MÉXICO

México: un país ilusionado con López Obrador

El nuevo presidente Andrés Manuel López Obrador, que toma posesión el 1 de diciembre, encarna el cambio profundo: un nuevo orden político, la victoria mayoritaria de la izquierda, la ruptura del modelo económico neoliberal y la visión de una sociedad más igualitaria.

24 de noviembre de 2018
Una vez asuma la presidencia el próximo 1 de diciembre, Andrés Manuel López Obrador impulsará la "pacificación del país", una de sus principales banderas. | Foto: afp

Cuando el Instituto Nacional Electoral (INE) anunció el primero de julio que el veterano político de izquierda Andrés Manuel López Obrador había obtenido 53 por ciento de los votos, las lágrimas de miles no se hicieron esperar y el Zócalo capitalino, así como muchas otras plazas del país, se llenaron de gente. No era una manifestación más de descontento y protesta. Al contrario, multitudes marcharon, se abrazaron y cantaron para celebrar el triunfo de la democracia y de su candidato. Esa noche de lluvia y esperanza, Amlo les dijo: “Por el bien de todos, primero los pobres… No les voy a fallar”.

El sábado, cuando realice su ‘toma de protesta’ (posesión) ante el Congreso, el nuevo presidente recibirá la banda presidencial de manos del presidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo. Tras esta ceremonia, López Obrador hablará a los mexicanos desde el Zócalo de la Ciudad de México y luego bajará a recibir otra muy significativa ‘banda presidencial’: los representantes de los pueblos indígenas le entregarán el tradicional ‘bastón de mando’.

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“Esta es una elección histórica para México porque por primera vez en la historia contemporánea la izquierda llega al poder federal, con un respaldo nunca antes visto de más del 50 por ciento de los votos”, dijo a SEMANA el politólogo José Ignacio Lanzagorta. Resalta que después de poco más de 30 años de avanzar en un esquema tecnocrático de reducción del Estado y orientado al mercado, ha triunfado una opción crítica de este modelo que pone el énfasis en una orientación nacionalista y enfocada en los más pobres.

Hace cinco meses, el 1 de julio, AMLO ganó la presidencia con el 53 por ciento de los votos. Una multitud lo acompañó en la plaza del Zócalo.

Andrés Manuel, como muchos lo llaman, es un mexicano del común nacido en 1953 en Tepetitán, Tabasco. Sus padres eran comerciantes y la familia –cinco hijos– vivió de un almacén de ropa y zapatos en Villahermosa, capital del estado. Entre su trayectoria política presidió el Partido de la Revolución Democrática (PRD), fue jefe de gobierno del Distrito Federal (hoy Ciudad de México) y candidato a la presidencia de la República derrotado en 2006 y 2012.

También fue delegado del Instituto Nacional Indigenista (INI). Durante más de cinco años (1977 a 1982) vivió con las comunidades chontales, un pueblo de origen maya. Su enorme empatía con la gente lo ha llevado a recorrer México, más de 2.050 municipios. Hasta sus detractores reconocen el profundo amor y conocimiento que tiene el Peje, apodo que hace referencia al pejelagarto, un animal combinación entre pez y lagarto originario de su natal Tabasco.

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Es un hombre austero, que representa a la gente de a pie y cuya imagen rompe con la idea de que solo puede gobernar la élite corrupta y ostentosa. Su sencillez lo llevó a rechazar una camioneta descapotable para hacer los recorridos el día de su toma de protesta, y lo va a hacer en su Jetta blanco. No tiene guardaespaldas porque dice que el pueblo lo cuida. No vivirá en la residencia oficial de Los Pinos, sino en su apartamento en una colonia de clase media al sur de la ciudad.

Para enfrentar la inseguridad en el país, AMLO propone un Plan Nacional de Paz para crear una Guardia Nacional. Sus detractores tachan la propuesta de militarista.

Viaja en aerolíneas comerciales y va a vender el avión presidencial que compró Enrique Peña Nieto porque, como él mismo ha dicho, “no voy a ofender al pueblo mexicano”. Su esposa, la escritora Beatriz Gutiérrez Müller, no quiere ser “primera dama” y propuso eliminar esta figura que considera “elitista”, pues ella no es primero que nadie.

¿Qué es “la cuarta transformación”?

Un tema recurrente del presidente electo es la llamada “cuarta transformación” de la vida pública de México. Habla de un cambio pacífico, sin violencia, pero profundo y radical. Anuncia que su sexenio va a ser otra ruptura como la del movimiento de independencia de los españoles; la guerra de la Reforma entre liberales y conservadores, que conllevó a la separación entre la Iglesia y el Estado, bajo el liderazgo de Benito Juárez, el personaje que más admira López Obrador; y la revolución, contra la dictadura de Porfirio Díaz.

Esa “cuarta transformación” aparece en el mayor contexto de violencia de la historia: de enero a julio de 2018 murieron 16.000 personas por cuenta de la lucha contra el narco. Además, este país enfrenta uno de los más graves problemas de corrupción que equivale al 10 por ciento del PIB, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde). Sin embargo, Amlo y su equipo saben que tienen a su favor la mayoría del Congreso y no pierden de vista las consignas de Andrés Manuel el día de su elección: “Por el bien de todos, primero los pobres”, “El combate a la violencia se logra combatiendo la desigualdad” y “La paz se consigue con justicia”.

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Una de sus propuestas se centra en la “austeridad republicana”, una forma de gobierno instaurada por Benito Juárez que elimina los privilegios abusivos en las entidades públicas. Bajarán los salarios, ningún funcionario podrá ganar al mes más de 108.000 pesos mexicanos (cerca de 6.000 dólares), el sueldo de Amlo. También serán eliminadas las pensiones a los expresidentes. Se acabarán la compra de automóviles nuevos y camionetas blindadas, el servicio de guardaespaldas y choferes, los viajes en helicópteros o aviones privados, y las costosas cenas y viáticos.

Otra de las banderas de gobierno de Amlo es la lucha contra la pobreza. Para él, “no puede haber un gobierno rico con un pueblo pobre”, así que prometió más y mejores programas de apoyo para grupos vulnerables. La educación pública gratuita y de calidad en todos los niveles de estudio es otro de sus compromisos clave de campaña.

También tiene el foco puesto en erradicar la corrupción y la impunidad. Dos fenómenos que el presidente electo “no permitirá bajo ninguna circunstancia”, hasta el punto de decir que, de ser necesario, castigará a amigos y familiares. En materia de seguridad, propuso sacar al Ejército a las calles y profesionalizar a la Policía a nivel nacional; en algún momento también planteó crear un proceso de amnistía y readaptación para los delincuentes. “Su apuesta es que el modelo económico consiga pacificar al país y, en tanto, requerirá de una nueva Guardia Nacional compuesta en parte por mandos militares. Al igual que con la corrupción, apuesta a una renovación moral como medida para garantizar los derechos humanos, pero las estrategias que ha planteado hasta ahora se antojan complicadas y endebles”, opina Lanzagorta.

En estados como Puebla, Veracruz o Tamaulipas el robo de combustible genera mayor inseguridad que el tráfico de droga.

¿Qué pasará?

La era Amlo tiene los principales retos en “bajar la violencia y reducir la tasa de homicidios en los primeros dos años. En segundo lugar, luchar contra la corrupción y la impunidad. Debe cuidarse de escándalos de corrupción en su gobierno porque eso sería criptonita para él. Y en tercer lugar, la relación con Estados Unidos. Eventualmente, tendrá que chocar con Trump; por ejemplo, al asumir una política clara respecto a los migrantes centroamericanos, y eso no va a estar bonito. También vislumbro muchas tensiones entre México y Brasil”, según dijo a SEMANA Carlos Bravo Regidor, profesor del Centro de Investigación y Docencia Económicas (Cide) de la Ciudad de México.

En Latinoamérica, los representantes del progresismo aplauden el triunfo de Andrés Manuel. Como dice Jesús Silva-Herzog, periodista y escritor, “la victoria de López Obrador significa la aparición de un referente político distinto al que ha prevalecido hasta ahora en las izquierdas latinoamericanas, que ha sido el vector bolivariano, la perspectiva chavista de la izquierda. La visión política de Amlo, si bien tiene una matriz populista, representa una idea distinta del cambio político”.

Escritores, artistas e intelectuales como Elena Poniatowska, Laura Esquivel Paco Ignacio Taibo II, John Ackerman, Carlos Pellicer y Emmanuel Lubezki, entre muchos otros, apoyan el nuevo proyecto de país. El “Amlove” está conformado por un gran grupo heterogéneo de mexicanos a quienes les duele un país que en diez años suma 28.000 desaparecidos y cerca de 180.000 muertos. Pero en términos de viabilidad, Silva-Herzog cree que “en muchos sentidos su gran propuesta política es, sobre todo, simbólica. Se trata de la aparición de un nuevo orden político, que él llama un nuevo régimen, incluso una especie de refundación nacional en la que se encuentran más símbolos que propuestas concretas con un diseño claro del rumbo”.

Amlo también tiene sus detractores. La “pejefobia” o “los fifís”, que usualmente pertenecen a las clases privilegiadas, fortalecen sus discursos discriminatorios y violentos que, más que criticar las posturas de gobierno, atacan el origen social del nuevo presidente, su forma de hablar pausado, el color de su piel y su acento costeño. Pero para sus “Amlovers”, “el viejito” es un buen tipo, y conoce y ama al país. Son fanes suyos como de una estrella de rock.

En medio de un escenario de hegemonía, escándalos de corrupción, desapariciones y matanzas aterradoras, las nuevas generaciones –12 millones de jóvenes que votaron por primera vez– le dieron al Peje su confianza. México huele a esperanza. n