ESTADOS UNIDOS
El escuadrón de resistencia contra Donald Trump
Nunca antes un presidente norteamericano había producido tanto rechazo en su país y en el extranjero como Donald Trump. El mundo está aterrado con sus primeras dos semanas de gobierno y se prepara para enfrentar la ruleta rusa que serán sus cuatro años en la Presidencia.
Se suponía que una de las claves para entender a Donald Trump era “tomárselo en serio, pero no literalmente”. Sin embargo, los 15 días que el magnate lleva en el poder han confirmado las peores sospechas de los pesimistas, y hoy es claro que tiene pensado gobernar tal y como prometió hacerlo durante la campaña. La diferencia es que las ideas que antes producían risa hoy son decisiones que tienen a medio planeta aterrado. Y su promotor, el hombre más poderoso del mundo.
En efecto, si hasta la semana pasada el gran temor era que el magnate arrasara con el legado progresista de Obama, hoy las alarmas están encendidas ante la posibilidad de que su gobierno dinamite las libertades alcanzadas en los últimos 50 años y haga retroceder el orden mundial liberal alcanzado tras la Segunda Guerra Mundial. Por si a alguien le quedaban dudas de la actitud guerrerista del magnate, el miércoles su gobierno amenazó a Irán después de que este realizó una prueba de misiles. “Todas las opciones están sobre la mesa”, dijo Trump. Y el viernes anunció nuevas sanciones contra Teherán. Muchos temen que sea el primer paso para romper el pacto que esos dos países y otras cinco potencias firmaron a mediados de 2015 para frenar el programa nuclear bélico de ese país. Y en cuanto a Corea del Norte, el nuevo secretario de Defensa, James Mattis, se saltó la diplomacia y dijo que ante cualquier ataque, Washington reaccionaría con una respuesta “eficaz y aplastante”.
Sin embargo, el magnate ha tratado peor que a nadie a sus aliados tradicionales. Así lo pudo constatar el presidente de México, Enrique Peña Nieto. Tras humillarlo por teléfono al decirle que aceptara que su país iba a pagar por el muro fronterizo, el magnate amenazó con enviar tropas a su país para cazar a los “‘bad’ hombres”, una expresión que usó durante su campaña para referirse a los inmigrantes. También, al primer ministro de Australia, Malcol Turnbull, a quien le tiró el teléfono después de que este intentó asegurarse de que Estados Unidos cumpliría su promesa de acoger a 1.250 refugiados, en su gran mayoría mujeres y niños. Según Trump, entre ellos están los próximos terroristas que van a atentar en su país.
Dentro de Estados Unidos, la opinión pública está más dividida que nunca. Si bien los más cercanos seguidores de Trump están encantados con su estilo de gobierno, por todo el país se han multiplicado las manifestaciones y las invitaciones a la desobediencia civil. Los disturbios registrados el miércoles en la noche en la Universidad de Berkeley para protestar por la presencia del ultraderechista Milo Yiannopoulos, uno de los portavoces extraoficiales de Trump, parecen ser un adelanto del caos que puede apoderarse del país durante los próximos cuatro años.
Le recomendamos: ¿Cómo le irá a Colombia con Donald Trump?
Y es que los aliados tradicionales de Estados Unidos están aterrados con el rumbo que le ha dado Trump a su gobierno. En particular del otro lado del Atlántico, donde la Unión Europea (UE) ha tomado decisiones inéditas, como rechazar al embajador elegido por la Casa Blanca, Ted Malloch, o declarar al magnate y a su gobierno como una “amenaza exterior” del mismo nivel que la asertividad china, la agresividad rusa y el islamismo radical, según una carta que el presidente de la Comisión Europea, Donald Tusk, le dirigió el martes a los 28 países de la Unión. Pues resulta claro que el magnate tiene principios y prioridades muy diferentes de las de los europeos, y eso se vio reflejado en las palabras de la canciller de la UE, Federica Mogherini, que sin nombrarlo dijo el miércoles en la Eurocámara: “Rechazar refugiados con derecho a protección internacional es injusto, es inmoral. Y no es legal”.
Un gobierno brutal
La encargada de la diplomacia europea se refería a la orden ejecutiva para vetarles durante 90 días la entrada a su país a los ciudadanos de Libia, Sudán, Somalia, Siria, Iraq, Yemen e Irán, que el magnate firmó el viernes 27 de enero. Con ella, este suspendió además durante cuatro meses el programa de refugiados y advirtió que, de reactivarse, el número de personas que podrían reasentarse en el país quedaría reducido a la mitad. El viernes se supo además que el gobierno había revocado 100.000 visas.
La resistencia al programa de Trump ha alcanzado las más altas esferas. Comenzando por el propio papa Francisco, que está escandalizado con que se usen los valores cristianos para impulsar su proyecto étnico-nacionalista. “Nosotros somos mensajeros de otra cultura, la de la apertura”, dijo el arzobispo Giovanni Angelo Becciu, tercero en la jerarquía vaticana. A esas voces se sumó el miércoles la del secretario general de la ONU, que en una inusual reprimenda le recordó al magnate que “cualquier forma de discriminación relacionada con la religión, etnia o nacionalidad es contraria a los principios fundamentales y valores de nuestras sociedades”.
La decisión migratoria indignó y alarmó al planeta por varias razones. En primer lugar, porque se trata de una medida discriminatoria, dirigida específicamente contra los musulmanes y mal camuflada como una decisión “de seguridad nacional” para prevenir otro atentado como el del 11 de Septiembre. En segundo, porque como la mayoría de las familias estadounidenses, la de Trump es de inmigrantes. Y en tercero, porque su caótica aplicación puso en evidencia la manera disfuncional como está operando la Casa Blanca y cómo se ha consolidado el poder en torno al Ejecutivo.
Como explica The New York Times en un artículo publicado el lunes, desde antes de la posesión el verdadero poder se ha consolidado en torno a Stephen Bannon. Este astuto personaje, que posa de ideólogo, no solo escribió el sombrío discurso de posesión de Trump, sino que también es el autor de lavalancha de órdenes ejecutivas que este ha firmado desde que se posesionó, incluyendo la polémica ley contra los musulmanes. Desde el martes, el asesor tiene además un sitio permanente en el Consejo de Seguridad Nacional, por lo que tendrá voz y voto en las decisiones que conciernen a la paz y la guerra de su país.
Lea: Stephen Bannon: el cerebro detrás de Trump
Ese mismo día, las agencias de inteligencia gringas expresaron su preocupación por ese nombramiento, y no solo porque en paralelo la Casa Blanca decidió excluir al director de inteligencia nacional y al jefe del Estado Mayor Conjunto de la mayoría de las reuniones de ese órgano. “El último sitio en el que se debe poner a un tipo que se preocupa por la política es en una sala donde se habla de seguridad nacional”, dijo el exdirector de la CIA y exsecretario de Defensa Leon Panetta. No en vano, la revista Foreign Policy y The New York Times se refieren al asesor de Trump como ‘Presidente Bannon’.
De hecho, gracias a este, el presidente ignoró las recomendaciones del Departamento de Estado de excluir a quienes tuvieran un permiso de residencia e impuso la versión final de la orden ejecutiva. Esto condujo a las caóticas escenas vividas en los aeropuertos durante el fin de semana, en las que centenares de personas se montaron a un avión con sus papeles en regla para huir de la guerra o simplemente regresar a sus hogares, y se bajaron con las autoridades tratándolos como ilegales.
Puede leer: Obama y Trump: El bello y la bestia
Y también fue Bannon quien se encargó de que muy pocos se enteraran del contenido de la orden ejecutiva de Trump, para así evitar que una filtración de la noticia precipitara el regreso de miles de ‘extranjeros’ indeseados. Si bien el secretismo y la premura con la que se produjo y aplicó la norma tuvieron el resultado esperado y tomaron literalmente al planeta por sorpresa a medio mundo, también tuvieron dos consecuencias importantes. Y también inesperadas.
El primer ‘round’
En primer lugar, el veto antimusulmán marcó la primera gran fisura entre la Casa Blanca y el resto del gobierno. Esto se evidenció primero cuando la directora encargada del Departamento de Estado, la fiscal Sally Yates, decidió no aplicar la norma por considerarla ilegal y anticonstitucional (la Casa Blanca la echó de su cargo y la calificó de “traidora” en un comunicado de lenguaje inusual). Y luego, con una carta de protesta que más de 1.000 funcionarios han firmado en la que expresan su temor de que la medida sea nociva para los intereses del país (el secretario de Prensa, Sean Spicer, dijo en una rueda de prensa que esos “burócratas de carrera deben seguir el programa o irse”).
Y es que la gran mayoría de los sectores coincide en que el veto contra los musulmanes no solo es inútil para luchar contra el terrorismo, sino incluso contraproducente. “Al prohibir la entrada de musulmanes y juntarlos con los extremistas islámicos, lo que Donald Trump está haciendo es darle munición y motivaciones a Isis y Al Qaeda”, le dijo a CNN Fawaz Gerges, una autoridad mundial en el estudio del yihadismo. Y en efecto, según el grupo Site Intelligence que monitorea la amenaza terrorista, los radicales han saludado el veto como la mejor manera de conseguir adeptos para su causa.
Puede leer: ¿Se cumple la profecía?
En segundo lugar, la improvisación con la que fue redactada la orden ejecutiva de Trump produjo una avalancha de demandas en contra. En efecto, Yates no fue la única que pensó que la ley contradecía la Constitución de Estados Unidos. El sábado 28 de enero, una jueza congeló parte del veto al dictaminar que los refugiados y otras personas detenidas por esa razón no podían ser deportados, con lo que centenares de personas retenidas en los aeropuertos pudieron entrar al país.
El mismo día, 16 fiscales generales estatales emitieron un comunicado para declarar la orden ejecutiva “ilegal y antiestadounidense”. Pero la cosa no paró ahí, pues durante el transcurso de la semana los estados de Washington, New York, Massachusetts y Virginia demandaron oficialmente la medida, lo que abre las puertas a que sea derogada. Como dijo en una entrevista con The New York Times Ahilan Arulanantham, el director encargado de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (Aclu, por su sigla en inglés), “todos los tribunales que han fallado sobre este tema lo han declarado inconstitucional, y eso es una señal muy fuerte”.
De hecho, desde ya está claro que los próximos cuatro años serán de un fuerte pulso entre el gobierno conservador de Washington y algunas entidades federales. Entre ellas, las ciudades santuario, es decir las que han anunciado que no van a aplicar las leyes de deportaciones masivas que el magnate ha promovido, y el estado de California, cuyas autoridades no han ocultado su distancia con el magnate. “Tenemos que prepararnos para tiempos muy inciertos y reafirmar los principios que han hecho del Estado la gran excepción nacional”, dijo el gobernador Jerry Brown en un discurso que pronunció el martes 24 de enero.
Y es que la resistencia a Trump se está extendiendo como pólvora. Como dijo a SEMANA Bruce Miroff, autor del libro Presidents on Political Ground, “las elites financieras y empresariales, las universidades, la mayoría de los medios de comunicación, altos funcionarios de las agencias de seguridad y una buena parte de los empleados del gobierno federal están comenzando a darse cuenta de que Trump amenaza sus intereses y sus valores”.
En efecto, los primeros días de Trump en el poder han polarizado aún más las posiciones políticas y ya es claro que los demócratas tienen planeado darles a los republicanos una prueba de su misma medicina. Eso se ha visto en la oposición a la nominación del juez ultraconservador Neil Gorsuch, el elegido por Trump para la Corte Suprema. Pero también en el rechazo con el que muchos republicanos sienten hacia su presidente, entre los que destacan los senadores John McCain y Lindsey Graham. Otros han dicho que no van a confirmar a Betsy deVos a la cabeza de la Secretaría de Educación por sus evidentes conflictos de interés. Tanto en el caso de Gorsuch como el de ella, el propio Trump ha invitado al Congreso a imponer sus mayorías y a confirmarlos sin tener en cuenta la oposición demócrata.
A su vez, la resistencia ha trascendido la política y el gobierno se ha encontrado con unos opositores de marca mayor. Se trata de los directores, presidentes o altos ejecutivos de Facebook, Amazon, Google, Apple, Netflix, Starbucks y Twitter, entre otros. La razón es obvia, pues como dijo el dueño de Apple, Tim Cook, su compañía “no existirían sin inmigración”.
Y es que con el Congreso y la Cámara en manos del Partido Republicano, las únicas fuerzas capaces de frenarlo son los intereses económicos y la oposición popular. Así lo dijo a SEMANA Richard Pious, profesor del Barnard College y autor de Why presidents fail?, “Trump seguirá con sus declaraciones engañosas, algunas muy alejadas de la realidad, y seguirá dominando el ciclo de noticias. Lo único que podría cambiar su actitud y eventualmente redefinir sus prioridades es una caída continua en las encuestas, en particular si su impopularidad comienza a comprometer su posición entre los votantes republicanos”.
Por ahora, los sondeos indican que Trump sigue contando con un apoyo similar al de las elecciones y los republicanos están encantados de aplicar un programa ultraconservador para restringir el aborto, mantener la libertad absoluta de armas de fuego y promover la participación de las Iglesias en la política. Pero como se ha visto esta semana, tras el shock inicial se está formando una tenaz resistencia contra el magnate. La pelea acaba de comenzar, y va para largo.