REINO UNIDO
El triunfo del bufón
La victoria de Boris Johnson en las elecciones de Reino Unido abre la puerta al brexit sin condiciones, con consecuencias aún por cuantificar. Y enciende alertas sobre el futuro de la Unión Europea, y de su propio país.
El brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea) no tiene reversa, y la historia del que alguna vez fue un gran imperio enfrenta grandes interrogantes. El primer ministro, Boris Johnson, obtuvo 365 de los 650 escaños de la Cámara de los Comunes.Y de paso aplastó a su contrincante Jeremy Corbyn –del partido laborista– con una ventaja de 162 asientos. Con ello por fin tendrá la cómoda mayoría que necesitaba para ejecutar su plan estrella de sacar al reino como sea del bloque de los 27 antes del 31 de enero de 2020. Johnson ganó con un discurso lleno de vacíos. Sus críticos señalan que su principal promesa, “Get Brexit done!”, (“¡Ejecutemos el brexit!”) –la misma de hace cuatro meses– es un eslogan, más que un plan concreto. Desde que subió al poder en julio, Johnson solo ha dado pasos en falso, y atentado contra la independencia de los poderes. Por ahora, lo único seguro es que su elección transformará profundamente a su país, y que el cinismo de Johnson logró calar en el electorado.
El brexit marcó estas elecciones, consideradas por expertos las más importantes desde la Segunda Guerra Mundial. La democracia del Reino Unido desde hace tres años ha girado en torno a este, y no hay indicios de que vaya a cambiar por lo pronto. Johnson, quien desde hace cuatro meses ocupa el cargo de primer ministro, llamó a elecciones anticipadas asumiendo los riesgos de perderlo todo, cuando se vio atado de manos porque en septiembre perdió su débil mayoría parlamentaria.
Los británicos enviaron un mensaje contundente: rechazaron la oferta del candidato laborista Jeremy Corbyn de hacer “un cambio real”, y dar un giro fuerte a la izquierda con ideas como nacionalizar el ferrocarril, el agua, la energía y las redes de telecomunicaciones. Por contraste, la victoria de Johnson fue histórica porque marca un antes y un después en el porvenir del país en un momento crucial, y también porque es la victoria conservadora más decisiva desde la tercera elección de Margaret Thatcher en 1987. De hecho, los conservadores ganaron en Inglaterra y Gales, naciones históricamente laboristas. Así, perdieron asientos que habían mantenido por décadas en áreas otrora industriales como la región central, y el norte de Inglaterra.
Este cambio en las lealtades electorales supone, a su vez, un cambio en el panorama político. Pero esto no se debe a que el premier sea excesivamente popular, pues también influye que la estrategia de los laboristas era una carrera hacia el fracaso. Como le dijo a SEMANA, D.Roderick Kiewiet, profesor de ciencia política de la Universidad de Caltech, “los laboristas empezaron la campaña en una posición terrible porque un gran segmento del partido es ‘probrexit’, mientras que otro gran segmento lo odia. Corbyn trató de aglomerar a ambos sectores prometiendo otro referéndum, pero eso tuvo el efecto contrario”. También influyó la ambigüedad de Corbyn con relación al brexit.
La elección era, en últimas, una disputa por el extremo menos radical, o al menos, el que mantuviera cierta continuidad. Las propuestas de nacionalización de sectores económicos de los laboristas aterraron a los inversores que le dieron su voto a los tories (conservadores). Consciente de que muchos de sus votos fueron “prestados” (para contener el mal peor) Johnson, populista de corazón, dio un discurso inusualmente conciliatorio. Como sabía que con el apoyo de su base no le alcanzaba, propuso invertir en el Servicio Nacional de Salud, en la educación, y contra el cambio climático, pues los tories llevaban limitando el presupuesto para estas causas desde 2008, cuando se desplomó la economía. A eso se suma que la volatilidad del brexit ha generado pánico en los mercados. En el segundo trimestre de este año, el producto interno bruto (PIB) del país se redujo un 0,2 por ciento respecto al primero, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONS).
Johnson ganó, también, por el agotamiento de un electorado cansado de discutir las mismas cosas una y otra vez. La convulsión política y el caos se han apoderado de la política británica desde 2016, cuando los británicos, inesperadamente, decidieron salir de la Unión Europea en un referéndum. Desde entonces la política ha girado sobre el mismo eje. Por eso los británicos tienen la sensación de haberse quedado atascados en el tiempo. Ahora solo quieren es pasar la página, aunque ello signifique entregarle las llaves del 10 de Downing Street a alguien no apto para gobernarlos. Alguien que, como Johnson, ya ha atentado contra la democracia, lo que le ha valido comparaciones con Donald Trump, por su discurso nacionalista y por su estilo bárbaro y sin filtros. El premier demostró en forma contundente su falta de respeto por las instituciones hace un par de meses, cuando cerró el parlamento para evitar que aprobara una prórroga al brexit. Además, sacó de las filas de su propio partido a parlamentarios que tenían más de 30 años de carrera (incluido al nieto de Winston Churchill) en respuesta por no apoyar su decisión de sacar a su país de la UE sin acuerdo alguno. Expertos coinciden en que ese sería el escenario más dañino para ambas partes.
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Retos del Brexit
Johnson tendrá que hacerle frente a la titánica tarea de rediseñar las relaciones comerciales de su país ahora que perderá los beneficios de pertenecer a la UE. No hay que olvidar que un tercio de la comida que ponen los británicos en su mesa viene de la misma sin aranceles. Eso sin contar los efectos migratorios y humanitarios, para solo mencionar unos pocos de los cambios negativos que deberán enfrentar millones en su día a día. Y además, Johnson deberá enfrentar el movimiento separatista de Escocia, cuya primera ministra, Nicola Sturgeon, anunció un nuevo referendo al respecto. Ese tema promete tensiones crecientes a futuro, pues los escoceses no quieren dejar la UE. Boris Johnson es una paradoja andante. Llegó al poder con la promesa de sacar a Reino Unido del punto muerto en el que está desde hace tres años, pero pretende unificar a su país cuando él mismo es una figura polarizante.
Su carrera está plagada de escándalos. Pero, como Donald Trump, ha intentado utilizar esto a su favor, pues su habilidad para manipular lo ha beneficiado políticamente. Cuando era un niño quería ser “el rey del mundo”, pero le tocará conformarse con ser primer ministro de un país atrapado en la nostalgia del imperio que alguna vez fue. Johnson, un político insustancial, se despeina deliberadamente antes de salir en cámaras para dar una imagen
de jovialidad. Durante la campaña, cambió neumáticos de carros de carrera, cató whisky en Escocia, y hasta esquiló ovejas.
Indudablemente tiene carisma, pero carga con la responsabilidad histórica de haber promovido la salida de su país de la Unión Europea a punta de mentiras, lo que incluso le generó líos con la justicia. Dijo que su país perdía 350 millones de libras esterlinas a la semana por hacer parte del bloque, por ejemplo. Su problemática relación con la verdad no es novedad. Desde su época de periodista en el Daily Telegraph, el hoy primer ministro mostró total desprecio por los hechos factuales. En ese entonces lo echaron de su trabajo por falsificar una cita de Eduardo II.
En la teoría, Johnson podrá sacar a su país de la Unión Europea, pero en la práctica las cosas son diferentes. Aún suponiendo que el Parlamento –donde ahora el premier tiene una cómoda mayoría– apruebe la negociación de divorcio existente, comenzará otra nueva y potencialmente desgastante negociación con la Unión Europea, mientras el periodo de transición entra en efecto. Según expertos ese proceso puede demorar años, pero Johnson promete hacerlo en 11 meses. Es decir, tenerlo listo en diciembre de 2020. Pero el del brexit no es el único vacío en las propuestas de Johnson. Tampoco ha detallado un plan concreto para hacerle frente a su promesa de mejorar el sistema de salud, ni cómo piensa financiar la educación superior. En palabras del recordado político británico Tony Benn, “No hay victoria final, no hay derrota final. Solo está la misma batalla que se pelea una y otra vez”.