ANÁLISIS
Cambio climático: Trump contra el mundo
Al abandonar brutalmente el Acuerdo sobre el cambio climático de París, Estados Unidos confirma su nueva política exterior hostil y debilita aún más su relación con Europa.
“Yo fui escogido para representar a los habitantes de Pittsburgh, no de París”. Para anunciar el retiro de Estados Unidos del acuerdo por el clima negociado en la capital francesa en 2015, el presidente Donald Trump hubiera podido hacer una declaración formal y elegante, pero prefirió su estilo burdo e inculpador. El mandatario acusó violentamente a los signatarios del tratado de querer debilitar su industria. “No queremos que otros países y otros líderes se burlen más de nosotros”, dijo.
De regreso a Washington de su gira internacional y luego de algunos días de reflexión, Trump finalmente decidió salir de este acuerdo firmado por 195 países para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (ver artículo). Aunque no fue una sorpresa, pues se trata de una de sus promesas de campaña, muchos tenían la esperanza de que el mandatario cediera ante la presión de Europa. Su decisión, sin embargo, significa un golpe duro a su relación con la mayor parte del mundo, pero, sobre todo, con el Viejo Continente, cuyos líderes dijeron en comunicado conjunto que el Pacto no se va a renegociar.
Con el argumento de que este convenio se opone a los intereses industriales de Estados Unidos, el país más contaminador per cápita del mundo, el gobernante norteamericano se inscribe en la línea productivista de George W. Bush, quien no ratificó el Protocolo de Kioto, aprobado en 1997 por su predecesor Bill Clinton. Trump deberá seguramente seguir el proceso de salida establecido por el acuerdo, lo que podría durar cuatro años. Quizá los votantes logren en las próximas elecciones presidenciales detener esta decisión, considerada como una catástrofe para el medioambiente.
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El clima es tan solo uno de los temas de discordia en la nueva política exterior de la potencia. El financiamiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), la alianza militar creada en 1949 en el contexto del inicio de la Guerra Fría, también genera crispaciones. Hace tres años, sus 28 países miembros se comprometieron a destinar a esa organización, a más tardar en 2024, el 2 por ciento de su PIB. Por ahora, tan solo Polonia, Grecia, Reino Unido y Estonia cumplen ese objetivo, mientras que Estados Unidos gasta 3,6 por ciento de su PIB, lo que corresponde a 68 por ciento de los gastos militares de la organización.
Para el secretario de Estado, Rex Tillerson, los miembros de la Otan deberían alcanzar la meta del 2 por ciento a finales de este año o explicar cómo van a hacerlo en diferentes etapas. Francia recuerda que ya interviene militarmente en Mali, Irak y Siria para garantizar la paz mundial. Alemania señala, por su parte, que aunque solo dedique 1,2 por ciento de su PIB a la defensa, invierte masivamente en la protección de refugiados y en la ayuda al desarrollo de países pobres. Además, las otras naciones han emprendido acciones para aumentar su contribución financiera a la organización. En 2016, esta participación presupuestal aumentó en un 3,8 por ciento. Sin embargo, Estados Unidos no ha escuchado estos argumentos y se muestra reticente a comprometerse a respetar el artículo 5 del tratado de la Otan, que establece que debe existir una defensa colectiva en caso de ataque contra uno de sus miembros.
Trump acusa también al Viejo Continente de prácticas económicas desleales, sobre todo a Berlín. Según Peter Navarro, consejero comercial de la Casa Blanca, Merkel “explota” a sus socios gracias a un euro, para él, infravalorado. Alemania posee, en efecto, un excedente comercial exterior excesivo: 253.000 millones de euros. Esto contrasta con la situación de la primera potencia del mundo, que sufrió en 2016 de un déficit de 500.000 millones de dólares, de los cuales 146.000 millones corresponden a su balanza con la Unión Europea. A causa de un dólar costoso, la industria norteamericana no logra exportar. Así, por ejemplo, los constructores de automóviles estadounidenses padecen, mientras que los carros alemanes se venden fácilmente en las tierras de Trump.
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Estos puntos de discrepancia marcan el ritmo de las nuevas relaciones entre los dos bloques: desconfianza, acusaciones, competencia. La primera consecuencia de esta ruptura es un riesgo más importante de inestabilidad y una dinámica comercial menos abierta. Los lazos entre Estados Unidos y Europa han sido esenciales en los últimos años para mantener el orden económico mundial. Después de la crisis financiera de 2008, el G20 logró evitar que los países se lanzaran en una campaña proteccionista, como la de 1929 luego de la Gran Depresión. Hoy, el Make America Great Again de Trump podría cerrar las puertas a un intercambio internacional libre, pues Europa estaría tentada a responder con trabas aduaneras a los impuestos prometidos contra los productos del Viejo Continente.
Pero esas tensiones también podrían darle un nuevo respiro a Europa. Angela Merkel afirmó que desea impulsar un continente más independiente: “Nosotros, los europeos, debemos tomar nuestro destino en nuestras manos”, dijo la semana pasada. Para la politóloga Marie-Cécile Naves, especialista de Estados Unidos de la Universidad Paris-Ouest Nanterre, el Viejo Continente saldrá fortalecido: “Estos desacuerdos son la ocasión para que la Unión Europea se consolide en la escena internacional, sobre todo en materia de defensa, pero también en ‘soft power’. Para ello, es necesario que los 28 países miembros se pongan de acuerdo, pero la pareja franco-alemana tiene una carta por jugar y la va a jugar”, afirmó a SEMANA.
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Además, el aislamiento en el que Estados Unidos se encierra podría permitirle a Europa liderar su propia agenda, sobre todo frente a Rusia, la otra gran potencia mundial. “Putin pensaba que podía contar con Estados Unidos. Pero al ver lo difícil que es trabajar con Trump, ha tratado de acercarse un poco a Europa, lo que explica su visita al presidente Macron en Versalles. Además, el futuro encuentro entre Alemania, Rusia y Francia sobre la crisis ucraniana será la base de un nuevo método entre el presidente ruso y Europa, todo esto sin Trump”, explicó a SEMANA Samuel Carcanague, especialista del espacio postsoviético del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.
En las relaciones diplomáticas un simple apretón de manos es tan importante como un discurso. Cuando el mandatario francés, Emmanuel Macron, estrechó con todas sus fuerzas la mano de Trump la semana pasada en Bruselas, la prensa consideró que se trataba de una demostración de fuerza. En una entrevista, el jefe de Estado francés se pronunció sobre este gesto: “Tenemos que mostrar que no haremos ninguna concesión ni siquiera simbólica”. Y ya está pregonando con el ejemplo. Tras el anuncio de Trump sobre el retiro del Acuerdo de París, este trinó una frase inspirada en el eslogan de campaña del magnate: “Make our planet great again”.