El expresidente Uribe apoya a su sucesor para detener el desgaste prematuro de su gobierno. Ilustración Jorge Restrepo | Foto: jorge restrepo

POLÍTICA

Uribe, al rescate del gobierno Duque

El expresidente Álvaro Uribe cambió de estrategia para apoyar al gobierno Duque, unir al Centro Democrático, propiciar acuerdos con otras bancadas y salvar la agenda legislativa.

1 de diciembre de 2018

Álvaro Uribe cambió de libreto. En las últimas semanas el expresidente y senador ha estado muy activo en el Congreso, moviéndose entre comisiones y en reuniones con jefes de otros partidos. La foto que se había convertido en símbolo de su trabajo parlamentario en los años anteriores, plantado en su curul y siempre rodeado de la leal bancada del Centro Democrático, ha cambiado por su presencia en otras comisiones y por encuentros con líderes de otras fuerzas.

Uribe se ha reunido con César Gaviria, director del Partido Liberal, en dos ocasiones. También con Germán Vargas, líder natural de Cambio Radical. Y hasta ha buscado un encuentro con Aurelio Iragorri, máxima autoridad de La U, partido con el que tuvo pésimas relaciones en el periodo de Juan Manuel Santos. Varias de sus reuniones han tenido que ver con la discusión sobre la reforma tributaria, a la que le ha metido el hombro a pesar de que no pertenece a las comisiones terceras, escenario natural del debate.

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Pero más que un intento por hacer viable esa ley, de la que depende que el gobierno tenga recursos para impulsar su agenda en el cuatrienio, el nuevo protagonismo del expresidente busca cambiar el clima político. Las últimas encuestas arrojaron un descenso en la imagen del presidente Duque y del propio Uribe, y un crecimiento en el pesimismo de los colombianos. En el Congreso se percibía una parálisis de las iniciativas de la Casa de Nariño. Y las relaciones entre el presidente y su partido, si bien están muy lejos de repetir la ruptura con Juan Manuel Santos, cada vez tenían mayores niveles de tensión. “Una cosa es el partido y otra el gobierno”, había dicho la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez.

El timonazo era necesario. Uribe le dijo a su bancada en un video ampliamente difundido en redes: “Esperamos que Duque enderece. Si no lo hace, nos va muy mal”. Y como ha sido su tradición, echó mano de Twitter para anunciar su nueva estrategia. Esta se resume en tres puntos: 1. Apoyar al presidente en busca de la mejor solución para la reforma tributaria; 2. Consolidar la unidad del Centro Democrático; y 3. Buscar una coalición interpartidista para concertar y apoyar las reformas del gobierno.

En plata blanca, todo esto se resume en detener el desgaste temprano del gobierno. La gobernabilidad de Duque estaba amenazada desde varios frentes. En el de la opinión pública, por el desgaste que produjo la propuesta de extender el IVA a toda la canasta familiar y la contradicción que eso implicaba con la promesa electoral de bajar impuestos. Y en el campo político, por la creciente distancia entre el primer mandatario y su bancada. Allí sottovoce lo criticaban por haber continuado el proceso de paz –que el partido había cuestionado en las campañas por el No y luego en la presidencial– y por una actitud conciliatoria, y hasta amistosa, con quienes gobernaron con Santos. Había desorden en el partido de gobierno. Según la senadora Paola Holguín, “Nos ha dado lidia cambiar el chip de oposición y, por eso, Uribe nos está dando un mensaje claro a la bancada: unidad y respaldo al gobierno”.

En el fondo hay una realidad política compleja: el Congreso está atomizado. El Centro Democrático es la primera fuerza en el Senado y tiene el apoyo del Partido Conservador y otros minoritarios, pero no los votos necesarios para impulsar sus proyectos. La intención de dejar atrás la famosa mermelada, además, ha dificultado el apoyo de otros partidos que, como el Liberal y Cambio Radical, optaron por asumir su independencia, en vez de formar parte de la coalición de gobierno, como dispone el nuevo Estatuto de Oposición. No contar con mayorías propias, ni construirlas con algún sustituto de la mermelada, compone un escenario muy difícil en el Congreso. Más aún con un gabinete técnico que los congresistas no ven como un interlocutor fluido. Para la responsable de manejar las relaciones con el Congreso, la ministra del Interior, Nancy Patricia Gutiérrez, la tarea se hace aún más difícil.

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El presidente Duque quiere ponerle fin a la polarización. Es decir, terminar el duro enfrentamiento partidista de la era Santos, que llegó a poner en peligro la paz política y la gobernabilidad en los últimos ocho años. Su temperamento conciliador está alineado con una estrategia para generar una atmósfera más tranquila y productiva. Pero su bancada no siempre ha compartido esa actitud. En especial, cuando la han interpretado como el abandono de algunas de las promesas del Centro Democrático en la campaña. En la reforma tributaria el partido de gobierno fue uno de los mayores responsables del naufragio de la propuesta de extender el IVA, columna vertebral de la primera versión, presentada por el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla.

En todo caso, las diferencias entre el presidente y el Centro Democrático están muy lejos de repetir la historia del gobierno anterior. En la cúpula, Uribe y Duque han mantenido una relación cordial. Ninguno de los dos está dispuesto a repetir esa historia, en la que ambos saldrían perdiendo. “La relación entre los dos está mejor que nunca, incluso en ocasiones hablan dos o tres veces al día”, dice María del Rosario Guerra, senadora del Centro Democrático. Duque ha visitado a su antecesor en su finca, y el ambiente ha sido siempre amistoso.

El expresidente Álvaro Uribe cambió de estrategia para apoyar al gobierno Duque, unir al Centro Democrático, propiciar acuerdos con otras bancadas y salvar la agenda legislativa

Y está el factor Petro. La amplia votación obtenida por el exalcalde de Bogotá en la segunda vuelta presidencial tiene con los pelos de punta a las fuerzas políticas tradicionales. Evitar un giro a la izquierda se ha convertido en un punto de convergencia no solo entre el presidente y su partido, sino entre otras fuerzas; un objetivo superior a las grietas internas que se estaban abriendo y que fortalece el liderazgo asumido por el expresidente Uribe.

A pesar de todo, el nuevo papel del exmandatario tiene dificultades. La percepción de que ejerce una influencia paternal –o, peor aún, excesiva– sobre el presidente Duque puede debilitar su figura como jefe del Estado. Aunque anecdóticas, no ayudan mucho las confusiones públicas de los ministros cuando dicen “presidente Uribe” para referirse al actual mandatario. La semana pasada sufrió ese lapsus la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez. Y en materia de agenda legislativa, las próximas dos semanas resultarán cruciales. Un balance legislativo muy pobre, en contravía de la tradición según la cual en el primer año del gobierno le aprueban todo al presidente, aumentaría la incertidumbre.

El senador Uribe ha dado señales de que así lo entiende y está empeñado en lograr acuerdos para salvar la legislatura. En todo caso, cualquiera que sea el futuro de las relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso, para un presidente el primer paso indispensable es contar con el respaldo de su colectividad. Y no solo retórico, sino en actos concretos. El Centro Democrático había sido ambiguo frente a Duque y falta ver si ahora Uribe logró alinearlo.