ORIENTE MEDIO

La bomba de Jerusalén

Donald Trump soltó un misil político en Oriente Medio al reconocer a Jerusalén como capital de Israel y anunciar el traslado de la embajada norteamericana a esa ciudad. La decisión acabaría con el proceso de paz y va a desencadenar una ola de violenciade consecuencias impredecibles.

9 de diciembre de 2017
Trump firmó el documento el miércoles. Foto: AP

Donald Trump tiene algo de pirómano. Esta semana, le echó un baldado de gasolina al incendio que amenaza con consumir Oriente Medio al reconocer la vieja aspiración israelí para que el mundo reconozca a Jerusalén como su capital, y al anunciar que trasladará su embajada de Tel Aviv a esa ciudad. Ninguno de sus predecesores consideró esa posibilidad por una razón a todas luces obvia: los temas relacionados con el conflicto palestino-israelí exigen el tacto diplomático más sofisticado, pues son el mayor combustible de la conflagración del Oriente Medio. Por desgracia, Trump ha demostrado una y otra vez que carece de ese tacto y que actúa para seguir su propia agenda, si es que de verdad la tiene.

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El anuncio sobre Jerusalén dejó boquiabiertos a tirios y a troyanos. El lunes, todo indicaba que la confesión de Michael Flynn, exasesor de Seguridad Nacional, dominaría la semana política, pues puso en evidencia que le mintió al FBI sobre sus conversaciones con el embajador ruso en Washington. El caso guarda relación con el escándalo político de las interferencias rusas en la campaña presidencial de 2016, más conocido como el Rusiagate. Ante la decisión de Flynn de colaborar con el fiscal especial Robert Mueller, Trump tuiteó al día siguiente (aunque luego su abogado personal, John Dowd, dijo que él había escrito el trino) que había despedido a Flynn por haberle mentido al FBI, lo que delata que el presidente sabía desde hace meses sobre el hecho y no dijo nada. En otras palabras: incurrió en obstrucción de la justicia, el mismo cargo con el que el Congreso norteamericano obligó a renunciar a Richard Nixon ante su inminente impeachment.

Sin embargo, al parecer Trump tenía prevista una cortina de humo que terminó por volverse realidad el miércoles. Desde la Casa Blanca, pronunció un discurso que cambió radicalmente el tema: para el gobierno estadounidense, Jerusalén es la capital de Israel. De inmediato, los líderes de todas las naciones del mundo árabe rechazaron la decisión (ver recuadro) y expresaron su temor ante la posibilidad de que el conflicto palestino-israelí vuelva a salirse de control. En ese sentido, la jefa de la diplomacia de la Unión Europea (UE), Federica Mogherini, dijo que “Trump puede llevarnos a tiempos aún más oscuros de los que vivimos hoy” y subrayó que la posición de la UE sobre el estatus de Jerusalén “permanece igual”. Por su parte, el papa Francisco invitó al magnate a dar muestras de “sensatez y prudencia” y a respetar “las resoluciones pertinentes de las Naciones Unidas”. Así, la atención sobre los escándalos internos del gobierno Trump comenzó a desviarse hacia Oriente Medio y la polémica decisión.

Trump había prometido durante la campaña presidencial reconocer a Jerusalén como capital israelí a la comunidad judía de su país, que le brindó un importante apoyo. Así, Trump logró contentar a muchos personajes poderosos, incluido el magnate Sheldon Adelson, dueño de casinos y uno de los principales donantes de su campaña presidencial, que desembolsilló 25 millones de dólares a un Comité de Acción Política que apoyaba a Trump.

Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí, no demoró en celebrar el anuncio. En una alocución televisiva, el mandatario afirmó que “es un día histórico. Jerusalén ha sido la capital de los judíos durante 3.000 años, y la capital de Israel por casi 70 años. Presidente Trump: gracias por la decisión de hoy. El pueblo y el Estado judíos estaremos por siempre agradecidos”.

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Con esto, Israel se consolida como el más fuerte aliado de Estados Unidos en Oriente Medio. Los dos países guardan una estrecha relación comercial y militar, que se fortalecerá con la decisión de esta semana. Pero Trump no dejó dudas sobre el retiro de su país del papel de mediador imparcial en la resolución del conflicto palestino-israelí.

Suele decirse que Jerusalén es una ciudad sin país, pues la disputa por establecer quién tiene su control no ha terminado. Teóricamente, y después de muchos tires y aflojes, la parte occidental de la ciudad pertenece a Israel, y allí tienen su sede el Parlamento y la residencia del primer ministro. La parte oriental cobija mayoritariamente a los palestinos, y aspiran a tener allí su capital. Jerusalén acoge lugares sagrados tanto para el islam como el judaísmo, por lo que su carga simbólica para las dos religiones y sus creyentes es sumamente alta.

Hasta ahora, ningún país del mundo había aceptado trasladar su embajada a Jerusalén. La razón era clara: reconocerla como capital de una de las partes implicaría dejar sin piso la hipótesis de un Estado para los palestinos. Pero para Trump nada de eso tiene fundamento: ya echó a andar el proceso de transición de su embajada de Tel Aviv, que quedará en el mismo edificio donde actualmente funciona el consulado norteamericano. El proceso, que podría tomar años por razones logísticas, tendrá consecuencias profundas en la región.

En efecto, varios grupos alzaron su voz de protesta. Desde Cisjordania, Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina, criticó fuertemente la decisión de Trump y aseguró que “es un regalo para Israel, y el presidente de Estados Unidos continúa incentivando la ocupación israelí en territorio palestino”. De igual manera, afirmó que Estados Unidos quedó descalificado como mediador entre los diálogos palestino-israelíes, estancados desde el fracaso de los acuerdos de Oslo. También se manifestó Ismail Haniye, líder de Hamás, el movimiento palestino que controla la Franja de Gaza. Llamó a “3 días de rabia” y afirmó que Trump había “abierto las puertas del infierno”.

Incluso, aliados de Trump en la región se han mostrado muy preocupados por las repercusiones de esa medida. El rey Salmán bin Abdulaziz, de Arabia Saudita, en la llamada que Trump hizo a varios gobernantes para compartirles con antelación los principales puntos de su discurso del miércoles, le dijo que “mover la embajada norteamericana es un paso peligroso que provocará a los musulmanes de todo el mundo”.

Aunque en este momento resulta prematuro hablar del comienzo de una tercera intifada (alzamiento popular), el malestar de los palestinos puede llegar a extremos, pues llevan muchos años en espera de una solución como para que ahora un presidente norteamericano lo eche todo al traste. El mismo gobierno estadounidense recomendó a sus funcionarios en Israel aumentar las medidas de seguridad.

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Para Jerrold Green, director del Consejo del Pacífico sobre Política Internacional, de Los Ángeles, considerar a Jerusalén capital de Israel puede encender los ánimos en ciertas regiones del mundo árabe, llevar a varios países de la región a concluir que Estados Unidos no es neutral en este conflicto y entorpecer los diálogos de paz. “Adicionalmente, esto también va contra los intereses de Israel, que está tratando de mejorar sus relaciones con Jordania, Egipto y, más recientemente, con Arabia Saudita”, afirmó Green a SEMANA.

En su discurso del miércoles, Trump afirmó que “sería tonto pensar que repetir la misma fórmula traerá un mejor resultado”, en un intento por argumentar que negarse a reconocer a Jerusalén como capital de Israel no ha servido para encontrar una salida pacífica al conflicto. De todas maneras, el presidente ha sido tan poco serio en este tema, que designó a su yerno de 36 años, Jared Kushner, un desarrollador de edificios de Manhattan, para tratar de buscar una salida entre israelíes y palestinos, una tarea en la que han fracasado durante años los diplomáticos más experimentados. Como era lógico esperar, su gestión ha sido un fracaso y no sorprende que haya apoyado cada palabra de su suegro.

Trump anunció que su decisión busca un acuerdo “que beneficie a las dos partes”, pero existe consenso en que la solución al conflicto entre Israel y Palestina tiene que contemplar un escenario que permita la creación de un Estado para los palestinos. La declaración de esta semana no podría alejarse más de esa premisa. En los próximos meses, probablemente en medio de protestas y un profundo malestar a lo largo y ancho de Oriente Medio, Trump deberá lidiar con las consecuencias de ir contra la lógica una y otra vez. 

“Ira y rabia popular”El mundo árabe reaccionó al anuncio de Trump con protestas, incendios y amenazas de intifada.

Más tardó Trump en reconocer a Jerusalén como la capital de Israel que el pueblo palestino y sus líderes en reaccionar. En Gaza, centenares de personas se volcaron a las calles para quemar fotos del magnate, y el grupo islamista Hamás prometió “tres días de ira” y “una tercera intifada”. Y en Cisjordania, el presidente palestino, Mahmud Abás, dijo que “Estados Unidos perdió su papel mediador en la construcción de la paz”. Pero los palestinos no fueron los únicos en reaccionar. El rey de Arabia Saudita, Salmán bin Abdulaziz, calificó de “irresponsable” y de “injustificada” la decisión. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, acusó al presidente norteamericano de “lanzar la región a un anillo de fuego” y convocó una cumbre de países musulmanes “para actuar de forma unificada y coordinada”. A su vez, el líder supremo de Irán, Alí Jamenei, dijo que la decisión de la Casa Blanca reflejaba la “desesperación y debilidad”. Por su parte, los gobiernos de Jordania y de Egipto (los únicos países árabes con los que Israel tiene relaciones diplomáticas) dijeron respectivamente que se trataba de una “violación de la legitimidad internacional” y que la decisión tendrá un impacto “altamente negativo” en el proceso de paz. El presidente libanés, Michel Aoun, dijo que el magnate “desmoronó las intenciones de acercar los puntos de vista de ambas partes”.