a Casa Blanca lleva meses trabajando por crear un nuevo enemigo que le permita volver a alinear sus bases. | Foto: JORGE RESTREPO

ESTADOS UNIDOS

Trump y su guerra contra el socialismo

Los discursos recientes del presidente responden a una nueva estrategia electoral. Los culpables de todos los males de su país ya no son los inmigrantes, sino los ‘socialistas’, aunque no queda claro qué entiende por ese término.

23 de febrero de 2019

Donald Trump ha hecho de la repetición su mejor arma discursiva. Y, aunque muchas veces las cosas que reitera son falsas, a fuerza de decirlas una y otra vez, mucha gente –y al parecer él mismo– termina por creerlas. En su intervención en la Universidad Internacional de Florida de la semana pasada, repitió varias veces la palabra ‘socialismo’, y dejó claro que nunca permitirá que esa ideología destruya su país. Aun cuando en apariencia buscaba con su discurso apoyar a Juan Guaidó en Venezuela y meterle más presión al régimen de Nicolás Maduro, sus palabras reflejaban también su nueva bandera para las elecciones de 2020.

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En 2016, basó su campaña en mostrar el peligro que representaban los inmigrantes y la necesidad de construir un muro en la frontera con México. Pero después de dos años la construcción sigue en veremos y las encuestas recientes muestran que la mayoría la considera innecesaria. La semana pasada, el presidente declaró unilateralmente la emergencia nacional para desviar fondos de otros programas y no tener que depender del Congreso para llevarlo a cabo. Pero ya hay cuatro demandas radicadas contra esa decisión, y los demócratas impulsan una resolución conjunta en el Congreso para bloquearla.

En ese contexto, el mandatario y su equipo saben que los réditos electorales de esos temas ya están casi agotados. Y han visto la crisis con Venezuela como una oportunidad. Si hacia el exterior su papel en la transición democrática de ese país es una jugada geopolítica, hacia dentro le sirve para marcar la agenda electoral. Por eso, la Casa Blanca lleva meses trabajando por crear un nuevo enemigo que le permita volver a alinear sus bases, de cara a una reelección que, por el momento, nadie garantiza.

Malabarismo retórico

“Apoyamos a la gente de Venezuela en su noble lucha por la libertad, y condenamos la brutalidad del régimen de Maduro, cuyas políticas socialistas han llevado a esa nación de ser la más rica de Suramérica a un estado de abyecta pobreza y desesperación”, dijo Trump el 5 de febrero, durante su discurso sobre el Estado de la Unión. Pero no se detuvo ahí. “Aquí en Estados Unidos estamos alarmados por los nuevos llamados a adoptar el socialismo en nuestro país […]. Esta noche renovamos nuestra resolución de que Estados Unidos jamás será un país socialista”.

Cuando lo dijo, las cámaras se dirigieron a Bernie Sanders, el veterano senador de Vermont, que la semana pasada anunció su intención de buscar por segunda vez la candidatura del Partido Demócrata a las presidenciales. Sanders, que se califica a sí mismo de socialista, sorprendió en la contienda electoral de 2016, cuando casi derrota a Hillary Clinton. Una encuesta de The Wall Street Journal y la NBC posterior a las elecciones mostró que, si Sanders hubiera competido con Trump en lugar de Hillary, habría tenido más oportunidades de ganar. A sus 77 años, todavía puede llegar a la Casa Blanca: solo 24 horas después de su anuncio, su campaña recaudó 6 millones de dólares, una cifra récord muy por encima de los demás postulantes de su partido.

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La figura de Sanders avanza justamente porque las ideas socialdemócratas en Estados Unidos han ganado terreno en los últimos años, sobre todo entre los más jóvenes. Según una encuesta Gallup, el 51 por ciento de los estadounidenses entre 18 y 29 años tienen una visión positiva del socialismo, mientras que solo un 45 por ciento apoya el capitalismo. Se trata de un dato significativo si se tiene en cuenta que alrededor del 35 por ciento de los votantes en las elecciones pasadas nacieron después de 1973.

Una portada reciente de la revista británica The Economist sobre lo que llamó ‘millennial socialism’ explica que detrás de ese fenómeno está el hecho de que para esa generación no significan mucho la caída del muro de Berlín y el comunismo soviético con el que ahora Trump quiere vincular al socialismo. Estas personas eran muy niñas o no habían nacido cuando ocurrieron esos eventos, y, por el contrario, tuvieron que vivir la crisis financiera de 2007 causada, en gran parte, por los vicios capitalistas. De ahí el éxito de políticos como Alexandria Ocasio-Cortez, la joven representante demócrata por Nueva York, que se ha convertido en toda una sensación y que también se identifica como socialdemócrata. Con 29 años, muchos la ven como presidenciable en un futuro cercano y, por eso, se ha convertido en el blanco preferido de los ataques desde las toldas republicanas.

Sin embargo, recurrir a una retórica de la Guerra Fría para desacreditarla a ella y a los demás socialistas no ha surtido efecto hasta el momento. En octubre del año pasado, a un mes de las elecciones generales que arrasó Ocasio-Cortez, el consejo de asesores económicos del presidente Trump publicó un informe titulado ‘The Opportunity Cost of Socialism’. Se trata de 70 páginas de dudosa rigurosidad, en las que mezclan los términos para que socialismo signifique lo mismo que comunismo y totalitarismo. Y la debacle venezolana aparece como el único resultado posible de cualquier política socialista.

En una columna de The New York Times sobre el tema, el economista Paul Krugman aseguró que “lo que realmente quieren los estadounidenses que apoyan al ‘socialismo’ es lo que el resto del mundo llama socialdemocracia: una economía de mercado, pero con las dificultades extremas limitadas por una fuerte red de seguridad social, y la desigualdad extrema limitada por impuestos progresivos. Ellos quieren que nos veamos como Dinamarca, no como Venezuela”.

Quienes hoy apoyan al socialismo en Estados Unidos defienden lo que en el resto del mundo se llama socialdemocracia.

Esos nuevos socialistas no pretenden apropiarse de los medios de producción ni nacionalizar las grandes compañías. Sus aspiraciones se limitan a buscar el acceso universal a la salud y la educación, y a subirles los impuestos a los más ricos. Apoyan el llamado Green New Deal, ese paquete de medidas económicas basadas en el New Deal con el que Franklin Delano

Roosevelt sacó a su país de la Gran Depresión de 1928, pero con el objetivo de contrarrestar, además de la desigualdad económica, el calentamiento global. En resumen, todo lo contrario a lo que defienden Trump y los suyos.

David A. Graham, analista de la revista The Atlantic, escribió hace unos días que es posible calificar a esos socialdemócratas de ingenuos, pero “comparar el fracaso del Estado chavista en Venezuela con las reformas de corte europeo propuestas por Sanders, Ocasio-Cortez y otros es deshonesto”.

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A pesar de eso y de la poca evidencia que soporta la argumentación de Trump, sus electores le creen sin dudarlo. Después de todo, se trata de los mismos que creen las mentiras que con tanta convicción repite el magnate. Pero nada asegura que gane nuevos votos.

En todo caso, Trump ya comenzó su nueva cruzada en la que Lenin, Stalin, Sanders, Maduro, Ocasio-Cortez, Unión Soviética, Venezuela, Dinamarca, socialismo, comunismo y tiranía significan la misma cosa.