Perfil

Hay que tener fe en algo

Sam Beam, la cabeza pensante de Iron & Wine, es a la vez tímido, gracioso, espiritual y poco convencional. Un perfil de un hombre y una banda.

Jaime Arracó Montoliu
16 de julio de 2016
Sam Beam tocando en Brooklyn. Foto: Tristan Loper / Wikicommons.

Sam Beam es la cabeza pensante de Iron & Wine, un alter ego que a veces funciona como banda, y que cuando no lo es, se trata de Sam con una guitarra acústica y un micrófono. Es tímido y gracioso. Sam viene del cine y de las artes, ha sido profesor universitario, es padre de cinco niñas y una de las máximas referencias del country-folk del nuevo siglo. El 26 de julio cumplirá 42 años. Antes de ponerse el traje de cantautor, mientras grababa un cortometraje, encontró en una tienda de Alimentación General, un suplemento alimenticio con el nombre Beef, Iron & Wine. Le quitó la carne y ya tenía como llamarse.

En 2002 sale su primer disco, titulado The Creek Drank the Cradle. Era en ese entonces profesor de cine en Miami, en su Florida natal. Había grabado, en un cuatro pistas y en su estudio casero, una selección de canciones compuestas y producidas por él mismo. Empezó como casi todos los de su quinta. Dice que primero escribe la letra y que escribe muchas canciones. Luego les pone la música. Siempre lo ha hecho así. Compone y graba tanto que por momentos no llega a escuchar otra música que no sea la suya. Aunque es  Ha estado tan ocupado desde que comenzó que solo el año pasado tuvo el tiempo para encerrarse cerca de dos semanas en un estudio con su amigo de adolescencia Ben Bridwell (frontman de Band of Horses), y grabar un disco de versiones. Se llama Sing Into My Mouth y lo revisaré más adelante. Fue precisamente Ben quien intermedió con su discográfica Sub Pop y el disco inédito de Iron & Wine.

Sam es espiritual, vive en el campo, desde pequeño ha estado en contacto con la naturaleza y con la religión cristiana, de la que se distancia ahora, para decir que es agnóstico porque a la religión se le atribuyen demasiadas verdades. Está alejado de las grandes ciudades desde donde parece que tenemos que crear todos ahora, porque el campo no interesa. Pero la naturaleza le da a Sam Beam su arte. Él está cerca de las cosas y de las personas allí, también desde allí, tal vez, se encuentre más cerca de eso a lo que llaman Dios. Originario de Florida pero hijo adoptivo, primero de Carolina del Sur y después de los estados de Texas y Carolina del Norte, Beam no cuenta con las raíces del country y el folk más tradicionales, pero la sutileza de sus acordes encuentra un sonido ascético al complementarse con unas letras llenas de obsesiones personales, del peso inequívoco de la religión, temas que enfatizan su visión optimista del mundo. Porque la vida es previsible, somos las personas las imprevisibles. Sam tiene una mentalidad humanista y delicada, una sabiduría de esas que llamamos antiguas. Piensa, al igual que Vila-Matas, que la creación trae la felicidad.

La versión de “Such Greats Highs” de The Postal Service fue muy importante en su carrera. Este cover fue incluido en la banda sonora de Garden State, esa estupenda película indie del desgarbado Zach Braff que nos enamoró por todo su conjunto, además de por Natalie Portman. Esto ocurrió en 2004. Ese mismo año llega su segundo LP, Our Endless Numbered Days.

Este Iron & Wine iniciático tiene mucho de Cat Stevens, de John Hiatt, dicen que del difunto Elliot Smith, sin duda hay influencia de Dylan, como les pasa a todos los cantautores posteriores a Bob. La música de Iron & Wine es country, pero no del que vende hoy en día, el suyo tiene mucha más cercanía con las bases de este género tan norteamericano y al mismo tiempo, tan irlandés. Experimenta con lo que hay, que ya hay mucho y lo mezcla con todo el rigor, la personalidad y la candidez posibles.

Entonces, Sam ya ha grabado un primer disco redondo, del que destaca, por ejemplo, la emotiva “Upward Over The Mountain”, en la que un hijo le pide a su madre que le deje volar libre, que ya es hora, que es mayor y que por supuesto seguirá queriéndola como siempre. Y un segundo disco que ya tiene un estilo completamente reconocible.

Se ceñía a los instrumentos de cuerda, como dictan los cánones de la tradición country. Pero por qué no meterle unas potentes trompetas, percusión y grabar un EP con Calexico -banda de Tucson nacida en los 90 que por el bien de la música borró la frontera que existe entre México y EE.UU e interpretó que la unión solo puede ser provechosa-. A los típicos sonidos de mariachis de un lado mezclan música sureña del otro. Y un tenor cantando en español. El EP se llama He Lays In The Reins y la crítica lo puso por las nubes. Es 2005 y Sam Beam ya le gusta a todos. Por esto puede parecer que no compone nada distinto, original, personal. Lo distinto es que una música tan particular sea universal. De ese mismo año es Woman King, otro EP en solitario. No miente cuando dice que no deja de escribir canciones. Con este trabajo trae más y más belleza.

Llega 2007 con The Sheperd’s Dog y asombra que no pierda nunca el rumbo, que sea visible el hecho de que no se equivoca, que acierte con cada cambio que propone. Más allá de lo que pensemos, él tiene la máxima de seguir haciendo lo que hace. Viene de una formación artística y eso significa que cada idea tiene que ser mejor que la anterior y que él es su peor enemigo, por lo que necesita hacer música para poder ser. Este es otro disco magnífico, tiene el sonido Iron & Wine, las canciones respiran por sí solas. Él sigue susurrando, conoce muy bien su voz. Está todo en su sitio, es simple y familiar. Busca la transparencia, eso que se le pide incluso más a quien no es artista, esa palabra tan en boga es vital en la creación de Iron & Wine. Nadie se lo pide, pero no le queda más remedio, así asume él la música. Canta para no dejar morir sus apegos.

Sam cree que cambiar es bueno. Sabe que por falta de conocimiento, esta sociedad ha convertido imposiciones en convenciones. Él se pregunta las cosas, y se responde con sensatez. Le dicen que su barba es fascinante, una barba que lleva diez años sin afeitar. Él haciendo uso de su sentido común contesta que qué tiene de fascinante el vello facial, que para él lo fascinante es que la gente se afeite la barba cada día.

Con respecto a su música no es lo suficientemente estúpido como para querer sorprender con cada canción. Aunque aparecen nuevas pinceladas, unos toquecitos por aquí, el paso a nuevas obsesiones, no solo personales sino musicales: jazz, indie-folk, powerpop, sonidos rock setenteros.

En 2009, aparece la primera recuperación de material descartado previamente. Es un disco doble que incluye algún cover y ciertas extravagancias. Con Around The Well, su carrera avanza y nos ofrece el material necesario para seguir hablando maravillas de él. Sabe a la perfección qué música viste mejor sus textos y además descubre que en su armario hay cada vez más y mejores vestidos. El colofón a su primer disco de caras b, es “The Trapeze Swinger”, una de sus mejores canciones hasta la fecha. Dura casi diez minutos. Aparece el paraíso, ese lugar del que nos han hablado desde que somos niños y desde el que en esta canción se ven los recuerdos más inocentes de alguien que podríamos ser cualquiera.

En tiempos en que el público cacarea estribillos insulsos, Sam Beam no nos da la opción de hacerlo, porque narra historias largas, evita el estribillo fácil. Como hacen el extraordinario Sufjan Stevens o el delicado Colin Meloy de The Decemberists, Sam no nos ofrece himnos vacíos, él solo nos da la oportunidad de estar bien. Algunos jóvenes me recuerdan a Iron & Wine. Está Joshua Tillman, que empezó de la mano de Damien Jurado, se unió a la banda de barbudos y melenudos Fleet Foxes y acabó convertido en el gran Father John Misty. También Bon Iver tiene mucho que ver. De su generación, no pueden faltar Mark Kozelek ni Josh T. Pearson, dos cantautores de altos vuelos, costumbristas y místicos.

Entre 2011 y 2016, Iron & Wine saca tres discos en solitario y dos colaboraciones. Kiss Each Other Clean se presenta con el sello Warner Bros., tras diez años con su antigua discográfica, y se ve otro Iron & Wine. Es más pop, más luminoso, tiene más arreglos, sintetizadores y le acompañan más instrumentos. Algo permanece igual: sus letras y sus murmullos. “Walking Far From Home” y “Tree By The River”, son dos cortes deliciosos con unos coros casi insonoros que velan sus animadas melodías. En primer plano está siempre él, con absoluto control de cada acorde. A este disco le seguirá Ghost On Ghost, disco que continúa y mejora la línea trazada por el anterior. Es más rápido, más divertido, por momentos bailable. Se reserva, como no, el espacio para baladas con sus sonidos originales. Es el caso de “Winter Prayers” , donde vuelve a sus raíces, pero le da más fidelidad. Una gran virtud es que sabe regresar a casa, sabe el camino que ha recorrido y se encuentra bien yendo y viniendo. Sabe cuando puede forzar su voz, y sabe que sus susurros le calman, que nos calman.

Como en su tiempo libre de trabajo –haciendo canciones- se pone a componer más canciones, tiene el armario lleno de temas inéditos. Sigue pensando que es un pasatiempo y como cualquier pasatiempo, no le genera más aspiraciones que las de seguir con él. Con Archive Series Volume No. 1, publicado en 2015, desempolva temas que no entraron en su primer disco y que le hacen preguntarse, sin vergüenza ninguna, quién escribió esas canciones. Tan lejanas a momentos, o de unos días atrás si lo piensa bien.

Tras el éxito rotundo de su colaboración con Calexico, Sam cumplió en 2015 la amenaza de grabar un disco con Ben Bridwell. Sing Into My Mouth es el resultado de la suma de versiones de algunos grupos predilectos de ambos músicos. Se conocieron escuchando música en el colegio. Se lo debían. La canción “No Way Out Of Here”, merece mención aparte, por encerrar lo mejor de Band Of Horses y de Iron & Wine. La colaboración con Calexico sigue siendo la mejor colaboración y quizá el mejor disco de Iron & Wine. Pero Sam Beam quiere más y sorprendió este año al presentar el disco Love Letter For Fire, en compañía de una cantautora de padres mormones llamada Jesca Hoop –en la adolescencia abandona la fe mormona para abrazar la fe en las personas- y de la que se sabe que vivió de manera salvaje en Arizona y que cuando se mudó a los Ángeles fue niñera del hijo de Tom Waits. Sam y Jesca consiguen hacer un disco realmente precioso. Es la ternura hecha música. Un disco necesario que nos demuestra que la vida hace llorar, muchas veces por poder contemplar la belleza que tenemos delante. “Valley Clouds”, “Soft Place To Land” o “Every Songbird Says”, nos recuerdan que hay que tener fe en algo.

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