Justicia
164 guerrilleros asesinados por sus dos jefes, la escalofriante historia tras la confesión de la Farc
Detrás de los homicidios confesados por la Farc de Hernando Pizarro y Javier Delgado está la abominable masacre de Tacueyó, revelada por SEMANA en 1986, en la que esos dos guerrilleros ejecutaron a sus propios hombres en medio de una esquizofrenia sanguinaria. Acá sus testimonios y fotos.
Si en las guerrillas del país ha existido un tema tabú es la masacre de Tacueyó. El estupor nacional tuvo lugar en 1986 cuando los dos principales responsables de ese exterminio, los guerrilleros José Fedor Rey (alias Javier Delgado) y Hernando Pizarro Leongómez, confesaron en una entrevista con SEMANA cómo fue que ejecutaron a casi todos sus compañeros integrantes del Comando Ricardo Franco, y los procedimientos brutales que emplearon. A su vez, los exjefes de las Farc acaban de revelar que son responsables de los homicidios de Delgado y Pizarro. El tabú terminó. La JEP será el escenario donde el país conozca los detalles de uno de los episodios más bárbaros de la guerra.
Muchas de las víctimas eran menores de edad y mujeres. La tortura fue el método de “confesión” que emplearon Delgado y Pizarro para hacer que los sospechosos dijeran lo que estos querían. Las víctimas rezaban de memoria lo que les habían indicado y de esa forma conseguían ser ejecutadas sin que se prolongara más su agonía.
Tacueyó reveló el profundo grado de descomposición que alcanzó la guerrilla al exterminar a los suyos con métodos abominables
Tacueyó está al nororiente del Cauca, entre Toribío y Jambaló, era la zona de influencia del Comando Ricardo Franco, una disidencia de las Farc al mando de Delgado y como subcomandante estaba Pizarro. En 2014, el CTI de la Fiscalía halló cuatro fosas con 12 cuerpos, presuntas víctimas de la horrorosa masacre. Delgado fue capturado, en 1995, y estuvo en prisión durante siete años. El sábado 29 de junio de 2002, su cuerpo sin vida fue encontrado en una celda en la cárcel de Palmira. Aunque el Inpec dijo que todo apuntaba hacía la hipótesis del suicidio, ahora con la confesión de las Farc, quedó revaluado.
Hernando Pizarro Leongómez era hermano del famoso comandante del M-19, Carlos Pizarro, también asesinado tras firmar las paz y padre de la representante a la Cámara María José Pizarro. En total eran cinco hermanos (Hernando, Carlos, Eduardo, Nina y Juan Antonio). Eduardo es analista político y un destacado académico quien sufrió un atentado en 1999, poco después del asesinato de Chucho Bejarano. Ahora surge la pregunta si ese ataque fue también perpetrado por las Farc. Nina fue guerrillera y desde que dejó las armas vive en el exterior. Juan Antonio, por su parte, es un empresario. Hernando fue acribillado en 1995 en Bogotá.
Tendencias
Si no fuera por los 164 cadáveres de los ejecutados, el discurso demente y paranoíco de Jose Fedor Rey sería apenas risible.
El reportaje “El monstruo de los Andes” recoge los testimonios de Delgado y de Pizarro sobre la brutal cacería de brujas que desataron en sus filas y contra sus propias tropas. Publicado dos meses después del holocausto del Palacio de Justicia, contiene también fotos tanto de las víctimas como de los victimarios, elementos que serán, junto al testimonio de los exjefes de las Farc y los hallazgos del CTI, clave a la hora de reconstruir la masacre de Tacueyó. A continuación el texto publicado en la portada de esta revista:
El monstruo de los Andes
La escena era espeluznante. Seis hombres, uno de ellos casi un niño, con las manos atadas a la espalda y encadenados por el cuello repetían como loros su lección aprendida, con voz rápida y en tono de jaculatoria sabida de memoria:
–Yo soy teniente coronel del B-2 y mi misión era hacer inteligencia infiltrándome aquí en el Ricardo Franco. Me pagan 25 mil pesos.
–Yo soy capitán del B-2 y trabajo para la VIII Brigada. Mi misión era ganarme la confianza de los lideres y escalar puestos de mando para tomarnos el Ricardo Franco. He participado en la matanza de cuatro guerrilleros, pero en Bogotá, y maté a otros infiltrados cuando cayeron porque esa era la orden. Ganaba últimamente 50 mil pesos.
Un niño asustado, con apariencia de tener doce o trece años, dice:
–Tengo 18 años y soy cabo segundo en el B-2. Tenía que venir aquí a recoger información y mi mamá recibía el sueldo, yo no sé cuánto me pagaban.
Los guerrilleros, unos 40 bien armados y pertrechados (fusiles de mira telescópica, ametralladoras, lanzagranadas), rodeaban a su jefe, frente a los prisioneros amarrados. A una orden suya les daban de comer, y comían con las manos atadas a la espalda, como perros, la que podía ser su última comida. Porque José Fedor Rey, alias Javier Delgado, jefe máximo del Ricardo Franco, había convocado a la prensa a ese rincón perdido de las montañas del Cauca para proporcionarle una “chiva”: el “ajusticiamiento” de seis infiltrados del Ejército, esos niños con grado de teniente coronel.
Los periodistas –entre ellos un redactor de SEMANA– habían sido contactados en Cali y llevados en camioneta a cuatro horas de la ciudad. Curiosamente, ni en la carretera ni en las dos horas de camino a pie encontraron ni rastros de un retén militar, en una zona que en teoría está militarizada hasta los topes. Se les había ofrecido una entrevista con Delgado, no el asesinato de seis hombres ante sus grabadoras y sus cámaras, y se negaron a presenciarlo.
Con esos seis, se jactaban Delgado y su lugarteniente Hernando Pizarro Leongómez, completaban la cifra de 164 infiltrados o “sapos” o “chulos”, ejecutados en un mes. Hombres, mujeres, niños: muertos a palo o estrangulados con cordel por dos guerrilleros que tiran de lado y lado tras enrollar la cuerda en un palito para no cortarse las manos, hasta la muerte de la víctima. Esta, que previamente ha sido torturada para que confiese, apaleada y sometida al “cepo indígena” (colgada de las manos atadas a la espalda), es entonces apuñalada en el abdomen en un rápido “corte de chaleco” para evitar que su cadáver, al hincharse, se salga de la fosa a flor de tierra en donde la sepultan con otras dos o tres.
Ciento sesenta y cuatro
“Me enorgullezo de ser el jefe de una organización que ha ajusticiado a 164 asesinos de nuestro pueblo, de mercenarios”, dice Delgado a los periodistas. Una guerrillera explica que cuando todo esto empezó, a principios de diciembre, a algunos de ellos llegó a “temblarles todo” porque creían que su comandante se había vuelto loco. “Era muy difícil para uno aceptar que esos “compas” que habían peleado tanto tiempo al lado de uno resultaran ser chulos, eso era increíble y algunos lloramos por los muertos. Pero ahora está todo claro que eran unos h.p.s. infiltrados”.
Ciento sesenta y cuatro infiltrados son muchos, la verdad sea dicha, para un movimiento cuya militancia se calcula en apenas doscientos hombres. Delgado no se inmuta: “Si hubieran sido doscientos, hubiéramos fusilado a doscientos. Y todavía hay muchos más. Era todo un plan de las Fuerzas Militares para tomarse las organizaciones guerrilleras. Este es el período más difícil de la vida revolucionaria que he vivido yo, pero es el que más nos llena de orgullo como revolucionarios. Y va a haber muchos muertos”.
Hernando Pizarro, su segundo, que fue el que inició las investigaciones, interviene satisfecho: “Sin proponérselo, el Ricardo Franco se convirtió en la inteligencia de la guerrilla”. Los dos hombres rebosan de orgullo.
Delgado prosigue: “No son sólo en el Ricardo Franco, sino en todos los movimientos guerrilleros. Las posiciones de derecha de las Farc se deben a la cantidad tan grande de infiltrados que tienen, que ha metido ahí el Partido Comunista. En el M-19 hay en este momento más de 150 infiltrados del Ejército, se lo hemos dicho a Boris y a Carlos Pizarro, pero los compañeros no lo quieren creer. Es que es difícil de creer. Si a mí me dicen desde el principio que son 164 aquí, yo no lo creo. Pero empezamos cogiendo a uno, y ese cantó y nos entregó a cinco más, entre ellos los asesinos del padre Ulcué. Cuando hicimos la toma de Miranda se nos infiltraron 24 hombres: fusilamos veinte porque los otros cuatro se nos volaron. Al principio mucha gente se nos volaba porque los vigilantes que los poníamos también eran infiltrados y los dejaban escapar. Cuando llegamos a la cifra de cincuenta y cuatro, y uno los había creído buenos combatientes, y lo eran, porque tienen la orden de ser mejores que los demás para no despertar sospechas dijimos: ‘Aquí tiene que haber más’, y seguimos adelante. Es que venían en varias redes: primero Miranda, después Cajones, después los de Corinto, y la red de Cali y la de Toribío y la red del Cauca. Es en todas partes, en Bucaramanga, en Pereira. Así hemos seguido pescando gente hasta llegar a Omar y Arturo, que eran de los principales jefes del Ricardo Franco. Omar es coronel del B-2. Arturo es infiltrado desde hace mucho, llegó a estar en Cuba enviado por las Farc, y él fue quien asesinó a los compañeros del Tolima, pero nos dijo que habían sido las Farc. Los fuimos cogiendo a todos, identificándolos por el santo y seña”.
–Por un amuleto que llevan –aclara Pizarro.
–Es que el enemigo es muy torpe –dice Delgado–. Ellos mismos se mataban porque la orden que traían era que al que se dejara pescar había que matarlo para que no hablara. Pero los hemos ido cogiendo y han ido hablando. Tenemos unos que no hemos fusilado para que hagan algunas cosas, cosas que hay que hacer. Y de todos ellos no hay ninguno que se haya parado a defender al Ejército, porque trabajan para el Ejército es por la plata, lo que hacen es mercenarismo. Son unos cobardes.
–¿Pero cómo pudieron entrar tantos? –preguntó el periodista.
–Es que nosotros hemos cometido errores de liberalismo –se disculpa Delgado.
Según él, la mayoría de los infiltrados pertenece a los “escuadrones de la muerte” que actúan en el país. Pero por lo que cuenta, estos quedaron diezmados. El Ricardo Franco ha cogido y ejecutado, dice, a los asesinos de Toledo Plata, a los del padre Ulcué Chocué, a los que le pusieron la bomba a Navarro Wolf, a los que mataron a la profesora Rosa Elena Tocorná. “Al principio creíamos que eran de las Farc, pero eran del B-2, lo mismo que los que asesinaron a unos compas de Santander. A esos ya los fusilamos. Fusilamos a los de las bombas en los buses de Pereira; creíamos que eran compañeros que hacían eso por falta de formación ideológica y política, pero eran infiltrados del B-2. Nos han llegado, y hemos fusilado, agentes del B-2 que habían formado en Bogotá un grupo de estudios con el nombre de Alava Montenegro (el profesor de la Universidad Nacional asesinado a principios del proceso de paz), otros que tenían un grupo Che Guevara en Medellín, infiltrados de Patria Libre, del Quintín Lame, del ELN, los que “sapiaron” a Iván Marino Ospina en Cali, los que dieron información al Ejército para el asalto a Siloé, los asesinos de Alava Montenegro. Los torturadores de Felisa Burstzyn, los que detuvieron a Consuelo de Montejo...”
Si no fuera por los ciento sesenta y cuatro cadáveres de los ejecutados, el discurso demente y paranoico de José Fedor Rey sería apenas risible. Pero lo que revela es más bien el profundo grado de descomposición que ha alcanzado la guerrilla colombiana. Porque no son sólo Delgado y su amigo Pizarro los que hablan de “infiltrados”. Los demás guerrilleros los acusan a su vez a ellos de serlo.
Un “comando de base” del Franco, dirigido por el “comandante Omar” (el presunto coronel del B-2), que ha destituido a Delgado de la dirección del movimiento y anuncia su próximo “juicio revolucionario”, señala en un comunicado: “No estamos, como pudimos pensarlo antes, frente a una dirección inepta y equivocada. Estamos frente a una pandilla de criminales cuyos actos homicidas nos llevan a preguntarnos: ¿Quién es el infiltrado: los muertos o sus victimarios? Hay que encarar el hecho de haber estado manipulados por el enemigo instalado en nuestra propia dirección”.
Es la misma tesis que viene sosteniendo desde hace tiempos el Partido Comunista y las FARC, que llaman a Delgado y sus hombres “falsos ultraizquierdistas al servicio de la ultraderecha” y “peones del fascismo”. Señalan que las acciones del Ricardo Franco han coincidido todas con momentos claves de la tregua y del proceso de paz, para sabotearlos en función de los intereses militares.
Funcionarios del partido dijeron a SEMANA que los fracasos del M-19 son atribuibles a su alianza con los delatores del Franco: “Alertamos al M-19 sobre las posiciones extrañas que asumía Delgado, les señalamos cómo cuando caían muertos o presos los hombres de su grupo él siempre quedaba milagrosamente libre, pero no nos hicieron caso”. El semanario comunista Voz señala por su parte: “Al mando reaccionario del Ejército no le preocupa Delgado: extrañamente, lo detienen y se les vuela siempre”.
Y la Unión Patriótica asegura que Delgado recibe órdenes directamente del general Vega Uribe, con quien se entrevista en el propio Ministerio de Defensa. “Tenemos las placas del carro en que va”, aseguraron a SEMANA.
En cuanto a los altos mandos militares, su tesis es exactamente la contraria: el Ricardo Franco sigue siendo y ha sido siempre un frente de las Farc, y la llamada “escisión”, pese a los muertos de lado y lado, es una ficción de la guerrilla.
Aunque tomada al pie de la letra la teoría de los militares resulta inverosímil, en cierto sentido tienen razón: el Franco es, después de todo, el hijo legítimo de las Farc, de donde provienen todos sus cuadros, empezando por Delgado y Pizarro. Y los métodos que practica el Franco son los que han usado siempre las Farc y el resto de los grupos guerrilleros en Colombia: “ajusticiamientos” internos, ejecuciones de “sapos” y de campesinos no colaboradores (o colaboradores del Ejército), secuestros, terror.
Así, el ELN acaba de demostrar asesinando a Ricardo Lara Parada que no ha abandonado el canibalismo interno que denunció el también asesinado Jaime Arenas en su libro “La guerrilla por dentro”. El EPL ejecuta rutinariamente “sapos” en sus zonas de influencia. Las Farc no sólo han condenado a muerte a docenas de “desertores” y “traidores" –empezando por los fundadores del EPL, el M-19 y el Ricardo Franco– sino que tienen la costumbre de “limpiar” sus zonas de abigeos y otros delincuentes comunes .
El propio M-19, que siempre ha condenado explícitamente tales métodos, y que en un comunicado denunciando los más recientes asesinatos del Franco los llama perversiones atribuibles a “todas las deformaciones de raíces antidemocráticas que la izquierda colombiana mantiene” también los ha practicado en ocasiones. Una de ellas, ante las cámaras de los periodistas, que pudieron fotografiar la ejecución de un delator en las orillas del río Orteguaza, cuando el acuatizaje del avión de Aeropesca cargado de armas para el movimiento.
Y la continuada historia de fraternizaciones y rupturas con el Ricardo Franco que ha tenido el M-19 en los dos últimos años –desde la toma conjunta de Yumbo hasta la conformación de la Coordinadora Guerrillera, pasando por las desautorizaciones intermitentes pero tímidas de su accionar– muestra que su repugnancia por los métodos del Franco no es tan grande como se dice. De ahí su alianza con un grupo al que llama “totalitario”, pero del que sabe que es rico y bien armado. La relación entre ambos estaría reflejada en la que une a Hernando Pizarro, “número dos” del Franco, con Carlos Pizarro, “número dos” del M-19: están separados, pero son hermanos.
El Ricardo Franco no es, pues, un fenómeno novedoso en Colombia. No es necesario ir a buscarle a Delgado modelos exóticos en la Camboya del genocida Pol Pot o en el Perú del sanguinario Sendero Luminoso: sus modelos están aquí, en los treinta años de historia sangrienta de la guerrilla colombiana, y más atrás, en la “violencia” que inventó los cortes de “franela” y de “corbata”. Así los señala a SEMANA el sociólogo Eduardo Pizarro, que no sólo es un especialista del fenómeno guerrillero sino además el hermano de los otros dos Pizarro, el del M-19 y el del Franco.
Según Pizarro, “los recientes episodios del Cauca con el renacimiento de asesinatos de carácter patológico recueldan las descripciones contenidas en los dos tomos de “La Violencia en Colombia” que como un mal sueño amenaza revivir en cada instante de la vida nacional” Porque dice Pizarro, no se trata de un fenómeno individual: Sólo un movimiento terrorisla y demencial podía producir comportamientos enfermizos a nível de sus cuadros de mando. El grupo Ricardo Franco es la versión demencial de las FARC de donde emergieron sus dirigentes y sus propias bases Javier Delgado quien era uno de los hombres de confianza de Jacobo Arenas reproduce todos los rasgos caracterológicos de su ex jefe: el sentimiento de persecución la arrogancia del poder absoluto y de la verdad incontrovertible el rechazo a cualquier modalidad de disidencia. Sólo que lo supera con creces en su extremismo totalitario".
Y concluye Pizarro: “El Ricardo Franco es un espejo en el cual deben mirarse todas las organizaciones guerrilleras: es el futuro o probable de proyectos armados sin disponer de un espacio real y sin una auténtica legitimidad democrática. La guerrilla sobrevive en Colombia como aquellas instituciones a las cuales les han quitado su razón de ser: por inercia burocrática. Como el Incora”.
Un espejo del futuro, y una reproducción del pasado. Una caricatura monstruosa, pero verídica, de lo que ha sido en muchos aspectos la guerrilla en Colombia. Tal vez tenga razón el Partido Comunista cuando dice que el Ricardo Franco es una invención de los servicios de inteligencia del Ejército, un modelo sacado de cuerpo entero de su Manual de Guerra Sicológica. Pero si es así, han que reconocer que les quedó muy bien inventado.