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Walking Dead en el Parlamento británico
Theresa May buscará que Europa le abra las puertas para renegociar el punto más polémico del brexit: la frontera irlandesa. El tiempo está en su contra.
Justo después de la derrota de su proyecto de salida negociada con Europa en la Cámara de los Comunes, hace un par de semanas, a Theresa May la llaman la primera ministra ‘zombi’. Después de recibir una de las derrotas más humillantes en la historia de esa nación, May era como uno de esos muertos vivientes de las películas que, carentes de voluntad, deambulan sin rumbo fijo.
Al día siguiente, algunos de los mismos votos que la víspera la habían perjudicado la salvaron de una moción de censura para sacarla del puesto. Pero pocos lo vieron como una victoria suya. En efecto, solo a aquellos que desean una salida sin acuerdo de la Unión Europea (UE) el 29 de marzo les interesa tener un ‘gobierno zombi’.
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El plan de los brexiteers, los que quieren romper tajantemente con Europa, parece funcionar a la perfección. La semana pasada May volvió al Parlamento con su llamado plan B, básicamente el mismo fracasado plan A, pero con cambios irrelevantes. Sin embargo, esta vez los parlamentarios votaron para introducirle varias enmiendas.
Aunque un gran número de las propuestas no encontraron consenso, la mayoría apoyó dos de ellas: volver a Europa para intentar renegociar el problemático tema de la frontera con la República de Irlanda (la llamada enmienda Brady) y no salir de la Unión Europea sin haber alcanzado primero un acuerdo.
Pero Europa hasta el momento ha sido tajante: no piensan sentarse a negociar algo que ya discutieron durante dos años. Todas las cabezas del bloque han asegurado que el acuerdo al que llegaron en noviembre pasado con May es “el mejor posible”.
La clave del problema tiene que ver con la frontera entre la República de Irlanda (miembro de la Unión Europea) e Irlanda del Norte (región del Reino Unido), entes políticos que comparten la isla del mismo nombre. Se trata del único límite terrestre entre la UE y el Reino Unido, y, además, de una zona históricamente sensible, escenario de un conflicto de casi 30 años que terminó con el Acuerdo del Viernes Santo de 1998, en el que precisamente quedó estipulado que nunca más habría una frontera dura.
Pero como salir de la UE implicaría cambiar el régimen comercial y el estatus de los migrantes, los británicos tendrían que poner a funcionar un servicio fronterizo de aduana que sirva, entre otras cosas, para supervisar los flujos de población y la entrada de mercancía.
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El fracasado plan negociado durante dos años buscaba evitar esta situación al mantener a Irlanda del Norte dentro del régimen comercial de la Unión Europea. Ese es el llamado backstop, una salvaguarda para evitar la frontera dura, que los conservadores unionistas irlandeses (que hacen parte de la coalición de May) consideran peligrosa para la unidad del reino. Creen que a Irlanda del Norte podrían retornar los aires separatistas que buscan una Irlanda integrada en la república.
Con ese telón de fondo, May tiene menos de dos meses antes de la fecha límite para una salida no negociada de la UE, que la mayoría juzga potencialmente catastrófica en términos económicos.
En ese tiempo deberá convencer a los europeos no solo de reabrir los diálogos, sino de aceptar la idea de una frontera inmaterial que mediante avances tecnológicos permita ejercer los controles que tienen lugar en un puesto de aduanas sin una frontera física. Solo que, al parecer, esa tecnología aún no existe.
Por lo tanto, todo apunta a que May siga su errancia zombi por Europa con pocas esperanzas de lograr algo. Solo una jugada desesperada de último minuto podrá salvar al reino de la tan temida salida desordenada.