Conflicto En Ucrania
Ucranianos se ven obligados a hacer chalecos antibalas caseros
La invasión de rusa a Ucrania ya completa tres semanas desde su inicio, el pasado 24 de febrero.
Las alarmas sonaron en Ucrania y la vida cambió radicalmente para toda su población. Rusia inició su ofensiva y, desde entonces, las noticias sobre bombardeos y enfrentamientos son un hecho común registrado por medios de comunicación en todo el mundo.
En su momento, se anticipó que la invasión rusa sería demoledora para Ucrania; sin embargo, la resistencia ha sido notable. De hecho, a principios de marzo funcionarios estadounidenses advirtieron que Vladimir Putin podría ordenar una escalada en la violencia al sentirse “frustrado” por el tiempo que se ha extendido la incursión militar, así como la defensa ucraniana.
Este presagio parece haberse hecho realidad teniendo en cuenta las acciones bélicas perpetradas por Rusia en días recientes, como el bombardeo al Teatro Dramático Mariúpol, con al menos 1.000 refugiados en su interior. El Ministerio de Defensa ruso negó haber bombardeado el teatro y atribuyó la explosión a un batallón nacionalista ucraniano, denominado Azov. Moscú ya había acusado a esa unidad militar del bombardeo la semana pasada de un hospital pediátrico y maternidad de Mariúpol, que había generado indignación internacional.
A raíz de la constante amenaza, miles de ucranianos decidieron abandonar el país para buscar refugio. Sin embargo, quienes aún permanecen en su territorito, se han tenido que adaptar a una nueva realidad. La cadena CNN compartió la historia de Irina Protchenko, de 68 años, quien se retiró de una fábrica a las afueras de Kiev donde pasó 50 años confeccionando trajes y abrigos de hombre para compañías como Hugo Boss y Lacoste.
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De confeccionar abrigos a coser chalecos antibalas
Fueron 50 años en su oficio. Durante todo ese tiempo, Protchenko se dedicó a la alta costura, sentando las bases para un retiro tranquilo, con el deseo de jubilarse y continuar con una vida libre de preocupaciones. La invasión rusa lo cambió todo.
En lugar de cumplir su deseo, la expectativa de Irina se materializó en algo completamente diferente: continuó cosiendo trajes, aunque destinados para una guerra que libra su país. Según detalló CNN, ahora su labor consiste en la confección de chalecos antibalas y pasamontañas para los ucranianos que viajan al este para enfrentarse a las tropas rusas.
“Debería estar cosiendo esmóquines para bodas, no chalecos antibalas”, dijo la mujer, quien prepara el equipamiento en una máquina de coser ubicada en una esquina de su sala, “rodeada de rollos de tela, velcro y tapetes de auto cortados, suministros que fueron comprados por la familia o que fueron donados”, anota el medio citado.
No es lo que esperaba. Seguramente, tampoco lo imaginaba como una opción. Aun así, Irina Protchenko sigue firme en una misión especial. “La mayor recompensa será si uno de estos chalecos antibalas salva la vida de uno de nuestros defensores”, aseguró.
En un día extenso de trabajo, sin descanso alguno, Irina logra hacer hasta diez chalecos antibalas. Sus hijos y yerno le ayudan con otras tareas, como coser brazaletes azules y amarillos que las fuerzas de seguridad ucranianas usan para identificarse.
La cadena de producción improvisada comenzó luego de que Vitaly Golovenko, quien antes de la guerra trabajaba como abogado y actor aficionado que interpretaba escenas de la Primera Guerra Mundial -cuando los ciudadanos ucranianos lucharon contra los bolcheviques rusos- le pidió a Irina, su suegra, que lo ayudara a coser chalecos antibalas.
El pedido de Golovenko tuvo razón de ser cuando el padrino de su hijo no pudo encontrar un chaleco antibalas antes de dirigirse al frente, según recoge CNN. En consecuencia, al no tener un chaleco real en que basar el diseño, se remitieron a videos e imágenes de internet para definir un concepto de producción.
La operación en el taller de Irina se basa en donaciones, tanto de materiales como financiación. Quienes ayudan en el proyecto participan como voluntarios. Las placas de blindaje que van dentro del chaleco provienen de chatarra de vehículos viejos que son recuperados por un mecánico local para luego ser soldadas por el ingeniero que contribuye en la operación.
Para el diseño del chaleco, optaron por placas de ocho milímetros de espesor, sin que sean demasiado pesadas, pero capaces de proteger contra una variedad de municiones rusas.
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