sumada a los millones de personas que salen de sus países voluntariamente para buscar oportunidades de empleo y mejor calidad de vida, ha llevado a que actualmente 3,5 por ciento de la población mundial sea migrante.
No obstante, la disminución del movimiento no ha hecho de la migración un tema secundario. En septiembre, el mundo presenció cómo Moria, el campamento de refugiados más grande de Europa que albergaba a cerca de 13.000 personas en la isla griega de Lesbos, se incendió hasta quedar hecho cenizas. Se cree que fueron algunos de sus habitantes quienes iniciaron el fuego, en medio de protestas por las restricciones impuestas al campamento debido a la pandemia. Su destrucción puso contra las cuerdas al Gobierno griego y recordó el drama de miles de refugiados que esperan durante meses una respuesta a su solicitud de asilo.
En el mismo mes, una caravana de migrantes de casi 3.500 personas partió de Honduras con destino a Estados Unidos. Sus participantes aseguraban que temían más a la violencia y la falta de oportunidades en el país, acentuada por la crisis sanitaria, que a las cifras de muertos por coronavirus. Aun así, la caravana no llegó a su destino, pues las autoridades guatemaltecas la disolvieron cuando pasaba por su territorio.
Al otro lado del Atlántico, la ruta migratoria de las Canarias está más activa que nunca. Durante el año han llegado a estas islas españolas 20.000 personas en pateras y cayucos desde el norte de África, principalmente de Marruecos y Gambia. El flujo de migrantes irregulares es mayor al de otros años, a pesar del peligro evidente. Stefan Lehne, experto en Europa del Instituto Carnegie, asegura que el aumento se debe a que las rutas tradicionales desde Libia y Marruecos ahora son más difíciles de emprender por las restricciones en las fronteras. Las actuales dificultades para migrar podrían empujar a miles a buscar nuevas vías, muchas veces más arriesgadas.
Otra es la realidad que viven los que ya emigraron y esperan en países ajenos que la pandemia dé tregua. Tienen acceso restringido a servicios esenciales como la asistencia en salud, debido a su estatus irregular o a dificultades económicas. Además, los cierres de negocios, bares, restaurantes y centros turísticos los han afectado especialmente, pues son quienes ocupan estos trabajos. De igual manera, la mayoría de ellos no tienen acceso a las ayudas del Estado, viven en condiciones de hacinamiento que facilitan el contagio del virus y han tenido que lidiar con dificultades para mantener su estatus migratorio.
Aun así, la pandemia ha revelado asimismo el rol crucial de los migrantes en algunos de los países anfitriones. Como en España, en donde la recolección de fresas depende en gran parte de la mano de obra de mujeres marroquíes que viajan en temporada de cosecha. Lo mismo pasa en Alemania, Portugal, Estados Unidos, Francia e Italia, que necesitan el trabajo migrante para el sector agrícola; mientras que en Reino Unido, el 28 por ciento de los médicos del sistema de salud nacional surgió fuera de sus fronteras.
Los más optimistas creen que esta visibilización llevará a los Gobiernos anfitriones a crear normativas más amigables que garanticen sus derechos. Lorenzo Guadagno, coordinador del Programa de Migrantes en Países en Crisis de la Organización Internacional para la Migración (OIM), le dijo a SEMANA: “Nunca hemos tenido un mejor argumento para abrir fronteras, incluir a los migrantes y garantizar sus derechos para que puedan trabajar”. Incluso así, reconoce que los Gobiernos con discursos antimigratorios pueden aprovechar la crisis para mantener las restricciones en las fronteras, aunque no sea necesario. Para él, lo cierto es que la ecuación que balancea beneficios y riesgos a la hora de migrar ha cambiado.
Algunos se preguntan si la crisis económica, que ha golpeado con especial fuerza a ciertos países, llevará a que en un futuro cercano las personas migren desde nuevos territorios para huir de la pobreza y las dificultades. También puede pasar que la migración deje de ser una alternativa porque las naciones de destino enfrentan crisis agudas. En todo caso, el drama de los migrantes no desapareció, ni siquiera cuando el resto del mundo cerró sus fronteras.