MUNDO
Niño de seis años encuentra fósil de al menos 488 millones de años de antigüedad
La familia espera llevar la pieza a un museo para que le realicen estudios más minuciosos.
Mientras buscaba gusanos en su jardín en la ciudad británica de Walsall, un niño de nombre Siddak Singh Jhamat, de seis años años, halló un fósil que podría datar de hace unos 488 millones de años.
“Estaba cavando en busca de gusanos y cosas como cerámica y ladrillos y me encontré con esta roca que se parecía un poco a un cuerno, y pensé que podría ser un diente o una garra o un cuerno, pero en realidad era un trozo de coral que se llama ‘coral cuerno’”, contó el pequeño a The Guardian.
De acuerdo con su padre Vish Singh, el niño halló el coral al lado de pedazos más pequeños, y al día siguiente de que fue a cavar nuevamente, localizó un bloque de arena congelado.
“Allí había un montón de pequeños moluscos y conchas marinas, y algo llamado ‘crinoideo’, una cosa parecida a un tentáculo de calamar”, dijo el padre del menor.
Boy finds fossil up to 500m years old in his West Midlands garden https://t.co/54ZDrkGtkq
— The Guardian (@guardian) March 27, 2021
Posteriormente, con la ayuda de un grupo de exploradores de fósiles en Facebook, el niño logró identificar la valiosa pieza que había encontrado. Sin duda alguna, la noticia del hallazgo ya le da la vuelta al mundo por su valor histórico.
La comunidad en Facebook le indicó al menor que es probable que se trate de un coral rugoso, que podría tener entre 251 y 488 millones de años de antigüedad y que pertenece a un grupo extinto de tetracoralarios.
“En ese momento Inglaterra era parte de Pangea, conjunto de continentes. Inglaterra también estuvo bajo el agua”, dijo Vish Singh.
Ahora la familia del menor va a presentar el descubrimiento al Museo de Geología de la Universidad de Birmingham para que adelanten los estudios correspondientes sobre esa pieza, que sin duda ocupará un espacio en una de sus vitrinas.
En septiembre del año pasado, el departamento de Risaralda, también hubo un importante hallazgo que tendría, al menos, 10.000 años de antigüedad. Fernando Alberto Tabarquino Melchor y otros mineros artesanales se toparon con un material extraño en el estrecho socavón donde estaban buscando pedazos de oro. Ellos, acostumbrados a sacar piedras grandes y cafés de casi un metro de diámetro, se encontraron de pronto con una veta de un material diferente: una especie de sedimento negro, muy húmedo, donde había muchas piedras pequeñas.
El socavón queda en la vereda Mápura, en Irra, municipio de Quinchía, Risaralda. Irra es un caserío que queda a una hora y media de Pereira, al borde de la doble calzada entre el eje cafetero y Medellín, donde se vive del campo y de la minería artesanal. Sin embargo, el lugar donde está el descubrimiento es prácticamente un monte encajonado en el cañón de una quebrada que desemboca en el río Cauca. “Era muy extraño”, dijo Tabarquino cuando le preguntaron los funcionarios oficiales que fueron a verificar el hallazgo. “Nosotros sacamos ese material y seguimos excavando, hasta que un día se derrumbó un poquito. No fue demasiado, pero eso destapó un huesito”.
Los mineros estaban inquietos. No se explicaban por qué a 20 metros hacia adentro de la montaña y a unos ocho metros por debajo de la superficie estaba apareciendo un esqueleto. Algunos dijeron que era una vaca, otros dijeron que podían ser restos humanos, pero cuando encontraron huesos tan grandes que, definitivamente, no podían ser de ningún animal conocido, alguien se animó a decir: “Esto debe ser prehistórico”.
La historia la cuenta Julio César Gómez, el director de la CARDER, la Corporación Autónoma Regional de Risaralda. Él, desde Pereira, se enteró de que técnicos de control y vigilancia de la corporación habían reportado en Quinchía una finca donde había una mina artesanal de donde había restos fósiles. La situación era urgente: por eso decidió madrugar ir al lugar con una comitiva de más de 10 personas para verificar la situación.
La minería artesanal es parte de la supervivencia económica de la región: “No utilizan aparatos ni químicos, solo azadones y palustres”, dice Gómez. Sin embargo, cuando el dueño de la finca se enteró de la visita de la autoridad ambiental, quedó asustado. Es una persona de la zona que vivía de la ganadería y que había sido desplazado por el frente 47 de las Farc, acababa de volver y les había permitido a los mineros hacer el socavón con la condición de que solo hicieran minería artesanal, sin mayores herramientas más que unas palas y unos baldes. “Si cuando vaya yo no encuentro nada ilegal, me concentro en el tema paleontológico”, le dijo Gómez. Y lo único raro que encontraron, fueron los huesos.
Carlos López es antropólogo de la Universidad Nacional, tiene un doctorado en la Temple University de Filadelfia y actualmente es el director del Laboratorio de Ecología Histórica y Patrimonio Cultural de la Universidad Tecnológica de Pereira. Además, es un experto en arqueología. Por eso, cuando le propusieron integrar el grupo que iría a Irra para comprobar el hallazgo, se emocionó. Cuenta que con solo ver una foto supo que se trataba de restos de un animal gigantesco que se extinguió hace 10.000 años. “Es un proboscidio, un megamamífero emparentado con el elefante actual”, explica. “Los conocemos como mastodontes, podían pesar más de tres toneladas y se diferencian de los mamuts porque este tiene los colmillos más rectos, pero más o menos de un metro de largo”.
López explica que estos animales no vivieron en la época de los dinosaurios, como muchos creen, sino mucho después. Sin embargo, para él esto hace que todo sea aún más emocionante: ir a ver el sitio donde habían sido hallados estos restos era una oportunidad única: la extinción de estos animales coincidió con el poblamiento de América, así que esos restos pueden ayudar a entender cómo eran los paisajes y las condiciones de los primeros humanos que llegaron al continente.
Pero el verdadero hallazgo estaba todavía más lejos: cuando López entró casi gateando en el túnel minero, entendió que esa tierra negra y húmeda donde estaban los huesos era toda una fotografía de hace miles de años. Con la ayuda de una linterna, además de los huesos del mastodonte que continuaban enterrados –incluyendo un colmillo de más de un metro de largo–, pudo ver semillas, troncos de madera e incluso pedazos de carbón. “Toda esa humedad ha permanecido intacta todos estos 10.000 años, incluso más”, dice López. “Lo interesante de todo esto es que permite reconstruir los climas del pasado”.
Para López, además, la manera como se conserva ese bloque en medio de las piedras típicas de la zona, le permite lanzar teorías: posiblemente, por las dinámicas propias de la zona cafetera, se puede pensar que estos animales –que solían andar en manada y buscar espacios abiertos, al igual que los elefantes actuales– podían estar en un pequeño valle de la zona, cuando una avalancha o un deslave los sepultó. “Pudo ser algo similar a lo que se vivió en Mocoa, la capital del Putumayo, en el 2017”, explica. “Todo esto es apenas la punta del iceberg. Lo primero es definir la antigüedad, porque, así como puede ser de hace 10.000 años, también puede ser de 50.000 o de 100.000”.
No es común encontrar este tipo de restos en el eje cafetero. En Colombia, los hallazgos de megamamíferos siempre se han dado en espacios abiertos y llanos, donde se supone que sería normal encontrar al antepasado de un elefante: Humboldt reportó hallazgos en el siglo XIX, pero también hay referencias en la costa atlántica, cerca de Cartagena; en el municipio de Toro, en el Valle del Cauca, y en Tibitó, en la sabana de Bogotá, donde en los años setenta Thomas van der Hammen y Gonzalo Correal hallaron restos calcinados de mastodontes junto con herramientas de piedra, que los llevaron a pensar que los primeros pobladores, en lo que hoy es Colombia, cazaron y comieron este tipo de animales. Para López, hallar restos de un mastodonte en medio de los escarpados cañones del río Cauca, puede además ayudar a entender posibles rutas de colonización de estos animales o plantear posibles causas de su extinción.