ESTADOS UNIDOS
No todo es alegría: la carrera fallida de los demócratas por el Capitolio
El Partido Demócrata planeaba tomarse el Congreso, pero los resultados mostraron que la Presidencia y el Legislativo no vienen en el mismo paquete. Así, Biden se enfrentará a unos primeros dos años de difícil gobernabilidad.
Los demócratas esperaban barrer en las elecciones legislativas, pero la realidad los golpeó con fuerza. Los comicios resultaron reñidos y llenos de incertidumbre, y al cierre de esta edición no era claro si los azules lograrían la ansiada mayoría en el Senado, aunque muchos vaticinan que no lo lograrían. Y en la Cámara, todo indica que los demócratas mantendrán su control, pero no sin sufrir al menos siete bajas.
Nancy Pelosi, la demócrata presidenta de la Cámara, reconoció las dificultades de los comicios cuando el jueves en una conferencia de prensa dijo: “No ganamos todas las batallas, pero ganamos la guerra”, una manera irónica de presentar los resultados en el Congreso. Los demócratas esperaban que las encuestas que favorecían a Joe Biden por varios puntos en varios estados se tradujeran en escaños azules para el Senado y la Cámara. Ni lo uno ni lo otro pasó tan fácilmente. Las votaciones en los estados clave estuvieron reñidas y algunos que planeaban ganar tanto para el Congreso como para la Presidencia los perdieron frente a sus rivales como Iowa y Carolina del Norte.
Según CNN, hasta el viernes el Partido Demócrata tenía asegurados 47 escaños en la Cámara Alta y todo indicaba que ganaría uno más en Arizona. Además, con la victoria de Joe Biden asegura un punto importante, pues la vicepresidenta, Kamala Harris, presidiría el Senado con posibilidad de votar en caso de empate. Esto suma 49 escaños, aún por debajo de los 51 que necesitan para tener la mayoría. Por su parte, el Partido Republicano consiguió 47 asientos y seguramente ganará en Maine y Carolina del Norte, lo que lo dejaría con 49. Quedarían por definir Alaska, que solo había escrutado el 47 por ciento de los votos, aunque expertos vaticinaban que el representante republicano Dan Sullivan saldría victorioso.
Otro es el escenario de Georgia, según las leyes del estado, los candidatos al Senado deben ganar por lo menos el 50 por ciento de los votos. Hasta el momento, ninguno de los competidores por los dos escaños que están en juego han alcanzado el umbral. Si se mantiene así, Georgia tendría que realizar una segunda jornada electoral el 5 de enero, cuando finalmente se conocería quién llevará la batuta del Senado en los próximos dos años. El Partido Demócrata tendría que ganar los dos asientos en el estado para alcanzar la mayoría o ganar uno allí y vencer en Alaska. La vía para el control republicano se ve un poco más clara. Tendría que asegurar su puesto en Alaska y solo ganar uno de los dos asientos en Georgia. Expertos ven más probable el último escenario, y de lograrlo asegurarían un nuevo periodo como mayoría.
Entonces, la esperada ‘ola azul’ se redujo a solo dos victorias de los demócratas. La primera en Colorado con John Hickenlooper, quien tomó el escaño que el senador republicano Cory Gardner ocupaba desde 2015. La segunda en Arizona, en donde Mark Kelly parecía arrebatarle el puesto a la senadora Martha McSally. Por su parte, los republicanos también alcanzaron un importante triunfo. Recuperaron su asiento en el Senado por Alabama con Tommy Tuberville, un exjugador y entrenador de fútbol americano que entró a la política en 2019.
En la carrera por la Cámara Alta, los azules solo tenían en juego 12 de sus sillas, mientras que los rojos tenían en riesgo 23. En total, 35 escaños de los 100 del Senado estaban en disputa en estas elecciones. Los demócratas invirtieron millones de dólares en campañas a lo largo y ancho de Estados Unidos, especialmente en los estados que consideraban ganables. Solo nueve candidatos al Senado acumularon en el tercer trimestre del año más de 240 millones de dólares en contribuciones, con lo que dejaron atrás a sus rivales republicanos. Asimismo, ocho carreras por el Senado se convirtieron en las más costosas de la historia y, al igual que en la campaña presidencial, los demócratas lideraron las apuestas.
Como se esperaba, los estados que se pintaron de azul o rojo para la Presidencia también lo hicieron para el Senado, a excepción de Maine, en donde ganó Biden pero tendrá senadora republicana. Este fenómeno solo había ocurrido en los comicios de 2016, en los que los senadores electos en cada estado pertenecían al partido del presidente votado en el mismo territorio. Analistas explican este fenómeno como resultado de la polarización política de los últimos años.
Con respecto a los resultados, algunos republicanos como el senador John Barrasso, de Wyoming, opinan que el fracaso demócrata radica en que creyeron falsamente que la insatisfacción pública con Donald Trump les permitiría borrar del tablero a los senadores rojos. Además, señala que se sobrepasaron al hacer pública su agenda legislativa y sus planes de añadir escaños a la Corte Suprema para lograr equilibrio con los jueces de mayoría conservadora del alto tribunal. “Sus propios miembros estaban hablando de estas cosas y algunos estadounidenses sintieron que eso era demasiado radical”, dijo Barrasso al diario The New York Times. Aunque los demócratas pueden discutir cuán radicales son dichas reformas o si en verdad pensaban llevarlas a cabo, existe una desconexión entre el partido y una parte importante de la población del país.
Por otro lado, las elecciones también señalan que la composición misma del Senado favorece al Partido Republicano por su afinidad con las poblaciones rurales. David Castrillón Kerrigan, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Externado, explicó a SEMANA que dicha Cámara “tiene un sesgo rural y, en alguna medida, rojo porque un estado como California, mayormente urbano y con una población de casi 40 millones de personas, tiene el mismo peso que un estado como Montana, rural y con pocos habitantes”. En Estados Unidos cada estado tiene dos senadores sin importar el tamaño de su población.
En cuanto a la Cámara de Representantes, al cierre de esta edición el Partido Demócrata había asegurado 208 escaños y el Republicano, 196, lo que dejaba 31 sin definir. Esto significa que los azules, hasta el momento, perdieron siete sillas y ganaron solo dos, y los rojos ganaron ocho y perdieron dos. Sin embargo, expertos aseguran que al término de los conteos el Partido Demócrata conseguirá un nuevo periodo como partido mayoritario en esta cámara, para ello necesita diez asientos más.
En medio de estos cientos de representantes electos algunas figuras llamaron la atención. Es el caso de Alexandria Ocasio-Cortez, por Nueva York, y su squad demócrata reelecto, compuesto por Ilhan Omar, por Minesota; Ayanna Pressley, por Massachusetts, y Rashida Tlaib, por Míchigan. Todas mujeres de tez negra y defensoras de agendas legislativas progresistas que se espera representen la cara más nueva del partido. Por el lado republicano, un distrito de Georgia eligió a Marjorie Taylor Greene, una simpatizante abierta del movimiento conspirativo QAnon, caracterizado por su racismo e incitación a la violencia.
El presidente electo, Joe Biden, deberá gobernar con este Congreso que pinta dividido. Y aunque el demócrata se ha caracterizado por su capacidad de navegar en aguas bipartidistas, la gobernabilidad del país no será sencilla. Analistas prevén que una mayoría republicana en el Congreso, liderada por Mitch McConnell, pondrá trabas a la agenda política y legislativa del presidente y su partido. Esto podría llevar a que el Gobierno modere sus planes de reforma migratoria, el sistema de salud, el medioambiente y la política económica. De ser así, el ala más progresista del partido, que consideró a Biden inicialmente como un demócrata demasiado moderado, tendrá que pasar algunas decepciones.