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Putin sobre Ucrania y Xi Jinping sobre Taiwán: dos discursos similares
Tanto Rusia como China son hoy estados autoritarios y revisionistas, en el sentido de que quieren desafiar el orden mundial existente.
La guerra de Rusia para subyugar o desmembrar Ucrania ha alimentado la preocupación de que la República Popular China pueda utilizar pronto la fuerza contra Taiwán para hacer realidad el “sueño chino de reunificación nacional”. Esta preocupación se acentúa por el hecho de que, tres semanas antes de la invasión de Ucrania, Vladimir Putin y Xi Jinping emitieron una declaración de plena solidaridad durante la visita del presidente ruso a Pekín. ¿Entonces Ucrania y Taiwán comparten la misma lucha?
Tanto Rusia como China son hoy estados autoritarios y revisionistas, en el sentido de que quieren desafiar el orden mundial existente. Aunque la situación de Taiwán es bastante diferente a la de Ucrania en términos de derecho internacional, los discursos de justificación de Vladimir Putin y Xi Jinping convergen en lo esencial.
De hecho, las “narrativas” rusa y china se apoyan en dos pilares comunes: por un lado, la afirmación de una identidad nacional compartida, y posteriormente desgarrada, que debe ser restaurada; por otro lado, una preocupación geoestratégica provocada por una presencia militar potencialmente hostil de Estados Unidos o sus aliados en su entorno cercano, sinónimo de amenaza de cerco y desafío a su legítima esfera de influencia en su “territorio nacional”.
Además de estos argumentos, hay otro aspecto importante: el deseo de estos sistemas autoritarios de protegerse contra el “contramodelo” democrático encarnado en sus fronteras por Ucrania y Taiwán.
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Rusia: reivindicación de una identidad nacional compartida
Al igual que el de China, el actual régimen ruso puede describirse como nacional-capitalismo autoritario. En este tipo de régimen, la legitimación del autoritarismo moviliza en particular un discurso de identidad nacional.
No es de extrañar que esta lógica esté en primera línea de la narrativa rusa para justificar el desmembramiento de Ucrania, el objetivo proclamado de su acción militar. Vladimir Putin elaboró personalmente este discurso en un largo documento titulado “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos”, en el que se instrumentaliza la historia en apoyo de su política revisionista, que muchos historiadores no han dejado de denunciar.
Recordando la larga y complicada historia de una Ucrania desgarrada entre las esferas de influencia rusa y lituana-polaca, Putin argumenta que el movimiento de reivindicación de una identidad nacional ucraniana –principalmente cultural y lingüística–, que fue especialmente evidente a finales del siglo XIX, fue manipulado por el movimiento nacional polaco que luchaba contra la anexión de la llamada “Polonia del Congreso” por el Imperio ruso. Más interesante es su denuncia de la política soviética de nacionalidades en el futuro del espacio heredado de la URSS.
La agresión rusa no hizo más que reforzar la visión de la historia compartida por la mayoría de los ucranianos, según la cual su identidad nacional se había construido a lo largo de los siglos, sobre todo en oposición al imperio autoritario de los zares y luego a las autoridades comunistas. Siempre reprimido por las autoridades soviéticas, este programa de reflexión histórica se reavivó a finales de los años 80, con la perestroika, por iniciativa del Partido Comunista de Ucrania, según informa un historiador de Kiev que participó en este renacimiento.
Cabe señalar de paso que la anexión de Crimea a Ucrania por decisión del Soviet Supremo el 19 de febrero de 1954 –presentada en su momento por Moscú como un generoso regalo del hermano mayor con motivo del 300 aniversario del Tratado de Pereïaslav, y hoy como una ocurrencia de Jruschov– tenía como objetivo, de hecho, reforzar el peso del elemento ruso en una república en la que los movimientos que desafían el orden ruso-soviético no se habían extinguido.
La retórica de China
La retórica china que justifica la necesaria “reunificación” con Taiwán tiene ciertamente una legitimidad a priori en términos de derecho internacional, ya que, en principio, los propios Estados Unidos no discuten la pertenencia de la isla a China. Sin embargo, esta reunificación se presenta como el último vestigio de los “tratados desiguales” que hay que borrar para realizar el “gran sueño chino”.
Es cierto que fue a través del Tratado de Shimonoseki en 1895 como Japón se apropió de la isla de Taiwán. Sin embargo, los distintos gobiernos chinos no reclamaron la devolución de Taiwán a la madre patria durante varias décadas. Hasta 1942, cuando se exigió la restitución de Manchuria, Taiwán solo aparecía como un territorio que liberar de la ocupación japonesa, del mismo modo que Corea y Annam, también antiguas colonias chinas.
Raramente mencionado, este punto está bien documentado por el historiador estadounidense Alan M. Wachman. En 1937, en sus entrevistas con el periodista Edgar Snow, Mao consideraba que el Partido Comunista debía ayudar a los taiwaneses a luchar por su independencia, posición que reiteró Zhou Enlai en julio de 1941. En 1938, el presidente nacionalista Chiang Kai-shek expresó la misma posición: “Debemos permitir que Corea y Taiwán recuperen su independencia, lo que beneficiará a la defensa nacional de la República de China”.
El avance vino de un actor inesperado, Franklin Delano Roosevelt. El 14 de agosto de 1941, la Carta del Atlántico dispuso la devolución de Taiwán a la República de China. Informado por sus relaciones con Estados Unidos, el Kouo-Min-Tang (el partido de Chiang Kai-shek) incorporaría este punto de vista en 1942. Al mismo tiempo, el Partido Comunista Chino hizo el mismo cambio de posición, que presentó como una iniciativa de los comunistas taiwaneses. Como señala Alan Wachman, este debilitamiento del argumento de la legitimidad histórica conduce a un cambio hacia el argumento geoestratégico.
Argumentos geoestratégicos
No vamos a repetir aquí la larga polémica sobre la legitimidad de la ampliación de la OTAN a las antiguas democracias populares, luego a los Estados bálticos liberados de la anexión soviética, e incluso, algún día, a Georgia y Ucrania. En cualquier caso, esta ampliación lleva a las fronteras de la Federación Rusa una coalición potencialmente opuesta a sus planes revisionistas de restaurar, por la fuerza si es necesario, la esfera de influencia heredada del Imperio zarista y de la URSS. El siguiente vídeo fue publicado por un diplomático chino, una señal reveladora del alineamiento de las posiciones de Pekín y Moscú en este tema del cerco:
Como alianza defensiva, no es probable que la OTAN emprenda acciones ofensivas contra Rusia, cuyas preocupaciones en este punto están, como mínimo, sobrevaloradas. Sin embargo, la ampliación de la OTAN habrá limitado sin duda su capacidad de actuación en los países que considera parte de su “extranjero cercano” (aunque no le habrá impedido prestar apoyo militar a las “repúblicas separatistas” controladas por minorías rusoparlantes y rusófilas, desde Transnistria hasta Abjasia y Donbass). Sin la presencia militar occidental en los países vecinos, es difícil ver cómo el ejército ucraniano podría haber resistido con tanta eficacia la ofensiva rusa de febrero de 2022.
Utilizando una terminología que recuerda al discurso alemán de antes de la Primera Guerra Mundial, Rusia afirma que la presencia militar occidental pretende “rodear” su territorio. Del mismo modo, la autonomía de Taiwán bajo la protección de Estados Unidos es, a ojos de las autoridades chinas, el anclaje de una barrera que cierra los mares de China a lo largo de la “primera cadena de islas”.
El manual sobre la geografía militar del Estrecho de Taiwán publicado en 2013 por la Academia de Defensa de Pekín contiene una presentación muy explícita de lo que está en juego geoestratégicamente en la posesión de Taiwán: el control de la isla es vital para protegerse de un bloqueo, al mismo tiempo que amenazaría las comunicaciones de Japón; y proporcionaría a la Marina del Ejército Popular un acceso sin obstáculos al Océano Pacífico y una influencia decisiva sobre los estados de la región, según informan los investigadores William Murray e Ian Easton.
Por muy reales que sean las apuestas estratégicas y geopolíticas, nos parece que hay una dimensión adicional en la motivación rusa y china para acabar con el estatus respectivo de Ucrania y Taiwán.
El argumento político
La denuncia conjunta de las “revoluciones de colores” por parte de Putin y Xi Jinping llama la atención sobre el hecho de que estos líderes de regímenes autoritarios ven una amenaza en las democracias que tienen a sus puertas. La democracia funciona ciertamente mejor en Taiwán que en Ucrania, pero en ambos casos, estos pequeños países demuestran que tanto los exsoviéticos como los chinos pueden vivir perfectamente fuera de las dictaduras.
Si durante años Moscú ha sido tan sistemático en denigrar la democracia ucraniana es porque este régimen, por su propia existencia, contradice la narrativa del Kremlin. Como dice el periodista Jean-François Bouthors, “para Vladimir Putin, dejar que Ucrania avance en esta dirección democrática es imposible. ¿Cómo puede sostener, por un lado, que la autocracia que impone en el país está justificada por una determinada civilización rusa y, por otro, que, como afirma, los ucranianos no son diferentes de los rusos, cuando estos han optado por la democracia?”. [Desde su punto de vista, el poder en Moscú se vio realmente amenazado por el experimento democrático ucraniano.
Por su parte, las académicas Kelly Brown y Kalley Wu Tzu-Hui señalan que Taiwán presenta ahora un modelo alternativo de modernidad y democracia en el mundo chino; esta es, según ellas, la principal razón por la que Pekín tiene un problema con Taiwán: “Trouble with Taiwan”, la frase elegida como título de su libro publicado en 2019.
Aunque este argumento es discreto en la comunicación al “norte”, es bien recibido en muchos países del “sur”, para quienes la postura rusa y china tiene el mérito de romper con un sistema democrático liberal dominado por Estados Unidos, que se apresura a sancionar los excesos a los que el frente de los regímenes nacional-capitalistas autoritarios está acostumbrado por naturaleza.
Por: Pierre-Yves Hénin
Professeur émérite en économie, Université Paris 1 Panthéon-Sorbonne
Artículo publicado originalmente en The Conversation