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¿Tiene sentido pensar en cambiarle el nombre al idioma español?
Es la lengua de Cervantes y la lengua de Neruda. Pero España solo representa el 8 por ciento de sus hablantes.
¿Papa o patata? La lengua vive y en cada lugar lo hace a su manera. Es decir, evoluciona. “Hasta el siglo XIX, en España, a la patata se le llamaba papa”, asegura a DW Darío Villanueva, exdirector de la Real Academia Española, remitiéndose a archivos que así lo demuestran. No ha estudiado por qué dejó de llamarse así en el país que rinde verdadero culto a la tortilla de “patatas”. Pero la historia de esta lengua compartida por España y América es un camino de doble vía que atraviesa el Atlántico. Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática de la lengua castellana, recogió también la primera palabra americana en su diccionario latino-español, de 1495: canoa, de origen caribeño.
Más de medio milenio ha pasado desde la conquista de América, que llevó al Nuevo Mundo la lengua de Cervantes. Como diría Pablo Neruda, en “Confieso que he vivido”: “Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras”. Palabras del idioma español o castellano. Una denominación que vuelve a ponerse en entredicho, en vista de que a estas alturas la mayoría de sus hablantes nativos son latinoamericanos.
¿Hablamos ñamericano?
El escritor argentino Martín Caparrós volvió a encender el debate en el Congreso de la Lengua celebrado en Cádiz, en marzo de este año. Propuso la denominación “ñamericano”. Juan Ennis, académico argentino de la Universidad de La Plata, considera que “más allá de la viabilidad o la relevancia que pueda tener para uno u otro sector, el hecho mismo de que la cuestión vuelva a plantearse, en sí, me parece que tiene gran interés e indica que algo está pasando en ese sentido”.
El tema tiene una carga política e incluso emocional. “No podemos separar lo social, lo histórico, de la lengua. Creo que eso es lo que está ahí, imperando en esa discusión”, dice a DW la lingüista mexicana Verónica Lozada Martínez, profesora de la UNAM.
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Precisamente, el aspecto histórico provoca controversia. Darío Villanueva, quien estuvo presente en la sesión con Caparrós en Cádiz, cuenta a DW que “hubo un momento en que él dio a entender que con este neologismo que proponía, se iba a conseguir evitar el uso de una palabra que él consideraba nefanda, que es la palabra español. Claro, eso a los españoles nos resulta incómodo. ¿Por qué la palabra que nos define tiene que ser erradicada, borrada, como si fuese una palabra pecaminosa?”
La lengua, la colonia y la independencia
El exdirector de la RAE refuta que el español se impusiera a sangre y fuego en América. “Eso es absolutamente falso”, afirma, asegurando que “el imperio español no utilizó el español como un instrumento impositivo de uso obligatorio”. Argumenta que “desde Carlos V a Felipe II, empieza a haber normas de respeto a las lenguas nativas, y luego del estudio de ellas en las universidades; del náhuatl, del aimara, del quechua, etc. Hay que comparar lo que pasó con las lenguas de los nativos de América del Norte con la colonización británica, y lo que pasó con las lenguas amerindias en Centroamérica y América del Sur”.
A su juicio, “el español es hoy una lengua global, la segunda por el número de hablantes nativos en el mundo, no por la colonia, sino por las independencias. Fueron las repúblicas creadas a partir de 1810, 1820, las que se dotaron de una lengua de comunicación, por encima de las lenguas diversas que en cada uno de estos países existían, que en algunos eran muchas.”
Desde el otro lado del Atlántico, Juan Ennis apunta que “es una discusión que comienza con el derrumbe del imperio”. Recuerda, en diálogo con DW, que en algún momento en Argentina se quiso llamar al castellano simplemente “idioma nacional”. En 1938, el lingüista español Amado Alonso, nacionalizado argentino, lo tematizó en su libro “Castellano, español, idioma nacional. Historia espiritual de tres nombres”.
La raíz del asunto, según Unamuno
Subyacía al debate, igual que ahora, una oposición al colonialismo. También en el terreno lingüístico. Como escribió una vez Miguel de Unamuno: “La cuestión hay que ponerla, a mi juicio, en otro terreno, y es que los argentinos y todos los demás pueblos de habla española reivindiquen su derecho a influir en el progreso de la común lengua española tanto como los castellanos mismos, que no reconozcan en estos patronato alguno sobre la lengua común, como si se les debiera por fuero de heredad, que afirmen su manera de entender y sentir el idioma de Cervantes. Aquí está la raíz de la cuestión”.
Para Verónica Lozada, la discusión real es justamente esta: no estar supeditados a la norma de España. “Nosotros en Latinoamérica tenemos el mayor número de hablantes. De hecho, España ocupa el cuarto lugar en el mundo y aun así siguen pretendiendo normar el curso de los cambios evolutivos que tienen las lenguas”, dice. Reconoce, eso sí, que “la nueva gramática de la lengua española ya es una gramática consensuada por las academias de la lengua”, pero menciona la “resistencia a aceptar cambios sustanciales”.
Lengua “pluricéntrica”
Darío Villanueva, en cambio, destaca que “en la Academia Española, que yo presidí, y en la asociación de academias, que son en este momento 24, es algo que hemos asumido como lo que llamamos la política panhispánica, que consiste en que el español es una lengua pluricéntrica, una lengua en la que en este momento los hablantes de España somos un 8 por ciento”.
¿Debería esa realidad reflejarse también en el nombre de esa lengua? “Realmente no sé si es tan importante el nombre que se le ponga a la criatura”, reflexiona Juan Ennis. Lo principal sería que finalmente la historia dé la razón a Unamuno, cuando afirmó que “siempre predominará el interés supremo: el de que nos entendamos todos”.
*De la DW