IRAK

La tragedia olvidada de Mosul

En esta ciudad se libra la mayor batalla urbana desde la Segunda Guerra Mundial. Aunque la derrota de Isis parece inevitable, nada asegura que Irak sobreviva como Estado unitario. Especial para SEMANA de Catalina Gómez. Ángel.

15 de abril de 2017

El olor a muerto impregna una calle del barrio Hayy al Jawsaq, donde decenas de niños intentan rebuscarse la vida. “Es Dáesh, es Dáesh”, dice uno de ellos señalando una manta blanca uita. Se tapa la boca y se acerca para mostrar bajo el cadáver de uno de los hombres del también llamado Estado Islámico. Lo dice como una hipótesis para explicar que nadie se haya llevado el cadáver.

“Nosotros los vecinosno tenemos que hacerlo. Lo tiene que hacer la Policía”, dice Mohammad, de 11 años, que pasó encerrado en su casa los últimos dos. Cuando sus padres se dieron cuenta de los métodos de Isis le prohibieron salir. Temían que él y sus tres hermanos cayeran adoctrinados por Isis en su cultura de violencia, como les pasó a muchos en la ciudad. “Dáesh obligó a algunos de mis amigos a matar”, había asegurado un día antes un joven de 12 años en uno de los campos de desplazados.

Mohammad y sus amigos han regresado a las calles desde que la Policía controló este sector del oeste de Mosul hace un par de semanas. Matan su tiempo buscando en casas abandonadas cualquier objeto que les pueda servir, pero también tienen que convivir con los cadáveres de Dáesh, como llaman a Isis despectivamente en esta parte del mundo. Las fuerzas iraquíes dicen que no tienen tiempo para recogerlos, los locales piensan que es una forma de castigo contra la población.

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En junio de 2014 miles de hombres del Estado Islámico de Irak y del Levante (Isil o Isis) tomaron más del 30 por ciento del territorio iraquí. En pocos días las ciudades de mayoría sunita, la rama del islam de la que se deriva la ideología radical de Isis, cayeron en sus manos. Muchos de los habitantes le dieron la bienvenida, ya que revindicaba los derechos de los sunitas frente a un gobierno chiita en Bagdad al que acusaban de corrupto y de impulsar el sectarismo.

Si bien los sunitas son apenas el 20 por ciento de la población, tuvieron gran poder en los años del dictador Sadam Husein. Esta situación cambió desde que los estadounidenses le entregaron en 2003 el poder a la mayoría chiita, que representa alrededor del 60 por ciento. Desde entonces se han enfrentado política y militarmente. Esto incluye milicias chiitas, por un lado, y grupos sunitas como Al Qaeda o Isis, por el otro. 

Isis venía operando clandestinamente en Mosul desde los años posteriores a la invasión estadounidense. Pero en 2014, en medio de una crisis política provocada por los abusos del primer ministro Nuri al Maliki, Isis aprovechó para avanzar en Irak. Las fuerzas oficiales, sorprendidas, abandonaron sus posiciones. Isis acribilló miles de soldados. “De este colgaron a muchos”, dijo un soldado de las fuerzas especiales al pasar por un puente del este de Mosul, donde la vida ha vuelto a recuperar su ritmo a pesar de que Isis sigue atacando a veces con drones o carros bombas. Los bazares están abiertos y miles de niños y jóvenes han regresado al colegio.

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Las fosas comunes de las víctimas de Isis están a lo largo de los territorios que controlaron. Una está a pocos kilómetros de la entrada sur de Mosul. Isis dejó el lugar sembrado de minas, como el resto de los territorios que tuvo en su poder.

“Hace un año y medio nos dimos cuenta de que Isis no iba a hacer nada de lo que prometió, como construir puentes o carreteras. Sus políticas se convirtieron en prohibirlo todo. Empezaron a amenazarnos y nos dimos cuenta de que todo lo que prometieron era mentira”, explica Therabad, el padre de los niños, que a diferencia de miles de personas, ha decidido quedarse en Mosul aunque no hay luz, el agua es mala, las calles están llenas de basura y escombros, y la comida casi no existe. La Policía les provee cuando puede porciones de arroz y fríjoles.

La misma opción han tomado otras familias de este sector a pesar del peligro. Células dormidas de Isis surgen en las noches para atacar las bases de la Policía y de vez en cuando un francotirador reaparece para hacer la vida imposible por días. Este escenario, se presagia, será peor en la medida en que Isis se vea aún más debilitado.

La batalla por el oeste de Mosul ha sido más destructiva y sangrienta que la del otro lado del río Tigris, que terminó el 24 de enero tras tres meses de combates. Las fuerzas iraquíes habían advertido que la batalla por este costado d sería más difícil. Es más grande y poblado, con calles estrechas y casas unidas por donde los terroristas pueden moverse por corredores internos.

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Por estas callejuelas no caben los vehículos blindados. Los combatientes luchan hombre a hombre. Y la destrucción del sector es considerable. “Estamos tratando de abrir un corredor seguro para que las personas puedan huir”, asegura el coronel Imad Khalat, comandante de este sector. Pero proteger a los civiles no es fácil. Las fuerzas iraquíes muchas veces usan morteros, poco precisos. Y sus aliados atacan desde el aire. El 17 de marzo, un mes después de comenzar la operación en el oeste, la coalición liderada por Estados Unidos, que apoya a las fuerzas iraquíes, mató con un ataque aéreo a alrededor de 200 personas refugiadas en una casa del centro de la ciudad.

El número de bombardeos se ha multiplicado en esta fase de la guerra, y la presencia estadounidense es más visible. Apoyan en el frente y sus vehículos blindados transitan por las vías cercanas a Mosul. Si bien los ataques aéreos son de gran ayuda para las fuerzas iraquíes, que perdieron miles de hombres en el este, son mortíferas para los civiles. Se calcula que 2.000 han quedado heridos en las últimas semanas.

Awra, de 4 años, es una de las víctimas de estos bombardeos. “Oí que comenzaron y de repente la casa donde yo estaba retumbó”, dice el padre de la pequeña. Cuando salió vio que su vivienda había colapsado. “Todavía había fuego, pero aun así empecé a caminar entre los escombros hasta que oí un gemido. Traté de mover el cemento y vi que era Awra. No sabía qué hacer pues las vigas eran muy pesadas, afortunadamente un vecino me ayudó y la pude sacar. Estaba quemada, con el pelo chamuscado y tenía esquirlas”. Pero sobrevivió en uno de los hospitales de Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, operado por la Cruz Roja Internacional.

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No se ha atrevido a contarle a la pequeña que su mamá murió en el ataque. “La gente se había reunido en esta área de la ciudad porque estaba cerca de las fuerzas iraquíes. Esperaban el momento para poder salir. Pero entonces llegaron los aviones y empezaron a atacar. Había algunos francotiradores en los techos, pero muy pocos. Y no en nuestra casa”, cuenta una señora que acusa al gobierno iraquí de darle la espalda a la población del oeste de Mosul. Siente que los acusan de ser cercanos a Isis.

“No quieren liberarnos, quieren destruirnos. ¿Por qué en la parte este de la ciudad sí ayudaron a la población y a nosotros nos están atacando? Dáesh no tiene armas pesadas”, asegura la mujer. Este mismo sentimiento se escucha en los campos de desplazados. Hay quienes critican al gobierno de Bagdad, especialmente las víctimas de los bombardeos. Pero aunque muchos otros rescatan el esfuerzo de las fuerzas iraquíes por protegerlos, son más quienes declaran su desconfianza: de ese gobierno chiita no es posible esperar nada bueno. Son posiciones que, para muchos analistas, confirman una premonición que cada vez se hace más fuerte; no importa si el gobierno iraquí destruye a Isis: la unidad del país tal vez no vuelva nunca.

Sentados en la tierra, un grupo de 200 hombres espera frente a una caseta habilitada por los servicios de inteligencia iraquí. Adentro varios hombres interrogan a otros dos que los informantes han señalado como integrantes de Isis. El sospechoso lleva una túnica tradicional y una pequeña barba. “Yo lo conozco y también a su familia. Ellos son Dáesh”, dice un joven identificado como yazidí, la minoría étnica señalada por Isis de hereje. Asesinó a miles de hombres yazidís y vendió como esclavas sexuales a miles de mujeres. Como la hermana del informante, de quien no hay noticia.

“Cada día capturamos alrededor de 100 sospechosos de ser Isis, que luego enviamos a los cuerpos de inteligencia para que sigan el proceso de investigación”, asegura el teniente general Basem Altar, quien tiene a cargo la seguridad del campo de Hamam Alil, al suroeste de Mosul. Antes de que la ofensiva se detuvo tras la masacre en el barrio de Al Jadida, hasta este campo llegaban 15.000 personas al dia. Ahorael número oscila entre 2.000 y 5.000, pero las autoridades están convencidas de que la cifra crecerá una vez la batalla se adentre en el casco histórico. Las organizaciones humanitarias, como Acnur, tratan de alistar nuevos campos afanosamente.

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Se calcula que en el territorio controlado por Isis todavía viven unas 400.000 personas. Si bien algunas son simpatizantes, otras se han quedado en sus casas por sugerencia del gobierno iraquí . Otros no huyen porque tienen miedo a morir a manos de Isis. La gente que se encuentra en territorio enemigo está incomunicada, hace años que Isis prohibió el celular.

“Hemos visto que pelean con morteros y francotiradores. Ya no tienen el poder de antes”, asegura Musafar, teniente de la Policía Federal, que tiene a cargo una de las unidades de francotiradores ubicadas a 300 metros de la mezquita de Al Nouri, desde donde Abu Bakr al Baghdadi proclamó su califato de Estado Islámico. Desde el balcón se ve el minarete de esta mezquita símbolo de Mosul y gran objetivo de las fuerzas iraquíes. La captura de este lugar será un duro golpe para Isis.

Los hombres de Musafar están en una casa esquinera desde donde observan el final de la calle por un par de agujeros en la pared. Dos horas antes, Ali, uno de los francotiradores, había matado a un hombre de Dáesh que se movía en el frente, pocos metros atrás de la barrera levantada con restos de carros para detener a los carros bomba. “Luego vinieron otras tres personas, dos hombres y una mujer, para intentar mover el cuerpo. Volví a disparar y uno de ellos quedó herido”, cuenta Ali, que recuerda que su mejor amigo cayó hace un par de meses en la mira de un francotirador de Isis.

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“Yo peleo para defender mi país, pero también es algo personal, ellos han matado a muchos de mis compañeros militares”, dice Musafar. Según cifras estadounidenses, 284 integrantes de las fuerzas iraquíes habrían muerto en los primeros 37 días de la batalla por Mosul oeste. Pero el número es mayor si se suman los que han fallecido desde que comenzó la lucha en las poblaciones cercanas. Se asegura que más de 1.200 peshmergas, los legendarios combatientes kurdos, habrían muerto en los primeros meses.

“Nuestro objetivo es que todos los hombres de Dáesh mueran en Mosul y no puedan escapar. Intentaremos acaba cuanto antes”, confirmaba al comienzo de la batalla el general Abdul Wahab al Saady, comandante de la División de Oro, las fuerzas especiales iraquíes. Lo más difícil, señalaba, es proteger a los civiles que ya desde tiempo atrás desconfiaban de las fuerzas iraquíes, como la abuela de la pequeña Awra.

Por ahora todos están ocupados en la batalla, que ya parece ganada a pesar de los muertos y la destrucción. Pero los iraquíes saben que lo difícil vendrá después, cuando desde la política se tengan que plantear las soluciones a un país donde la desconfianza entre unos y otros parece irreconciliable. La presencia de milicias chiitas en Mosul complica aún más el futuro de una ciudad donde nadie duda de que la contrainsurgencia de Isis seguirá creando caos. Y es que de lo que pase en Mosul depende también el futuro y la unidad de Irak, un país separado por líneas de muerte.