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Terremoto en Siria: algunos habitantes se niegan a salir de su casa, pese a la alerta
Son muy tristes los testimonios de las personas que no se quieren ir de sus hogares.
El terremoto del 6 de febrero, que sacudió Alepo, gran ciudad del norte de Siria, provocó el derrumbe del edificio contiguo al de Um Munir (una viuda de 55 años), llevándose consigo una de las fachadas de su edificio.
A esto se sumaron los fuertes sismos ocurridos el pasado 20 de febrero de 6,4 grados y 5,8 grados en la escala de Richter, que causaron alerta de tsunami en Turquía y sembraron el pánico en Alepo, Siria, territorio aledaño al epicentro.
El terremoto dejó un enorme agujero en su habitación, pero Um Munir dice que solo saldrá de su casa en la ciudad siria de Alepo para ir al cementerio. Además, ella se niega a refugiarse en albergues o con sus familiares, como hicieron muchos en la ciudad.
“Nada me sacará de mi casa, excepto la muerte. Entonces iré directo al cementerio”, dice, señalando su cama cubierta de piedras, y los armarios y cómodas dañados. Su piso está en la cuarta planta de un edificio devastado del barrio de Macharka, en Alepo, que ya fue duramente golpeada por los combates entre 2012 y 2016.
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“Teníamos dinero, la guerra había cambiado nuestra situación, pero manteníamos nuestra dignidad”, asegura Um Munir, madre de dos hijos que están en el extranjero. “No huimos, ni siquiera en plena guerra civil”, que estalló en 2011.
Ahora, arropada con un abrigo negro por el frío, reconoce que el edificio corre peligro de derrumbarse si se producen nuevos temblores. Cada vez que la tierra tiembla, Um Munir se refugia en la calle con su vecino. “Estoy convencida de que Dios nos protegerá”, afirma.
Más de 30 personas murieron cuando dos edificios se derrumbaron en su barrio. Antes de que las fuerzas leales recuperaran el control total de Alepo, en diciembre de 2016, esta zona de la ciudad estaba en la línea del frente.
El terremoto de magnitud 7,8 que sacudió Turquía y Siria el 6 de febrero mató a casi 45.000 personas en ambos países, más de 3.600 de ellas en Siria.
“No hay a dónde ir”
Ali El Bach, un vecino de Um Munir, también decidió quedarse en su casa del primer piso del edificio. Su habitación quedó convertida en un balcón, con vistas al cráter que dejó el derrumbe del edificio de al lado.
“No tenemos a dónde ir. De todos modos, estamos acostumbrados al peligro, durante la guerra nuestro edificio fue alcanzado por obuses”, afirma el hombre, también de 55 años, sentado en una piedra junto a la jaula de su canario.
Su madre, Amina Raslan de 85 años, que vive en el mismo edificio, contiene las lágrimas mientras muestra la destrucción en su piso. “Aquí había un cuadro pintado por mi hijo, al lado hay un armario y un reloj [...] Todo se derrumbó cuando cayó el edificio”, dice la mujer, que perdió dos hijos en la guerra.
Rodeada de sus nietos y dos gatos, le tiembla la mano mientras relata la noche del terremoto. “Llevamos cincuenta años viviendo aquí, no puedo ir a ningún otro sitio. No estoy acostumbrada a vivir en una casa ajena o en un refugio, y no podemos permitirnos alquilar un piso”, manifiesta.
Mohamad Jawich, que vivía en un piso de 100 m², no tuvo otra elección que irse. Sentado frente a una tienda de campaña blanca donada por una ONG, en una plaza del barrio de Bustan Al Bacha, mira con lágrimas en los ojos cómo sus nietos juegan con una pelota gastada.
“Lo he perdido todo, mi casa, mis ahorros, tengo que empezar de cero”, dice este hombre de 63 años, con una gorra negra calada. “Ya no sé qué hacer, tengo miedo de morirme de pena”, agrega.
*Con información de AFP.