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Trump y su bomba atómica política
El presidente conservó las mayorías en el senado, pero la derrota republicana en la Cámara lo sacó de casillas. Al destituir al procurador Sessions y amenazar la investigación en su contra sobre la influencia rusa en las elecciones, les declaró la guerra a muerte a los demócratas. ¿Hasta dónde llegará?
El miércoles en la tarde, Donald Trump destituyó en forma fulminante al procurador general Jeff Sessions. De esa manera, el presidente de Estados Unidos decidió aplicar el viejo dicho de que quien pega primero pega dos veces. Y lo hizo de una manera especialmente humillante, para que el alto funcionario tuviera que salir el mismo día de su oficina, a la vista de todos sus colaboradores, sin el beneficio de disponer del fin de semana para sacar sus cajitas. El presidente ni siquiera se tomó el trabajo de llamar personalmente a Sessions, quien, para mayor sevicia, fue el primer congresista que apoyó a Trump cuando éste dio su primer paso hacia la presidencia.
Porque cuando ‘el Donald’ odia, lo hace con pasión. Y detesta a Sessions desde que éste se declaró impedido en los temas relacionados con las pesquisas del investigador especial Robert Mueller acerca de la posible colusión de su campaña con los rusos para derrotar a Hillary Clinton.
Evidentemente decidió destituirlo para comenzar a lanzar cargas de profundidad contra el trabajo de Mueller. De hecho, en una movida considerada increíble, no encargó del puesto de Sessions a su reemplazo esperado y lógico, el viceprocurador Rod Rosenstein, quien venía supervisando el trabajo de Mueller. A cambio, desafió a los demócratas al designar al jefe de gabinete de Sessions, Matthew Whittaker.
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La razón es que, al hacerlo, Trump puso en ese puesto crucial a alguien que ya ha manifestado expresamente su actitud adversa a la investigación de Mueller. En efecto, Whittaker ha dicho que las pesquisas han llegado demasiado lejos, las ha llamado cacería de brujas, ha defendido a Donald Trump Jr. en el tema de la famosa reunión con los rusos en Nueva York, y ha dicho que también habría que investigar a Hilary Clinton.
Ya algunos analistas habían previsto que el resultado de las elecciones congresionales podría llevar a Trump a reaccionar de esta manera. De hecho, al recuperar el control de la Cámara de Representantes, el partido Demócrata consiguió cambiar en buena parte el balance de poder en Washington. A partir de enero los opositores podrán tomar iniciativas particularmente molestas y hasta peligrosas para Trump, de las cuales impulsar la investigación de Mueller es apenas la primera.
Por eso Trump decidió golpear primero, quién sabe si a conciencia de que el siguiente paso, que Whittaker comience a desactivar la investigación al quitarle los fondos, como ha sugerido, o que Trump despida a Mueller, podría conducir al país a una crisis constitucional sin precedentes. En efecto, estaríamos ante un presidente de Estados Unidos dispuesto a destrozar de un plumazo el sistema de pesos y contrapesos fundamental en cualquier democracia.
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Por lo pronto, Whittaker expidió un comunicado en el que aseguró que dedicaría su paso por el puesto a garantizar los más altos estándares de profesionalismo y moralidad. Si esas palabras fueran sinceras, el nuevo procurador general debería declararse impedido por las opiniones que expresó cuando no tenía el asunto en sus manos. Eso seguramente le sugerirían sus propios asesores éticos, pero estamos en la era Trump, y esas palabras pueden esconder cualquier cosa.
Si Trump está, como parece haber demostrado, dispuesto a lanzar la bomba atómica contra la investigación de Mueller, los representantes demócratas podrían reaccionar activando las decenas de expedientes que tienen engavetadas en espera del triunfo del martes. En particular podría entrar en escena con fuerza el Comité Judicial, que con una mayoría demócrata podría tomar los temas en sus manos. No solo lo podría hacer en cuanto a adelantar su propia investigación sobre la influencia rusa en las elecciones, que incluye potenciales acciones del presidente para obstruir la justicia, como la destitución del director del FBI el año pasado, James Comey. También en cuanto a las posibles violaciones de Trump a las cláusulas constitucionales contra la corrupción. Ya tienen este trabajo hecho: un documento de 56 páginas bloqueado hasta ahora por los republicanos, titulado “Un récord de abuso, corrupción e inacción”.
También podrán impulsar otros temas como tratar de obligar a Trump a presentar su declaración de impuestos, algo a lo que el presidente se ha negado repetidamente, sin que se sepa muy bien por qué. Y explorar más a fondo los múltiples conflictos de interés que Trump tiene por todas partes del mundo, como por ejemplo con los gobernantes cada vez menos presentables de Arabia Saudita. Por no mencionar las acciones de su abogado Michael Cohen para ocultar los pagos a dos modelos para que no hablaran sobre sus relaciones sexuales con el magnate antes de las elecciones.
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Trump se prepara, con la destitución de Sessions, a dar la batalla de su vida, consciente de que tiene de por medio su reelección en 2020. Tiene a su favor el desempeño electoral de los republicanos en el Senado. Este permitió al partido de gobierno ganar varios escaños más que lo blindarían contra el temido impeachment, o destitución, cuyo procedimiento comienza precisamente en el Comité Judicial de la Cámara.
Pero sigue jugando con fuego. Tras conocer los resultados, Trump se lanzó a ridiculizar a sus propios copartidarios que perdieron sus curules tras distanciarse de él, y llegó incluso a insultar a los que ganaron tras haberle pedido su apoyo. El miércoles en la noche, los observadores se preguntaban hasta cuándo los senadores copartidarios de Trump seguirían tolerando sus burlas y humillaciones.
Entre tanto, muchos se preguntan hasta dónde han llegado las pesquisas de Mueller, un investigador ampliamente respetado, que además ha manejado el asunto con una discreción y un sigilo a la altura de su importancia. ¿Será que el magnate ya sabe lo que le viene pierna arriba?