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India en la carrera espacial
India anunció sus intenciones de enviar una misión tripulada a la Luna. Una demostración más de que la carrera espacial del siglo XXI estará más concurrida que nunca. Incluso participan empresarios privados.
Este mes, el mundo entero recordó el aniversario 50 de la llegada del hombre a la Luna. En 1969, las imágenes de Neil Armstrong en la superficie lunar simbolizaron la supremacía de Estados Unidos en el tema y reforzaron su influencia geopolítica, para ese entonces disputada con el otro gigante: la Unión Soviética. Durante gran parte del siglo XX esos dos países prácticamente monopolizaron los avances en materia espacial. Pero el lunes de esta semana, en medio de las conmemoraciones de la misión Apolo 11, el Gobierno de India celebró el despegue de la misión Chandrayaan-2, que a finales de septiembre terminará con el primer alunizaje de una nave de ese país.
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El presidente Donald Trump manifestó en las celebraciones que Estados Unidos regresaría al satélite natural. Pero lo cierto es que los Gobiernos de ese país y de Rusia ya no invierten tantos recursos para mandar astronautas al espacio. En cambio, naciones emergentes como India y China buscan abrirse paso, mientras algunos multimillonarios como Jeff Bezos y Elon Musk ven en el espacio una oportunidad.
Narendra Modi
Nacionalismo espacial
Narendra Modi, primer ministro de India, tuiteó el lunes: “El despegue del Chandrayaan-2 demuestra la proeza de nuestros científicos y la determinación de 1.300 millones de indios para sobrepasar las nuevas fronteras de la ciencia. Hoy, ¡todos los indios se deben sentir muy orgullosos!”. Su tono victorioso refleja que para su Gobierno, esta misión no solo tiene que ver con la ciencia o con la exploración del espacio, sino también con algo mucho más ambicioso: despertar y promover un orgullo nacionalista indio. Precisamente, esa fue parte de la estrategia de Modi para hacerse reelegir en su cargo.
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Desde que llegó al poder, el mandatario ha hecho todo lo posible para convencer a los indios de que su país tiene lo necesario para ser una de las potencias mundiales. Y no solo en términos económicos, sino en frentes como el deporte y la ciencia. La grandilocuencia con que ha presentado la carrera espacial india (solo en la misión del Chandrayaan-2 ha gastado 140 millones de dólares) tiene un marcado tinte ultranacionalista que preocupa a muchos observadores.
Además de India, otra nación asiática tiene ambiciones espaciales: China. A diferencia de los años sesenta y setenta, cuando iba a la zaga en tecnología, hoy en día el Imperio del Centro es un líder indiscutible de la nueva carrera espacial. China puso a un hombre en el espacio en 2003, y actualmente tiene una considerable cantidad de satélites en la órbita terrestre. ¿Qué falta? El nuevo y apetecido destino: Marte. Sin mucho despliegue, el Gobierno de Xi Jinping ha invertido en investigación científica para que en el futuro cercano un chino pueda llegar de primero al planeta rojo.
Xi Jinping ha impulsado con determinación el programa espacial chino. El Gobierno no ha escatimado recursos para cumplir su objetivo: pisar Marte.
Así, el Gobierno de Beijing ha impulsado proyectos vanguardistas como la primera base de simulación de vida en Marte, un complejo turístico y científico ubicado en el desierto de Gobi, al noreste del país. Para la tercera década de este siglo, aseguran que pondrán a un hombre en Marte. América Latina no está por fuera de esta carrera. Brasil cuenta con un programa espacial desde los años ochenta, pero lo detuvo abruptamente en 2003, cuando ocurrió un fatal accidente en la base espacial de Alcántara y 21 ingenieros murieron en el momento en que reparaban una estructura metálica. Sin embargo, hoy todo indica que Brasil renovó su interés por el tema.
Jair Bolsonaro, presidente del gigante sudamericano, retomó un plan que dejó andando su predecesor, Michel Temer. Brasil no tiene las ambiciones de India o China, sin embargo, le apunta a competir con la Agencia Espacial Europea en un negocio importante: el satelital, que solo en 2017 dejó ganancias de 3.000 millones de dólares. En ese aspecto, su base de Alcántara compite con la europea en Guyana: ambos tienen una ventaja envidiable, pues su posición geográfica en la esquina nororiental de Suramérica, sobre el Atlántico, permite lanzar cohetes a la órbita con un ahorro de recursos del 30 por ciento. Los brasileños esperan que los congresos de Washington y Brasilia aprueben el acuerdo que ratificaron Trump y Bolsonaro en marzo: Estados Unidos podría utilizar la base a cambio de financiar una serie de renovaciones tecnológicas en Alcántara.
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El espacio privatizado
El negocio de los satélites se convirtió en un campo abierto desde 1986, cuando la Nasa dejó de llevarlos al espacio tras el siniestro del transbordador Challenger, que se desintegró a los pocos segundos del lanzamiento y cobró la vida de los siete tripulantes. Eso abrió inicialmente las puertas de ese mercado a otros países, incluido Japón. Y con el paso de los años, atrajo a los grandes empresarios de Estados Unidos. Hoy en día, a un buen número de millonarios estadounidense les interesa el espacio, ese lugar que promete expandir el consumo capitalista más allá de la órbita terrestre. Dos empresas llevan la delantera. SpaceX, la compañía del excéntrico Elon Musk, fundador de Tesla, tiene dos grandes objetivos: reducir los costos de los vuelos para abrir el turismo espacial, y facilitar una eventual colonización y explotación de los recursos de Marte y la Luna. Hasta el momento, la compañía de Musk ha logrado con éxito 64 lanzamientos, una cifra bastante significativa para una firma privada.
Jeff Bezos, el hombre más rico del planeta según Forbes, fundó Blue Origin en septiembre del año 2000. El cohete New Shepard ofrece viajes de 11 minutos para estar brevemente en el espacio y luego regresar a la Tierra.
Por otro lado, Blue Origin, creada por Jeff Bezos en el año 2000, también ha diseñado dos modelos de naves que ha llamado New Shepard y New Glenn. La compañía busca reducir los costos (al igual que SpaceX) con el principio de la reutilización. Como es sabido, el valor de las misiones sube enormemente porque las naves son desechables. Pero la tecnología de Blue Moon permite viajes breves para que queden intactas y puedan usarse una y otra vez. Así mismo, el millonario británico Richard Branson tiene su propio proyecto en marcha, aunque sus naves de prueba aún no han superado la línea de Kármán, que marca el límite entre la atmósfera y el espacio exterior.
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Elon Musk fundó SpaceX con la promesa de llegar a Marte cuando los avances científicos lo permitan. La cabina Dragon Crew ya ha superado con éxito varias pruebas en el espacio.
La celebración de los 50 años del Apolo 11 revivió la vieja pregunta de para qué sirvió que la humanidad llegara a la Luna. Hoy parecen consolidarse dos respuestas: para alimentar los nacionalismos populistas, como sería el caso de Estados Unidos, Rusia, China e India. O para abrir campos de negocio inimaginables hace algunos años, como quieren tantos en el sector privado.