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Con muerte de Isabel II, Carlos sería el último rey de Inglaterra: perfil de un príncipe abusado y matoneado
La ejemplar vida de sacrificio y responsabilidad de la reina logró el milagro de que la monarquía británica fuera objeto de admiración y respeto universal. Eso definitivamente va a cambiar con la llegada de su hijo.
Con la muerte de la reina Isabel II terminó la era en que la monarquía británica era una institución como antaño. En los más de 70 años de su reinado, la monarquía pasó de ser una institución casi sagrada, respetada unánimemente a ser el tema que compite con las Kardashian para vender tabloides sensacionalistas.
Como es una institución anacrónica, su único sentido es que quien esté en el trono sea un “modelo a seguir” para sus súbditos. Eso, tras su muerte y con la llegada de Carlos al trono, no volverá a suceder. La reina Isabel, que fue un modelo de virtud y diplomacia, tuvo que vivir todos los escándalos de sus hijos, que se caracterizaron por demostrar lo opuesto.
De hecho, tres de sus cuatro hijos se divorciaron en medio de grandes escándalos, el peor el de su sucesor, que ocupó el primer lugar de rating del mundo entero cuando no solo Carlos, sino también Diana ventilaron sus trapos en televisión. Su infidelidad a la princesa Diana y el dolor que ella vivió por años en un matrimonio infeliz le siguen pasando factura. Incluso a hoy se siguen ventilando hipótesis de que Harry no es hijo del príncipe Carlos, sino de James Hewitt, el hombre que cuidada los caballos y jugaba polo con él.
Los nietos de la reina Isabel tampoco es que tengan medalla de oro en comportamiento. Los escándalos de Harry, el menor de la unión entre Carlos y Lady Di, son famosos, pero también lo han sido los de sus primas. Y sus nueras Kate y Fergie han sido fotografiadas en topless, mientras la última ha protagonizado un escándalo de adulterio.
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Vea la transmisión de SEMANA sobre la muerte de la reina Isabel.
El tema que más vendía mientras la reina estaba enferma en Balmoral, en la prensa sensacionalista, era la pelea entre William y Harry. Y el posible encuentro de ellos en el lecho de muerte de la reina generó tantas noticias como la enfermedad de la monarca.
Todas esas cosas podían pasar en las monarquías anteriores, pero el público no lo sabía. Ahora no solo lo sabe, sino que es la telenovela diaria con que viven no solo los ingleses, sino el mundo entero. En esas circunstancias, la institución de la corona está destinada a desaparecer. La popularidad de William y Kate, en cambio, sí es envidiable.
A esa pareja idílica, los mismos medios de comunicación que destruyeron a su familia los últimos 30 años, los idealizaron y los subieron en un pedestal. Pero teniendo en cuenta que William tiene 40 años y que viene de una familia longeva, si su papá, que tiene 70 años, vive 20 años más como su abuela, estaría comenzando a reinar en su sexto piso.
Para muchos británicos, con el adiós a la reina Isabel se acabó la era del respeto. El heredero al trono es divorciado después de un escándalo mundial, pero más grave que eso, nunca parece haber sido feliz como hijo de la monarca.
Unos minutos después de que se hiciera pública la muerte de su madre, hizo su primer pronunciamiento como rey:. “La muerte de mi querida madre es un momento de gran tristeza para mí y los miembros de mi familia”, escribió. El nuevo rey será conocido oficialmente como rey Carlos III.
A statement from His Majesty The King: pic.twitter.com/AnBiyZCher
— The Royal Family (@RoyalFamily) September 8, 2022
“Pobre Carlos”, fue la frase que más oyó la biógrafa Sally Bedell Smith a lo largo de los cerca de 300 testimonios que recopiló para escribir la más completa biografía del hijo mayor de Isabel II. No había cumplido diez años cuando su madre anunció, en 1958, que lo nombraba como tal y ello significó una vergüenza para él, en momentos en que luchaba para ser un niño normal en Cheam School, donde su posición le dificultaba interactuar con sus compañeros, cuenta Bedell Smith en su obra, titulada Prince Charles: The Passions and Paradoxes of an Improbable Life.
Desde su nacimiento, el 14 de noviembre de 1948, el príncipe siempre ha lidiado con las altas expectativas sobre él y un escrutinio inmisericorde sobre todos sus pasos. Él mismo se ha quejado de lo “sombría” que fue su juventud y su primer gran escollo estuvo personificado en su padre, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo.
De enérgica personalidad, atlético, audaz, irreverente, brusco y de formación espartana, el marido de la reina esperaba que su hijo fuera como él, cuando en realidad era tímido, muy sensible y lloraba fácilmente cuando lo regañaba y menospreciaba porque era amanerado y mal deportista, cuentan sus amigos.
Isabel subió al trono en 1952 y desde entonces tuvo menos tiempo para él y su hermana Ana, que quedaron bajo el total control de Felipe. Cuando estaba con ellos, la reina no era dada a los abrazos y caricias maternales, algo que también le ha reprochado Carlos, para quien ella era una mamá “desapegada” antes que indiferente.
El príncipe de Gales fue el primer heredero británico en educarse fuera de palacio y esa fue su siguiente fuente de pesares. En Cheam School, sus compañeros lo llamaban el ‘Gordito’ y se burlaban de sus orejas grandes, mientras que dos profesores le pegaban, recuerda Bedell Smith en su obra, best seller de The New York Times.
Felipe decidió que siguiera sus estudios en Gordonstoun School, el internado donde él se había educado, una “sentencia a prisión”, juzga hoy el príncipe. Allí, sus padecimientos fueron más crudos, pues el plantel buscaba liberar a los hijos de los poderosos de la carga del privilegio, con una educación ruda. En un país gélido como Escocia, los alumnos eran obligados a usar pantalones cortos todo el año y a bañarse con agua helada luego de trotar antes del desayuno. “El acoso era prácticamente institucionalizado”, cuenta John Stonborough, compañero de clases de Carlos, según el cual él soportó los golpes del jefe de dormitorio, Robert Whitby, “un verdadero canalla ruin”, y de los otros internos, sin quejarse jamás. Nadie quería ser visto como el “lambón” del futuro rey, así que lo aislaban y no hizo un solo amigo.
Era, por otro lado, un alumno de desarrollo “lento”, según su propia madre, y solo le iba bien en música, dibujo y teatro, así que una de las pocas cosas buenas de esa época fue descubrir que se sentía bien en el escenario, en 1961. Pero, una vez, Felipe soltó una carcajada en plena función de un drama en que actuaba, porque su papel le recordó a un cómico de la televisión. Fue una puñalada para su hijo, quien lo adoraba y vivía obsesionado con complacerlo a él y a los demás.
El ensimismamiento en que lo sumió esa experiencia le hizo difícil también su relación con las mujeres, hasta que con la ayuda de Rab Butler, director del Trinity College de Cambridge, donde estudió, conoció a Lucía Santa Cruz, una elegante chilena, rica, bella e inteligente, su primer amor. Otros dicen que solo fueron amigos, pero lo cierto es que fue ella quien le presentó, en 1972, a Camilla Shand Kydd, luego señora Parker Bowles y su actual esposa, en quien finalmente encontró la atención, aprobación y amor espontáneo de los que había carecido
El príncipe no se pudo casar con ella porque no era virgen ni de tanta alcurnia, aunque venía de una familia con viejas conexiones en la realeza y la nobleza. Lord Mountbatlen, el tío Dickie, su preferido, le aconsejó que tuviera todas las amantes que se le antojaran y luego eligiera a una niña bien, dulce y virgen por esposa. La elegida fue Diana Spencer, hija del conde Spencer y descendiente de varias dinastías célebres.
Bien conocida es la historia del fiasco que fue la unión, pero la biografía de Bedell Smith se suma a la tendencia de destapar la otra cara de la moneda. Si bien Carlos fue el arquitecto de la desgracia, al humillar a su esposa mostrándole que seguía amando a Camilla, casada ya con Andrew Parker Bowles, el libro sostiene que, en principio, él pensó que se enamoraría de ella y que hizo todo para que las cosas funcionaran.
Bedell Smith insinúa que Diana no era el dechado de bondad que todo el mundo adora. Su hermano Charles, por ejemplo, anotó una vez que ella “tenía problemas con decir la verdad”, mientras que su padre explicó que era muy voluntariosa. Bulímica, tan ávida de cariño como Carlos, la princesa lloraba por horas, enloquecía de la furia intempestivamente y trató de matarse varias veces, como se ha revelado. Ahora el nuevo libro asegura que ella también matoneaba a Carlos diciéndole: “Nunca serás rey”, poniéndole apodos como el ‘Chico Maravilla’ o burlándose de lo ridículo que se veía con sus medallas. Cuando él trataba de detener sus violentas peleas arrodillándose a rezar antes de dormir, ella seguía vociferando y le pegaba fuertemente en la cabeza.
La compleja psicología de Diana se reveló antes de la boda, pero el libro defiende a Carlos recordando que no rompió el compromiso para protegerla. Si el heredero al trono de Inglaterra la repudiaba, ¿quién más podría quererla? Además, él se apresuró a casarse en vista del acoso al que lo tenía sometido su padre Felipe al respecto.
El caso es que el horrible matrimonio y final divorcio de la fallecida Diana marcó un periodo muy triste para Carlos (duró 14 años en psicoterapia), en el que no contó con el hombro de su madre para llorar, argumentan sus amigos.
Y la mala imagen de su vida con la venerada Diana ha dado al traste con su popularidad y acentuado su búsqueda obsesiva de relevancia, la cual lo ha llevado a ser un activista de causas polémicas como el cambio climático. Esto le ha merecido el mote de ‘entrometido’, pero según Richard Kay, famoso columnista de realeza del Daily Mail, con una madre que bien podría pasar de los 100 años, él sabe que su corto reinado no marcará mucha diferencia. Entonces, se ha propuesto ser el príncipe de Gales más significativo de la historia, con injerencia en todos los aspectos de la vida nacional.
Otro experto de realeza del tabloide, Geoffrey Levy, da fe de los sentimientos encontrados del príncipe sobre el largo reinado de Isabel, “la eterna espera”, en sus propias palabras. Por ejemplo, Carlos no se junta con reyes jóvenes como su primo Felipe de España, Philippe de Bélgica o Willem-Alexander de Holanda, cuyos padres abdicaron en ellos y eso les está permitiendo dejar su huella. El inglés detesta sus miradas de condescendencia y los comentarios maliciosos que surgen cuando aparece con ellos.
Con la muerte de la reina Isabel, esa espera terminó. Pocos le apuestan a que lo haga mejor que ella.