Atlas del Nazismo
Osmar Hellmuth, el espía nazi argentino
De padre alemán y madre argentina, este vendedor de seguros fue capturado cuando intentaba llegar a Alemania para que Hitler vendiera armas al país gaucho. Su detención destapó la red de espías alemanes que el general Juan Domingo Perón protegió.
Adolf Hitler ordenó una investigación cuando supo que Osmar Alberto Hellmuth había sido arrestado en Trinidad y Tobago. Quería saber si hubo un soplón que condujo al arresto. El Führer esperaba a Hellmuth en Berlín. Le había concedido de antemano una audiencia antes de que este argentino vendedor de seguros se embarcara en Buenos Aires en un vapor español como enviado oficial del Gobierno de la República Argentina encargado de la misión urgente de implorar a Hitler la venta de armas a su país.
Todo lo que gira alrededor del caso de Osmar Alberto Hellmuth es improvisado e improbable y, aunque tiene ribetes cinematográficos, es rigurosamente cierto y ha sido documentado por diversos historiadores en todas sus facetas, incluyendo el papel que desempeñó Winston Churchill, que tuvo que intervenir para que el pueblo británico, en plena guerra, no se quedara sin carne bovina por cuenta de la misión del frustrado contertulio de Hitler.
Hellmuth zarpó del puerto de Buenos Aires a comienzos de octubre de 1943 en el vapor de pasajeros Cabo de Hornos, con destino final Bilbao. Portaba un pasaporte diplomático. Había sido nombrado cónsul auxiliar en Barcelona pero su misión era convencer al Führer de que autorizara la venta de armas a Argentina. Además, debía cumplir otra tarea: acordar con el Gobierno alemán el salvoconducto para un buque tanque argentino que se encontraba en el puerto sueco de Gotemburgo. Un astillero construyó el buque por encargo de Aristóteles Sócrates Onassis, el magnate griego que comenzó a acumular su fortuna en Buenos Aires como importador de tabaco turco, antes de adquirir una flota mercante y convertirse en el hombre más rico del mundo en su época. El Gobierno argentino compró el navío, llamado Buenos Aires, que necesitaba para importar petróleo desde Venezuela.
Tras 27 días de navegación, el Cabo de Hornos atracó el 29 de octubre de 1943 en Port of Spain, capital de la entonces colonia azucarera británica de Trinidad y Tobago. Los agentes de inteligencia británica abordaron el barco, examinaron los pasaportes, arrestaron solamente a un pasajero, Osmar Alberto Hellmuth, y lo condujeron a tierra. Al día siguiente lo trasladaron en avión a la isla de Bermuda, también colonia de Su Majestad, y luego en barco a Inglaterra, donde fue recluido en el Campamento 020, una prisión secreta que existió durante la guerra, dirigida por un oficial apodado Ojo de Lata porque no se quitaba el monóculo ni para dormir.
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Hellmuth estuvo incomunicado y fue interrogado repetidamente, pero no fue torturado porque Ojo de Lata, el comandante Robin Stephens que tenía fama de doblegar a los espías alemanes sin lastimarlos, en sus instrucciones a sus subalternos sostenía que golpear a un detenido era un acto de cobardía y además no era inteligente porque el prisionero diría mentiras para evitar más castigos. “Never stribe a man. In the first place it is an act of cowardice. In the second place, it is not intelligent. Violence is taboo”, afirmaba.
En los interrogatorios Hellmuth reveló que además de adquirir armas y lograr la entrega del buque Buenos Aires tenía la misión de transmitir a Adolf Hitler, de parte del presidente argentino, el general Pedro Pablo Ramírez, las seguridades de que Argentina seguiría siendo un país neutral y que si tuviera que romper relaciones con el Eje lo haría pro forma y únicamente para apaciguar al Gobierno de Estados Unidos. A cambio, Alemania debía garantizar al Gobierno argentino que si Buenos Aires tuviera que declarar la guerra para aplacar al coloso del norte los submarinos nazis no atacarían los buques mercantes argentinos.
Osmar Alberto Hellmuth nació en Buenos Aires en 1908, de padre alemán y madre argentina. Cursó dos años en la academia naval y luego se dedicó a la venta de seguros. Mantenía contacto con otros alemanes-argentinos en el Club Alemán de la calle Córdoba. Año y medio antes de embarcarse en el Cabo de Hornos conoció al general Pedro Pablo Ramírez, que todavía no era presidente, en un viaje de treinta horas en ferrocarril a Neuquén, en la Patagonia. Iba a inspeccionar una mina como paso previo para expedir una póliza de seguros.
La misión
El origen del viaje de Hellmuth a Berlín fue una reunión en el apartamento del coronel Enrique González, secretario de la Presidencia, con oficiales como el ministro de Marina, almirante Benito Sueyro. Luego el ministro de Relaciones Exteriores y Culto, general Alberto Gilbert, le confió la misión a Hellmuth de manera personal en otra reunión. Hellmuth ya era parte de una red de espionaje nazi en Argentina. Lo había reclutado Hans Harnisch, agente del SD, servicio de espionaje del partido nazi, que operaba en América Latina a la par que la inteligencia militar alemana (Abwehr).
Harnisch estuvo en algunas de las reuniones de Hellmuth con los militares. Cuando abordó el vapor español Hellmuth era un agente alemán, lo que explica que se hubieran podido hacer los contactos para que fuera recibido por Hitler, y además era un agente al servicio del Gobierno argentino. Hellmuth llevaba en su equipaje encomiendas con comida (¿café que escaseaba en Europa?) que debía entregar en Alemania al jefe de Harnisch, Walter Schellenberg, y enviar por correo a la mamá de Harnisch. Y llevaba un encargo de parte del coronel González, que le trajera de Alemania una maquinilla para quitar los pelos de la nariz.
Argentina tenía urgente necesidad de apoderarse del petrolero Buenos Aires debido al bloqueo británico y norteamericano. Argentina había comprado petróleo en otros países latinoamericanos, pero la flota de buques tanques a su disposición, indispensable para importarlo, era de capacidad muy limitada. Ni Estados Unidos ni Gran Bretaña le vendían petróleo a Argentina en represalia por la neutralidad que los gobiernos de Buenos Aires habían mantenido frente a los países del Eje. Por esa misma razón Estados Unidos se negaba a venderle armas a Argentina. La exportación de productos industriales y de consumo también estaba restringida.
En la reunión de consulta de los cancilleres americanos en enero de 1942 en Río de Janeiro, convocada con ocasión del ataque a Pearl Harbor, la aspiración de la Casa Blanca había sido que todas las repúblicas americanas rompieran en bloque con el Eje. Cuando el subsecretario de Estado Sumner Welles se dio cuenta de que pese a las presiones Argentina no daría el paso, fue necesario cambiar los términos de la declaración para que el rompimiento fuera solamente una recomendación que los cancilleres aprobaban. Argentina y Chile se apartaron de la recomendación y continuaron sus lazos diplomáticos con el Eje, pero se evitó la derrota formal de Estados Unidos, pues si la decisión hubiera sido obligatoria, Argentina y Chile habrían votado en contra de la resolución.
Argentina, neutral
Enrique Ruiz-Guiñazú se llamaba el canciller argentino que en Río de Janeiro se opuso a los dictados de Washington. ¿Por qué? Un diplomático británico resumió sus motivos: la guerra era para él un episodio pasajero y la posición argentina estaba anclada en realidades permanentes, como animadversión hacia Estados Unidos, disgusto por el mecenazgo norteamericano hacia Brasil, admiración por los métodos fascistas y nazistas, y confianza en que la carne vacuna que Argentina exportaba a Gran Bretaña durante la guerra, encontraría fácilmente mercado en Alemania e Italia si el Eje ganaba la guerra.
Los militares argentinos se oponían a la participación en las hostilidades y “veían en los regímenes totalitarios de Alemania e Italia modelos útiles para reorganizar la Argentina”, según el historiador Robert Potash. El GOU (Grupo de Oficiales Unidos) dio un golpe militar en junio de 1943. Las cabezas partidarias del Eje en el GOU eran el coronel Enrique González y el coronel Juan Domingo Perón, de acuerdo con Potash.
Para el historiador argentino Mario Rapoport la posición neutral de su país no se debía a tendencias pronazis sino a la actitud de las clases dirigentes que eran mayoritariamente proinglesas pues Gran Bretaña compraba la carne congelada argentina, como lo hizo en la Primera Guerra Mundial, cuando Argentina también fue neutral. Los ferrocarriles argentinos, los frigoríficos y el gas eran propiedad de compañías británicas. La neutralidad impedía que los alemanes hundieran los barcos que transportaban la carne a Reino Unido y aseguraba que no hubiera represalias si Alemania ganaba la guerra, escribió Rapoport.
En sus memorias, el embajador británico en Buenos Aires durante la guerra, Sir David Kelly, afirmó, en el mismo sentido, que las viejas clases dirigentes australes no tenían interés en la ideología nazi ni en ninguna ideología europea y solo pretendían seguir manejando sus negocios como siempre, en buenos términos con ambas partes. Eran proaliados, proingleses y antinorteamericanos.
“Argentina defendió su política de neutralidad desde una perspectiva de sus intereses agroexportadores probritánicos”, enfatizó el historiador argentino Leonardo Senkman.
El rechazo de Estados Unidos
En 1942 y 1943 Argentina insistió en su política de neutralidad, mantenida desde el comienzo de la guerra. Al mismo tiempo carecía de armamento y observaba cómo su vecino y rival, el Brasil, lo recibía de Washington a cambio de haber permitido la operación de bases en Natal y otras ciudades del nordeste. Cuando Brasil declaró el estado de beligerancia contra Alemania en agosto de 1942 a raíz del hundimiento de buques de pasajeros torpedeados por el submarino U-507, Brasil quedó firmemente alineado con Estados Unidos en la guerra.
En agosto de 1943 el canciller argentino, almirante Segundo Storni, le escribió una carta al secretario de Estado Cordell Hull. Insistió en la venta de aviones para restaurar el equilibrio militar a que, en su concepto, Argentina tenía derecho frente a otros países suramericanos. El pedido era iluso pues Argentina no había cumplido con las exigencias de Estados Unidos. Hull respondió que en medio de una guerra su país no facilitaría armas a una nación neutral como Argentina para que lograra una paridad de fuerzas con Brasil. Storni renunció ante el fracaso de su gestión.
Por medio de la embajada alemana en Buenos Aires se pidieron a Hitler seis submarinos. El pedido fue aprobado en principio. Pero Argentina no tenía posibilidades reales de recibirlos. El único armamento que consiguió fueron 12 baterías antiaéreas compradas en Suiza. Fue esa incapacidad de armarse lo que llevó al gobierno a probar suerte con la misión extradiplomática encomendada a Hellmuth.
La caída del espía
En septiembre de 1943 el coronel Enrique González le notificó a Hellmuth que el presidente Pedro Pablo Ramírez deseaba celeridad en los resultados. Se le ofreció un nombramiento en un consulado argentino en Alemania como disfraz para su misión. Temiendo los devastadores bombardeos aliados contra ciudades alemanas, Hellmuth no aceptó. Fue así como en fin de cuentas fue nombrado cónsul auxiliar en Barcelona. Se le pagarían 900 pesos al mes, menos de los 1.500 que ganaba como vendedor de seguros, y 5.000 pesos para gastos de viaje.
Harnisch, el espía alemán, le dio instrucciones de dirigirse al Hotel Carlton en Bilbao una vez en su destino. Un agente se le acercaría con saludos del señor Becker. Hellmuth debía contestar: Ah, sí, el Hauptsturmführer. Era un rango en el partido nazi, equivalente a capitán en el ejército. Si el encuentro no se producía, Hellmuth debía proceder hasta Madrid y en la embajada alemana comunicarse con la Gestapo, que lo llevaría en avión a Berlín.
Tres días antes del viaje, el canciller Gilbert informó al encargado de negocios de la embajada alemana que Hellmuth se dirigía a Berlín. La embajada no estaba de acuerdo con esta misión organizada por un espía alemán y militares argentinos.
El encargado de negocios, Erich von Meynen, hizo saber al ministro de Guerra, general Edelmiro Farrell, que Hellmuth no era idóneo para la misión. Farrell enteró al coronel Juan Domingo Perón, su segundo a bordo. Con el arresto de Hellmuth y la información que reveló a los aliados al ser interrogado se armó el pandemonio. Estados Unidos comprobó que altos funcionarios militares del Gobierno argentino organizaron el viaje, con ayuda del espía nazi Hans Harnisch. El siguiente paso fue exigir con renovado ímpetu el rompimiento de relaciones con Hitler.
Washington propuso además sanciones económicas contra Argentina, que no se aplicaron porque Winston Churchill no estuvo de acuerdo. En un mensaje a Franklin Delano Roosevelt le escribió: “How are we to feed ourselves if this is cut?”. ¿Cómo nos vamos a alimentar si nos quitan esto? Es decir el suministro de carne argentina. Se dice que un artículo aparecido en el diario The Guardian habría sido escrito por Churchill con su fina ironía: “La rama argentina del fascismo no nos satisface, pero preferimos el bistec argentino al cerdo norteamericano”. En una ocasión en que Hull le pidió a Reino Unido no comprar carne argentina, el canciller Anthony Eden replicó: “Nosotros no somos un miembro juvenil de la Unión Panamericana”. La Unión fue la antecesora de la OEA, Organización de Estados Americanos.
Argentina rompe con Alemania
El 24 de enero de 1944, el ministro de Relaciones Exteriores y Culto, general Alberto Gilbert, el mismo que había asignado personalmente la misión a Hellmuth, citó al embajador norteamericano y le informó que se había descubierto, para sorpresa suya, la existencia de redes de espías nazis en el país, lo que constituía una violación de la hospitalidad argentina que no le dejaba al Gobierno otra opción que romper relaciones con el Tercer Reich. Gilbert y el presidente Ramírez firmaron el decreto. La noticia se anunció por las sirenas de los diarios bonaerenses La Nación y La Prensa, que se usaban solo en circunstancias excepcionales.
Farrell y Perón estaban en San Juan a causa de un terremoto en esa ciudad que dejó 9.000 muertos. No alcanzaron a regresar a tiempo para frenar la expedición del decreto. El rompimiento de relaciones tomó por sorpresa al país y a la junta militar. Gilbert y el coronel González tuvieron que renunciar. Los militares nacionalistas montaron en cólera pues Argentina había claudicado ante las presiones de Washington.
Perón se presentó en la Casa Rosada con una pistola cargada y apuntándola hacia el presidente Ramírez le dijo: “Se acabó”, según entrevista que años después dio el embajador norteamericano en Buenos Aires, Norman Armour. El general Ramírez renunció. Asumió la presidencia el general Edelmiro Farrell. Juan Domingo Perón fue nombrado vicepresidente y ministro de Guerra. El affaire Hellmuth aceleró el ascenso de Perón al poder, que lo conduciría en 1946 a la Presidencia, que ocupó hasta cuando fue derrocado en 1955.
Dicho sea de paso, Perón conoció a Eva Duarte en un festival a beneficio de las víctimas del terremoto.
Lo que la Casa Blanca no había logrado por canales diplomáticos y presiones públicas lo consiguió por medio de este fiasco de fabricación argentina en que un inocentón cayó sin salvavidas en las aguas procelosas de la intriga y el espionaje internacional.
En octubre de 1943, cuando Osmar Alberto Hellmuth viajó a encontrarse con Hitler, era improbable o imposible que el Führer des Großdeutschen Reiches (líder del Gran Imperio Alemán) hubiera podido suministrar armas a Argentina. En 1940 fue el amo de Europa, pero mucho había cambiado desde el ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941. Once meses después, en noviembre de 1942, las fuerzas aliadas ocuparon Marruecos, Argelia, Túnez y Libia.
El presidente Roosevelt tomó esa decisión de lanzar la ofensiva contra Alemania desde el norte de África, que fue crucial para derrotar a los nazis. Su jefe de Estado Mayor, el general George C. Marshall, era partidario de invadir el norte de Europa. Winston Churchill, el primer ministro británico, y sus generales proponían un ataque desde el norte de África para obligar a Hitler a distraer tropas del frente ruso. Además consideraban que la Wehrmacht estaba muy bien pertrechada en Francia y en el norte de Europa y que sería difícil vencer allí a las fuerzas militares tudescas.
Roosevelt se apartó del criterio de Marshall y aceptó la recomendación británica. La ocupación del norte de África facilitó en cuestión de seis meses, en julio de 1943, la invasión de Sicilia, que en solo treinta días cayó en manos de los aliados y su comandante el general Dwight Eisenhower. Hitler tuvo que importar soldados del frente ruso y de los Balcanes para enfrentar la incursión aliada en la península itálica.
Tras la ocupación de Sicilia, el primer ministro Mussolini renunció al cargo en una sesión del Gran Consiglio del Fascismo, máximo órgano del Partito Nazionale Fascista. Al salir de la reunión fue puesto preso. Los generales italianos se comunicaron con sus homólogos aliados y en septiembre de 1943 firmaron el armisticio. Las tropas alemanas ocuparon Roma durante varios meses más, hasta cuando el 4 de junio de 1944 los soldados americanos entraron a la capital sin disparar un solo tiro, tras la retirada alemana.
Como todo en Italia tiene que ver con la alimentación, no se puede dejar de mencionar que la liberación de Roma dio origen a uno de los platos más conocidos hoy en el mundo, spaghetti alla carbonara. Con el huevo en polvo y el bacon o tocineta que traían los batallones de suministros de las tropas estadounidenses, los cocineros romanos inventaron esa receta, que no aparece en ningún libro de cocina anterior a la Segunda Guerra Mundial.
El delator
Hitler, como se dijo al comienzo, ordenó investigar quién delató a Osmar Alberto Hellmuth. Su canciller, Joachim von Ribbentrop, consideró responsable del fiasco a Heinrich Himmler, jefe del Servicio de Seguridad, Sicherheitsdienst o SD, el órgano de inteligencia del partido nazi. Himmler, que implantó el uso del gas venenoso Zyklon B como un método “más humano” para asesinar judíos en los campos de concentración, respondió que fue un diplomático quien traicionó a Hellmuth. Los historiadores señalan como culpable al encargado de negocios de la embajada alemana en Buenos Aires, Erich von Meynen, que además no fue un nazi entusiasta. Anthony Eden, jefe del Foreign Office en Londres, informó al embajador argentino Miguel Ángel Cárcano después de la captura de Hellmuth que un miembro prominente de la colonia alemana en Buenos Aires informó al Gobierno británico acerca del viaje del vendedor de seguros.
Ese personaje fue probablemente Ludwig Freude, al cual Hellmuth acusó por su nombre y apellido. Freude, propietario de una compañía de construcción, era el alemán más acaudalado de Argentina y el líder de la comunidad germana en Buenos Aires. Hizo saber a los militares que Hellmuth no sería el mejor negociador, hasta cuando Perón le informó que el escogido gozaba de la confianza absoluta del presidente Ramírez.
Comunicaciones interceptadas
La verdad definitiva se conoció treinta años después de la guerra cuando se desclasificaron los archivos militares británicos y norteamericanos. Más allá de los soplones, los británicos pudieron detener a Osmar Alberto Hellmuth porque habían descifrado el código Enigma que utilizaban los nazis y por lo tanto interceptaron los mensajes secretos enviados a Berlín que informaban del viajero que ocupaba un camarote en el Cabo de Hornos. La película El Código Enigma, de 2014, cuenta la historia de Alan Turing, el matemático que logró descifrar las comunicaciones de los alemanes.
Las redes de espionaje
La debacle del caso Hellmuth sacó a la luz pública las redes de espionaje nazi en Argentina. Esas redes se empezaron a tejer desde 1936 cuando Dietrich Niebuhr fue nombrado agregado naval en Buenos Aires, con jurisdicción sobre Brasil, Argentina y Chile. Dotado de un presupuesto de 350.000 dólares el agregado naval tenía agentes en todas partes cuando estalló la guerra. Muchos eran hombres de negocios alemanes o representantes de firmas germanas, especialmente navieras, como la Hamburg-Amerika Line. No era difícil encontrar agentes pues había casi 250.000 argentinos de raíces alemanas en una población total de 13 millones de habitantes.
Además de obtener información sobre las fuerzas militares argentinas y el zarpe de buques y de contar con una red de transmisores de radio llamada Bolívar, Niebuhr organizó la exportación clandestina de mica, platino y diamantes industriales. Un millón de dólares en esos productos, que escaseaban en Alemania, logró enviar el agregado naval durante la guerra en barcos de países neutrales que zarpaban de Buenos Aires. El platino venía de contrabando del Chocó (por eso el aguardiente de ese departamento se llama Platino), pues Colombia producía 6 % de la producción mundial.
Además el Gobierno alemán financiaba varios periódicos, como El Pampero, Cabildo, Ahora, Pueblo, Nuevo Orden, Clarinada, Hechos, Noticias Gráficas y Bandera Argentina.
“De 1942 a 1944, Argentina fue la plataforma de inteligencia y de guerra encubierta del Tercer Reich en el hemisferio occidental”, según el historiador Ronald C. Newton.
Fue tan amplia la cobertura del espionaje que cuando el exembajador en Argentina Edmund von Thermann fue interrogado por los aliados después de la guerra dijo a sus captores: “No se qué más podíamos espiar.”
Por lo menos 2.500 mensajes transmitió a Alemania la red Bolívar. Nunca se sabrá si fueron útiles, pero sí se conoce que los espías no pudieron contestar ciertas preguntas cruciales que les hacían sus superiores desde Alemania, como la cifra y el tipo de aviones norteamericanos que operaban en bases situadas en países suramericanos. No obstante, esos superiores consideraron que se necesitaban mejores transmisores y en abril de 1944, ya rotas las relaciones diplomáticas, enviaron un equipo más potente en la misma yola o velero que había transportado al Brasil al único espía negro contratado por Alemania. El transmisor, más medicamentos de Bayer y Merck que se debían vender por más de 200.000 dólares en el mercado negro, fueron desembarcados en Punta Mogotes, cerca de Mar del Plata.
El ‘indulto’ de Perón
Tras la ruptura de relaciones con Berlín las autoridades capturaron a un centenar de espías alemanes. Varios fueron sometidos a la picana. Hubo uno que fue liberado gracias a las influencias de Perón. Se llamaba Werner Koennecke. Era el yerno de Ludwig Freude, el alemán más rico de Argentina. Perón citó a su despacho de ministro de Guerra al oficial de Coordinación Federal que había hecho el arresto, junto con el detenido. Perón le preguntó si pertenecía a la inteligencia militar alemana y como el preso lo negó, ordenó liberarlo. Cuando un par de años después Perón fue elegido presidente nombró secretario de la presidencia al hijo de Ludwig Freude. ¿Quién organizó la primera fiesta de cumpleaños de Eva Perón como primera dama, cuando cumplió 27 años? Ludwig Freude.
Perón y ‘El libro Azul’
El ministro de Guerra Juan Domingo Perón ya había ejercido otra presión. Había visitado las oficinas de Coordinación Federal para ordenar que las confesiones y declaraciones de los espías nazis capturados fueran alteradas para suprimir toda alusión a los contactos que habían mantenido con militares argentinos, con personalidades políticas y con casas comerciales alemanas. Coordinación Federal convocó de nuevo a los espías, incluso a los que habían sido torturados, y les pidió cordialmente que volvieran a declarar, pero de manera más breve y sin mencionar a la gente poderosa que Perón quería hacer desaparecer de la historia. Johannes Siegfried Becker, uno de los más importantes espías nazis en Argentina, había rendido una declaración de 300 páginas. La nueva versión se redujo a 50.
El embajador norteamericano, Spruille Braden, apodado ´Cowboy´ Braden, que venía de ser embajador en Bogotá y hablaba español de corrido, había exigido al Gobierno argentino el arresto de Ludwig Freude. Este fue objeto de muchas noticias enviadas desde Argentina por agencias de noticias como la UPI, United Press International. En una entrevista Freude afirmó: “Soy un demócrata y he sido antinazi desde el nacimiento del nazismo. No conocí a Hitler, a Goering ni a ninguno de los otros líderes.”
Braden perdió la batalla contra Freude y también perdió la que libró con El libro azul, un volumen en el que acusó a Perón y a los militares argentinos de colaboración con los nazis. The Blue Book, por el color de la pasta, contenía varias verdades:
- Miembros del gobierno militar argentino colaboraron con agentes enemigos para fines de espionaje lesivos del esfuerzo bélico de las Naciones Unidas.
- Sucesivos gobiernos argentinos conspiraron con el enemigo para obtener armamento de Alemania.
- Desde poco después de Pearl Harbor hasta la rendición incondicional del enemigo, sucesivos gobiernos argentinos acoplaron solemnes afirmaciones de máximo cumplimiento con promesas solemnes de futuro comportamiento.
- El régimen del presidente Ramírez aseguró al régimen nazi de la intención de no romper relaciones.
Braden lanzó el libro dos semanas antes de la elección de Perón como presidente en febrero de 1946. Perón le devolvió la descarga con afiches callejeros que decían: Braden o Perón. El voto peronista ganó con ventaja de 53 % sobre el candidato de la Unión Cívica Radical.
Durante el Gobierno de Perón, Estados Unidos pidió la entrega de algunos espías nazis y la deportación de otros. Era una petición ilusa. Solo muy pocos fueron deportados a Alemania. Los demás, que ya habían sido liberados después de la captura en 1944, fueron advertidos de una nueva ronda de detenciones para que pudieran escapar. Hans Harnisch, el espía que organizó la misión de Osmar Alberto Hellmuth, recibió un día un telefonema del jefe de Coordinación Federal, capitán Abel Rodríguez, para que pusiera pies en polvorosa. Cuando Rodríguez se retiró del cargo entró a la nómina de la compañía de Ludwig Freude.
Osmar Alberto Hellmuth fue sometido a juicio en Buenos Aires cuando los ingleses lo liberaron al final de la guerra y lo deportaron. Un tribunal federal consideró que la fiscalía no había demostrado que eran falsas las manifestaciones de inocencia de Hellmuth. Fue liberado.