GEOPOLÍTICA

Navalni y Bielorrusia: ¿Qué hará Occidente con las provocaciones de Putin?

Tras la confirmación del envenenamiento del opositor ruso Alexéi Navalni, Alemania amenazó con cancelar un gran proyecto de gas binacional. Mientras tanto, Putin proyecta su larga mano en Bielorrusia. ¿Cómo se mueve este ajedrez en Europa?

12 de septiembre de 2020
Alexéi NavalniOpositor ruso.Alexéi Navalni despertó esta semana de un coma inducido luego de que lo envenenaron en un evento de campaña. Por este hecho, Alemania amenazó con suspender definitivamente la construcción del gasoducto Nord Stream 2.

Nunca hubo realmente dudas. A Alexéi Navalni, la bestia negra de Vladímir Putin, lo envenenaron. Los médicos del hospital de la Charité en Berlín, uno de los más reputados de Europa, afirman que encontraron señales “inequívocas”. Según el centro médico, el opositor habría consumido, en su gira electoral por Siberia, un agente neurotóxico similar al usado en la época soviética con fines militares, lo que no hizo más que confirmar las sospechas. Navalni despertó esta semana de un coma inducido luego de que el atentado en su contra encendió las alarmas en Occidente. Y todos los caminos conducen al Kremlin.

Tras la confirmación, el incidente tomó un nuevo cariz. Alemania, Estados Unidos, Francia y otros países de la región denunciaron al Gobierno de Putin como responsable del ataque. Pidieron a Rusia iniciar una investigación para identificar al artífice del envenenamiento. Pero desde el Kremlin se negaron siquiera a abrir un expediente. El portavoz del Gobierno, Dmitri Peskov, aseguró que “todos los intentos de asociar a Rusia de alguna manera con lo sucedido son inaceptables para nosotros, son absurdos”, con lo que se cerró a la banda. Pero no se trata del único caso. Para dar solo un ejemplo, en 2018, en Inglaterra, agentes rusos usaron en suelo británico el mismo neurotóxico utilizado contra Navalni para envenenar al exespía ruso Serguéi Skripal, que cambió de bando, y a su hija. En aquel momento, las autoridades británicas señalaron al GRU, la inteligencia militar rusa, como el principal sospechoso. Pero, como ahora, lo negaron todo. Por eso para Reino Unido, Alemania y Estados Unidos la situación se ha vuelto insostenible y ahora en Europa se proponen forzar la situación para demostrarle a Putin que, esta vez, la cosa va en serio.

La canciller alemana, Angela Merkel, lanzó el dardo más fuerte. Tras los llamados de varios países para sancionar a Rusia, Merkel amenazó con suspender la construcción del gasoducto Nord Stream 2, una megaobra binacional que duplicaría la capacidad de entrega de gas ruso hacia Europa. Si Rusia no coopera, tirar el proyecto abajo sería una jugada tan arriesgada como contundente de Alemania, que depende energéticamente del gas de Gazprom, el gigante ruso del sector y encargado del nuevo gasoducto. Pero por lo expresado en estos días, según lo cual no descartan ninguna sanción, su paciencia está a punto de acabarse.

Angela Merkel anunció que si Rusia no coopera con la investigación sobre el caso Navalni, las sanciones serían contundentes.

El gasoducto, segunda parte de un proyecto inaugurado en 2012, ya estuvo a punto de venirse abajo en 2015 cuando Putin anexó Crimea, pero Merkel privilegió el interés económico y fue permisiva con los rusos. Además, Estados Unidos ha criticado lapidariamente el proyecto. En la cumbre de la Otan de julio de 2018, el presidente Donald Trump acusó a Alemania de estar “prisionera” de Rusia, y el proyecto, que está casi listo, se encuentra paralizado por cuenta de la Casa Blanca, que amenazó con duras sanciones a las empresas que participan en él, como el grupo francés Engie, los alemanes Uniper y Wintershall, el austriaco OMV y el británico-holandés Shell. Pero al igual que ha hecho con la tecnología 5G, Estados Unidos persigue un interés particular tras sus amenazas. Como indica Ouerdya Ait Abdelmalek, corresponsal de AFP en Berlín, Estados Unidos es un “gran productor de gas natural, así que el país se ha lanzado en una ofensiva comercial para conseguir nuevos mercados”.

Para los Gobiernos de Polonia, los países bálticos y Ucrania, el proyecto volverá a los países europeos totalmente dependientes del gas ruso y, cuando esto suceda, Moscú podrá aprovechar la situación para ejercer presiones políticas. Además, también consideran al gasoducto un intento de sabotaje a los intereses de Ucrania, que saca grandes beneficios del tránsito del gas ruso, afectado por la nueva megaobra.

Con Occidente más alineado tras la pandemia, en la que los acuerdos de la Comunidad Europea para salir a la crisis han dado frutos, la región no ha escondido que podría optar, a fin de cuentas, por evitar la dependencia de la tecnología de Oriente. Ya han coqueteado con frenar el avance de la tecnología china de 5G y ahora podrían frenar la entrada de más gas ruso. El affaire Navalni podría ser la excusa para tomar un nuevo rumbo.

Putin niega que los altos funcionarios rusos estén implicados en el atentado contra Navalni. En Bielorrusia, también le ha ofrecido “la ayuda necesaria” a Lukashenko para enfrentar las protestas de la oposición.

La decisión, en todo caso, no será apresurada. Berlín, que abandonó la energía nuclear en 2011 y ha empezado a renunciar al carbón, muy contaminante, necesita gas para realizar su transición energética. En 2019, su consumo de gas representó el 25 por ciento de su consumo total de energía. Y el gas ruso le sale más barato.

El drama bielorruso

Mientras Navalni despertaba del coma en Berlín, en Minsk Putin también movía sus alfiles en forma desafiante. Varios hombres vestidos de negro se llevaron a la opositora bielorrusa María Kolésnikova en una camioneta en la capital de Bielorrusia. Aquel país lleva más de un mes de protestas luego del presunto fraude electoral en los comicios de agosto, que dieron como ganador al ultraderechista Alexandr Lukashenko, en el poder desde 1994 y gran aliado de Putin.

Desde las elecciones presidenciales del 9 de agosto, miles de bielorrusos se han tomado las calles y plazas para pedir que Lukashenko renuncie al poder. | Foto: AP

Kolésnikova era la última figura activa de la oposición bielorrusa que no estaba en el exilio o en prisión. Desde la cárcel, la activista afirma que agentes de la KGB (servicio de seguridad rusa) trataron de persuadirla para que abandonara voluntariamente Bielorrusia. Cuando se negó “me pusieron una bolsa en la cabeza, me metieron en un minibús y me llevaron a la frontera” con Ucrania, contó Kolésnikova en la página de internet de Víktor Babariko, excandidato presidencial de quien era directora de campaña. También reveló que logró que no la expulsaran al romper su pasaporte.

Para muchos observadores, Putin parece dispuesto a cualquier cosa para impedir la salida de Lukashenko, lo que tiene a la Comunidad Europea en alerta sobre todo porque, en su momento, Putin coqueteó con la idea de militarizar Minsk. El clima es tan represivo, que apenas terminaron los comicios que le dieron como ganador con un porcentaje sospechoso, Svetlana Tijanóvskaya, rival de Lukashenko en los comicios, se exilió voluntariamente. Cuando salga de la cárcel, Kolésnikova podría correr la misma o peor suerte. “Estas personas amenazaron con matarme. Dijeron que si no abandonaba Bielorrusia voluntariamente, me iría de todas maneras, viva o en pedazos. También amenazaban con privarme de libertad durante 25 años, con causarme problemas en el lugar donde estuviera detenida”, escribió la opositora de 38 años.

Solo Lukashenko podría calmar la situación, que tras cada semana reúne a miles de personas en las calles de Minsk, si acepta hacer una nueva elección presidencial. Si no, la Comunidad Europea está a la espera de aprobar las sanciones contra los responsables del presunto fraude electoral y la represión en Bielorrusia. Pero nadie sabe si esas medidas contra el régimen, sumadas a la suspensión del Nord Stream 2, podrían convencer a Putin de cambiar sus procedimientos contra la oposición, no solo en su país sino en sus satélites como Bielorrusia.