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¿Qué hará Trump con Colombia?
Los expertos dicen que todo seguirá igual, pero a la larga puede haber cambios en los temas de drogas, comercio, paz y relaciones con la región.
El nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no cambiará la actitud hacia Colombia. En Washington consideran que la ayuda estadounidense del plan Colombia es una historia de éxito, con resultados concretos, producto de un consenso de los dos partidos. Un programa que se ha mantenido, y desarrollado, durante quince años bajo administraciones demócratas –Bill Clinton y Barack Obama- y republicanas –George W. Bush-. Después de ese periodo, este país dio un salto cualitativo y pasó de ser considerado un candidato a estado fallido, a uno que consolidó instituciones democráticas y fortaleció su seguridad. En el contexto de una región latinoamericana convulsa, de mayoría hasta hace poco bajo gobiernos de izquierda, y vecino de un enemigo de Estados Unidos que nadie sabe para donde va, Colombia se convirtió en el gran amigo de Washington.
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Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos fueron para los norteamericanos una luz de esperanza en un subcontinente hostil. Columna vertebral de la historia son el Plan Colombia –que ahora se llamará Paz Colombia- y el TLC, ambos productos de numerosas decisiones del Ejecutivo y del Legislativo norteamericanos, sin importar que ambos han oscilado en forma pendular entre mayorías demócratas y republicanas. De ahí su amplio respaldo.
El anterior es el resumen de la narrativa imperante entre los expertos y entre los principales protagonistas de las relaciones entre Estados Unidos y Colombia en los últimos años. Y es la razón por la cual el pronóstico generalizado sobre lo que hará la administración de Donald Trump es continuar la línea que han apoyado sus compañeros de partido y sus enemigos de la oposición.
La conclusión, sin embargo, puede ser apresurada, o puede ser cierta solamente en el corto plazo pero equivocada a la larga.
Es verdad que Trump no va a llegar a cambiar la política hacia Colombia. La inesperada entrada a Washington del nuevo mandatario y de su inexperto equipo obligará al nuevo gobierno a concentrarse en muchos temas antes de pensar en este país. En lo global: ¿en serio Trump se va a acercar a Puntin? ¿Se retirará Estados Unidos de la OTAN y otros organismos multilaterales? ¿De verdad intentará la renegociación de tratados bilaterales que están vigentes desde hace años, sobre todo en materia comercial? ¿Construirá el muro en la frontera con México? ¿Seguirá Trump elogiando el brexit que tanto incomoda a Europa? Todos estos son asuntos de trascendencia histórica y global que postergarán los asuntos colombianos a un lugar secundario en la agenda de prioridades de la nueva política exterior. Por eso es probable que no haya modificaciones inmediatas en la actitud hacia Colombia.
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Más adelante, sin embargo, podrá haberlas en varios temas. El primero es la política hacia las drogas ilícitas. Es poco probable que el nuevo gobierno mantenga la tolerancia de la administración Obama hacia el discurso del presidente Santos en el sentido de que la guerra fracasó y es necesario buscar otras alternativas. Sobre todo, ante la evidencia del aumento de áreas sembradas de cultivos ilícitos en el país. Tanto en la Casa Blanca como en el Capitolio es probable que los críticos de la estrategia antidrogas adquieran una voz más fuerte en el ambiente nacionalista, de mano dura y de tendencia de derecha que dejó la elección presidencial de Noviembre. Y es posible que en los próximos años la agenda de las relaciones bilaterales vuelva a narcotizarse. Es decir, que el combate de los estupefacientes por medios de fuerza vuelva a subir en el nivel de atención, al que ocupó por muchos años y que luego fue desplazado por los asuntos de seguridad, comercio y apoyo al proceso de paz.
En lo que se refriere al apoyo de Washington al proceso de paz también puede haber cambios. El presidente Trump recibirá presiones de la oposición uribista al proceso y de sus escasos aliados –todos republicanos- para cambiar el respaldo a los compromisos con las Farc por una crítica hacia ellos. Es poco probable que estos llamados tengan éxito, porque la paz ya está en etapa de implementación, y superó la de negociación y refrendación. Pero es poco probable que el nuevo gobierno apoye el proceso con el mismo entusiasmo con que lo hizo el de Barack Obama. El enviado especial de este último, Bernard Aronson, renunció a su cargo para dejar en libertad al nuevo inquilino de la Casa Blanca. ¿Lo reemplazará Trump? Mucho dependerá de quiénes, en el Departamento de Estado, asuman las riendas del manejo de las relaciones con América Latina y con Colombia, pero sería más probable esperar una tolerancia pasiva que nunca será igual al respaldo activista de los últimos años, así las diferencias entre ambas alternativas solo sean perceptibles por expertos y académicos, más que por el grueso público.
Los principales cambios que pueden ir llegando con el paso de los días del magnate en la Casa Blanca serán de rebote. Vale decir, no serán decisiones que tienen como referente a Colombia, pero que pueden afectar las relaciones bilaterales. En este campo aparecen dos asuntos principales: lo que haga Trump con Venezuela (y en menor medida con Cuba), y lo que realmente esté dispuesto a cambiar, en términos generales, de los TLC vigentes.
Antes que pensar qué hacer con Colombia, Trump se verá abocado a decidir si asume un papel más crítico del régimen político venezolano. Aunque Maduro le lanzó un salvavidas –“No puede ser peor que Obama”, dijo- el nuevo mandatario puede ser más receptivo a las insistentes presiones que desde hace tiempo hacen la oposición venezolana y algunos sectores del Congreso –republicanos, la mayoría- para un endurecimiento en la actitud de Washington hacia Caracas. Si esto ocurre, ¿pretendería la administración Trump que otros países –entre ellos Colombia- lo acompañen? ¿Presionaría a Bogotá y a otras capitales para que asuman un cambio de rumbo semejante? Y para Colombia, es bien sabido, la relación bilateral con Venezuela pone en juego intereses nacionales múltiples y valiosos: la seguridad de una larga frontera, las condiciones de la población fronteriza, el vínculo de Venezuela en los diálogos de paz, etc. ¿Lo entenderá el nuevo gobierno washingtoniano?
Algo parecido puede pasar con el tema del comercio. La revisión del TLC con Colombia no va a estar en el escritorio de Trump en su momento de llegada al Despacho Oval. Este tratado, por su naturaleza y tamaño, no aparece en el radar de “peligros” de Donald Trump. Sin embargo, una política general de corte proteccionista tendría que cobijar al final a todos los acuerdos. ¿Cabría una excepción, o varias? ¿Se fortalecerán las quejas que han tenido los norteamericanos por el incumplimiento por parte de Colombia –o por la falta de implementación- de aspectos del TLC que obstaculizan el ingreso de sus productos?
Finalmente, habrá que esperar para ver cuál es el tono general de la relación. ¿Se prolongará la luna de miel de los últimos quince años? ¿Tendrán razón quienes pronostican que la historia de éxito no va a cambiar? Al menos en teoría, al menos, resulta difícil imaginar que Trump llegue a tener en América Latina y en Colombia una popularidad como la de Obama. Y más aún, que una “relación especial” que le permitía a Colombia contar con Washington como aliado en la negociación con un grupo guerrillero y asumir una voz de rebeldía contra la guerra contra las drogas, parecía más probable entre los Nobeles de Paz Obama y Santos, que entre Trump y el sucesor de Santos, quien quiera que sea.