2019

Uribe: el año de la caída

En este año el teflón de Álvaro Uribe desapareció. ¿Cómo se explica que el presidente más popular de la historia reciente sea hoy el político más impopular del país?

22 de diciembre de 2019
Álvaro Uribe

En algo están de acuerdo los uribistas con los antiuribistas: si el expresidente se hubiera retirado de la política cuando salió de la Casa de Nariño, hoy sería el personaje más popular de la historia reciente. Había llegado a la presidencia cuando la guerrilla estaba a las afueras de Bogotá y no se podía transitar por el país. Ocho años después las Farc estaban arrinconadas en la selva, los paramilitares aparentemente desmovilizados y la economía creciendo al 4,3. En ese momento su imagen favorable bordeaba el 80 por ciento y la desfavorable en 16.

Hoy su imagen favorable está en 26 por ciento y la negativa en 66, según Invamer. Su presidente está al mismo nivel, su partido acaba de sufrir una estruendosa derrota y la justicia le tiene puesta la lupa. ¿Cómo pasó Álvaro Uribe de ser el político más pupular de los últimos años a ser el más impopular hoy?

Para comenzar, todos los que conocen a Álvaro Uribe saben que era imposible que a los 58 años se fuera al Ubérrimo a adiestrar a sus caballos y a consentir a sus nietos. El expresidente siempre ha sido un guerrero y hombre de política. El hoy senador nunca salió de la trinchera ya fuera para combatir a las Farc, a la izquierda, a Petro o a Santos. Paradójicamente, estos dos últimos han venido repuntando mientras Uribe cae.

La caída de Uribe obedece a varios factores. Gran parte del éxito político de su carrera se debió a que se posicionó como el gladiador contra las Farc. Desde su época de gobernador y alcalde, hasta el final del gobierno de Juan Manuel Santos, las Farc estaban en el centro de su agenda. Esta guerra tuvo dos grande etapas. La primera, durante su gobierno, como el hombre que lideró con éxito la confrontación militar contra ese grupo guerrillero.

En algo están de acuerdo los uribistas con los antiuribistas: si el expresidente se hubiera retirado de la política cuando salió de la Casa de Nariño, hoy sería el personaje más popular de la historia reciente.

La segunda etapa fue igual de confrontacional pero no militar sino políticamente. Cuando supo que Santos y las Farc estaban negociando un acuerdo de paz, el expresidente pasó de jefe militar a jefe de la oposición. Su temor seguían siendo las Farc, pero esta vez ya no en condición de adversario de guerra, sino de muro de contención para atajar una supuesta tajada del Estado que Santos le habría “regalado” a esa guerrilla en La Habana.

El gobierno de Santos concibió y ejecutó con seriedad el acuerdo de paz de La Habana. Y el resultado final, si bien imperfecto, tenía mucho más de bueno que de malo para el país. Tres hechos lo volvieron vulnerable a la crítica: 1) La derrota del plebiscito, 2) Las 200.000 hectáreas de coca, 3) La telenovela de Santrich. Esos tres talones de Aquiles le sirvieron de munición a Uribe para montar una ofensiva sin tregua que minó la credibilidad del proceso.

Pero con las Farc desmovilizadas y derrotadas estruendosamente en las urnas, el fantasma de que Santos les había entregado el país quedó desvirtuado. Y mientras Uribe no bajaba la guardia, el país había cambiado. La Colombia con la que Uribe se conectó, entre 2002 y 2010, es muy distinta a la Colombia del cacerolazo y la protesta social. A los colombianos ya no les preocupan las Farc, sino nuevos temas como el cambio climático, el aumento del desempleo, el acceso a la salud, la mala calidad educativa y sobre todo el rechazo a la polarización encarnada por Uribe y Petro.

Uribe tiene otro problema: Duque. Como dijo el consultor político Augusto Reyes, “es curioso que a Uribe le haya hecho más daño un año de gobierno de Duque, es decir de filosofía uribista, que los ocho años de santismo”. El problema consiste en que aunque los dos se tienen mucho afecto, ninguno está totalmente de acuerdo con lo que hace el otro. Como el expresidente eligió al presidente, todo el mundo esperaba el regreso de los días de gloria del uribismo.

Pero en realidad Uribe no está gobernando. Lo hace Duque, con un estilo conciliador muy diferente que no convence del todo a su mentor. Este último puede ser crítico, pero respeta la autonomía de su pupilo y se mete mucho menos de lo que cree la gente.

Gran parte del éxito político de su carrera se debió a que se posicionó como el gladiador contra las Farc. Desde su época de gobernador y alcalde, hasta el final del gobierno de Juan Manuel Santos, las Farc estaban en el centro de su agenda.

Y es que Uribe como presidente fue muy responsable, pero como senador su papel ha sido más controvertido. Se opuso a Santos en una forma tan implacable que no solo le hizo daño al presidente sino al establecimiento en general. El extremismo, de izquierda y de derecha, es en parte el origen de la polarización y de la falta total de credibilidad de las instituciones hoy. Por otra parte el expresidente, en el mandato de Duque, ha lanzado propuestas populistas pero inviables que han causado dolores de cabeza al gobierno.

Pero tal vez el desgaste más grande para la imagen de Uribe viene del proceso penal que hoy enfrenta en la Corte Suprema de Justicia. Al expresidente le han atribuido múltiples delitos graves nunca probados. Hoy lo tiene en el banquillo un episodio relativamente menor frente a los hechos por los que sus enemigos lo han acusado. Se trata de un presunto soborno a testigos y fraude procesal por cuenta de actuaciones de su abogado Diego Cadena.

Hasta ahora se sabe que el soborno consistiría en un pago de entre 7 y 9 millones de pesos al paramilitar Carlos Enrique Vélez para que dijera que Iván Cepeda lo había presionado para testificar contra Uribe. Los abogados de Uribe han presentado esa cifra como una ayuda humanitaria de la que el senador no tendría conocimiento. En todo caso es un monto totalmente irrisorio frente a las consecuencias políticas que podría tener si termina por enredar al expresidente. Además, se trata de menos plata de la que Iván Cepeda gestionó como ayuda humanitaria para sus propios testigos. En febrero se sabrá si Cadena va a la cárcel o no y esa situación, con cualquier desenlace, repercutirá en el proceso de Uribe.

El expresidente ha aguantado todo este palo con dignidad y con el pelo cada día más blanco. Señala que se trata de una infamia en su contra y que los jóvenes han recibido la narrativa de ‘Uribe paraco’ sin conocer cómo estaba el país el día que él llegó a la Casa de Nariño. Las Farc, para comenzar, lo recibieron con un mortero que impactó el Palacio el día de su posesión presidencial. En los ocho años que siguieron, Colombia pasó de 28.000 asesinatos a 15.000; redujo la pobreza del 52 al 37 por ciento; pasó de 2.500 dólares de ingreso per cápita a más de 6.000; y mejoró el coeficiente Gini (que mide la desigualdad).

La mayoría de los colombianos, más que esas estadísticas, le agradecen haber recuperado el territorio nacional de manos de la guerrilla. El desmonte del paramilitarismo, al igual que el proceso de paz de Santos, fue incompleto pero significó una conquista importante. Hoy, los remanentes de esos dos grupos se han convertido en una manada de bandidos que viven del narcotráfico.

La Colombia con la que Uribe se conectó, entre 2002 y 2010, es muy distinta a la Colombia del cacerolazo y la protesta social. A los colombianos ya no les preocupan las Farc, sino nuevos temas como el cambio climático, el aumento del desempleo, el acceso a la salud, la mala calidad educativa y sobre todo el rechazo a la polarización encarnada por Uribe y Petro.

Considerando que Álvaro Uribe tiene dimensión histórica es probable que su actual desprestigio resulte transitorio. Con él sucede lo contrario de lo que ha pasado con muchos de sus antecesores. Estos han salido desprestigiados y el tiempo los reivindica. López Pumarejo dejó la presidencia en 1945 en medio de una polarización como la actual y hoy la historia lo recuerda como el gran transformador del país. A Rojas Pinilla lo tumbó el pueblo en las calles en 1957, lo juzgaron por corrupción y al final casi gana la presidencia en 1970. Carlos Lleras terminó su mandato en medio de un escándalo enorme promovido por Nacho Vives y hoy tiene reconocimiento como uno de los mejores presidentes del siglo XX. López Michelsen salió con una popularidad muy baja por cuenta del paro nacional de septiembre de 1977 y hoy su rostro está en los billetes. Con Uribe pasa lo contrario: salió en la gloria y hoy está contra las cuerdas.

En el fondo su principal problema puede no ser la justicia, el populismo, ni la identificación con Duque, sino simplemente la sobreexposición. Muchos colombianos no gustan de Uribe, pero muchos más están cansados de él. Desde 2002 prácticamente no ha pasado un día en que no haya protagonizado la vida nacional. Nadie aguanta ese nivel de presencia pública. Por lo general la gente empieza a querer a los presidentes cuando se van, pero Uribe nunca se ha ido.