ESTADOS UNIDOS
¿Quién es Roger Stone, el agente del caos de la política norteamericana?
El presidente superó los límites al perdonar a su exasesor, condenado por delinquir a su favor. ¿Quién es este hombre a quien le atribuyen haber introducido las mentiras en la política norteamericana?
Estaba contra las cuerdas. Roger Stone, estratega y asesor político de las campañas presidenciales de Richard Nixon, Ronald Reagan, George W. Bush y su amigo Donald Trump, estaba a punto de pagar una condena de 40 meses en una prisión federal en Georgia. Había sido condenado por mentirle al Congreso sobre la campaña de descrédito contra Hillary Clinton, lanzada por el entorno de Trump en 2016 en coordinación con WikiLeaks y Rusia, y de haber manipulado, al menos, a un testigo. Pero cuando su suerte parecía echada, apareció Trump, quien, en una nueva muestra de lo poco que le preocupa socavar la institucionalidad, le perdonó su condena sin razón alguna.
La decisión presidencial indignó a los demócratas, que ya no saben qué esperar del mandatario. No le importaron siquiera las advertencias de sus asesores en la Casa Blanca, quienes le dijeron que la medida sería “políticamente autodestructiva o, al menos, éticamente inapropiada”.
En febrero, con la sentencia de Stone a punto de salir, el magnate hizo que el Departamento de Justicia, prácticamente, anulara la intervención de los fiscales del caso que recomendaban imponer una sentencia de siete a nueve años de prisión a su amigo. Ante eso, cuatro fiscales dejaron su cargo. Para Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, los manejos de Trump para salvar a su amigo de una condena justa son “un abuso de poder”. Recalcó que el magnate “está tratando de manipular el cumplimiento de la ley para cumplir sus intereses políticos mientras los republicanos no hacen nada”. Sin embargo, esta jugada y la constante estrategia política de Trump, cargada de ofensas y abusos a mansalva, tiene la firma de Stone, considerado el consejero más sucio de la política norteamericana.
Con apenas 20 años, Stone llegó al Partido Republicano en 1972 durante la campaña presidencial de Richard Nixon. Desde entonces, poco a poco fue fraguando estrategias de juego sucio para acabar con las aspiraciones demócratas y, por ejemplo, contrató a un espía que se infiltró como conductor personal de Hubert Humphrey, el rival demócrata de Nixon.
Stone aterrizó en la política norteamericana en una época en la que el espionaje y el robo de información eran el juego sucio por excelencia. El escándalo de Watergate, en el que muchos creen que Stone estuvo involucrado (a pesar de que él lo niega rotundamente), llevó las cosas al extremo. Desde ese momento, y con Stone en la sala de máquinas, los republicanos cambiaron y empezaron a jugar con la información falsa, el desprestigio y el escándalo sin límites.
En la campaña de Ronald Reagan en las primarias republicanas de 1980, Stone aceptó haber pagado sobornos a los miembros del sector liberal de los republicanos para que John B. Anderson obtuviera la nominación de ese sector en Nueva York y, así, dividir la oposición a Reagan en el estado. Debido a que el delito por soborno durante las elecciones había prescrito, no sufrió ninguna condena cuando lo confesó.
Ya con una oscura reputación como asesor político, Stone creó una firma de asesoría y cabildeo para sacar provecho de sus relaciones en la nueva administración. En los años ochenta, esa compañía representó a dictadores brutales como Mobutu Sese Seko, en la República del Congo, y Ferdinand Marcos, en Filipinas, con lo que se ganó el nada envidiable apodo de Lobista de los Torturadores.
Stone es considerado el consejero más sucio de la política norteamericana. Comenzó con Richard Nixon y años después haría parte de la campaña de Ronald Reagan.
Pero el desafiante Stone, quien se define como un agent provocateur, nunca ha renegado y más bien exhibe con orgullo la reputación que lo precede. Considera que sus modos están dentro de lo políticamente aceptable, sin importarle que durante casi 50 años ha contribuido a corroer la confianza de los estadounidenses en su sistema democrático. Un impresionante documental (Get Me Roger Stone), disponible en Netflix, muestra en toda su dimensión el carácter del personaje.
A finales de los ochenta, tras el cierre de su firma de consultoría, Stone trabajaba para George H. W. Bush. En ese tiempo conoció a Trump, en quien pensó para capitalizar sus turbias estrategias hasta llevarlo al poder. En aquel momento, el magnate declinó la oferta, pero en 2015 presentó su candidatura y no dudó en traer a su amigo para asesorarlo. Para ese entonces, Stone ya había participado en la campaña electoral de George W. Bush (hijo), en la que jugó un papel crucial en el sabotaje del reconteo de votos durante las polémicas elecciones de Florida. En ese estado, por cuenta de unas máquinas defectuosas, desequilibró la balanza a favor del republicano por encima del demócrata Al Gore. Con unos cuantos votos locales logró que el Colegio Electoral decidiera en contravía del voto popular.
Trump asumió un riesgo alto al conmutar la condena de Stone. Pero a nada de las elecciones, las jugadas de su amigo podrían ser su última esperanza
Con Trump, Stone pudo modelar al controvertido magnate para convertirlo en un candidato viable. Orquestó señalamientos falsos contra Hillary Clinton por acoso y abuso sexual, y los anuncios populistas acerca de la frontera de Estados Unidos con México polarizaron al país en torno a su figura. Luego del fallo en su contra en 2019, se da por descontado que, a pesar de que Trump lo despidió meses antes de los comicios de 2016, Stone sabía de la intervención de hackers rusos en las elecciones.
Con el magnate en la Casa Blanca, Stone ha consumado su más retorcido plan político. Tras casi cuatro años en la presidencia, Trump se ha convertido en uno de los presidentes más impopulares de la historia y ha sobrevivido al cubrir cada escándalo con uno nuevo. Desde infowars.com, la polémica plataforma bloqueada por Google, Twitter y Facebook por desinformar sobre el coronavirus, Stone ha moldeado la opinión de los seguidores del magnate con mensajes racistas, violentos e incendiarios.
De alguna manera, Stone sabía que Trump no lo dejaría pagar su condena. La semana pasada, antes de que el mandatario intercediera a su favor, aseguró en una entrevista en Axios que “el asunto está en manos de Dios”. Y hace unas semanas le había pedido al presidente que lo ayudara, ya que consideraba que su encarcelamiento, en plena pandemia y a su edad, era prácticamente una sentencia de muerte. Como escribieron Morgan Pehme, Daniel DiMauro y Dylan Bank en The New York Times, “Desde que Stone fue condenado en noviembre, siempre pareció cuestión de tiempo antes de que Trump interviniera en su nombre. Stone y sus partidarios calificaron su enjuiciamiento como una extensión de la ‘cacería de brujas rusa’”.
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Si bien Stone no quedó libre de los cargos, Trump asumió un riesgo alto al conmutar su condena. Pero a pocos meses de las elecciones, y con su popularidad en picada, el apoyo desde la sombra de Stone podría ser su último chance para ganar la reelección en noviembre. Según Pehme, DiMauro y Bank, “Sus aspiraciones electorales influyeron en la decisión. Cuando a Stone lo condenaron en noviembre, la carrera con Biden estaba apretada. Hoy, a menos de cuatro meses, todo apunta a una posible derrota aplastante para Trump”. En todo caso, al reivindicar a Stone, Trump parece haberse jugado una carta de doble filo. Las jugadas del personaje lo podrían llevar a la gloria, pero también, en un momento de indignación popular en el país, al infierno.