Crónica

Salud Hernández-Mora está en Ucrania: así es la nueva guerra de drones kamikazes y bombas planeadoras

Salud Hernández-Mora está en Ucrania en el corazón de la guerra contra el despiadado Putin. Recorrió las trincheras desde donde los soldados de ese país resisten uno de los más feroces ataques de estos tiempos.

Redacción Semana
22 de junio de 2024
Salud Hernández-Mora en Ucrania
Salud Hernández-Mora y Ruslan Pikhita, de 53 años, quien pelea en el frente en defensa de Ucrania. | Foto: Salud Hernández-Mora

“Mi compañero derribó 17 drones kamikazes en un solo día. Los rusos nos mandan muchos todo el tiempo”. Slovan lleva un año largo en la primera línea del frente y ha ido viendo como esos pequeños aparatos están cambiando algunos aspectos de la cruenta confrontación diaria, que los tiene exhaustos. “Es muy difícil esquivarlos, te siguen”.

Al principio de la invasión de Ucrania por las tropas de Putin, los pequeños aviones no tripulados, de fabricación iraní, no jugaban un papel tan determinante en los combates terrestres. Parecía más decisivo el fuego constante de los tanques. Pero ahora se han vuelto un arma letal que está cambiando la manera de enfrentar al enemigo. No solo sus cámaras avistan los objetivos y los persiguen de manera implacable para lanzarse sobre ellos y activar su explosivo; también detectan a los uniformados por el calor que despiden los cuerpos.

Álex, un exmilitar colombiano enrolado en las filas ucranianas, al que entrevisté en la región de Járkov donde opera su Brigada, los sufre con frecuencia. En una ocasión, entrada la noche y junto con un compañero, debieron meterse bajo un tanque destruido en cuanto detectaron un FPV (denominación de ese tipo de drones) volando por encima de ellos.

“Tú lo escuchas y es como un zancudo grande. Es difícil esconderse porque tienen cámaras térmicas y de visión nocturna. Yo saqué un poncho térmico para no emitir una marca de calor grande y nos tapamos. Esperamos unos 20 o 30 minutos en posición fetal. Lo estás escuchando todo el tiempo y estás esperando que encuentre su entrada de tiro y se lance, o que se vaya”, relata. No musitaban palabras ni hacían el menor movimiento, solo aguardaban que el engaño funcionara y desapareciera. Tras una espera que se antojó eterna, dejaron de sentirlo y pudieron abandonar su escondite. “Los drones tienen una batería y tal vez se le acabó y cayó más adelante”.

   Ruslan Pikhita, de 53 años, pelea en el frente. Los colombianos Álex (izquierda) y Andrés se alistaron para defender a Ucrania.
Ruslan Pikhita, de 53 años, pelea en el frente. Los colombianos Álex (izquierda) y Andrés se alistaron para defender a Ucrania. | Foto: Salud Hernández-Mora / Salud Hernández-Mora

Tan peligrosos son que hasta inciden en la manera en que los soldados hacen sus necesidades en los búnkeres. Haces del cuerpo “en una bolsa y la tiras a un lugar donde quede oculta. Y orinas en una botella que se va colgando donde no se vea. Dron que detecte eso y te va a llover artillería”, añade Álex.

Ucrania, que ha creado la Fuerza de Sistema No Tripulado, los está prodigando no solo en la sangrienta confrontación cotidiana con la tropa de Vladímir Putin. También en su esfuerzo por destruir infraestructura estratégica, tanto bélica como petrolera en el oeste de Rusia. Usan drones de fabricación propia, además de cohetes. Resultaron tan efectivos que lograron reducir en un 20 por ciento la producción de combustible y derivados del crudo en esa región de la nación vecina.

Y están avanzando en la fabricación de robots para minimizar las bajas. El ministro de Transformación Digital, Mykhailo Fedorov, anunció en marzo pasado que los van a construir de manera masiva y realizarán todo tipo de funciones, desde sembrar minas hasta disparar con ametralladoras, pasando por transportar suministros, entre otras. “Se convertirán en el próximo punto de inflexión de esta guerra, como lo han sido los drones”, predijo.

Al mismo tiempo, existen drones kamikazes caseros, comprados gracias a colectas que organizan grupos de civiles ucranianos. Los arman en las Brigadas con explosivos y, aunque no son equiparables a los auténticos, castigan blancos enemigos.

 “Hay combates que son una carnicería y todos los días hay muertos”.
“Hay combates que son una carnicería y todos los días hay muertos”. | Foto: Salud Hernández-Mora

También son recientes las bombas planeadoras de 500 kilos y de tonelada y media, una espantosa novedad que está causando estragos entre militares y civiles ucranianos. Las fabricaron en la era soviética y Rusia conserva miles de ellas. Les adaptaron, a bajo costo, unos componentes electrónicos que les permiten planear y caer en dianas con bastante precisión. Lo peor para los uniformados ucranianos es que no hay búnker que resista su fuerza explosiva.

“Esas bombas son las que más aterran a la tropa, no tienen cómo protegerse de ellas, ni siquiera en un búnker están a salvo”, me confiesa un oficial ucraniano, segundo al mando de una Brigada destinada a la frontera, en el área de Járkov, que pide reserva de su nombre. Sin dejar de lado que las fuerzas ucranianas no pueden devolver con igual intensidad el fuego de artillería y los misiles que les dispara Rusia.

“Si ellos nos disparan diez veces, nosotros solo podemos disparar dos. No tenemos la misma munición”, admite un soldado que también prefiere no dar su nombre por seguridad.

No sorprende que el presidente Volodímir Zelenski clame al infinito, en cada visita oficial, la necesidad de que los países aliados envíen con urgencia la munición y el armamento prometido. Y que todos los uniformados con los que hablé en Ucrania aplaudieran la decisión de Gran Bretaña y Estados Unidos, entre otras naciones, de permitirles usar los misiles contra instalaciones militares rusas al otro lado de la frontera.

Tanque del ejército ucraniano. | Foto: Salud Hernández-Mora

“La única manera de que no nos lleguen las bombas planeadoras es derribando a los aviones y atacando los aeródromos antes de que las lancen. Esos bombarderos están en Rusia, cerca de suelo ucraniano (Moscú construyó, en una franja de 100 kilómetros fronterizos, una red de bases aéreas), no necesitan irrumpir en nuestro espacio aéreo”, me explica una fuente castrense.

“Para nuestra victoria es importante atacarlos en su propio territorio y también romperles la cadena logística cerca de las fronteras. Que no sea tan fácil para ellos proveer a su ejército, que tengan que mover todo desde mucho más lejos”.

El número de soldados y la insuficiente capacidad de rotarlos son aspectos que también inquietan a los militares con los que hablé. “La proporción es de diez a uno”, indica un oficial. “La gente está cansada, pero no derrotada. No podemos desfallecer”. Si Vladímir Putin no ha logrado acabarlos, pese a la abismal diferencia de recursos de todo orden, “ha sido por la calidad de nuestra gente, su motivación y preparación”, agrega.

Dada la insuficiencia numérica, Ucrania abrió la puerta para alistar delincuentes comunes, autores de delitos menores, a diferencia de la Wagner de Rusia, que reclutaba convictos con graves crímenes a sus espaldas. “Yo no quiero presos en mi unidad, no son disciplinados. Si acaso, en una unidad especial para que vayan a la primera línea después de curso de formación y hagan algo por su país”, dice un ex alto oficial de la Policía, transformado ahora en mando militar.

   Civiles hacen colectas para comprar drones (izquierda). Ucrania resiste “por la motivación de su gente”.
Civiles hacen colectas para comprar drones. Ucrania resiste “por la motivación de su gente”. | Foto: Salud Hernández-Mora

Explica que Ucrania desmanteló sus Fuerzas Armadas, sus bases y su armamento nuclear en 1991 tras la caída de la Cortina de Hierro. Y solo volvieron a poner el foco en materia de defensa a raíz de la primera invasión de Rusia, en 2014. “Entonces los rusos se apoderaron fácil del Donbás y creyeron que sería igual ahora”, desliza el mismo oficial. “Y ahora queremos adaptarnos a una guerra tecnológica en la que el soldado sea una parte menor y que salvaría vidas, pero no es sencillo hacerlo en medio de la guerra misma”.

También Ucrania ha sufrido un elevado número de bajas. A finales del año pasado, un estudio de la publicación ucraniana Tyzhden calculaba que unos 30.000 uniformados habían perdido la vida. Según me contaron varios militares, hay combates que son una verdadera carnicería y todos los días hay muertos.

“Un día nos metimos en una trinchera en forma de zigzag. Había cadáveres en los búnkeres que no habían podido sacar”, relata Álex sobre una de sus recientes experiencias amargas. “Me tiro contra un muro, levanto la cabeza y veo un dron kamikaze cerca de una caja de granadas”. Para su fortuna, el aparato se desplomó por alguna razón y quedó como una cucaracha patas arriba que no puede voltearse. Solo escuchaban el inconfundible zumbido de su motor.

Mural en honor a las tropas ucranianas. | Foto: Salud Hernández-Mora

Aprovecharon para salir corriendo y atravesar un descampado en ruta hacia la posición que les ordenaron ocupar. Veían soldados ucranianos muertos, pero detenerse para no dejarlos tirados de cualquier modo suponía recibir fuego enemigo. “Apareció un Mig en el cielo y soltó sus bombas, que botan unas llamaradas de dos metros. Me sentía agotado mentalmente por todo lo que estaba viviendo”, sigue Álex. “Y cuando estás en el frente, todo el día y toda la noche escuchas caer artillería, misiles, drones, informes de tropas caídas, de heridos, de tanques y todo tipo de vehículos destruidos”.

Aparte de las cruentas historias de dos años de guerra, la parte de los cementerios dedicada a los caídos, como la que visité en Járkov, son un crudo reflejo de la injustificada y criminal invasión ordenada por el eterno presidente ruso. Conmueve caminar entre las tumbas donde reposan los caídos, cada una con la foto del que perdió la vida luchando por Ucrania y adornada con flores y banderas.

Resulta comprensible que muchos jóvenes teman que los alisten y ahora son legión los universitarios que decidieron seguir sus carreras para evitarlo. Los que estudian no tienen obligación de incorporarse al Ejército hasta cumplir los 25 años.

Ucrania sigue bajo grandes combates contra Rusia. | Foto: Salud Hernández-Mora

“Es muy difícil preparar a la gente para una guerra tan impredecible. Cada soldado tiene sus miedos en la primera línea, la mayoría le teme a la muerte y a la incertidumbre de no saber qué va a pasar en las próximas horas. Los psicólogos, que hay en las unidades, ayudan a que cada día tengan menos miedo”, explica un militar. “En una ocasión, un sargento herido que no podían evacuar entró en pánico, lloraba y empezó a despedirse por radio. Lo contactaron y le hablaron de su vida, de su hijo, del futuro. Lograron calmarlo hasta que llegó el equipo de rescate”.

Lo sorprendente es la cantidad de cincuentones que combaten en los lugares más peligrosos. “He visto unidades de gente mayor que podría ser mi abuelo, mi padre. Tienen un patriotismo impresionante. Los vemos entrando y saliendo del frente sin comida, sin agua, motivados, van y vuelven con una energía grande”, rememora el colombiano Álex.

“Me topé con hombres que tenían entre 50 y 60 años que estaban en el frente y nunca habían tocado antes un arma. Vinieron a la guerra a ser militares. Historiadores, cinematógrafos… y estaban peleando”, añade el cachaco Andrés.

Ruslan Pikhota, natural de Járkov y de 53 años, es uno de ellos. Trabajaba en una empresa de tecnología, editaba libros para niños menores de 5 años, y ahora es un soldado en primera línea. Está dispuesto a dejarse la vida con tal de que Rusia no arrebate ni un metro de territorio a su país y quede bajo el yugo del Kremlin.