75 AÑOS DEL DÍA D

El desembarco que cambió la historia

El 6 de junio de 1944 los aliados desembarcaron en masa y por sorpresa en las playas francesas de Normandía. Los alemanes los esperaban mucho más al norte, en el paso de Calais. La gigantesca operación sucedió mientras Hitler dormía.

8 de junio de 2019
Miles de soldados descendieron de las lanchas de desembarco mientras los defensores alemanes les disparaban una lluvia de balas. Muchos murieron antes de llegar a las playas.

“Los largos sollozos de los violines del otoño/ hieren mi corazón con una monótona languidez”. Con estos versos del poeta Paul Verlaine, la BBC de Londres le anunció a la Resistencia francesa que los aliados estaban próximos a desembarcar en las costas de Normandía para liberarlos de la ocupación alemana. Y 45 minutos después, en la noche del 6 de junio de 1944, 7.000 buques y 156.000 soldados atacaron las playas normandas sin que la artillería alemana pudiera detenerlos. El porqué de esos versos para informar en código sobre la ocupación permanece en el cajón de las intrigas que envolvieron la Segunda Guerra Mundial.

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El desembarco de Normandía, conocido como Operación Overlord, tiene muchas de ellas. Si algo aseguró el éxito de los aliados contra los nazis fueron las mentiras, los secretos y simulacros que desorientaron al ejército de Adolf Hitler, a tal punto que el führer durmió plácidamente hasta las diez de la mañana. Ninguno de sus consejeros o generales quiso despertarlo. Todos menospreciaron el ataque que marcó el inicio del fin de la guerra, según la mayoría de historiadores occidentales.

Un año antes, en mayo de 1943, el general estadounidense Dwight D. Eisenhower y el general británico Bernard Montgomery planearon la invasión durante la Conferencia

Trident de Washington. Allí acordaron crear un ejército “fantasma” para engañar a los nazis y hacerles creer que el ataque ocurriría mucho más al norte de Normandía, en Calais. Durante meses, los aliados construyeron un equipo falso, que incluyó tanques inflables, maniquíes en paracaídas y centinelas en una base del condado inglés de Kent, justo al frente de Calais. Los nazis supusieron que los derrotarían fácilmente; al fin y al cabo les habían seguido la pista por mucho tiempo. Pero estaban equivocados.

De hecho, tan errados que incluso el día del desembarco, o Día D, mantuvieron a sus mejores tropas en Calais. Estaban seguros de que habría un segundo ataque. Sin embargo no lo hubo. Los aliados desplegaron a sus hombres y armas en cinco playas de nombre clave: Utah, la sangrienta Omaha, Sword, Gold y Juno. Mientras tanto, el Zorro del Desierto, el mariscal Erwin Rommel, le regalaba unos zapatos a su esposa en su casa en Alemania por su cumpleaños. Su ejército perdió horas valiosas sin órdenes que dirigieran la defensa. Los nazis aún no lo sabían, pero en Normandía comenzó el final de su esfuerzo bélico por controlar el mundo.

CHARLES DE GAULLE (1890-1970) Creó un ejército francés en el exilio para asegurar su presencia entre los vencedores. Pero los aliados lo excluyeron de las conversaciones en las que prepararon el desembarco. Entonces, el general De Gaulle, autoproclamado líder de la Francia Libre, rechazó la entrada de los aliados a su costa y el gobierno provisional que instauraron. Decidió nunca asistir a las conmemoraciones del Día D.

Los aliados habían planeado meticulosamente la operación, aunque se enfrentaron con obstáculos imprevistos. El primero de ellos, y el más inesperado, fue que sus propios uniformes y equipos jugaban en su contra a la hora de bajar de los barcos. El conjunto era tan pesado que muchos de ellos murieron ahogados. Cientos de veteranos de guerra han relatado en otras conmemoraciones que las botas militares eran un bien tan preciado que algunos se negaban a quitárselas, incluso cuando les impedían nadar.

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Por otro lado, cuando tocaban tierra, se encontraban con la artillería alemana, los campos minados y los muros anticarros, sumados a los nidos de ametralladoras desde donde los nazis disparaban sin que los norteamericanos pudieran verlos. Esa feroz resistencia dificultó el desembarco y alargó una operación prevista para un lapso mucho más corto.

La película de Steven Spielberg Rescatando al soldado Ryan plasmó, en una escena de cerca de 30 minutos, la tragedia que significó para los soldados desembarcar en esas condiciones. Tenían una posición poco privilegiada, los refuerzos se retrasaban, los paracaidistas mutilados morían como carne de cañón para distraer a los alemanes del ataque terrestre y marítimo. Todo ello hacía creer a los soldados que no ganarían la guerra, y que el infierno que veían en esas playas rojizas garantizaría la supervivencia del yugo nazi.

Pero con el paso de las horas, el heroísmo de muchos hombres, el tamaño mismo de la operación y el desequilibrio en el número de los combatientes comenzaron a inclinar la balanza a favor de los aliados. Y valió la pena el sacrificio, pues los expertos creen que el desembarco le ahorró a Europa mínimo dos años de guerra y horror.

Ninguno de los generales de Hitler quiso despertarlo. Estaban seguros de que los aliados no ganarían la guerra. Hitler durmió hasta las diez de la mañana. Ya era demasiado tarde

Se estima que 10.470 soldados norteamericanos, canadienses y británicos murieron, resultaron heridos o desaparecieron ese día, según cifras del Memorial de Caen. Los alemanes perdieron casi el mismo número. Y los aviones estadounidenses destruyeron el 85 por ciento de los pueblos de la costa.

Pero André Heintz, veterano de la Resistencia francesa, le dijo esta semana a la BBC que, incluso en medio de la tragedia, a veces hay “luces de humanidad” en la guerra. “Hubo un área segura, una antigua abadía. Allí estaba enterrado Guillermo el Conquistador, y todos, miles de personas, se refugiaron en el interior porque sabían que Inglaterra no bombardearía el lugar en donde estaba enterrado uno de sus reyes”. Efectivamente, no lo bombardeó. Cientos se salvaron.

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Y es que al primer ministro británico, Winston Churchill, también lo acosaban los recuerdos del desastroso desembarco británico en Galípoli, Turquía, durante la Primera Guerra Mundial. Estaba harto, contaron luego sus asesores. Constantemente lo acechaban las pesadillas y veía sangre en todas partes. En sus Memorias, que luego le valieron el Premio Nobel de Literatura, cuenta que el 6 de junio se despidió de su esposa con un beso en la frente y con la frase: “¿Te das cuenta de que para cuando te despiertes en la mañana 20.000 hombres habrán muerto seguramente?”. Hasta el último minuto, Churchill temió que la Operación Overlord fuera un fracaso.

WINSTON CHURCHILL (1874-1965) “No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” con un único objetivo: “La victoria; la victoria a cualquier precio”, dijo el primer ministro del Reino Unido y líder supremo de las Fuerzas Armadas británicas. Churchill acordó con los norteamericanos el desembarco aliado para comenzar la campaña sobre Alemania.

Después de cuatro años de guerra y ante la apabullante expansión de la Alemania nazi en Europa, las potencias occidentales se jugaban su modelo político y económico basado en la democracia. El desembarco en Normandía fue más que una gran operación militar que permitió a los aliados expulsar a los alemanes de Francia y dar los primeros pasos para el final de la Segunda Guerra Mundial. Overlord fue, sobre todo, un pulso de poder que definiría la forma de hacer política y de repartirse el mundo de ahí en adelante.

FRANKLIN D. ROOSEVELT (1882-1945) “Dios todopoderoso, nuestros hijos, orgullo de nuestra nación, han iniciado una lucha para defender nuestra república, nuestra religión y nuestra civilización, y liberar a una humanidad que sufre”, dijo el presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, al enterarse de que las fuerzas aliadas cruzaban el canal de la Mancha y de que sus hombres ganarían la guerra.

En efecto, con la invasión del Día D, Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y Canadá asumieron su obligación de ocupar Europa para promover sus valores, y contrarrestar el avance de los soviéticos, que se acercaban por el este a Alemania.

Por eso, hasta el día de hoy, los rusos menosprecian la importancia de la invasión de Normandía. “No se debe idealizar el impacto del Día D en el fin del nazismo”, dijo esta semana la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, María Zajárova. Y agregó que se “exagera con frecuencia el papel de las potencias occidentales en la Segunda Guerra en detrimento de la Unión Soviética, cuya contribución a la victoria sobre Alemania pretenden infravalorar”. A lo que agregó que “tras los triunfos del Ejército Rojo en Stalingrado y Kursk [dos años antes de Normandía], lo que sucedió después era obvio. Ya les habíamos aplanado el camino”.

ADOLF HITLER (1889-1945) El criminal fu¨hrer de la Alemania nazi, Adolf Hitler, dormía mientras los aliados desembarcaban en las costas de Normandía. Sus asesores consideraron inútil despertarlo para informarle lo que estaba pasando. Los nazis creyeron que los iban a atacar más al norte, en Calais, por lo que tenían pocos hombres para defenderse de los aliados. Alemania perdió la guerra un año después del desembarco y Hitler se suicidó.

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La Unión Soviética, aunque formaba parte de la alianza, resultaba igual de indeseable a la Alemania nazi, según el proyecto nacional de los aliados occidentales. Y estos no se equivocaban. Efectivamente, Stalin configuró un bloque comunista en los países que logró conquistar por las armas en su camino hacia Alemania. Además, hubiera hecho lo mismo con el resto de Europa si los aliados no se hubieran apresurado a hacerle contrapeso por Occidente.

WILLIAM LYON MACKENZIE KING (1874-1950) “Un hombre no solamente se defiende a sí mismo, sino a todos aquellos que no pueden hacerlo”. Con esas palabras, el primer ministro canadiense justificó la ayuda que le prestó a los aliados durante la guerra. Canadá contribuyó con alimentos, municiones y, solamente a partir de 1943, con tropas. Aunque en su campaña electoral había prometido no reclutar más hombres para la guerra, cedió ante la enorme presión de Churchill.

La batalla de Normandía aceleró la caída de Hitler, responsable de la muerte de 60 millones de personas, y también separó para siempre al Gobierno soviético del estadounidense. En 1945, al terminar la guerra, Josef Stalin, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt firmaron el acuerdo de Yalta, en el que se repartieron el mundo, y la Unión Soviética confirmó su dominio sobre Europa Oriental.

Había comenzado una nueva confrontación planetaria, pero de intensidad sobre todo local: la Guerra Fría. Ese conflicto soterrado dividiría al mundo por los siguientes 45 años, hasta que comenzó el derrumbe del bloque soviético en 1989. Como resulta claro hoy, “los largos sollozos de los violines de otoño” nunca dejarían de herir el corazón de Verlaine.