IMPEACHMENT
¿Alguien podrá amarrar al loco? la estrepitosa debacle de Donald Trump
La Cámara de Representantes votó por segunda vez a favor de realizar un juicio de destitución contra Trump. Ahora, el Senado podría inhabilitarlo para ejercer un cargo público el resto de su vida.
Se derrumbó el castillo de naipes de Donald Trump. En menos de siete horas, lo que tardó la Cámara de Representantes votando a favor de un segundo juicio de destitución en su contra, el legado del mandatario se vino abajo, como si un soplo de viento borrara todos sus méritos, los verdaderos y los falsos. El Capitolio, que una semana antes parecía un campo de batalla, este miércoles recobró su respeto e hizo que se escuchara su Constitución por encima de los gritos y las balas que apagaron cinco vidas y dejaron herida a la democracia. Los congresistas, que en medio de la toma del Capitolio tuvieron que esconderse debajo de sus escritorios para que una turba pro-Trump no los atacara, airearon furiosos su indignación y se defendieron con el arma más poderosa: la Constitución.
Donald Trump, en cambio, pasó el día solo y en silencio. El mandatario no quiso siquiera bajar a su despacho en la Oficina Oval, sino que se mantuvo encerrado en la residencia presidencial, pegado a un televisor y sin poder trinar, ya que Twitter canceló su cuenta por incitar desde ahí a la violencia. El ataque al Capitolio lo dejó aislado física y políticamente, pues ese inolvidable 6 de enero renunciaron la secretaria de Transporte, la de Educación, el consejero de Seguridad Nacional, la jefa de prensa de su esposa Melania y la encargada de su agenda social, entre otros muchos funcionarios de mayor o menor rango de su administración.
Trump tal vez no calculó las consecuencias de una sola frase lanzada a una multitud enardecida la semana antes del impeachment. Frente a cientos de simpatizantes, citados por él mismo para protestar por el resultado de las elecciones e insistiendo, sin pruebas, que fueron robadas, gritó: “Si ustedes no luchan como endemoniados, se quedarán sin país”. Acto seguido, los llamó a marchar hasta el Capitolio, donde se disponían a certificar los votos electorales que confirmarían a Joe Biden como presidente electo. Las horas que siguieron fueron tal vez de las más caóticas en la historia reciente de los Estados Unidos. Una turba enardecida por las palabras del magnate, compuesta mayormente por grupos de ultraderecha, armados y sin atisbo de respeto por el recinto de la democracia, arremetió contra puertas y ventanas hasta lograr entrar al Capitolio y acabar con lo que encontró a su paso. Vandalizaron oficinas, robaron, intimidaron, insultaron y agredieron a los presentes, dejando un saldo de 5 muertos y 14 heridos.
Horas después del ataque al Capitolio, aún aporreados, bravos y asustados, los legisladores regresaron para terminar con la tarea de certificar a Biden, muchos de ellos con una misma palabra en sus labios: Impeach, es decir, destituir. La presidenta de la Cámara Baja y líder de la oposición, Nancy Pelosi, planteó tres salidas para dar por terminada la administración de Trump: renunciar, acatar la enmienda 25 o iniciar en su contra un proceso de destitución. La posibilidad de renuncia nunca existió. La segunda opción tampoco funcionó, ya que la ley indica que el vicepresidente, en este caso Mike Pence, y miembros del gabinete del presidente deberían de declararlo mentalmente incapaz de gobernar, y así entraría en vigor la enmienda 25, que daría el poder a Pence. Sin embargo, el vicepresidente aclaró que no se prestaría para eso por considerar que haría más mal que bien a su país. Fue así como faltando nueve días para el fin de la era Trump, los demócratas redactaron un único artículo de impeachment contra el mandatario por incitación a la insurrección.
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Fueron horas tensas en la Cámara de Representantes, no solo por tratarse del segundo juicio político en contra del mandatario (ya había sido juzgado y absuelto en el Senado por petición de la Cámara Baja en 2019, acusado de presionar al presidente de Ucrania para que investigara a Joe Biden y su hijo Hunter por posible corrupción), sino porque a diferencia de ese primer proceso, esta vez no todos los republicanos estaban dispuestos a votar a su favor. La primera voz republicana en alzarse en su contra fue la de Liz Cheney, hija de Dick Cheney, exvicepresidente republicano y quien dijo que “el presidente podría haber intervenido inmediata y enérgicamente para detener la violencia. Pero no lo hizo”. Cheney lideró un esfuerzo para que más republicanos siguieran su ejemplo, y al terminar la jornada diez de ellos votaron en contra de su presidente, para una votación final de 232 a favor y 197 en contra.
¿Y ahora qué? Eso es lo que se pregunta el mundo, teniendo en cuenta que si bien la tarea de la Cámara Baja es acusarlo, la de la Cámara Alta es juzgarlo y sentenciarlo. El Senado se vuelve a reunir el 19 de enero, un día antes del fin de la administración del acusado, y destituirlo es imposible en tan pocas horas y no tendría sentido. Lo que sucederá es que se le juzgará después de la posesión de Biden con el único fin de impedir que se vuelva a lanzar como candidato presidencial.
Para lograrlo se tendría que dar uno de dos escenarios. Que se vote a favor del artículo presentado por los demócratas, que incluye el artículo 3 de la enmienda 14 y prohíbe a quien ha sido acusado de insurrección o rebelión aspirar a cargos como el de presidente, o que la votación en el Senado sirva para ese mismo fin. Según el profesor Ross Garber, abogado especializado en impeachment, la destitución de un presidente necesita dos terceras partes del voto del Senado; pero se requiere solamente una mayoría sencilla para declararlo no apto para volver a ejercer cualquier cargo público. Puesto que los demócratas ya tienen mayoría en el Senado, esto significaría desde ya que Trump no podrá volver a lanzarse nunca para reelección. Biden, por su parte, pidió al Senado ocuparse del juicio de Trump solo media jornada para dedicar el resto del día a confirmar su gabinete y sus medidas económicas y sanitarias para rescatar a su país, el más afectado en el mundo por la pandemia. El presidente electo llamó el ataque al Capitolio como “nada que hayamos visto antes en la historia de 224 años en esta nación”.
A todo esto, del mandatario se sabe poco. Horas después de la votación en su contra, Trump publicó un escueto video condenando la violencia en el Capitolio. Su mensaje llega muy tarde; ya hay una pelea casada y 20.000 miembros de la Guardia Nacional llegaron esta semana a Washington para blindar la ciudad días antes de la posesión de su sucesor. Funcionarios de la Casa Blanca reportan que el presidente sigue callado y aislado, y dicen que procuran dejarlo solo con la esperanza de que mantenga ese mismo silencio hasta su último día en el cargo.