"En Buenaventura no había respuesta cuando preguntaba por los vecinos y amigos que dejaba de ver de la nada". Foto: TBL Live

ENTREVISTA

“Cuando empecé en el mundo de la ópera, inocentemente me estrellé con la discriminación”: Betty Garcés

Después de su presentación en el Festival Ópera al Parque, la soprano colombiana habló con ARCADIA sobre su trayectoria en la ópera y las dificultades que, como artista afrocolombiana y de Buenaventura, ha encontrado para hacer carrera en este género.

Manuel Antonio Restrepo Mendoza
16 de octubre de 2019

Betty Garcés, considerada como una de las cantantes líricas de Colombia, fue la encargada de abrir la nueva edición de Ópera al Parque, el festival que organiza la Orquesta Filarmónica de Bogotá y que se extenderá hasta el próximo 19 de octubre.

Garcés, que ha participado en producciones de ópera, conciertos y numerosos recitales en escenarios como el Parco della Musica en Roma, las emblemáticas Iglesias de San Eustaquio en París y San Patrick en Nueva York, y en el National Opera America Center en Nueva York, habló sobre sus historia con la ópera y las dificultades que, como artista afrocolombiana y de Buenaventura, ha encontrado para hacer carrera en este género.

¿Por qué decidió dedicarse a la ópera?

Es una sorpresa que terminara haciendo esto. En Buenaventura nunca escuché cantantes de ópera: quería tocar guitarra y, por eso, en un principio, me presenté al Conservatorio de Cali. Sin embargo, en el Conservatorio me tomaron para canto. Era un nuevo mundo, así que me tocó formarme desde cero. Aunque lentamente me empezó a gustar el género, sentí que me agarró cuando meses después escuché algunas grabaciones de Jessie Norman, en donde interpretaba obras de Richard Wagner. Tenía un cassette de ella que siempre escuchaba. Aunque no entendía el idioma, lo tarareaba con el alma.

¿Cómo fue su acercamiento con la música antes de conocer la ópera?

Crecí con salsa y música del Pacífico. En Buenaventura, en cada esquina sonaban las chirimías. Mi papá se reunía con sus amigos, y escuchaban música a todo volumen. Siempre fui tranquila y reservada. Me quedaba en una esquina, sentada. Mientras jugaba en silencio, tarareaba las canciones, lo cual, quizás, constituyó una preparación inconsciente para la música. Por otra parte, mi abuelo materno tocaba la armónica todas las mañanas. Aprendió a hacerlo por su cuenta. Desde mi habitación, en el segundo piso, pegaba una oreja al suelo para escucharlo mejor. Antes de saber que me dedicaría a la ópera, esos fueron mis entrenamientos musicales.

¿Cómo ha sido su camino en la ópera luego de estas primeras etapas?

A Cali llegó Francisco Vergara, cantante caleño radicado en Alemania, que montó el taller de ópera del Conservatorio. Hizo una audición en donde canté “V‘adoro pupille Giulio Cesare”. Cuando terminó la audición, la profesora se acercó para decirme que Vergara quería hablar conmigo. El maestro me dijo que tenía talento, y me sugirió especializarme en el exterior. Hasta ese instante no me veía en otro país, mucho menos haciendo una carrera como la que tengo ahora.

Sin embargo, sabía que mis padres no podían pagarme los estudios. Así que Francisco contactó amigos y empresas, y cada vez que habían recitales y audiciones me presentaba. Conseguimos la ayuda de personas como Mariana Garcés, directora de Proartes, y de esta manera reunimos fondos para formar una beca privada. Así llegué a Colonia, y allí me inscribí en varias universidades. Quería que se abrieran las puertas del Gustav-Heinemann-Schule, en donde se formó Juanita Lascarro.

En la audición éramos doscientas personas de todo el mundo, la mayoría coreanos y japoneses. Miré la lista y sólo un nombre sonaba latino: el mío. El jurado se veía distante, pero canté la primera nota y levantaron la mirada, empezaron a prestar atención. En ese momento supe que tenía algo especial para ofrecer. La mentalidad de Colombia y Latinoamérica lleva a pensar que uno compite en desventaja, pero en ese momento dejé esa creencia a un lado. Pasaron diez personas al Conservatorio; entre ellas, estaba yo.

Desde entonces ¿qué dificultades ha enfrentado a lo largo de su carrera?

Cada artista enfrenta retos diferentes. Los que he vivido yo tienen que ver con mi origen y con cómo me veo y me expreso en un mundo en donde todo funciona de manera diferente. Uno de estos problemas tiene que ver con el color de mi piel y mi cabello afro. Además, ser una mujer grande y venir de donde vengo son variables que se tienen en cuenta a la hora de decidir si me dan roles o no. Es el pan de cada día de muchas sopranos, pero no deja de ser algo impactante. Llegué a Alemania con mucha alegría, e inocentemente me estrellé con la discriminación. Así que he llevado un proceso paralelo a mi carrera para fortalecerme y evitar que el tema me derrumbe.

Otra situación muy dura ocurrió luego de mis estudios. Seguía en Alemania haciendo mi segunda especialización. La hice en Hannover, pero la transición fue difícil porque no tenía dinero. Tuve que trabajar en fábricas empacando alimentos de aviones y en fábricas de helados. Me sentía humillada. En Colombia somos muy ‘pinchados’, porque vemos a alguien haciendo algo así y pensamos que es inferior. Con el tiempo me di cuenta de que éramos muchos estudiantes los que trabajábamos allí, y lo hacíamos por las mismas razones. Al igual que este prejuicio, con el tiempo dejé a un lado muchos argumentos falsos. El rechazo en la Costa Pacífica, el poco valor que se nos da y el conflicto armado nos han evitado soñar con cosas grandes en la región.

¿Han afectado los efectos del conflicto armado colombiano su carrera?

Venir de Buenaventura hace que mi historia sea como la de muchos en el Pacífico. No fue necesario que me secuestraran, o que asesinaran a alguien de mi familia. Pero que mis padres me enviaran a los catorce años a Cali no fue accidental. No entendía por qué lo hicieron, pero con el tiempo me di cuenta de que el entorno estaba cambiando. Si bien recuerdo momentos difíciles en Buenaventura, también guardo imágenes felices, en donde corro por la calle, libre, pensando que todo era fiesta. Mis padres no me decían gran cosa. No había respuesta cuando preguntaba por los vecinos y amigos que dejaba de ver de la nada.

En cierto sentido, fui desplazada. Sin embargo, en Cali se unieron cabos, y ocurrieron cosas que me hicieron entrar en la ópera. Eso no quita que hay historias que también deberían ser hermosas, pero que la violencia termina apagando. Es una tragedia.

¿Es posible dedicarse de lleno a la ópera en Colombia?

Hasta hace algunos años era casi imposible. Cuando estaba en el Conservatorio de Cali, de los grandes nombres colombianos que escuchaba, sólo Valeriano Lanchas vivía en el país. En el colegio, cuando tenía 17 años y ya con embarcada en el mundo de la lírica, investigué sobre la ópera en Colombia y Latinoamérica. No encontré nada. Es un género maravilloso, que tiene su público, aficionados y amantes, pero que es muy específico y, por lo tanto, limitado. Es difícil hacer en Colombia temporadas de ópera como en el exterior. 

Sin embargo, desde aquella búsqueda que hice en el colegio las cosas han cambiado mucho. Ya no solo hay más escenarios para la ópera, también hay muchas más personas preocupadas por formar nuevo público. Con eventos como Ópera al Parque se intenta que el género llegue a otras esferas, y estos son pasos para que los cantantes líricos dejen de sentir vértigo al pensar en hacer una carrera en el país. Es un momento en el que las puertas a nivel nacional se están abriendo.

¿Cómo concilia la herencia musical colombiana con la ópera?

Es fundamental compartir siempre algo de nuestra música. En mis recitales siempre hay piezas o ciclos de canciones de compositores colombianos y latinoamericanos. En muchos lugares del mundo no las conocen, así que cuando las interpreto quedan enamorados. En Colombia y la región hay una sensibilidad musical que no se encuentra en otros compositores, y esto me motiva a ofrecer en cada oportunidad un pedacito de Colombia. Además, la gente se alegra de que Colombia tenga una soprano afrocolombiana con una gran carrera internacional. No me lo esperaba, y por eso agradezco al país mostrando su belleza y virtuosismo musical.

¿Recuerda con cariño algún recital?

Hay dos que son muy especiales. El primero son, en realidad, dos presentaciones en Bangkok, Tailandia, en 2018. Fueron conciertos con repertorio musical latinoamericano, con temas como ‘Colombia, tierra querida’. El público estaba muy contento, me sigue sorprendiendo el recibimiento de este repertorio. Allí no están acostumbrados a nuestros ritmos, colores y sabor, así que cuando canté para ellos, la experiencia me conmovió. También fueron especiales porque mi madre me acompañó por primera vez a una presentación fuera de Colombia.

Sin embargo, el que más me ha robado el corazón fue en Buenaventura, en 2014. Yo no le conté a mis papás que cantaría allí, así que se enteraron cuando vieron los afiches por la ciudad. Cuando llegamos con el pianista, parecía que la ciudad estuviera de fiesta. El concierto se hizo en la Catedral, luego de una misa. La gente llenó la iglesia, y fue especial ver tantos rostros familiares, a vecinos que me vieron irme a Cali con tristeza y muchos sueños al mismo tiempo. La iglesia cantó ‘Mi Buenaventura’ a todo pulmón, se gozaron el concierto. Fue una mezcla de muchos mundos.

Después de Ópera al Parque, ¿qué viene para su carrera?

Por ahora, quiero seguir llevando mi voz y canto a muchos escenarios en el mundo. Sobre todo a lugares poco convencionales, a públicos que nunca hayan escuchado la ópera como la hace una soprano afrocolombiana. Por otro lado, tengo el anhelo de regresar a Colombia, y aunque tengo varios planes en mente, desconozco el momento preciso para hacerlo. Desde lo que he aprendido, quiero construir algo especial para la gente del Pacífico, el Valle del Cauca y Colombia.