REPORTAJE
Vender café en Nueva York: la conmovedora historia de un afgano en la gran manzana
“Mi esposa trata de ayudarme a tener un trabajo de conductor de autobús escolar pero eso solo a tiempo parcial”, explica. Y aquí, “yo conozco a todo el mundo. Hace 20 años que estoy aquí. Toda una vida”, dice Abdul Rahman.
Su carrito parece minúsculo en medio de los gigantescos rascacielos acristalados de Manhattan. Obligado a parar durante la pandemia, Abdul Rahman, vendedor afgano llegado a Nueva York en 1992, ha vuelto a abrir su negocio pero apenas hay actividad en este barrio de oficinas que no acaban de llenarse. Café, muffins, bananas, huevos cocidos: como él, miles de “vendedores ambulantes”, que forman parte del paisaje neyorquino, esperaban recuperar la normalidad en septiembre.
Pero se hace esperar. “Mis ventas están en torno al 20, 30% con relación a la prepandemia”, confiesa Abdul Rahman, de 44 años, de pie junto al expositor de alimentos para el desayuno y un recipiente de café que apenas logra vender. Al igual que los taxis amarillos, los pequeños quioscos móviles de color aluminio que venden hotdogs y comida rápida son parte de la identidad de la Gran Manzana.
Según datos de las asociaciones que les ayudan, hay 20.000 vendedores ambulantes en la ciudad, la mayoría inmigrantes que ven en este trabajo una salida para ganarse la vida. Abdul Rahman expone visible el permiso de la alcaldía y una foto de sus tres hijos nacidos en Estados Unidos.
Hace 20 años que este afgano, que llegó a Nueva York en 1992 huyendo de la guerra en su país, se instaló en la vereda de Whitehall Street, en el sur de Manhattan. Un buen sitio, al pie de edificios de oficinas, cerca de una boca de metro y no lejos del muelle de donde salen los ferris repletos de turistas que visitan la estatua de la Libertad, así como los barcos que llevan a los trabajadores de Staten Island.
“No puedo quedarme en casa”
Tiene una clientela fiel, como Mike Reyes, un obrero de mantenimiento que asegura que viene todas las mañanas. “Necesitamos productos asequibles como los donuts o el café (a 1,25 dólares). En la ciudad es muy caro. Por lo que para mí, esta gente (los vendedores ambulantes) son esenciales”, explica.
Pero apenas hay turistas y la “gente hace teletrabajo”. Según un sondeo realizado por la asociación “Partnership for New York City” (Alianza por la Ciudad de Nueva York), solo el 23% del millón de trabajadores de oficinas que tiene Manhattan habían vuelto a trabajar presencialmente en agosto y los empleadores esperaban un 41% a fines de septiembre, muy inferior a los dos tercios que se vaticinaban en mayo.
Con una gorra “NY” y mascarilla negra, Abdul Rahman espera la vuelta a la normalidad “en octubre... o en enero”. “Puedo aguantar si se recupera la actividad”, dice preocupado mientras depende del salario de profesora de su esposa para mantener a la familia. Por el momento, y tras quince meses de inactividad debido al coronavirus, durante el que recibió ayudas públicas, prefiere venir a trabajar desde el condado de Nassau, en el oeste de Long Island, donde vive.
Esto le obliga a levantarse a las 2h30 de la madrugada de lunes a viernes. “Es mejor que nada”, dice resignado pese a que los beneficios de entre 800 y 900 dólares en “una buena semana”, son de momento un recuerdo lejano. “Si me quedo en casa, ¿qué hago? Es mucha presión”, confiesa resignado. Tras 20 años de oficio, sueña con reconvertirse.
“Mi esposa trata de ayudarme a tener un trabajo de conductor de autobús escolar pero eso solo a tiempo parcial”, explica. Y aquí, “yo conozco a todo el mundo. Hace 20 años que estoy aquí. Toda una vida”.
*Reportaje de AFP