VATICANO
¿El beso de la concordia?: el papa se compromete con la paz en Emiratos Árabes.
Francisco hizo historia al visitar la península arábiga, en busca de marcar una nueva relación entre cristianos y musulmanes. Aunque fustigó la indiferencia ante la tragedia de Yemen, algunos católicos criticaron el viaje.
Ciento ochenta mil personas esperaron pacientes en el estadio Sheikh Zayed, de Emiratos Árabes, a que el sumo pontífice de la Iglesia católica oficiara la primera misa de un papa en la península arábiga. Atentos a su llegada, vieron a Francisco entrar en el papamóvil y el recinto se cubrió de vítores. Por primera vez en años los católicos demostraron su fe en público sin temer las consecuencias.
Si bien el país ha querido mostrarse como el más tolerante y abierto de la región, las persecuciones religiosas, políticas y étnicas han sido una constante. Así lo demuestra que la numerosa población católica de alrededor de un millón de personas tenga prohibido expresar su fe fuera de los templos. Además, estos no pueden ostentar la cruz en su exterior.
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La represión no se limita a la fe religiosa. La monarquía, conformada por siete emiratos, se precia de tener una población multicultural; pero el hecho de que el 85 por ciento de sus habitantes hayan llegado como inmigrantes no repercute en la tolerancia. Un ejemplo de eso ocurrió la semana pasada, cuando varios policías detuvieron a un hincha inglés y lo golpearon por asistir a un partido de fútbol con una camiseta de Qatar. Emiratos acusa a ese país fronterizo de tener nexos con grupos terroristas iraníes y cortó relaciones comerciales con él en 2017.
En ese contexto el máximo líder religioso del islam suní, el imán Sheikh Ahmed al Tayeb, y el papa Francisco firmaron un documento en el que se comprometen a garantizar “la hermandad humana por la paz mundial y la convivencia común”, un evento catalogado como un hito histórico entre las dos religiones que siempre han convivido con dificultades en la región.
Más allá de eso, la invitación del papa a los Emiratos tiene un trasfondo geopolítico, como explicó Peter Mandaville, experto en asuntos internacionales y paz de la Universidad Georgetown: “Tanto los Emiratos como su vecina Arabia Saudita han expresado su deseo de acercarse más a Occidente y, sobre todo, de afianzar vínculos con Estados Unidos, como ha sucedido hasta ahora con el gobierno de Donald Trump. Y ven en la figura del papa una bisagra”.
Pero el papa demostró no ser un mediador dócil, pues no perdió la oportunidad de lanzar duros reproches contra la guerra en Yemen, en la que tanto su anfitrión como los saudíes y estadounidenses tienen mucha responsabilidad.
Según datos de Amnistía Internacional, desde que estalló el conflicto yemení en marzo de 2015, varios Estados occidentales (incluidos miembros de la Unión Europea) le vendieron 3.500 millones de dólares en armas a Emiratos Árabes, que respalda al gobierno de Yemen contra los rebeldes hutíes, a los que junto con Arabia Saudita considera aliados de su gran enemigo Irán. Gracias en parte a ese flujo ilimitado de armas, cerca de 10.000 civiles han muerto y más de la mitad de la población del país no tiene qué comer.
Varias organizaciones internacionales han exigido detener la venta de armamento al país, que además suele terminar en manos de terceros. Emiratos Árabes ha hecho caso omiso a esto y Estados Unidos responde que no comprometerá las multimillonarias ganancias que le trae hacer negocios con Abu Dabi.
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Yemen se ha convertido entonces en un territorio en disputa por su ubicación estratégica en el extremo de la península arábiga, justo en la entrada del golfo de Adén, paso obligado del comercio marítimo y, sobre todo, de los buques petroleros que salen de la zona. Ese panorama de caos generalizado propicia el fortalecimiento de grupos terroristas que, como Al Qaeda o Isis, buscan proclamar un califato de corte fundamentalista.
Así que el pacto entre el pontífice católico y su homólogo musulmán le hace frente a la instrumentalización religiosa de muchos de los sectores políticos y militares de la región que utilizan a Dios o a Allah para justificar la guerra. De hecho, insistieron en que “Dios no necesita que nadie lo defienda y no quiere que nadie use su nombre para aterrorizar a la gente”.
Pero nada de eso evitó que varios altos mandos del Vaticano y cientos de creyentes criticaran al papa por dejarse “utilizar” por los representantes del Islam y por la cúpula de poder de los Emiratos Árabes, que intenta cambiar su imagen en Occidente a través de acciones políticas y de relaciones bilaterales que lo hagan parecer más “incluyente”.
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Para muchos, con la firma del documento solo se beneficiaron los líderes del mundo islámico, pues no son claros los beneficios que puede traer al Vaticano y mucho menos a un papa que se ha caracterizado por sus ideas progresistas. Así pues, la visita del papa no pasó de ser un gesto simbólico y una plataforma para expresar su desconsuelo respecto a la violencia sin fin por la que pasa el Medio Oriente.
Mientras que, para el profesor Mandaville, la visita sí le permite al gobierno de los Emiratos Árabes desviar las críticas por sus intentos de reprimir a los activistas de derechos humanos en la península y por apoyar el regreso de algunos líderes autoritarios derrocados durante la Primavera árabe. “Parte de su campaña de relaciones públicas es mostrarse como un gran partidario del diálogo interreligioso para desviar la atención de las violaciones que se han cometido en el país, por lo que hay mucho de teatro ahí”, dice.
No obstante, comparado con algunos de sus vecinos del golfo, los Emiratos han dado pasos agigantados en cuestiones de género y de religión. Tanto así que llamaron a 2019 el “año de la tolerancia” y se comprometieron con que las mujeres ocuparan la mitad de su gabinete político en 2020.
Solo con el tiempo se sabrá si el beso entre los dos líderes religiosos marcó el inicio de una apertura real en esa parte del mundo, o si se quedará en una foto anecdótica más.