TRAGANDO CULEBRAS
Crecen las tensiones entre el Partido Comunista francés y el partido de Francois Mitterrand
Someterse o dimitir. Así podría resumirse la alternativa fijada por los socialistas a sus aliados comunistas durante los debates preparatorios del congreso del partido de gobierno francés, celebrado a fines de octubre. Los responsables del partido del Presidente piensan que la organización de Georges Marchais debe poner fin a sus posiciones "ambiguas" frente a la política del gobierno. Estas suscitan, dijo el líder socialista Lionel Jospin, serias "dudas sobre las orientaciones fundamentales" del PCF.
Según los socialistas, el PCF reivindica como suyo los logros del gobierno pero trata por todos los medios, de desolidarizarse de las medidas más impopulares. Esa política de "un pie adentro y otro afuera, es inaceptable", declaró a SEMANA un responsable socialista, no sin precisar: "No podemos dejar que el PC recoja las rosas y nos deje las espinas".
Durante su congreso, los amigos del Presidente Mitterrand decidieron reunirse con la dirección del PCF para verificar los acuerdos concluidos el 21 de junio de 1983. El objetivo era claro: el PCF, que administra cuatro ministerios, deberá asumir la política gubernamental en su conjunto o volver a la oposición. ¿Habrá ruptura? Las declaraciones conciliadoras de los dos partidos permiten pensar que no. El mismo primer ministro, Pierre Mauroy, trató de desdramatizar la situación explicando que la nueva actitud del PS no busca "fragilizar" la Unión de la Izquierda sino hacerla "más clara y más coherente". En una palabra, los socialistas no desean echarse la responsabilidad del divorcio, por un simple motivo: los socialistas piensan ya en las eleccione legislativas de 1986, ante las cuales nadie imagina que el partido de Miterrand pueda obtener, como en 1981, la mayoría absoluta en la asamblea nacional. Por ello los socialistas necesitarán de los parlamentarios comunistas para tratar de evitar -lo que no es seguro- que Francia conozca una crisis política a la cual Valery Giscard D'Estaing también se había expuesto en 1978: la existencia de un parlamento opuesto en su mayoría a las opciones políticas del Presidente.
El Partido Comunista, por su lado, tampoco parece deseoso de poner un término a su alianza con los socialistas, primero, porque sus dirigentes recuerdan que la ruptura de 1977 con Mitterrand cinco años después de haber firmado el "programa común de la izquierda", se había revelado fatal electoralmente. Además, porque esa decisión anularía los esfuerzos hechos sobre todo en 1981 para aparecer ante la opinión como un partido "como los otros". Y, en fin, porque desde la elección de Mitterrand el PCF ha tenido, según una expresión francesa, que "tragar culebras" tanto en el plano económico como en el campo de la política exterior del gobierno, poco favorable a la Unión Soviética.
Juzgadas "normales", en un principio, esas divergencias comenzaron a inquietar seriamente al Eliseo cuando el PC pidió, como la URSS, incluir el arsenal nuclear francés en la contabilidad establecida por las dos superpotencias en Ginebra y explicó sus fracasos en las recientes elecciones parciales, repetidas a causa de fraudes por la infidelidad del gobierno ante los compromisos suscritos en 1981.
"No se trata de afirmar la fidelidad a la política decidida en 1981; toca aplicarla", dijo el director del periódico comunista "L'humanite", el 3 de octubre, mientras que George Marchais subrayaba seis días después: "Cada vez que el gobierno ha tomado nuevas medidas de rigor, la izquierda registra una baja de influencia". La misma semana, el semanario del PCF "Revolution" estigmatizaba el fracaso de la política francesa en Africa, evocaba sus "contradicciones" y sus "falsos pasos" que "son más o menos muestras del espíritu pasado". Es decir, cuando Francia era considerada como el "gendarme africano".
En el campo internacional, los temas de oposición también son esenciales además del despliegue de misiles norteamericanos en Europa y del destino de la fuerza nuclear francesa, en las actuales negociaciones de Ginebra. Socialistas y comunistas divergen sobre Afganistán (el PCF aprobó la invasión soviética); Polonia (el gobierno apoya y defiende Solidarnosc); la destrucción del avión surcoreano (el PCF adhirió a la versión soviética); así como sobre Chad y Líbano en donde el gobierno ha enviado un buen número de militares. En estos dos últimos casos, el PCF ha reclamado la intervención de la ONU pero, según los socialistas, sin hacer referencia al papel jugado por Khadafi en Chad, Siria en Líbano y la URSS en las Naciones Unidas para imposibilitar que esos conflictos sean tratados a nivel de la ONU.
Respecto de Líbano el PCF parece querer tomar sus distancias con una política que juzga demasiado ligada a la estrategia norteamericana en Medio Oriente. Por esto, el PCF contrariamente a los partidos y a la prensa en general se abstuvo de saludar el viaje espectacular efectuado por Mitterrand a Beirut, 24 horas después de los dos atentados que causaron la muerte a más de 300 soldados de Estados Unidos y Francia.