NARCOTRÁFICO

Las pasiones que aún despierta Pablo Escobar

Han pasado 20 años desde su muerte y todavía se habla del capo que cambió una parte de la historia del país.

Alianza BBC
Arturo Wallace
2 de diciembre de 2013
El 2 de diciembre de 1993, Pablo Escobar fue asesinado. | Foto: Archivo SEMANA

El rostro de Pablo Escobar que observa impasible desde lo alto de una bandera verde y blanca marca claramente la entrada al barrio y confirma que éste es el lugar adecuado.

El célebre narcotraficante ha estado muerto por 20 años, pero su recuerdo parece estar más vivo que nunca en Colombia, donde muchos lo consideran un monstruo pero otros aún lo veneran como a un santo.

Y este, el barrio de Medellín que reivindica orgulloso su nombre, es sin duda el sitio más obvio para empezar a tratar de entender la contradictoria relación que con su recuerdo mantienen los colombianos.

Lo de "monstruo" es fácilmente comprensible: según los cálculos más conservadores, a lo largo de su carrera criminal Escobar fue responsable de al menos 4.000 asesinatos y libró una guerra sin cuartel en contra del Estado.

Para ello mandó a matar a rivales, políticos, jueces y periodistas, ofreció recompensas por cada policía asesinado y no dudó en dinamitar aviones de pasajeros y edificios públicos, abaratando como nadie el precio de la sangre y marcando con el recuerdo de su ola de terror a toda una generación de colombianos.

Pero aun así los más de 16.000 habitantes de la urbanización "Medellín sin tugurios" insisten en llamar a esta aglomeración de casas humildes que se apiñan en la ladera de una montaña "Barrio Pablo Escobar".

Y el rostro y el nombre del que muchos consideran el criminal más rico y despiadado del siglo XX también están por todas partes.

Agradecimiento

La explicación más sencilla, pero también la más abusada, es el agradecimiento.
Fue el propio Escobar quien mandó a construir las primeras 443 casas de esta barriada –que actualmente tiene unas 4.000 viviendas– para dárselas a los más pobres de la ciudad, entre los que también acostumbraba repartir canchas de fútbol, dinero, medicinas y alimentos.

"Nosotros respetamos el dolor de las víctimas pero le pedimos a la gente que por favor entiendan la alegría nuestra, lo que significa salir de un basurero a vivir a una vivienda digna, que se la regalen a cambio de nada", dice Ubernez Zavala, el presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio.

Y doña Franquelina Guerra Carvajal, de 78 años, una de las fundadoras de la urbanización, es incluso más tajante.

"Él fue una buena persona. Nosotros estábamos viviendo muy mal, él nos hizo una visita allá (al basurero) y nos dijo que nos iba a comprar un lote para hacernos unas casas, porque nosotros éramos unas personas que merecíamos lo que merecía un rico", cuenta rodeada de sus nietos, mientras sostiene en sus rodillas una foto de Escobar y otra de su madre.

"Yo no conocí nada de eso. Yo lo que conocí fue lo bueno de Pablo", contesta cuando se le pregunta por el lado oscuro de su benefactor.

"Yo pienso que eso nunca fue así, porque yo nunca supe", responde a cualquier sugerencia de atentados con bombas y asesinatos.

Rebeldía

El de doña Franquelina es un escudo que he visto desplegado incontables veces, y no sólo en Latinoamérica.

De alguna manera, para poder sobrevivir a menudo elegimos de la realidad solamente aquello que nos conviene, lo que no incomoda, lo que no cuestiona.

Pero aquí, en el barrio Pablo Escobar, esa actitud también parece reflejar una profunda desconfianza hacia los discursos oficiales, hacia las versiones de la historia de aquellos que siempre los han tenido abandonados.

Y la necesidad de plantarle cara a la élite altiva y al Estado lejano parece resonar en las palabras de Uber Zavala cuando me cuenta de la complicada relación de su barriada con las autoridades locales.

"El barrio ya va a cumplir 30 años y no tiene cancha, no tiene escuela, no tiene sede comunal, tiene pocas vías, no tiene un parque", se queja Zavala, a quien también le dicen ‘El mocho’ pues perdió su brazo izquierdo combatiendo en el ejército colombiano.

"Un alcalde nos dijo que para ayudar al barrio había que cambiarle el nombre. Pero nosotros no vamos a cambiar la dignidad por bolsas de cemento", sostiene.

El orgullo detrás de sus palabras me hace recordar que era precisamente en los barrios más pobres de Medellín donde Escobar reclutaba a sus sicarios.

En esos casos, la promesa de dinero rápido seguramente era la parte más importante del trato. Pero el politólogo Gustavo Duncan sugiere que cierta dimensión política también puede ayudar a entender mejor por qué esos jóvenes estaban tan alegremente dispuestos a morir y matar por el capo.

"Nosotros no íbamos a morir robando un banco. Pablo Emilio nos dio la oportunidad de morir declarándole la guerra al Estado", explica uno de esos pistoleros en el ensayo "Una lectura política de Pablo Escobar", escrito por Duncan y citado por la Revista SEMANA

Simbolismo

Tal vez ahí hay otra explicación: en las calles de barrios como el Pablo Escobar, que abundan a lo largo y ancho del territorio colombiano, todavía prima la sospecha y el resentimiento para con los representantes del Estado.

Y eso también podría explicar la vigencia de la imagen del capo.

La suya es, después de todo, una imagen tremendamente poderosa, que puede resultarle especialmente atractiva a los desesperados y a los jóvenes que no tienen recuerdos de su violencia y quieren confrontar a las autoridades.

Y, como explica Mark Bowden en el libro Killing Pablo, Escobar también apostó desde un inicio en favor los sentimientos anti-norteamericanos, presentando su negocio como algo que no tenía por qué afectar a los colombianos.

"Según este razonamiento, Pablo no sólo se estaba enriqueciendo a él mismo, también estaba dándole un golpe al establecimiento y usando su dinero para construir una nueva Colombia. A nivel internacional le estaba quitando a los ricos para darle a los más pobres", escribe el periodista estadounidense.

Aunque la evidencia de un uso declaradamente político de la imagen de Escobar –al menos la que yo puedo encontrar– no pasa de la anécdota.

Ahí están, por ejemplo, los carteles con el rostro de Escobar y el mensaje "Pablo Presidente" que durante las elecciones de 2003 aparecieron por todo Medellín, explicados después por las autoridades como una "instalación" de un artista conceptual bogotano.

Y también la sencilla constatación de que, en las calles de la capital antioqueña, pegatinas con el rostro de "El Patrón" se venden a 3.000 pesos y al lado de las del Che Guevara.
"Pero de esas dos la que más vendo es la de Pablito. Se vende más harto la de Pablo Escobar que todas las otras calcas", dice José Giraldo, un vendedor ambulante.

"Hay mucha gente que pasa y me dice que por qué vendo eso", cuenta mientras conversamos al lado del semáforo donde se gana la vida.

"Pero yo les digo: no, también vendo la de Cristo, es la que le guste, para todos los gustos es que yo vendo".

Ambición

Las palabras de Giraldo son un buen recordatorio del proverbial espíritu emprendedor colombiano, particularmente arraigado entre los habitantes del departamento de Antioquia.

Y ciertamente en la fascinación por Escobar –de quien se dice llegó a controlar hasta el 80 % de la cocaína que entraba a Estados Unidos, lo que según la revista Forbes le permitió convertirse en uno de los diez hombres más ricos del planeta– también es posible notar algo de admiración por su talento para "hacer plata".

"Los paisas somos tan emprendedores que inventamos el narcotráfico", he escuchado decir en más una ocasión.

Y el economista Alejandro Gaviria, exdirector del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de Los Andes, ha hecho notar que los narcos también fueron los primeros grandes exportadores de Colombia.

"Se adelantaron 20 años a la apertura económica", escribió Gaviria.

De hecho, durante los primeros años del reinado de Escobar, ni el Estado ni la sociedad colombiana tuvieron reparos en hacerse de la vista gorda con sus actividades o en beneficiarse con la gigantesca inyección de recursos generados por el narcotráfico.

Y los problemas solamente empezaron cuando este quiso salir de las sombras e ingresar a la política.

Ahora, sin embargo, el paso del tiempo parece haber logrado transformar a Escobar en un negocio legítimo y cada vez más boyante.

En las calles de Medellín, por ejemplo, no sólo se consiguen pegatinas con su imagen, sino también camisetas, relojes y libros dedicados al famoso capo.

Y la inmensa popularidad de la serie "El patrón del mal", producida por Caracol Televisión, no sólo la ha convertido en uno de los mayores éxitos comerciales en la historia de la televisión colombiana –la televisora ha vendido la serie a por lo menos 66 países–, sino también en una importante fuente de ingreso para los vendedores de productos piratas.

"La serie es un éxito en el país, todo el mundo volcado a comprar la de Pablo Escobar", dice José Bustamante, quien vende CDs y DVDs "artesanales" en el atareado sector comercial de Junín.

Y si Caracol no tiene reparos en hacer algo de dinero con la historia de uno de los más grandes criminales colombianos, este humilde comerciante tampoco.

"A mí no me molesta vender porque esa fue una guerra que de pronto a uno no le tocó", explica Bustamante.

"Usted sabe que hoy en día todo es por la plata", agrega, con una frase que podría haber sido pronunciada por el propio capo.

Imitación

Es difícil establecer con seguridad si series como "El patrón del mal" –que fue objeto de un furioso debate en Colombia cuando se estrenó el año pasado– son causa o consecuencia de la fascinación por Escobar.

Pero una de las víctimas del capo, Federico Arellano, está convencido de que su comercialización ayuda a perpetuar un peligroso mensaje.

"Llegar a la casa por la noche, prender el televisor y ver la cara de este señor, pues me parece un insulto, es una bofetada", afirma el hijo de una de las 110 víctimas fatales del atentado en contra del Vuelo 203 de Avianca, ordenado por Escobar hace 24 años en un intento por deshacerse del entonces candidato presidencial César Gaviria.

"Mientras que en lo social el mensaje es absolutamente nocivo: es 'vaya de una vez, enfílese en la delincuencia, que eso le da dinero muy rápido y así puede sacar a su familia de pobre'", me dice Arellano –quien preside una fundación de víctimas de Pablo Escobar– durante una conversación celebrada en Bogotá.

Y, de regreso en Medellín, termino preguntándome si no son precisamente los que quieren emular a Escobar quienes llegan a su tumba en las afueras de la ciudad a depositar ofrendas, a pedirle un milagro.

"Siempre le tiran billetes ahí, platica menuda, billeticos, hasta libras de arroz", cuenta Federico Arroyave, quien se encarga de darle mantenimiento a la tumba de mármol verde y grava blanca rodeada de cipreses en la que reposa el capo.

Y es que, a pesar de los peligros, aspirantes al trono de Escobar nunca han faltado.
Una galería de capos del narcotráfico muertos o capturados, publicada recientemente por SEMANA, suma 50 retratos. 

Y esa galería solamente incluye a los más importantes.

Leyenda

Según estimaciones oficiales, desde la muerte de Escobar hasta la fecha las autoridades colombianas han incautado 1.150.000 kilos de cocaína, por un valor aproximado de US$29.000 millones.

Pero hay una estadística que ayuda a entender por qué, aunque el negocio sigue, son muchos los que están convencidos que nunca más habrá otro "Pablo".

Mientras que él estuvo al frente del Cartel de Medellín por 15 años en la actualidad la mayor parte de los narcotraficantes no logran mantener su liderazgo por más de dos años antes de ser "dados de baja" o capturados por las autoridades.

Y ninguno tiene el peso simbólico de Escobar: el pionero, el más rico, el más ambicioso, el más extravagante; el único dispuesto a enfrentarse de tú a tú con el Estado colombiano.

No en balde nadie en el mundo del narcotráfico ha hecho correr los ríos de tinta que ha merecido Pablo Escobar, o sido objeto de tantos proyectos de película, libros y reportajes.
Los lugares vinculados a su leyenda ya son además parte del circuito turístico de Medellín.
Y el año pasado fueron 176.000 las personas que visitaron su antigua hacienda, "Nápoles".

Recuerdos

Hace calor en la propiedad de casi 3.000 hectáreas, ubicada casi a medio camino entre Medellín y Bogotá, desde la que Escobar controlaba su imperio criminal: la Hacienda Nápoles.

Y tal vez por eso los juegos acuáticos que hoy constituyen parte de su atractivo están rebosados.

Abandonada durante años, la hacienda actualmente alberga un ambicioso parque privado que en principio no podría estar más alejado de Escobar, pues está dedicado al África, los dinosaurios y el agua.

Pero la avioneta que supuestamente utilizó para transportar su primer cargamento de cocaína a Estados Unidos sigue marcando la entrada a la hacienda y el zoológico al aire libre que es una de las principales atracciones del parque también podría considerarse un guiño al pasado.
Efectivamente, entre las excentricidades más famosas de Escobar estaba su colección de animales exóticos –rinocerontes, elefantes, camellos, cebras, jirafas, canguros…– y el capo permitía la entrada a la hacienda de todos los interesados.

Y los descendientes de sus famosos hipopótamos –inmortalizados por Juan Manuel Vásquez en la novela "El ruido de las cosas al caer"– todavía retozan en los numerosos lagos artificiales de la hacienda. Una de ellos, Vanessa, es uno de los símbolos del parque.

Como está orientado fundamentalmente a los niños, el empresario detrás del proyecto, Óscar Orozco, cree que la oferta lúdica de hacienda atrae más visitantes que su vinculación con Escobar y la historia del narcotráfico.

Pero la vieja casa-hacienda ahora alberga un museo sobre el tema, "pues tampoco podemos dejar olvidar la historia de lo que pasó aquí", dice Orozco.

Y, sin dudas, la apertura del parque le ha permitido a toda una generación de colombianos revivir con sus hijos una experiencia que en tiempos de Escobar ellos vivieron con sus padres.
Es una generación que parece estar empezando a comprender que no se puede entender a ella misma, ni a su propio país, si no entiende también la historia de "Pablo".

Historia

Escobar está por todos lados, incluso en el Museo de Antioquia, el más importante de Medellín.

Ahí, la escena de su muerte en un tejado de la ciudad, el 2 de diciembre de 1993 –mientras intentaba escapar una vez más de las autoridades– está registrada con los rubicundos trazos de Fernando Botero, el más famoso de los pintores colombianos.

Pero, a pesar de su ubicuidad, para muchos colombianos la principal fuente de información sobre Escobar hoy por hoy es la serie de Caracol Televisión y, en menor medida, algunas novelas y reportajes. No se le estudia en la escuela, muy poco en algunas universidades.
Y para el hijo de su primera gran víctima, el entonces ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla, esto también puede explicar la falta de consenso en torno al más famoso de los capos del narcotráfico.

"Las sociedades tienen que encontrar consensos sobre el significado del mal. Y a mí me preocupa que con muy poco rigor histórico, con mucha irresponsabilidad, en una novela se pretenda humanizar la figura de Pablo Escobar", dice Rodrigo Lara Restrepo.

"En una telenovela lo que prima no es el rigor histórico sino el rating. Se trata de convertir esto en un producto comercial, que tiene que divertir. Y cuando el crimen divierte se banaliza", afirma.

Para Lara, la decisión de capitalizar la historia de Escobar sólo puede entenderse como un triunfo de su legado: "es más importante el lucro, ganarse tres pesos que la conciencia nacional", dice.

Aunque según el hijo el hombre que denunció por primera vez la influencia en la política de los dineros del narco, esa no es la única consecuencia de la vocación comercial de quienes se están encargando de contar la historia del capo.

"Eso también les permite saltarse alegremente muchos capítulos que algunos sectores de esta sociedad quieren olvidar y no quieren tocar", afirma Lara.

Está convencido de que muchos de los socios de Escobar continúan libres y gozan de poder e influencia.

Escepticismo

Esa tal vez sea la última pieza del rompecabezas: entre aquellos que se resisten a demonizar a Escobar tampoco faltan aquellos que creen que detrás de los esfuerzos por retratarlo como un genio del mal también están los intereses de quienes quieren ocultar sus propias relaciones con el narco.

No necesariamente niegan su monstruosidad. Pero creen que ha llegado la hora de redimensionarlo.

"Pablo Escobar fue utilizado por los políticos de turno, que luego fueron víctimas de la ira que ellos mismos generaron en él", me dice, de regreso en el barrio Pablo Escobar, Ubernez Zavala.

Y su convicción de que la guerra en contra de Escobar jamás fue una lucha entre diablos y ángeles probablemente está reforzada por el hecho de que varios de los hombre que adquirieron estatus de héroes en esa batalla hoy están guardando cárcel por presuntos nexos con el paramilitarismo u otros narcotraficantes.

Un ejemplo es el coronel Hugo Aguilar, quien afirma haber hecho el disparo que acabó con la vida del fundador del Cartel de Medellín.

Otro, el general Miguel Maza Márquez, el exjefe del servicio de inteligencia DAS y el objetivo de uno de los atentados más sangrientos de Escobar, hoy acusado de complicidad en el asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán, ordenado en 1989 por el propio capo.
Ambos niegan los cargos.

Clase

Es la hora de partir y mientras recorro por última vez las calles del barrio "Pablo Escobar" también me pregunto hasta qué punto la imagen de Colombia como un país de narcotraficantes puede importarles o no a los habitantes de esta humilde barriada.

Efectivamente, uno de los principales problemas con el recuerdo de Escobar es que el narcotráfico no murió con él hace 20 años.

Y por eso, para muchos colombianos, "El patrón" no es historia antigua: es el símbolo de un problema –para algunos incluso una "cultura"– que se mantiene vigente.
El hecho de que la sangre y la muerte no hayan dejado de acumularse luego de la desaparición de capo, sin embargo, también ha provocado que cada vez sean más los que le asignan una mayor cuota de responsabilidad a políticas antidrogas elaboradas con los intereses de otros países en mente.

Y a los que más he oído quejarse de la estigmatización heredada de Escobar son aquellos que tienen que convivir con la sospecha y la discriminación en los aeropuertos del mundo.
No me da la impresión, sin embargo, que este sea un problema para Uber y sus vecinos, quienes por su origen y extracción probablemente también son tratados con sospecha en ciertos lugares de su propia patria.

Y, sin ser un criterio automático, la verdad es que las diferentes visiones de los colombianos sobre Escobar parecen estar fundamentalmente cruzadas por fuertes divisiones de clase.
Tal vez por eso es que Uber no cree que alguna vez vayan a ver las cosas de la misma manera.

"El único consenso es que Pablo Escobar pasó a la historia", dice frente al muro verde con el rostro del fundador del Cartel de Medellín que él mismo ayudó a pintar. "Sobre lo demás, jamás nos vamos a poner de acuerdo", concluye.