ENTREVISTA
“Hay que romper la fracasomanía”: Alejandro Gaviria
El ministro de Salud acaba de publicar un libro sobre la necesidad de no caer en la indignación permanente. Habla de los efectos que el pesimismo tiene en el país.
SEMANA: ¿Cómo ha sido estar en el gobierno en medio de esta crisis?
ALEJANDRO GAVIRIA: Han sido días difíciles, me han hecho reflexionar sobre el país y sobre algunas de las ideas que desarrollo en mi último libro: Alguien tiene que llevar la contraria, sobre la necesidad de no caer en el linchamiento colectivo y en la indignación permanente que se ven en la redes y en los medios.
SEMANA: ¿Pero es claro que hay una crisis por la corrupción y un creciente pesimismo, especialmente en la clase política y dirigente?
A.G.: Hay problemas, pero también existe una sensación infundada de fracaso sin atenuantes. La fracasomanía no es nueva. Es un fenómeno colombiano y latinoamericano. La frase no es mía, es de Albert Hirschman, un intelectual y economista que pasó por el país en los años cincuenta y señaló nuestra incapacidad de apreciar el cambio social y los logros de la época, en particular, la reforma agraria de Carlos Lleras. Esa fracasomanía exacerbada de estos tiempos nos puede llevar a destruir las reformas y avances que el país ha logrado, incluso a querer destruir las instituciones y las reglas de juego.
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SEMANA: ¿Y por qué ese pesimismo está tan exacerbado?
A.G.: Por dos razones. Primero por la polarización política. Los extremos ideológicos siempre han querido negar el progreso, se nutren del negativismo. La derecha jamás reconocerá los avances en seguridad y la izquierda no reconoce los avances sociales. El segundo tiene que ver con el aumento de las clases medias urbanas y el surgimiento de las redes sociales, un matrimonio en el que la casuística, lo negativo, coge fuerza, se propaga más fácilmente. A mí me gusta hablar de lo que Daniel Kahneman denomina el sesgo de disponibilidad: siempre habrá tragedias que mostrar. Por ejemplo, el sistema de salud hace más de 1 millón de atenciones al día, pero los noticieros, los periódicos y las redes solo muestran los errores, las excepciones, que refuerzan la idea de que en salud nada funciona.
SEMANA: ¿Entonces los problemas son del periodismo y no de las falencias del sistema?
A.G.: No, claro que hay problemas, más en un sistema manejado por personas en un país con tantas carencias. Pero sí veo una obsesión en mostrar lo malo, sobre todo en la televisión, que se convirtió en una versión de El Espacio: la primera página sangre, la contracarátula soft porno y la mitad un relleno de dramas y más sangre. Y en las redes, muchas veces la misma historia.
SEMANA: Es como si nada sirviera…
A.G.: Sí, otra cosa que me parece interesante es que con los escándalos de corrupción se ha generado una desconfianza en todos los estamentos de la sociedad. Entonces, uno plantea, por ejemplo, en el tema de la salud, “vamos a traer el sector privado”, y nos dicen: “no, el sector privado es corrupto y cómo le va a meter el lucro”. Entonces uno sugiere: “Hagámoslo con el sector público”, y responde: “No, es corrompido”; sugerimos “descentralicemos estos recursos”, y la respuesta es “no, cómo les vamos a dar a los políticos regionales ese dinero”. En los debates actuales se ha perdido la capacidad de señalar, de pensar con realismo sobre los problemas y soluciones.
SEMANA: Esta situación también viene de la mano de que ahora muchos no quieren aceptar ni la verdad.
A.G.: La falta de confianza no es solo con el gobierno o las instituciones, sino que abarca todas las áreas, incluso la ciencia. El ejemplo de la vacuna contra el papiloma es perfecto. Cuando ocurrieron los supuestos efectos adversos de la vacuna en la costa, nosotros dimos la información científica, veraz, detallada, demostrable sobre lo que había ocurrido, un fenómeno más de naturaleza psociológica que otra cosa. Muchos no creyeron. No le creen ni a las sociedades científicas ni a la OMS.
SEMANA: ¿Lo mismo pasó con las cifras de la pobreza esta semana?
A.G.: Si uno mira el periodo 2010 -2016 hay una reducción de la pobreza multidimensional de 13 puntos, de 5 millones de personas que salieron de la pobreza. Eso es una gran noticia, que muestra un avance de todos los colombianos, pero lo primero que la gente piensa es que las cifras son falsas, que el gobierno miente. Un clima de opinión que sirve a muchos políticos, a los productores de odio.
"Yo creo que una forma de heroísmo moderno radica en decir: ‘Pensemos más e indignémonos menos‘"
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SEMANA: ¿Y qué responsabilidad tienen ellos?
A.G.: La fracasomanía la recogen los políticos y la usan para su propio beneficio. La indignación está sustituyendo el pensamiento, es como si nadie quisiera entender el contexto y analizar lo que está ocurriendo.
SEMANA: Tal vez una de las realidades que más se niega es la de la reducción del conflicto....
A.G.: Si uno mira la tasa de homicidios, Colombia tuvo una epidemia de crimen violento. Pasar de 30.000 homicidios al año en los años ochenta y noventa a las cifras de hoy revela un éxito impresionante del país. Pero eso no importa, lo que ahora se impone son las aspiraciones, las expectativas y las impresiones que tienen los colombianos, especialmente la clase media.
SEMANA: ¿Cómo así?
A.G.: La opinión es caprichosa. Aquí sucede una cosa extraña. Antes estábamos obsesionados con las Farc y con la guerra. Y ahora que se están desmovilizando, ya no nos importa. Eso sucede porque la gente no compara lo de hoy con hace diez, 15 o 20 años, sino con unas expectativas, que sin dudas, han venido creciendo con el aumento de la clase media. Manejar esas expectativas es uno de los grandes retos de las democracias mediatizadas del siglo XXI.
SEMANA: Incluso, también hay una negación de la realidad en la Justicia, como, por ejemplo, en el caso Colmenares…
A.G.: Es lo mismo. Si la Justicia no coincide con la indignación colectiva, la gente dice que es mentira y no cree lo que falló la jueza. La Justicia se ha trasladado a los medios. Las entrevistas en los medios, en la radio, se realizan con una hostilidad que pareciera mostrar un desplazamiento de la Justicia a los micrófonos. Hay un clima de linchamiento. Me recuerda a John Stuart Mill que hablaba de la extorsión moral de las mayorías. Lo que uno ve en las redes sociales son hordas indignadas que no aceptan la Justicia. Yo creo que una forma de heroísmo moderno radica en decir: “Pensemos más e indignémonos menos”
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SEMANA: ¿Y eso qué consecuencias tiene?
A.G.: Que podemos fracasar en la utopía de la democracia deliberativa. No vamos a poder tener un diálogo democrático. Cae la calidad del debate político y no somos capaces de diagnosticar nuestros problemas. Vamos a tener peores leyes, peores resultados y más desconfianza.
SEMANA: Pero uno tampoco se puede ir al otro extremo de mostrar solo lo positivo…
A.G.: Siempre utilizo una frase de Joseph Conrad que dice: “Para que la vida sea amplia y llena uno debe tener respeto por el pasado y por el futuro en cada momento del presente”. Eso significa que uno debe ser capaz de apreciar los logros pero también mantener cierta rebeldía, cierta insatisfacción con el presente. La invitación mía no es a la complacencia, pues problemas hay muchos, sino a la objetividad.
SEMANA: ¿Cómo mantener ese equilibrio entre crítica y condescendencia?
A.G.: Uno debe mantener ese espíritu crítico. De alguna manera las democracias necesitan las malas noticias. Mi crítica no es de clase sino de grado. Yo creo que el papel fundamental del periodismo y de la sociedad civil es señalar lo malo, pero si perdemos completamente la capacidad de apreciar el cambio y la confianza, las buenas noticias comienzan a estorbarle a la sociedad, podemos poner en marcha muchas fuerzas destructivas.
SEMANA: ¿No le preocupa que llegue al poder una corriente que encarne la fracasomanía?
A.G.: Hoy ganaría las elecciones no el que tenga propuestas sino el que logre articular esa indignación de la que hablo. Eso fue lo que hizo Trump. Henry Kissinger escribió un libro en el que explica que hay dos tipos de gobernantes: el estadista, que entiende la complejidad de esa realidad y trata de hacer lo que se puede, como Obama. Por el otro lado están los improvisadores carismáticos, que no entienden las complejidades de la sociedad, logran articular la indignación pero no tienen un plan para solucionar los problemas. Esto es un salto al vacío.
SEMANA: ¿Cómo maneja las críticas y hasta los linchamientos en redes por sus posiciones?
A.G.: Me remito a la frase de mi libro: “El reformador debe entender que casi siempre es una figura trágica. Su responsabilidad (ética) viene en su insistencia en hacer lo que toca, en contra de la fuerzas (mayoritaria) de la insesantez, el oportunismo y la indiferencia”. Uno tiene que asumir que hacer lo que debe no siempre será recompensado. Toca seguir nadando contra la corriente.