IRÁN

El acuerdo nuclear con Irán se desmorona

El Viejo Continente intenta salvar el acuerdo con Irán, pero se enfrenta a la política de “presión máxima” de Donald Trump y a la arriesgada estrategia de provocaciones de la nación persa. El mundo teme una guerra.

4 de agosto de 2019
El 22 de julio, fuerzas iraníes detuvieron el petrolero británico Stena Bulk (foto). Lo hicieron en retaliación por la captura del iraní Grace One en el estrecho de Gibraltar. | Foto: foto: ap

Las aguas que abrazan el estrecho de Ormuz han presenciado durante décadas el conflicto entre los países limítrofes y las potencias occidentales por el oro negro. Este pasillo marítimo entre la península omaní de Musandam y la bahía iraní de Bandar Abbas emergió como ruta de riqueza gracias a la explotación, desde 1951, de Ghawar, el campo petrolero más grande del mundo, situado al este de Arabia Saudita. En los años ochenta fue uno de los escenarios de la guerra entre Irak e Irán y, en los años 2000, de varias provocaciones entre el Estado persa y Occidente.

Este año, sus 38 kilómetros de ancho volvieron a ser el escenario de tensiones internacionales debido a la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear firmado en 2015. Este pacto internacional, que impide que la patria de los ayatolás enriquezca el uranio a porcentajes militares y que suprime las sanciones que asfixiaban el país, pende de un hilo desde que Donald Trump decidió en mayo de 2018 retirarse para, según él, intentar negociar un contrato más favorable.

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Las consecuencias para Irán son, sobre todo, económicas. El regreso de las sanciones significa la imposibilidad de vender su petróleo. Antes de que Estados Unidos saliera del acuerdo, el país exportaba al menos 2,5 millones de barriles al día, pero ahora saca solo 400.000. Su producto interno bruto cayó 3,9 por ciento en 2018 y podría desplomarse 6 por ciento más este año. El rial se ha devaluado vertiginosamente y la inflación no da tregua.

Donald Trump se queda sin opciones no bélicas contra Irán.

Ante la decisión de la Casa Blanca y hasta mayo de 2019, el gobierno iraní aplicó la llamada “paciencia estratégica”, táctica que consistía en esperar, respetar el acuerdo y entablar negociaciones con los aliados del pacto. Hoy, Teherán cambia de método y esgrime la “resistencia máxima”, que se basa en amenazar con cerrar el estrecho de Ormuz y llevar acciones de sabotaje contra los buques petroleros. El objetivo es provocar a Estados Unidos pero también mostrar a los europeos que la política de Trump puede tener un costo para ellos. Al sobrepasar el límite autorizado de 3,67 por ciento de enriquecimiento de uranio, como lo anunciaron recientemente las autoridades iraníes, Teherán endurece esa estrategia ofensiva. Si bien la dura postura que ha impuesto Washington se conoce de sobra, se han vuelto de vital importancia las decisiones o acercamientos que han tenido varios países de la Unión Europea en este espinoso asunto.

Donald Trump sabe que si impulsa a Irán a ir más lejos en sus represalias, Europa tendrá dificultades para defender el pacto. Esa táctica parece dar sus frutos.

Por ahora, la reacción de Europa se resume en desarrollar mecanismos económicos para evitar que Irán se ahogue con las sanciones norteamericanas y en llevar a cabo una política de apaciguamiento. Su estrategia financiera tiene un nombre: INSTEX (siglas en inglés de Instrumento de Apoyo a los Intercambios Comerciales). Se trata de un procedimiento complejo de pago basado en el trueque. Este dispositivo permite a un exportador europeo vender a Irán y recibir el pago de un importador europeo que compra productos a ese país de Medio Oriente. De esta manera, el dinero no sale del continente. Teherán, por su lado, creó STFI, un sistema idéntico para los exportadores e importadores persas. Así, Europa e Irán realizan un intercambio comercial sin flujo financiero entre ellos.

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No obstante, esta forma de pago no satisface las exigencias económicas de Irán, pues solo se aplica a las pequeñas y medianas empresas y al sector agroalimentario y farmacéutico. Además, lo más importante para esa nación es poder vender su petróleo, no sus dátiles ni su trigo. Incluso si INSTEX se logra abrir al comercio de oro negro, la demanda del Viejo Continente no sería suficiente. “Para que ese mecanismo funcione realmente, Europa debe ampliarlo y permitir a países como China o India utilizarlo para que Irán venda su petróleo a estas grandes potencias y así responder a sus necesidades económicas y reducir las consecuencias del bloqueo norteamericano. Pero, por ahora, INSTEX no funciona”, explicó a la revista SEMANA Thierry Coville, experto en Irán y en economías petroleras del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. La diplomacia también hace parte de la estrategia europea, que mezcla una dosis de comprensión y de presión. Al conocerse que Irán estaba enriqueciendo el uranio a 4,5 por ciento, un nivel prohibido por el pacto, el ministro de relaciones exteriores francés, Jean-Yves Le Drian, declaró que “Irán tomó malas decisiones en reacción a la mala decisión de Estados Unidos de retirarse del acuerdo”. Al mismo tiempo, con sus homólogos europeos, instó a la nación persa a respetar sus compromisos.

El presidente iraní, Hassan Rohani, parece obligado a asumir una posición radical frente a las sanciones.

La semana pasada, representantes de Irán y de los signatarios del acuerdo (Francia, Reino Unido, Alemania, Rusia y China) se reunieron y demostraron que el diálogo continúa. “Es necesario convencer a Irán de que la mejor política es la espera y que toda tentación de violar o salir del acuerdo volvería la situación aún más precaria”, le dijo a SEMANA Emmanuelle Maître, especialista en proliferación nuclear de la Fundación por la Investigación Estratégica, en París. Sin embargo, el ejercicio diplomático se dificulta en un clima de tensión. Donald Trump sabe que si impulsa a Irán a ir más lejos en sus represalias, Europa tendrá dificultades para defender el pacto. Esa táctica parece dar sus frutos. Por ejemplo, el Reino Unido, favorable oficialmente al acuerdo nuclear, se ha visto entre la espada y la pared luego de que los guardianes de la revolución confiscaron un buque petrolero con bandera británica, hace dos semanas. Según las autoridades iraníes, un choque entre un barco de pesca y el navío europeo los obligó a amarrarlo en el puerto de Bandar Abbas para investigar las causas del supuesto accidente. Para Londres, esta versión es falsa.

El sábado los países firmantes del acuerdo nuclear (Francia, Reino Unido, Rusia, Alemania y China) reunidos en Ginebra, reiteraron su postura de proteger lo acordado en 2015.

El gobierno británico interpretó esa medida como una represalia de Irán por la retención de uno de sus buques el 4 de julio en Gibraltar por, según Londres, violar el embargo sobre el envío de petróleo a Siria. Y pidió la liberación inmediata del barco y de sus 23 tripulantes mientras amenazaba a los persas de “serias consecuencias”. Luego de este episodio, el Reino Unido propuso desplegar una misión naval europea en el golfo. Las autoridades iraníes calificaron inmediatamente esa sugerencia como un “mensaje hostil” y “provocador”. De igual manera, hay que tener en cuenta que la llegada de Boris Johnson al número 10 de Downing Street supone un peligro mayor para las ya tensas relaciones diplomáticas entre los dos países. Si bien su antecesora Theresa May mantuvo una posición prudente con Teherán, el estilo explosivo y amenzante de Johnson puede echarle leña al fuego en un momento en que se imponen la paciencia y la diplomacia. Todo puede pasar, sobre todo si se tiene en cuenta la cercanía de Johnson con Trump.

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En medio de ese contexto ardiente, los petroleros continúan su tránsito por Ormuz, asediados por minas iraníes y escrutados por drones norteamericanos. El juego es delicado y cualquier paso en falso puede ser explosivo. Europa sabe que debe apresurarse en encontrar una salida a la crisis antes de que Trump o, incluso algún miembro de la Unión Europea, suban el tono y el acuerdo nuclear estalle en átomos volando.