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Reina Isabel II | El extraño arcoíris doble que se vio en el cielo de Londres tras su muerte
La reina falleció a los 96 años y fue una de las monarcas en el mundo que mayor tiempo estuvo en el trono.
Este jueves 8 de septiembre el mundo fue sorprendido por uno los sucesos que marcarán la historia moderna. La muerte de la reina Isabel II no solo enluta a todo el planeta, sino que también dejó consigo un fenómeno natural sobre el cielo de Londres.
En redes sociales muchos internautas expresaron sus condolencias con la familia real y manifestaron su profunda tristeza a raíz del fallecimiento de la monarca. No obstante, algunos habitantes de Londres también compartieron por sus redes sociales un fenómeno natural que adornó el cielo luego de conocerse la triste noticia sobre la muerte de la reina.
En este sentido, un particular arcoíris doble fue evidenciado, registrado y compartido por usuarios en las redes sociales que acudieron al palacio de Buckingham, tras enterarse de que la reina se encontraba mal de salud.
Allí, justo detrás de la fachada del palacio, el arcoíris posó para acompañar en su espera a quienes llegaron a la casa de la reina y estar pendientes de su estado de salud.
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The sun has appeared behind Buckingham Palace with a double rainbow 💗#QueenElizabeth pic.twitter.com/S4GbujeWOh
— Robyn Haque (@robyn_haque) September 8, 2022
Por otra parte, varios de los internautas manifestaron que este fue una cálida despedida de la reina Isabel para quienes fueron a rendirle homenaje.
Muere la reina Isabel II de Inglaterra. Luto en el mundo entero
El mundo comenzó a pensar en lo inevitable cuando llegó el primer comunicado del palacio de Buckingham. “Después de una evaluación adicional esta mañana, los médicos de la reina están preocupados por la salud de su majestad y han recomendado que permanezca bajo supervisión médica”, decía el texto oficial.
La palabra preocupación no suele estar en las comunicaciones de la realeza. La agenda de la monarca se canceló y ella se recluyó en Balmoral, ese castillo idílico en Escocia donde ella contaba que pasó sus mejores momentos. El planeta enteró comenzó a temblar. La humanidad fue testigo de ese angustiante minuto a minuto.
Primero se anunció que el príncipe Carlos y Camilla Parker habían salido a Balmoral de urgencia. Luego, también viajaron William y Kate. Después, Harry y Meghan partieron desde Londres. Al final, la noticia se confirmó y el planeta se estremeció. El Reino Unido sin la reina Isabel II, un escenario que nadie quería imaginarse.
La monarca había sido por 70 años el símbolo más importante y querido de ese país. Había sobrevivido guerras, decenas de primeros ministros, varios papas. Ningún escándalo la había hecho ni siquiera tambalear y aun en la novelesca vida llena de intrigas, celos, infidelidades y peleas de la casa real británica, había logrado mantener siempre la sabiduría y la calma.
La reina Isabel II siempre supo lo que era. Una anécdota refleja el enorme poder de convicción de su cargo. Una vez se trenzó en una pelea con la reina madre, que le espetó: “¿Quién crees que eres?”, a lo que su hija contestó: “La reina, mami, la reina”. El chiste refleja su humor pícaro, pero no su real modo de ser.
Su historia de vida es fascinante. Su coronación, en 1953, fue ante todo un sacramento, por el que aceptó cumplir con un magisterio más que con un servicio político. Con devoción, pero también con astucia, se volvió la exitosa jefa del Estado que tuvo el trono británico, lo cual se repetirá difícilmente.
Según The Times, para hacerse a una idea de cuánto ha abarcado la reina, si su coronación fue vista por 20 millones de espectadores en el entonces raro televisor en casa de un privilegiado vecino, la de su sucesor la presenciarán miles de millones, muchos desde su teléfono inteligente. Si en 1955 la casa real envío 395 telegramas de felicitación a ciudadanos que cumplían 100 años, en 2020 la cifra ascendió a 16.254.
Y pensar que cuando subió al trono recibió los pedazos rotos de un imperio en que no se ponía el sol. Le esperaba ceder, con una sonrisa, más poder del que habían perdido sus antecesores. No tenía cómo definir una era, como Isabel I o Victoria I, señaló el diario. Pero a punta de constancia, de leer el ánimo de la nación, de vivir en el presente y de hacerse la mujer confiable y digna con la que todos quieren ser asociados, regeneró el trono.
Hizo de la monarquía una institución “que permea las capas más profundas de la sociedad y que, como ninguna otra, atiende las necesidades cotidianas del país, agradeciendo y visitando a quienes lo requieren”, según su biógrafo Robert Hardman.
Pocos han lidiado tantos escándalos familiares, pero ella es la única que jamás avergüenza al país. De ahí que el apoyo de los británicos haya sido abrumador aun en las horas más bajas. Y que la tristeza se haya apoderado del Reino Unido y del planeta ahora que ya no está.
Siempre fue dueña de lo que callaba y por eso encarnaba un misterio. Si un huésped ilustre la tentaba con hablar de política (lo tiene prohibido), sagazmente respondía: “Interesante, señor presidente, creo que el secretario de Exteriores querrá tratar eso con usted”.
Casi llegó a los 100 años, envejecida, pero no caducada. Y hasta el último día ostentó autoridad. Maestra del soft power, nunca estuvo en el crepúsculo, sino en la cima, mientras que su reinado y su vida extraña y compleja engrosaron los anales de los récords y la historia.