DESARME
Peligrosa carrera armamentista: Amenaza nuclear de Estados Unidos y Rusia
Sin tratados que la limiten, Estados Unidos y Rusia comienzan una peligrosa carrera armamentista sin final cercano. Una explosión cerca del mar Blanco demostró que los rusos avanzan en ese propósito que angustia al mundo.
Esta semana, varios habitantes de pequeños poblados al noroeste de Rusia, cerca de las costas del mar Blanco, vivieron horas de nerviosismo que muchos compararon con los días que siguieron al desastre nuclear de Chernóbil. No era para menos. El jueves 8 de agosto, una explosión en la base militar de Nyonoksa dejó siete personas muertas, entre ellas cinco ingenieros nucleares, pero las fuerzas armadas y el gobierno guardaron silencio sobre las causas del accidente. Después de cinco días, la verdad comenzó a salir a la luz cuando militares estadounidenses afirmaron que el accidente había involucrado la explosión de un pequeño reactor nuclear, utilizado en el lanzamiento de prueba de un misil de crucero. Así, el gobierno de Vladímir Putin les habría ocultado a sus ciudadanos la verdad sobre un accidente nuclear que, si bien es millones de veces más pequeño que Chernóbil, no deja de representar un riesgo para la salud de cientos de personas. La Constitución rusa de 1993 prohibió explícitamente que el Estado guarde información clasificada sobre un hecho que implique riesgos para la salud pública. Sin embargo, lo ocurrido en la base militar de Nyonoksa demuestra que algunas decisiones del gobierno actual no se diferencian mucho de las que tomaba la Unión Soviética. Desde el 8 de agosto, hubo versiones contradictorias sobre los hechos.
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Amenaza nuclear
Primero, portavoces del gobierno afirmaron que la explosión se debía a un “incendio producido por una prueba militar”. Luego, el domingo, el Centro Nuclear Federal Ruso afirmó que tanto Nyonoksa como Severodvinsk, las dos poblaciones más cercanas a la base militar, presentaban niveles de radiación superiores a los normales. En algunas partes, la radiación era 16 veces más alta de lo habitual. Finalmente, y en gran parte gracias a la presión de los informes de inteligencia militar de Washington, los rusos aceptaron que el accidente involucró una “unidad líquida con isótopos”. En otras palabras: combustible nuclear. Aunque el gobierno ruso intentó mantener la calma, el martes la tensión se tomó la zona del accidente. Los gobernantes locales de Nyonoksa y Severodvinsk recibieron de las fuerzas militares la orden de evacuar los dos poblados en un tren destinado especialmente, pero no ofrecieron mayores explicaciones al respecto. La gente comenzó a preocuparse y en redes sociales muchos publicaron mensajes para preguntar por qué el gobierno central no aclaraba lo sucedido en la base militar. Sin embargo, y de nuevo sin muchos detalles, en horas de la tarde la evacuación se canceló de un momento a otro, como si nada hubiera pasado. Algunas instituciones no pudieron evitar decir la verdad, como la Agencia Rusa de Meteorología. Después del fallido desalojo, afirmó en un comunicado que los niveles de radiación sí estaban por encima del promedio, pero que “en ningún caso representan un peligro o riesgo para la salud humana”.
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El accidente de la base militar y el secretismo en torno al tema ha renovado el interés internacional por el control de las armas nucleares en el mundo. Mucho más si se tiene en cuenta que la explosión tuvo que ver con la prueba de un misil que la OTAN llama SSC-X-9 Skyfall, un proyectil que podría impactar cualquier lugar del globo tras pocos minutos de vuelo, gracias al combustible nuclear involucrado en el accidente de la semana pasada. Sin lugar a dudas, este episodio guarda una estrecha relación con una noticia que, para los expertos en armas nucleares, podría ser la puerta de entrada de una nueva carrera armamentista entre Estados Unidos y Rusia: el final del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF, por sus siglas en inglés).
El tratado, firmado por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en 1987, disminuyó la tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética hacia el final de la Guerra Fría. En concreto, estableció que ninguna de las dos partes fabricaría misiles de largo alcance (rangos entre los 500 y 5.500 kilómetros) con base terrestre. Durante décadas, las dos naciones mantuvieron su palabra y aplacaron los temores de una confrontación nuclear. Sin embargo, los actuales gobernantes se han encargado de borrar con el codo lo que sus antecesores hicieron con la mano. En efecto, desde hace años, incluso desde el segundo periodo de Barack Obama, Putin ha incumplido el tratado en varias ocasiones. Lo hizo durante la crisis de Ucrania, cuando observadores internacionales alertaron que el ejército ruso estaba alistando misiles cerca de Crimea. Y lo ha hecho recientemente, cuando a finales de 2018, en un discurso ante el Congreso, dijo abiertamente que Rusia tendría la tecnología más moderna del mundo para que sus misiles “impacten cualquier parte del globo”.
Los militares que operan los submarinos rusos están entrenados para activar los misiles nucleares de sus naves en caso de un ataque extranjero.
Por su parte, el gobierno de Donald Trump, en vez de denunciar las faltas de Putin, decidió retirarse del Tratado. A eso, el Kremlin respondió que “a pesar de no haber incumplido el INF”, ellos también se retiraban. Con o sin ese instrumento legal, Rusia ha invertido millones en fortalecer su armamento, muchas veces con experimentación nuclear. El año pasado, el Ministerio de Defensa ruso circuló un video en el que mostraba a Poseidón, un dron submarino capaz de destruir cualquier país que se atreva a atacar a Rusia. Según reportes de inteligencia norteamericanos, Poseidón todavía no ha alcanzado un nivel operativo. Putin no ha escondido su interés por retomar la carrera nuclear de los años sesenta y setenta, lo cual resulta sumamente peligroso. Combinados, los arsenales atómicos de Estados Unidos y Rusia suman más del 90 por ciento de ojivas nucleares del mundo entero (13.400). Y sin el INF, sumada a la falta de interés por renovar en dos años el Tratado Nuevo Comienzo, los dos países parecen empecinados en demostrar quién podría hacerle más daño al otro.
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Como le dijo a SEMANA Bonnie Jenkins, coordinadora del programa de Reducción de Amenazas del Departamento de Estado estadounidense: “Es demasiado pronto para afirmar que una nueva carrera armamentista ha comenzado. Sin embargo, la salida del INF y la poca probabilidad de que otros tratados se prolonguen, creó el ambiente propicio para que volvamos a los tiempos en que una carrera de ese estilo sea una realidad”. Jenkins añade que sin estos tratados, cualquiera de los dos países puede fabricar las armas que quiera sin “ningún tipo de restricción legal”. La funcionaria añade que “el temor a no saber qué tipo de armas tiene en sus manos la contraparte, fomenta a su vez la producción nacional de armamentos poderosos, lo que impide el diálogo y aumenta las tensiones”. Países europeos como Alemania o Francia, sumados a voces que conocen de primera mano los desastres de las armas nucleares, como Japón, han insistido en reforzar las medidas de no proliferación. Pero Estados Unidos parece haber tomado otro camino. En un comunicado al respecto, el gobierno autorizó avanzar en el desarrollo de dos nuevas ojivas nucleares y, muy probablemente, impulsará la fabricación de misiles de largo alcance, como ya lo hace Rusia. En el informe Manejando el riesgo: armas nucleares y geopolítica, del think tank Brookings Institution, los investigadores invitan al gobierno estadounidense a renovar uno de los tratados restantes, el Nuevo Comienzo, como una demostración de confianza entre la Casa Blanca y el Kremlin. Un reciente tuit de Donald Trump, donde lamenta la explosión en Nyonoksa, pero añade orgullosamente que su país tiene una “similar y mejor tecnología” que la rusa, evidencia que no tomará demasiado en serio la recomendación de los expertos.