Atlas del Nazismo
Un cónsul chileno antisemita y pronazi en Europa que apoyó la política de exterminio
Gonzalo Montt Balmaceda fue un diplomatico chileno en Praga, quien se destacó por su complicidad con el régimen nazista. Fue probablemente de los primeros en el mundo en enterarse de la solución final para exterminar a los judíos en los campos de concentración.
Un chileno fue probablemente la primera persona en el mundo en enterarse del Holocausto, aparte de los verdugos. Se llamaba Gonzalo Montt Rivas y era cónsul de Chile en Praga cuando el 24 de noviembre de 1941 envió un despacho diplomático a Santiago sobre la Solución Final, el plan de exterminio ordenado por los nazis contra los judíos de los países de Europa oriental ocupados por Alemania. Ese plan había sido discutido por los jerarcas del nazismo poco antes, apenas el 10 de octubre de 1941.
Los judíos alemanes fueron reducidos a campos de concentración y de trabajo desde el Kristallnacht, la Noche de los Cristales Rotos, en noviembre de 1938, pero el exterminio de 6 millones de judíos que hoy se conoce universalmente como el Holocausto o la Shoah (la catástrofe), comenzó a finales de 1941 y de hecho solamente se oficializó en enero de 1942 en la llamada conferencia de Wannsee, nombre del suburbio de Berlín donde se acordó la Solución Final de la cuestión judía o Endlösung der Judenfrage.
La Solución Final no fue un eufemismo, pues lo acordado fue realmente convertir el genocidio de un pueblo en política de Estado. Las víctimas fueron principalmente los judíos de Europa Oriental. En Alemania, cuando Hitler asumió el poder, solamente vivían medio millón de judíos. En la Polonia ocupada eran tres millones.
Auschwitz, en Polonia, fue el principal campo de concentración construido por los nazis. Existía desde 1940, pero en 1941 solo 1.255 judíos aparecían registrados allí. La mayor parte de los detenidos ese año fueron prisioneros de guerra soviéticos. El exterminio de casi un millón de judíos en Auschwitz ocurrió entre 1942 y 1944.
No se sabe cómo se enteró el cónsul Gonzalo Montt Rivas del Holocausto y él no reveló su fuente a sus superiores en Chile en el despacho que remitió el 24 de noviembre de 1941. Según el historiador italiano Raffaele Nocera, Montt Rivas mantuvo lazos con jefes nazis de alto rango y, además, no debía ser desconocido por las autoridades alemanas en Praga, pues su esposa era la baronesa Alice Coppens d’Eeckenbrugge, hija de un noble prusiano.
Montt Rivas informó específicamente que el problema judío se había resuelto parcialmente en el Protectorado de Bohemia-Moravia, como se llamó a la nación checa ocupada por el Reich, con la determinación de erradicar a todos los judíos y enviar a algunos a Polonia y otros a Terezin. En esta localidad checa funcionó el gueto y campo de concentración conocido como Theresienstadt.
Después de la guerra, Walter Schellenberg, jefe de inteligencia extranjera de la Oficina Central de Seguridad del Reich, la temible RSHA o Reichssicherheitshauptamt que incluía a la Gestapo, reveló que él tenía en nómina a varios diplomáticos extranjeros, incluyendo a un chileno de apellido Monte. Como no hubo nadie con ese apellido en el servicio exterior de Chile en esa época, es de suponer que se refería a Montt. Si el cónsul estaba en la nómina de la Gestapo se entiende que era de casa con los asesinos nazis y que, por ende, le hubieran confiado algunos secretos.
Se sabe positivamente que el cónsul tenía vara alta frente a los alemanes. Berlín había ordenado el cierre de los consulados chilenos en los territorios ocupados, pues como era obvio ya no eran países independientes. Todos fueron clausurados, menos el de Praga. Además, por lo menos en un caso, el cónsul envió a Chile un informe sobre un decreto contra los judíos un día antes de su publicación oficial en Berlín.
Montt Rivas no se limitó a informar. Adhirió plenamente a las medidas del ejército invasor alemán para “limpiar” el territorio checo y “compartió completamente la política de exterminio nazista”, según Nocera.
Ya en 1941 había informado a Chile que los bienes, tierras y fábricas de los judíos habían pasado a manos de los alemanes y que, en su concepto, el mundo estaba en la fase final de la era cristiana y en los albores de la era germana, en la cual dominarían “la raza nórdica, alta, blanca, protestante” y su “virilidad y energía” sin igual.
El cónsul aplaudía las medidas tomadas contra los judíos de Praga: prohibición de visitar las bibliotecas públicas y privadas y de escuchar música de autores israelitas, obligación de registrar las máquinas de escribir, prohibición de circular por las calles sin salvoconducto, obligación de portar una estrella amarilla en el lado izquierdo del pecho.
Gonzalo Rivas Montt escribía a la Cancillería: “Señor Ministro, No hay que maravillarse de que en el Reich se tomen estas medidas contra los israelitas, teniendo en cuenta que es innegable que son los elementos hebreos que dominan a Inglaterra, Estados Unidos y Rusia los que desencadenaron esta guerra contra Alemania”.
Estos conceptos alucinantes son similares a los del doctor Joseph Goebbels cuando afirmó en mayo de 1943 que el mayor enemigo del Reich y de Europa era el judaísmo “que amenaza la libertad y la dignidad de la Humanidad”. Goebbels, doctor en filología, fue ministro de Propaganda durante los 12 años del régimen nazi.
Las opiniones del cónsul explican por qué las autoridades alemanas en Praga o en el protectorado podrían haber considerado a Montt como un amigo, y hasta compañero de tragos, según el historiador Richard Breitman, uno de los principales expertos sobre el Holocausto. Para Breitman, se trata de la prueba más antigua de que el Reino Unido y los Estados Unidos fueron advertidos del genocidio que se avecinaba.
Que fue el cónsul de Chile probablemente la primera persona en enterarse del Holocausto antes, incluso, de que se pusiera en plena ejecución, vino a saberse en 2001. Durante la revisión de 400.000 páginas del archivo secreto de la Segunda Guerra Mundial de la OSS (Office of Strategic Services), antecesora de la CIA, los historiadores encargados de esa tarea titánica, detectaron un informe en inglés de la inteligencia británica que resumía el despacho de Gonzalo Montt Rivas.
El cónsul practicaba abiertamente la judeofobia. Muchos judíos solicitaban en Praga visas para emigrar a Chile. El Ministerio de Relaciones Exteriores en Santiago había dado el visto bueno frente a ciertas solicitudes, decisión criticada por Montt Rivas. “Se han aceptado algunas en la creencia de que se trata de arios cuando en realidad los favorecidos son hebreos, judíos, israelitas, de la más pura raza semita. Estos sujetos juran que no son judíos porque han sido bautizados el día antes. Para un judío es mucho más fácil cambiar de nación, patria y religión que de camisa. Los judíos han creado en todas partes un serio problema racial, del que debemos librarnos nosotros”, escribió.
El cónsul rezumaba desprecio y sarcasmo: “El triunfo alemán limpiará a Europa de semitas. Los que logren sobrevivir probablemente serán deportados a Siberia, donde no tendrán muchas oportunidades de poner en práctica sus capacidades financieras”.
En otro despacho dirigido al ministro de Relaciones Exteriores, Montt Rivas anotó: “Perdone la Excelencia Vuestra esta tirada contra los israelitas, pero todos los que han vivido en contacto con esa ‘gente’ y han podido comprobar todo el mal que han hecho y siguen haciendo a la humanidad, tenemos la obligación moral de impedir que el flagelo se extienda a nuestra amada Patria”.
Cuando las revelaciones sobre Montt Rivas se conocieron en Chile hace 20 años, un sobrino suyo dijo al periódico El Día: “Me daría mucha vergüenza haber tenido un tío que hubiera adherido a una causa tan repudiable. Me daría vergüenza, porque era un chileno culto e inteligente. Pero no se descarta, ya que en las décadas de los años 30 y 40 hubo en Chile un grupo bastante activo de gente pro nazi”. El sobrino, Manuel Montt Balmaceda, era entonces rector de la Universidad Diego Portales y presidente del Instituto Chileno-Israelí de Cultura.