¿No era Iván?
La absolución de John Demjanjuk podría cerrar el capítulo de la persecución a los criminales nazis.
CUANDO JOHN DEMJANJUK LLEGO A ISRAEL en 1986, extraditado desde Estados Unidos, despojado de su ciudadanía adoptiva y acusado de ser Iván el Terrible, uno de los peores criminales del campo de exterminio nazi de Treblinka, muy pocos creyeron que ese hombre, entonces de 66 años, sería liberado. Para el gobierno de Israel se presentaba una oportunidad de hacer justicia a otro responsable del Holocausto. Sería una buena oportunidad para recordar a las nuevas generaciones los horrores de ese capítulo, tal como el ajusticiamiento de Adolf Eichmann en 1961 había servido para galvanizar a la nación acerca de la existencia misma de Israel.
Pero a diferencia de la confesión de Eichmann, Demjanjuk negó desde un primer momento ser Iván el Terrible. Su verdad tal vez no se conozca jamás, y cualquiera hubiera pensado que las presiones políticas, o el solo hecho de ser un país habitado por parientes de las víctimas, hubiera conducido inevitablemente a la condena. Pero con su absolución, basada en las dudas razonables, la Corte Suprema israelí sentó un principio de equidad y justicia difícil de igualar.
Demjanjuk nació en 1920 en Ucrania y en 1941 fue reclutado por el Ejército Rojo. A comienzos de 1942 fue capturado en Crimea por los alemanes y de allí en adelante, según su versión, pasó la guerra en dos campos de concentración, hasta que en febrero de 1945 se le permitió integrar el Ejército Ruso de Liberación, un contingente financiado y armado por los alemanes contra los comunistas. Según los acusadores, Demjanjuk fue puesto prisionero en 1942, pero a los dos meses comenzó a trabajar a favor de los nazis, como guardia de campos de concentración. En esa calidad habría "trabajado" en Treblinka entre septiembre de 1942 y agosto de 1943.
Sea como fuere, Demjanjuk llegó a Estados Unidos en 1951 y dijo ser polaco por temor a ser extraditado a la URSS, donde le esperaría una ejecurción segura. Se nacionalizó y se estableció en Seattle donde se empleó como mecánico en la Ford Motor Co.
En 1976 apareció una lista de nacionalizados que habían trabajado en campos de exterminio nazis. Allí estaba Demjanjuk relacionado con el campo de Sobibor, no con Treblinka. El Servicio de Inmigración de Estados Unidos envió los datos a Israel, y allí un aviso de prensa de la Policía inició la confusión: se mencionaban los nombres de los acusados y se convocaba a los sobrevivientes de Sobibor y Treblinka, pero sin especificar. Cuatro testigos identificaron la foto de Demjanjuk como Iván el Terrible. Fedor Fedorenko, un segundo acusado, este sí de haber estado en Treblinka, no fue reconocido por los testigos y terminó ante el pelotón de fusilamiento soviético, una vez extraditado a ese país.
Las autoridades israelíes se convencieron de que tenían entre manos a un auténtico criminal, sólo que pensaron que los norteamericanos estaban confundidos: no había estado en Sobibor sino en Treblinka. Una cosa llevó a la otra y un ex enfermero alemán, Otto Horn, declaró al FBI que conocía bien a Demjanjuk como Iván en Treblinka. Eso fue suficiente para extraditarle.
Fue entonces, en 1986, cuando se inició en Israel un juicio marcado por los testimonios de los mismos ex prisioneros que le identificaron en foto y por la tozudez con que su hijo John Jr. y su yerno Ed Nichnis, siguieron su defensa. Demjanjuk fue condenado a la horca en 1988, pero una serie de incidentes demoraron la ejecución.
Eso dio tiempo a los defensores, bajo la dirección del abogado israelí Yoram Sheftel. Las grietas comenzaron cuando John Jr. demostró que el testimonio de Horn era falso, mediante unos documentos recuperados del basurero del Departamento de Justicia en Washington.
En un viaje a Crimea consiguió documentos con las confesiones de 21 soldados soviéticos que habían colaborado con los nazis en Treblinka y que coincidían en que Iván el Terrible se llamaba en realidad Iván Marchenko. Esos testimonios fueron aceptados por fin en la Corte en 1991, al tiempo que un representante norteamericano, James Traficant, conseguía evidencia de que Washington había recibido esas confesiones por vía diplomática entre 1978 y 1981.
En enero de 1992, el yerno encontró en Ucrania a la hija de Marchenko, quien le proporcionó otra prueba inquietante: la fotografía de matrimonio de su padre. Resultaba muy parecido a Demjanjuk, pero definitivamente no era el mismo hombre. Era claro que desde entonces la Corte Suprema no podía hacer otra cosa que liberar al acusado.
Hoy son muchos quienes en Jerusalén suspiran porque nunca hubieran conocido a ese hombre. Al fin y al cabo, el gobierno israelí ha sido muy cauto en los juicios a criminales nazis (los únicos convictos han sido Eichmann y unos cuantos judíos colaboradores), por las implicaciones que tienen en la conciencia nacional, y ha adoptado unos criterios claros para iniciarlos: que el acusado haya asesinado judíos con sus propias manos, que esté relativamente joven y en buen estado de salud, y que existan testigos que le acusen.
Con esos criterios, Demjanjuk tampoco podría ser juzgado por su participación en Sobibor, y el capítulo de los juicios, por los años transcurridos, parece cancelado.
Iván Marchenko de vivir tendría 82 años y una conciencia muy negra. Uno de los testigos declaró antes de que todo comenzara que "Iván" había muerto al final de la guerra. Aunque después se retractó, esa parece ser hoy la conclusión verdadera. Si eso es así, ese monstruo se llevó al infierno la conciencia de sus crímenes, y ya los hombres no tendrán que sufrir más por su castigo. Ahora Demjanjuk, libre y todo, es un apátrida por una decisión injusta y tendrá que llevar sobre sí la carga de que el mundo sepa que fue guardia de un campo de concentración, así no haya matado a nadie. -