ENTREVISTA

‘Lo regresivo no es el impuesto a las gaseosas, es la diabetes’

El ministro de Salud, Alejandro Gaviria, defiende los llamados “impuestos saludables” al tabaco y a las gaseosas. Asegura que evitarán 2.500 muertes al año.

28 de octubre de 2016
Alejandro Gaviria, ministro de Salud. | Foto: JUAN CARLOS SIERRA

El proyecto de reforma tributaria que el Gobierno radicó en el Congreso incluye los que se conocen como “impuestos saludables” sobre gaseosas y tabaco. El primero consiste en un gravamen de 300 pesos por cada litro de bebidas azucaradas, mientras el segundo aumenta el impuesto para las cajetillas de cigarrillos de 701 a 2.100 pesos. 

El ministro de Salud, Alejandro Gaviria, habló con Semana.com sobre los alcances de las dos propuestas y su impacto sobre el sistema.

Semana.com: Congresistas como Horacio Serpa han dicho que de la tal reforma tributaria no saldrán los recursos que necesita la salud. ¿Qué les respondería?

Alejandro Gaviria: La reforma le aportaría, en pesos de hoy, 1,5 billones de pesos anuales a la salud. Esta es una proyección basada en la literatura científica y en la experiencia de países como México. Estos recursos son fundamentales para enfrentar los retos futuros: el envejecimiento de la población, la implementación de la Ley Estatutaria y las expectativas crecientes de la gente. En fin, la reforma sí contribuye al financiamiento de la salud.

Semana.com: Usted argumenta que los “impuestos saludables” tienen una justificación conceptual que va más allá de la necesidad de recursos adicionales. ¿Podría explicarla?

A. G.: El sistema de salud de Colombia es bastante solidario en el financiamiento. Una persona que gana diez veces más que otra contribuye diez veces más, pero recibe lo mismo. Además, la mitad de la población no contribuye y recibe también lo mismo. Los impuestos “saludables” introducen un elemento adicional de equidad, a saber: quienes, por cuenta de sus hábitos, le van a costar más al sistema, deben contribuir un poco más. El tabaquismo le cuesta cuatro billones al sistema cada año. Es una cuestión obvia de justicia que los fumadores paguen consecuentemente un poco más.

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Semana.com: ¿Estos impuestos pueden cambiar comportamientos? ¿No es un exceso regulatorio?

A. G.: No es un exceso regulatorio, no estamos hablando de prohibicionismo sino de una regulación moderada y probada. La evidencia sugiere que los comportamientos sí cambian, sobre todo en los grandes consumidores, en los que consumen cantidades dañinas. Además, los impuestos son más eficaces que las campañas masivas o las advertencias. No resuelven todo el problema. Pero sí son una contribución significativa a la salud pública.

Semana.com: ¿Cuáles son los costos del consumo de tabaco y de bebidas azucaradas para el sistema de salud?

A. G.: Tenemos cifras aproximadas que muestran que el tabaquismo le cuesta cuatro billones al sistema y la diabetes asociada al consumo de bebidas azucaradas le cuesta una cifra similar. Si se cumplen nuestras predicciones de cambios de comportamiento, ambos impuestos le ahorrarían casi 700.000 millones anuales al sistema.

Semana.com: ¿Cuántas muertes se podrían evitar?

A. G.: Nuestros estimativos, basados en algunos supuestos y por supuesto sujetos a discusión, sugieren que el mayor impuesto al tabaco evitaría más de 2.000 muertes prematuras y el impuesto a las bebidas azucaradas más de 500. Estas son cifras anuales basadas, insisto, en algunos supuestos razonables.

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Semana.com: ¿A dónde irán a parar exactamente los recursos recaudados?

A. G.: Los recursos son de destinación específica a la salud, tal como lo recomienda la OMS. Todos, sin excepción, irían al fondo público que acumula los recursos usados para financiar la operación del sistema.

Semana.com: Algunos observadores sostienen que los impuestos al tabaco provocan el aumento del contrabando y la disminución del recaudo

A. G.: Cabe señalar, de entrada, que los impuestos son muy bajos en Colombia en comparación con otros países. La experiencia internacional muestras dos cosas: primero, que el contrabando no contrarresta el efecto positivo del impuesto sobre el recaudo o la salud pública; segundo, las compañías tabacaleras siempre, en todos los países, esgrimen el mismo argumento, infunden el mismo miedo al contrabando para proteger sus intereses.

Semana.com: Varios académicos han trazado paralelos entre la industria del tabaco hace años y la de las gaseosas y bebidas azucaradas en la actualidad. ¿Usted ve esas semejanzas?

A. G.: Me gustó un titular de un artículo reciente de la revista Scientific American que decía, “Si la industria de las bebidas azucaradas no quiere ser tratada como la industria tabacalera, debería dejar de comportarse de la misma manera”. El artículo hacía referencia a los nexos entre “Big Soda” e investigadores en los Estados Unidos para distorsionar la evidencia y transmitir una idea de falsa tranquilidad al público.

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Semana.com: Como ocurrió en México, aquí se ha desatado una pequeña batalla entre los defensores del impuesto a las bebidas azucaradas y los comerciantes, que se quejan del impacto, con anuncios de por medio. ¿Qué lecciones aprendieron del caso mexicano?

A. G.: La experiencia mexicana muestra, primero, que la economía política de esta discusión es endemoniada. Los costos están muy concentrados en algunos sectores económicos, los beneficios son más difusos e invisibles, están distribuidos en toda la población, lo que siempre complica las cosas.

Segundo, el papel de los medios de comunicación es fundamental, el debate no sólo se da en el Congreso. Los medios tienen mucho que decir. A propósito, en Colombia, me sorprendió que Asomedios se alineara tan rápido con la posición de la industria.

Por último, el caso mexicano es aleccionador sobre las dificultades a la hora de evaluar las políticas públicas. Los efectos sólo se verán en varios años, pero algunos han querido extraer conclusiones definitivas prematuramente.

Semana.com: La industria asegura que se sataniza sin razón a las gaseosas y el problema de la obesidad es mucho más complejo, y va mucho más allá del consumo de azúcar.

A. G.: En Colombia, según nuestras cifras, las bebidas azucaradas son causantes del 13 % de la mortalidad por diabetes, el 5 % de la mortalidad por enfermedades cardiovasculares y el 1 % de la mortalidad por neoplasias asociadas.

Claro que el problema es complejo. Pero la discusión de política pública es distinta, tiene que trascender el reconocimiento de la complejidad. El formulador de políticas públicas tiene que hacerse una pregunta diferente: ¿Cuáles son los instrumentos concretos de política pública a mi disposición para abordar un problema complejo? No son muchos y los impuestos son sin duda uno de ellos. Decir que una política no sirve porque no resuelve todo es una gran falacia.

Semana.com: Los detractores del impuesto a las gaseosas también critican, entre otras, que es regresivo pues se ceba con los más pobres, que son los que más consumen bebidas azucaradas.

A. G.: Como leí hace unos días, lo verdaderamente regresivo es la diabetes. Muchos de los detractores parecen aceptar pasivamente que las gaseosas son parte fundamental de la dieta de los más pobres y que nada puede cambiar esa situación. Yo no comparto ese fatalismo.

Semana.com: ¿Por qué sólo las bebidas azucaradas? ¿Por qué no un impuesto a la comida chatarra y de alto contenido calórico, como lo han hecho en otros países?

A. G.: La experiencia mexicana, entre otras, muestra que los impuestos a la comida chatarra no funcionan porque la definición es compleja y, por lo tanto, la definición de la base gravable es muy difícil. El impuesto a las bebidas azucaradas tiene la ventaja de la claridad y la simplicidad, lo que facilita la pedagogía inicial y la implementación posterior.