NACIÓN
25 años sin Jaime Garzón: la desgarradora portada de SEMANA sobre su asesinato
Jaime Garzón fue tierno, soñador, libertario, enamorado, rumbero, gozón... su muerte sigue conmoviendo al país. Así narró SEMANA ese doloroso episodio de la historia del país.
Jaime Garzón era como un niño. Tenía los sueños grandes, como los niños, y la aplastante realidad de Colombia no los había recortado, sino que, por el contrario, los había hecho más fuertes. Como los niños, Jaime Garzón opinaba abiertamente, con la verdad, sin tapujos, a mansalva, sin medir jamás las consecuencias. Y al igual que a los niños, toda injusticia lo afectaba.
No había una causa que no mereciera su pasión ilimitada, su trabajo constante y su poder deconvocatoria. Sus amigos aprendieron a entender que Garzón, como los profetas, no era susceptible de ser llamado al orden. Cuando las cosas se ponían graves lo buscaban en El Patio y le hablaban: “Hombre, Garzón, hay que cuidarse. Hombre, Garzón, usted es un bárbaro. Hombre, Garzón...”. Pero él, como todos los buenos, tenía convicción y esa convicción estaba acompañada de intensidad apasionada.
De manera que miraba a sus amigos con gratitud, pero no les hacía caso. Es posible que a Jaime Garzón lo haya matado la soledad, como a Galán. Porque poco a poco Garzón se fue convirtiendo en el eje de la conciencia crítica de la vida colombiana, a la manera colombiana, es decir, con malicia y buen humor.
Él iba más allá que todos los demás y llamaba a las cosas con nombre propio. Él se burlaba de todos y a todos los desnudaba sin piedad. Él no calculaba. Pero, sobre todo, él creía que era posible hacer las cosas y despreciaba a quienes se daban por vencidos y a quienes creían que la cosa no era con ellos. El viernes pasado no mataron a los personajes de Jaime Garzón, sino a Jaime Garzón.
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Porque el humorista era apenas un elemento de su personalidad y aunque sus personajes hacen parte hoy del inconsciente colectivo colombiano como ninguno otro desde Cien años de soledad, los asesinos no buscaban al humorista. Iban por el pacificador. El hombre del medio, en los últimos tiempos Garzón jugó un papel fundamental en la búsqueda de la paz.
En pocas oportunidades se montó en un Jeep y ascendió a las regiones donde impera el régimen de las Farc para hablar con un comandante y buscar la liberación de alguien conocido, o conocido de un conocido, o apenas de alguien cuyos familiares lo habían buscado porque sabían que Jaime Garzón jamás decía que no. También opinó con frecuencia sobre el proceso de paz, y sus opiniones eran, también con frecuencia, urticantes para sectores radicales. Podía latigar, a la vez, a la guerrilla y al Gobierno.
En su última salida sobre el tema del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc, Garzón había dicho, de manera sin duda punzante para algunos, que el último obstáculo era inexistente y que la Comisión de Verificación debía estar integrada por los alcaldes. “Para eso fueron elegidos”, dijo, “para controlar lo que sucede en sus respectivos municipios”. Eran sus opiniones y se podía estar en desacuerdo con ellas como lo estaban, casi siempre, muchos de sus amigos y conocidos.
Pero él las expresaba con la libertad de quien no se siente amenazado por nada, no porque no supiera que lo estaba, sino porque ni siquiera amenazándolo era posible hacerlo menos libre. A diferencia de tantos colombianos que viven en el miedo, Garzón se fortalecía con el miedo, se hacía aún más irreverente y se arraigaba aún más en sus convicciones.
Pero era en el tema del proceso de paz con el Ejército de Liberación Nacional donde las habilidades de Jaime Garzón como negociador eran indudables. Tenía suficientes contactos tanto entre la dirigencia ‘elena’ como en el establecimiento colombiano, de modo que bastaba con que pusiera en marcha una iniciativa para que los callejones sin salida se volvieran avenidas.
La última prueba de su capacidad de convocatoria la dio hace unas semanas cuando logró reunir a un grupo de personalidades del mundo político, los medios de comunicación, la academia y la empresa para firmar una carta dirigida al Gobierno y a la comandancia del ELN con el objeto de buscar la liberación de los secuestrados y destrabar el proceso de paz. Garzón conocía una regla fundamental del arte de la negociación: la necesidad de contar con un tercero a quien hacerle concesiones imposibles de otorgar a la contraparte por razones de desgaste político. Y jugaba su papel de generador de terceros componedores con maestría.
En múltiples oportunidades Garzón pensó en dejar de lado su profesión de humorista político. A veces lo asaltaba la preocupación de no ser tomado en serio o de no poder desempeñar papeles distintos a los que le habían garantizado la entrada amable a millones de hogares colombianos. Pero gozaba su profesión como nadie y sabía, también, que su capacidad de influenciar a la opinión pública era fundamental para sus oficios por la paz en Colombia.
El crimen perfecto
Es posible que el crimen de Jaime Garzón sea, como la mayoría de los crímenes en Colombia, un misterio insoluble. Los primeros señalados como autores intelectuales y materiales se apresuraron a expedir un comunicado en el que negaron su participación en el hecho. Garzón había sido amenazado recientemente por los paramilitares dirigidos por Carlos Castaño, quienes se encuentran en una campaña masiva de amenazar a quienes ellos consideran que pueden ser cercanos a la guerrilla.
El viernes, Castaño negó haber impartido esa orden. Por su parte, no faltan quienes dicen que detrás de este asesinato estarían las Farc y que podrían haber golpeado de esa manera precisamente porque existía la amenaza de Castaño. Hacerlo y hacer aparecer la acción como proveniente de los paras acarrearía obvias consecuencias en contra de Castaño y aparentemente traería réditos políticos a la guerrilla. Pero esa teoría no parece sostenerse en la medida en que el principal afectado de este asesinato es el proceso de paz, en particular el que podría iniciarse con el ELN.
Garzón era un actor demasiado importante para el proceso de paz en general como para que un sector de la guerrilla tomara la decisión de eliminarlo. Existe también la posibilidad, que estaba siendo analizada por los investigadores, de que alguno de los sectores protagonistas del conflicto armado hubiese decidido ’pescar en río revuelto’ al saber de la amenaza de Castaño en contra de Garzón. Al cierre de esta edición, por ejemplo, la especulación abarcaba otras organizaciones criminales, como los grupos paramilitares de Cundinamarca y algunos sectores de ultraderecha no relacionados con las autodefensas.
Según los expertos, el crimen de Garzón fue un crimen perfecto. “Se llevó a cabo en una calle no residencial, de madrugada, lo realizaron dos sicarios en moto que no utilizaron la tradicional Mini Uzi, sino un revólver calibre 38 porque sabían que esa arma no deja vainillas en el piso. Y lo hicieron desde una moto que tenía la placa tapada, o sea que no era robada”, dijo a SEMANA una fuente de la Fiscalía.
Por estas señales pareciera que no se trata de un hecho corriente en la macabra historia criminal de Colombia. Final ¿A quién le conviene el crimen? ¿Quién podría querer asesinar a Jaime Garzón? ¿Por qué asesinar a un colombiano que dedicaba buena parte de su tiempo a enseñarles a sus compatriotas a reírse de sí mismos y a la vez a tomarse en serio? Sin duda detrás del crimen estarían los que consideran que quien no se encuentra de su lado está en contra suya.
El asesinato de Garzón es un paso dramático hacia la degradación del conflicto en Colombia. Es cierto que el tránsito hacia un enfrentamiento entre radicales de izquierda y de derecha involucra cada vez más a la población civil. Pero ese lugar común no deja ver lo que resulta aún más terrible: el conflicto involucra cada vez más a los que buscan la paz.
Jaime Garzón fue tan importante en la vida nacional que la mayoría de los colombianos, incluyendo por supuesto a los niños, recordará durante años el momento en el que se enteró de la noticia y revivirá las imágenes de la televisión: el Jeep Cherokee, la manta sobre el parabrisas delantero, la sigla del CTI en las chaquetas de los agentes, el letrero de la panadería. A las emisoras de radio, a las cámaras y los estudios de los noticieros de televisión y, sobre todo, a la sede de Radionet, hacia donde se dirigía Jaime Garzón, se volcaron miles de ciudadanos que querían expresar su solidaridad, su rabia y su inmensa tristeza.
En sus Cuadernos, Leonardo da Vinci decía que la vida está hecha de la muerte de otros. Quizás esa rabia sirva para comprender que ni siquiera la fuerza irresistible de un soñador perseverante como Jaime Garzón es suficiente para detener la marcha de la guerra en Colombia. Quizás lleve a que algunos asuman, con su ejemplo, una vida de mayor entrega y compromiso. Es lo que habría querido Garzón para el Edificio Colombia, que ha perdido ahora a su mejor inquilino.
Las facetas de Garzón - César Gaviria
”Garzón fue, ante todo, un hombre que penetró a Colombia con su particular inteligencia, agudeza y humor. Y eso sirvió enormemente como instrumento para descubrir una buena parte de las verdades y los mitos de nuestra realidad. La irreverencia de Jaime contribuyó a quitar algo de esa pompa que rodea nuestra vida y a ubicar en su verdadero contexto las motivaciones de los protagonistas de nuestro devenir.
Me tocó también, en particular en la Presidencia, conocer al Garzón comprometido en la solución de los problemas de Colombia: su compromiso diario con el PNR, con la Constitución de 1991, con la traducción de la Constitución a las lenguas indígenas. Fueron esas las facetas de un hombre excepcional e irremplazable”.
La esperanza de Garzón - Myles Frechette
”Uno de los aspectos que más recuerdo de Colombia es a Jaime Garzón.
Él les ayudaba a los colombianos a seguir con sus vidas y a reírse. Tenía un sentido del humor casi adolescente y decía cosas impertinentes que me hacían morir de la risa. Recuerdo que en marzo de este año estuve en Bogotá y me entrevistó Heriberto de la Calle. Con su genialidad para cambiar de personalidad a una persona humilde, la primera pregunta que me hizo fue: ‘¿Le trajo las rodilleras al presidente Pastrana?’.
Siempre me hacía preguntas sobre Estados Unidos que me quitaban el aliento. ”Colombia ha perdido un genio y a una persona que les daba un buen ejemplo a todos loscolombianos”.
El palo de Garzón - Ernesto Samper Pizano
”Fui víctima de Garzón, especialmente en el programa Quac, pero la verdad es que hacía un humor muy objetivo porque le daba ‘palo’ a todo el mundo. Satirizaba a mis adversarios y no era un humorista sesgado.
Mi personaje favorito, por su ingenio y sus consejos, era la cocinera de Palacio, Dioselina Tibaná. Porque, en el fondo, no hay mucha diferencia entre gobernar y cocinar. Lo que varían son los ingredientes. Teníamos muy buena relación personal. Cuando estaba en el gobierno hablábamos con alguna frecuencia. A veces iba a Palacio a tomar tinto y a hacer espionaje para sus programas.
Asesinaron una forma de buscar la paz a través del humor, una manera amable de conseguir el objetivo de la paz”.
El coraje de Garzón - Andrés Pastrana
”Jaime Garzón simbolizaba el alma de lo que somos los colombianos: irreverentes, emprendedores, con buen humor, dados a la reflexión, pero también al coraje. Era un hombre que por sí mismo valía muchísimo, como un luchador por la tolerancia, por los derechos humanos y la libertad de conciencia.
Era solidario con los que sufrían el drama del secuestro y amigo de las causas de los grupos más marginados de la sociedad. Los colombianos sentimos que hemos perdido a un símbolo entrañable, a un amigo de la casa, y que con su risa se nos han ido también Dioselina Tibaná, el celador del Edificio Colombia, el presentador de Quac y, sobre todo, ese simpático lustrabotas Heriberto de la Calle, que nos desarmaba con sus preguntas, pero también con su ternura”.
Garzón, el libertario - Álvaro García
El subdirector de noticias de RCN, uno de sus amigos más cercanos, hace una semblanza de Jaime Garzón.
Jaime Garzón sabía que, en el tiempo que le tocó vivir, de repente, una de las pocas virtudes incontrovertibles de un hombre es la capacidad para, literalmente, comenzar la vida cada día. Por eso se dedicó a observar las cosas pequeñas, aquellas que –aparentemente– no tienen significado, pero que, en últimas, explican el porqué de los acontecimientos más difíciles de comprender.
Garzón advertía gestos que para el común de la gente eran imperceptibles. Pensaba mucho y explotaba con graciosas verdades, casi siempre contundentes, inmensas y sólidas. Ahí, en los detalles, estaba el inconfundible encanto de su sentido del humor. Garzón vivió de afán. Rápido. Como si supiera que el tiempo no le iba a alcanzar. Tal vez por eso, cuando tenía poco más de tres años, ya sabía leer. Su mamá le enseñó a formar palabras y frases en su humilde casa de La Perseverancia.
Cuando sus profesoras se percataron de semejante adelanto, lo pusieron de ejemplo ante los demás niños. Él lo gozó. El pequeño Jaime mostró un voraz apetito de sabiduría que mantuvo intacto durante sus 39 años de vida. Estudió derecho en la Nacional, ciencias políticas en la Javeriana, adelantó estudios de física y matemáticas. Siempre con la intención de explicarse lo fundamental. Sin embargo, los libros y la academia no pudieron darle razón de los mendigos que se atravesaban en su camino todos los días, del hambre que percibía a su alrededor, de la soberbia de los poderosos, de las injusticias.
Corría el año de 1978, acababa de cumplir 18 años y en la Nacional hizo contacto con un guerrillero del ELN. Garzón pensó entonces que la solución podría estar en el monte y se incorporó al frente José Solano Sepúlveda. Pocos días después llegó al sur de Bolívar, a la serranía de San Lucas. Su destreza para el manejo de las armas era nula. Su desempeño como estratega militar, un desastre. Entonces Garzón se convirtió en una especie de inocente y despistado trovador guerrillero.
Una noche, viendo televisión en un cambuche en compañía de Gabino, pasó la serie infantil Heidi. Jaime empezó a cantar “abuelito dime tú...”. El jefe guerrillero se quedó mirándolo y le dijo: “...lo que pasa con usted es que se cree la niña de los montes”. Desde ese instante su nombre de combate fue Heidi. Nunca participó en operaciones militares y la misión más importante que cumplió fue cuidar el dinero del grupo.
La plata estaba enterrada y su trabajo consistía en sacarla a asolear dos veces al día para evitar que los billetes se pudrieran por la humedad. Durante esas semanas en el monte entendió que el asunto no se resolvía echando plomo. Después de cuatro meses se retiró de la guerrilla, dejó claros sus motivos y regresó a La Perseverancia, en el corazón de su Bogotá. Fue nombrado alcalde de Sumapaz por el entonces alcalde Pastrana y destituido por él.
El día de su asesinato debía posesionarse simbólicamente y recibir la indemnización del caso, porque años después se comprobó que los motivos de su sanción no fueron ciertos. A Pastrana le habían dicho que Garzón había montado un prostíbulo. Jaime, al enterarse de la acusación, dijo que las únicas putas de la zona eran “las putas Farc”. De todas maneras, Garzón, como siempre, había cumplido con su deber: construyó el centro de salud, puso a funcionar la escuela y pavimentó la única calle del pueblo.
Garzón era un enamorado del diálogo. Murió pensando que ese era el camino hacia la paz. En casa de su mujer, ‘La Tuti’, durante varios años, los días jueves, sentó a su mesa a personajes de la vida nacional totalmente distanciados por asuntos de política, ideología o negocios. Por ejemplo, una noche puso frente a frente a Antonio Navarro Wolf y a Jaime Castro. El primero –ante el silencio de la concurrencia– relató minuciosamente cómo el M-l9 planeó y ejecutó el atentado que por poco le cuesta la vida al exalcalde, a su nuevo compañero de tertulia.
Esa noche los dos tomaron del mismo whisky y comieron de los mismos raviolis. A propósito, Carlos Lleras de la Fuente aseguraba que en casa de Garzón solo se podía comer pasta: “Si ponen cuchillos se matan”. Jaime Garzón fue tierno, soñador, libertario, enamorado, rumbero, gozón. Tuvo un velero, una bandera de Colombia en su carro, pétalos de flores para las mujeres que amó hasta el delirio, un pequeño rincón para encontrarse con sus amigos, una mamá que lo adoraba. No quiso tener hijos porque –según él– no valía la pena repetir su propia historia.
*Este artículo fue publicado en la edición impresa de SEMANA hace 25 años.