Ruanda

“Las mujeres ni siquiera podían tocar un tambor”

Odile Gakire Katese, directora del Women Culture Center (WCC), ha emprendido una revolución femenina en su país. De la mano de la música, el teatro e incluso el helado, ha proporcionado a las mujeres de Ruanda una sensación que durante la mayoría de su historia les fue prohibida: el placer.

Christopher Tibble* Bogotá
31 de octubre de 2016
Katese nació en El Congo en el seno de una familia ruandesa.

Una quinta parte de la población de Ruanda falleció en el genocidio de 1994. Más de la mitad de la los tutsis, uno de los principales pueblos nativos de la región, fue exterminada por el gobierno hutu. Murieron entre 800.000 y un millón de personas. La hecatombe dejó una honda cicatriz en su cultura, pero también un desbalance poblacional que pocos conocen y que ha sido un factor determinante en la vida cotidiana del país centroafricano durante las últimas dos décadas: concluida la masacre, las mujeres constituían el 74 % de la población.

“Fue entonces cuando empezamos a hacer cosas que hasta el momento nos eran prohibidas. Nos convertimos en la fuerza laboral y nos metimos a liderar campos donde nunca ni siquiera habíamos soñado en entrar”, asegura Odile Gakire Katese, directora del WCC de Ruanda. En la sala de prensa de la Biblioteca Luis Ángel Arango, durante el último día del Seminario internacional Música y Transformación Social, la ruandesa rememora, no sin un aire de cautela, las oportunidades que, de manera accidental, surgieron del genocidio: “Antes, el placer era prohibido para las mujeres en Ruanda. No podían comer carne de cabra, porque era suave y dulce. Incluso el placer sexual se les negaba en muchos casos con la ablación del clítoris. La situación hoy es muy distinta”. 

Después del genocidio y de la creación del Ministerio de Género, las mujeres invadieron la arena política (hoy ocupan el 60 % de las curules del Congreso), así como los cuerpos de policía, el personal de los hospitales, las vocaciones técnicas. Pero, curiosamente, en la única área donde su participación aún genera polémica es en la cultura. “Es muy difícil. A pesar de todos los cambios, los tabúes todavía no permiten que las mujeres expresen su verdadero potencial en la cultura. Mi lucha ha sido ahí, en las barricadas de las artes, porque nadie en el Ministerio de Cultura parece querer cambiar los lineamientos, argumentando que es un asunto demasiado puro y precioso como para modificarla”, dice Katese.

En 2004, la ruandesa decidió darle la espalda al gobierno para iniciar el proyecto musical que hoy, doce años después, ha recorrido escenarios alrededor del mundo: el primer grupo de mujeres tamboristas de Ruanda. Al igual que la carne de cabra o el placer sexual, el tambor tradicionalmente era reservado para los hombres; su importancia era tal que en kiñaruanda, la lengua local, significa ‘reino’.“Tocar o siquiera acercarse a un tambor era prohibido para nosotras —asegura Katese—, pues durante siglos solo un grupo muy selecto de hombres podían hacerlo, y solo para el rey”.

El grupo de tambores de mujeres comenzó con el pie izquierdo. Durante los primeros cuatro años, dice Katese entre risas, no lograron dar pie con bola. El número de participantes creció a 127, una cifra que se convirtió financieramente inviable y la gente, sobre todo los hombres, veían la iniciativa con recelo. Pero a partir de 2008 la situación dio un vuelco: Katese redujo el equipo a las mejores 20 tamboristas y contrató a profesores de otros países. Desde entonces, el grupo es un referente continental.

Hoy la lucha, dice la ruandesa, es conseguir reconocimiento oficial. También trabaja para visibilizar otras de sus iniciativas, como el proyecto teatral The Book of Life y una cadena de heladerías. Katese dice que su pelea no es política, sino artística, aunque reconoce que sus consecuencias pueden reverberar por todo el país: “Como artista, quiero sorprender. Quiero que las mujeres no estén donde se les espera que estén. Que lleguemos, juntas, a ese espacio donde, por ahora, no estamos”. 

*Editor de Arcadia.