PAZ
Uribe y Santos: Ni el papa hizo el milagro
Francisco logró un encuentro entre el presidente y su antecesor que será recordado para siempre por insólito y por simbólico, pero no por sus resultados políticos.
La foto del presidente Juan Manuel Santos y su antecesor, Álvaro Uribe, en presencia del papa Francisco, es histórica, simbólica y audaz. El pontífice es una instancia superior, no solamente por ser el jefe de la poderosa Iglesia católica, sino por sus características personales: carismático, bondadoso, y más político que sus antecesores. Argentino cercano al peronismo y el único latinoamericano en todos los siglos, que en su papado de casi cuatro años ha intervenido en forma activa en los asuntos de la región.
La noticia tuvo elementos casi surrealistas. Se sabía que la extensa agenda de Santos en Europa empezaba con la recepción del Nobel y finalizaba con el encuentro en Roma, del que saldría la fecha de la visita de Francisco a Colombia en 2017. Un cierre de oro para un periplo controvertido –por la abundancia de reconocimientos personales a Santos–, pero exitoso por la gran acogida europea al Nobel de la Paz.
Pero nadie se podía imaginar que la cumbre en la basílica de San Pedro se convertiría en un nuevo escenario para un encuentro entre Santos y Uribe. El expresidente dio la noticia con su conocido estilo, en el propio Senado donde asistía a sesión plenaria. Pidió permiso para ausentarse, con alusiones a que no podía faltar a una convocatoria del papa y a que “trataría de llegar a tiempo” porque apenas alcanzaba a tomar un avión para cumplir la cita. Eso fue posible gracias a que el banquero Luis Carlos Sarmiento le prestó su avión. Durante el vuelo se supo que el futuro procurador general de la Nación, Fernando Carrillo, había hecho las gestiones para que Uribe se sumara a la reunión, prevista de tiempo atrás, entre Francisco y el presidente.
El Vaticano optó por encuentros separados del papa con Santos y con Uribe, que terminaron con una reunión de los tres. Apenas unos minutos después, las primeras declaraciones de Uribe dejaron en claro que el ambiente había sido cordial, pero que no se había modificado el desacuerdo profundo frente al proceso de paz.
No se podía esperar mucho en materia de resultados concretos. La sola presencia de Francisco no podía garantizar que desaparecieran la desconfianza mutua entre Santos y Uribe, ni mucho menos sus profundas diferencias sobre el proceso de paz con las Farc. El expresidente, con el show de su salida del Senado “a ver si alcanzaba a llegar a la cita”, dejó en claro que no hubo trabajo previo, ni negociaciones de las que suelen hacerse antes de una cumbre. Pretender que en reuniones de media hora se saldaran discrepancias tan difíciles de reconciliar era casi una ingenuidad.
El proceso con las Farc entró en modo fast track desde la semana pasada. La pretensión de Uribe –según sus declaraciones antes de partir–, en el sentido de buscar cambios en los acuerdos o hacer consultas populares sobre puntos claves, tropieza con que ya hay hechos cumplidos: la segunda firma en el Teatro Colón, la ratificación en el Congreso y el fallo de la Corte Constitucional. Echar para atrás, en estos momentos, es casi imposible.
Según el presidente Santos, cabría un acercamiento entre su gobierno y la oposición sobre la implementación de los acuerdos. El Centro Democrático tiene una bancada en el Congreso, minoritaria pero significativa, y en todo caso participará en los debates sobre los proyectos de ley y de reforma constitucional que convertirán en normas los acuerdos alcanzados en La Habana. En estas discusiones se podrían incorporar opiniones del Centro Democrático. Sin embargo, para el uribismo esta opción es insuficiente, porque se basa en aceptar el acuerdo del Teatro Colón –sobre el cual tiene reparos de fondo en puntos como la elegibilidad política y el castigo con cárcel por delitos graves– y porque el gobierno tiene todas las de ganar con sus mayorías parlamentarias, con los mecanismos de fast track y con las facultades especiales del presidente.
Santos o Uribe podían haber utilizado el encuentro papal para justificar un cambio de posición ante la opinión pública, pero todo indica que no tenían intenciones. Ante la evidencia de que los encuentros vaticanos poco podían hacer para acabar o aliviar la polarización, la pregunta es por qué el papa Francisco se embarcó en la causa. Al fin y al cabo, la diplomacia vaticana es una de las más sofisticadas y experimentadas del mundo. La respuesta tiene que ver con la posición de la Iglesia frente al proceso de paz, que ha pasado por tres etapas diferentes. En la primera hubo un apoyo entusiasta a los diálogos de La Habana, que recogió una tradición de compromiso de la jerarquía católica con anteriores esfuerzos de paz. La presencia del papa Francisco en la firma del acuerdo final, en Cartagena, entre el presidente Santos y Timoleón Jiménez, estuvo a punto de concretarse.
Sin embargo, en la campaña para el plebiscito el entusiasmo de la Iglesia se debilitó, para darle paso a una etapa de decepción. La causa tuvo que ver con el debate que promovieron las congregaciones evangélicas sobre identidad de género, que encontró convergencias con el exprocurador Alejandro Ordóñez y con la jerarquía eclesiástica nacional, en torno a la defensa del concepto tradicional de matrimonio. La comunidad católica se dividió y hubo voces en favor del Sí y del No entre los obispos, pero el resultado fue que pasaron de agache en la campaña.
Y finalmente, luego de la victoria del No y el diálogo nacional impulsado por el gobierno, incluso con la Iglesia, este diferenció entre la ideología versus el enfoque de género, lo que volvió a facilitar la comunicación entre las dos partes. Gobierno e Iglesia llegaron a una etapa de recomposición del diálogo sobre el proceso de paz, que culminó en el intento de mediación del papa entre Santos y Uribe.
Francisco ha ejercido un papado que ha roto moldes tradicionales. Entre ellos, se ha jugado abiertamente por causas políticas. Hay una diferencia enorme entre la forma casi secreta como Juan Pablo II se alió con Ronald Reagan para impulsar el fin del comunismo en los años ochenta, y el protagonismo sin disfraces de Francisco. Cuando Barack Obama y Raúl Castro anunciaron la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, ambos agradecieron los buenos oficios del papa. Y más recientemente, en Venezuela, el pontífice hizo posible un diálogo entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición, que nadie más había logrado. Más allá de los precarios resultados, la gestión papal condujo a que se sentaran a una mesa.
Entre Santos y Uribe ya se habían intentado otras mediaciones. En un principio, recién comenzaba el primer cuatrienio del actual mandatario, entre amigos comunes del campo político y empresarial. En la medida en que la distancia se fue ampliando, intervinieron actores internacionales como el ex secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, y el gobierno de Estados Unidos. El embajador en Colombia, Kevin Whitaker, y el enviado especial de Obama a los diálogos de Cuba, Bernard Aronson, llegaron a juntar al equipo negociador que encabezaba Humberto de la Calle con el expresidente Uribe y sus principales colaboradores en el tema.
Casi todos estos encuentros tuvieron características semejantes a las del viernes pasado en el Vaticano. Formas cordiales, gestos amables, y pocos resultados. El futuro procurador Fernando Carrillo –uno de los facilitadores de la reunión en Roma– considera, sin embargo, que el viernes pasado se dio un primer paso que puede tener próximos desarrollos.
Al final, tanto Santos como Uribe sacaron provecho del encuentro para decir que hicieron hasta el último esfuerzo para llegar a un consenso. Uribe se pudo dar un pantallazo que le quitó algo de protagonismo a la reunión del presidente con su santidad y a la entrega de la Lámpara de la Paz, considerada el Nobel católico. Uribe, además, logró entrar en el escenario de Santos en su mejor momento.
De todas maneras, como suele decirse, por encima del papa solo está Dios. Y es muy probable que, en vísperas del arranque de un año de precampaña electoral, ya no queden más instancias, ni tiempo, para buscar la paz entre Santos y Uribe. Si Francisco no hizo el milagro, lo más probable es que haya que esperar a lo que digan los electores en 2018.