Alquimistas del sonido

¿Qué hace un director de orquesta?

Arcadia le cuenta la función de estos hombres y mujeres cuya presencia es mucho más importante de lo que suele creerse.

Marco Bonilla
21 de mayo de 2015
Simon Rattle // Foto por: Sebastien Grébille

La semana pasada el mundo de la “alta cultura” en Alemania se paralizó por la elección de quien será el director y responsable artístico de la Filarmónica de Berlín a partir de 2018, en reemplazo del británico Simon Rattle. Es la única orquesta de su tipo en la que la decisión recae no sobre un funcionario, sino en los músicos. En la elección se valora el conocimiento musical del director, junto a las virtudes de liderazgo y el buen trato a los artistas. Es un proceso que recuerda al cónclave romano en el que se elige a los Papas. Los miembros de la Filarmónica de Berlín, la orquesta más famosa del mundo, se encerraron al iniciar la semana en un lugar anónimo en una jornada en la que por primera vez hubo humo negro y no se llegó a un acuerdo. Los músicos anunciaron que el año que viene tomarán la decisión.

¿Por qué tanto revuelo? ¿Es tan importante tener un director de orquesta subido en el podio? ¿Acaso los músicos no tienen una partitura que les indica el carácter y el tiempo de las notas musicales que componen una sonata, una tocata, una cantata, un madrigal o una sinfonía?

Hay dos visiones sobre la labor del director o conductor de orquesta que arrojan diferentes respuestas a estas preguntas. Una visión prosaica afirma que el director es necesario, pues ayuda a los intérpretes a dar inicio, a mantener el tiempo y el ritmo de una pieza musical. Su función sería parecida a la de un metrónomo, el instrumento utilizado para realizar esa tarea. El conductor no haría otra cosa que mover una batuta en su mano derecha marcando el  tiempo y ser referencia para los músicos: los únicos responsables de la calidad de una interpretación. Además, como sostiene esta visión, el director se encarga de temas organizativos como la convocatoria de los músicos para los ensayos y la selección de las obras a ser interpretadas.

Por otro lado, una visión más lírica afirma que el director –sea de orquesta sinfónica, filarmónica, coro o grupo de cámara- no sólo mantiene el tiempo y el orden en la orquesta, sino que su personalidad casi mística y una forma personal de comunicación con los músicos imprime un carácter, una emoción particular, que hace de la obra algo diferente a las interpretaciones bajo la batuta de otro conductor. Según esta visión lírica, el director traduce una visión de la belleza en hermosos sonidos, comunicando esto de forma refinada a través de un lenguaje de gestos con los músicos, esculpiendo un sonido, sacando lo mejor de cada instrumento, enfatizando ciertos aspectos de una pieza sobre otros y traduciendo una obra musical en un artefacto con su firma personal.

Aunque la figura de un líder que conduce a un grupo musical se encuentra en distintos momentos y en diferentes culturas, el conductor de orquesta como hoy lo conocemos es un invento reciente y  surge en la primera mitad del siglo XIX, cuando aumenta el número de miembros dentro de las orquestas musicales. Antes, uno de los músicos –predominantemente el primer violín o el solista- se encargaba de llevar el tiempo y marcar el inicio. Su repertorio de gestos y de movimientos con las manos era necesariamente limitado. En tiempos de Beethoven el rol del director era prácticamente anodino.

Desde entonces, la función de dirigir se convirtió en una necesidad. Entre los primeros directores que no eran músicos se resaltan nombres como Richard Wagner, Héctor Berlioz y Felix Mendelssohn, quienes además de compositores incursionaron en la dirección de orquesta para imprimir su carácter a las interpretaciones. Wagner es un precursor en este aspecto: fue el primer conductor que conscientemente intentó darle forma al sonido que producía el conjunto musical. Fueron Wagner y Mahler quienes le dieron al conductor de orquesta un rol similar al de un crítico literario: alguien cuyo misterioso rol consiste en adivinar el mensaje de un creador y transmitirlo a una audiencia arrobada. Mientras Berlioz se considera el primer conductor virtuoso, a Mendelssohn se le reconoce por haber introducido el uso de la batuta de madera, aunque algunos directores como Pierre Boulez, Kurt Masur, Dimitri Mitropoulos y Leopold Stokowsky prefieren dirigir sin nada en sus manos.

Leopold Stokowsky ensaya Adagio para cuerdas de Samuel Barber

Desde los albores del siglo XIX, aunque algunas orquestas prescinden de su acción, la mayoría de agrupaciones escogen tener un director. La era de la democracia en la política contrasta con ese giro hacia la autoridad que dieron las orquestas. Pierre Boulez, quien fue jefe de la Orquesta Filarmónica de Nueva York,  afirmaba que el conductor debía necesariamente imponer su voluntad, no con un martillo pero sí con la suficiente firmeza para convencer a los músicos de su punto de vista. El caso de la Filarmónica de Berlín no tiene par. Es la única agrupación de su tipo en la que los músicos controlan el sonido del grupo y eligen a su conductor. En otros casos a los artistas se les impone el director por decreto, quien puede resultar ser un verdadero tirano. Quienes vieron la película Whiplash entenderán la referencia.

Aunque todos los directores comparten algunos gestos faciales y corporales, los grandes nombres del medio tienen un repertorio  expresivo particular. Existe una conexión sutil pero real entre los gestos y miradas de un director y la música que emana del conjunto. El primer recurso con que cuentan es, por supuesto, las manos. Con o sin batuta, las manos son el elemento con el que el conductor mantiene el ritmo y organiza la entrada de los elementos en una pieza. En el último tercio del siglo XX, se ha estandarizado el uso de la batuta y el uso de la mano derecha, aunque hoy por hoy las técnicas de dirección sufren gran variabilidad. Muchos directores son zurdos. Comparada con la pintura, la mano derecha delinea la forma y contornos del sonido, mientras la izquierda define los colores, tonos, texturas y el color orquestal.

Valery Gergiev dirige el Adaghietto de la Sinfonía No 5 de Mahler

Después de las manos, el elemento más importante en el arsenal de un director es su rostro. Un director debe mantener contacto visual con el conjunto y mantener un diálogo con la mirada y otros gestos faciales y corporales. Una simple mirada puede transformar el signo de una interpretación. Yannick Nézet-Seguin, cabeza de la Filarmónica de Filadelfia, afirma que juega con las miradas para animar a los músicos y al mismo tiempo para que se sientan relajados. Leonard Bernstein, el primer director de orquesta estadounidense de fama mundial era reconocido por su técnica demostrativa, con gestos faciales y movimientos físicos muy expresivos. Bernstein podía cambiar la dinámica de una obra en vivo con un sutil cambio en sus expresiones faciales. Su contemporáneo Herbert von Karajan, legendario conductor de la Filarmónica de Berlín, al contrario, tenía una técnica muy contenida a nivel emocional y solía dirigir con sus ojos cerrados. Karajan podía dirigir durante horas sin mover los pies, mientras Bernstein daba saltos en el aire cuando el sonido alcanzaba su clímax.

Herbert von Karajan dirige la Filamónica de Berlín interpretando la Sinfonía No. 5 de Beethoven

Además de esta habilidad de comunicación sin palabras, los directores deben tener una gran sensibilidad musical. Deben conocer los principios que determinan el sonido ideal de todos los instrumentos y descomponer y comprender los matices de cada uno dentro de la pieza. Con esa información, deben ser capaces de proyectar un sonido que resulta de la sumatoria de cada instrumento, pero que, como en la alquimia, el resultado es mayor que la suma de las partes. Un buen director debe tener instinto e intuición musical y generalmente lo obtienen tras muchas, muchas horas de preparación antes de subirse al podio.

El estatus del conductor de orquesta ha crecido hasta adquirir  la categoría de verdaderos pop stars. Directores como Daniel Barenboim o Gustavo Dudamel  venden todas las localidades meses antes de los eventos. Un director de una orquesta como la Filarmónica de Berlín, la de Nueva York o la de la BBC factura millones de dólares al año. El caso del venezolano Dudamel es poco común, pues un vistazo al panorama histórico de los líderes de las grandes orquestas nos muestra un gran peso de conductores predominantemente hombres, blancos y provenientes de países del primer mundo o del extinto bloque soviético. Hoy las cosas han cambiado y es posible encontrar directores provenientes de países en vías de desarrollo y, cada vez más, mujeres como Marin Alsop y Simone Young, quienes han franqueado las barreras del género. Aún existe poca representación de directores de origen africano, aunque cada vez hay más de origen asiático.

Marin Alsop dirige la Sinfonía No 9 de Dvorak

El director es mucho más que un semáforo y su función va más allá de mover las manos en el podio. Como sabe cualquier músico consagrado, existen múltiples elementos que no aparecen de forma explícita en una partitura y, por tanto, una obra puede variar según la batuta que la dirija. Esa es la función de estos alquimistas del sonido que hacen de una interpretación algo único e irrepetible.

Noticias relacionadas