NACIÓN
Amor, muerte y perdón: los detalles del asesinato de Juliana Giraldo
Detrás de su muerte a manos de un miembro del Ejército, hay una historia admirable de tolerancia, superación y reconciliación. SEMANA estuvo en Miranda, Cauca, y recogió los testimonios de los protagonistas de este drama.
Un abrazo y muchísimas lágrimas. De un lado estaba Aura María Giraldo, hermana de Juliana, la mujer que murió tras recibir en la sien un disparo que salió del arma de un soldado del Ejército en la carretera que de Miranda conduce a Corinto, en el norte del Cauca. Del otro, la mamá del hombre que accionó el fusil. Se encontraban en el mismo lugar, donde, horas antes, habían sonado los tiros. La tensión era palpable.
El encuentro quedó registrado en un video. Al principio se escuchan las disculpas, las condolencias, luego palabras de dolor. Pero a medida que todos hablan y comprenden el drama del otro, se vuelve un encuentro entre seres humanos inmersos en un profundo sufrimiento.
“Usted no tiene la culpa de lo que hizo su hijo. Yo lo disculpo, es una persona y todos cometemos errores”, dijo Francisco Larrañaga, el esposo de Juliana. Unos segundos después, su cuñada y esa mujer que nunca había visto, pero que estaba ahí para pedir perdón a nombre de su hijo, se tomaron las manos y lloraron juntas.
Era difícil imaginar que esta corta escena de perdón se produjera tan poco tiempo después de ese acto de violencia, que estremeció a millones de colombianos. Las ráfagas, los gritos, la indignación y el llamado de auxilio de Francisco evidenciaron, una vez más, los excesos de la fuerza pública. La muerte de Juliana venía a sumarse a la ola de crispación que sacudió las calles de las principales capitales y al choque de trenes institucional por cuenta de un perdón obligado y, para muchos, aún pendiente del Gobierno. Las horas que siguieron al homicidio, sin embargo, resultaron una pausa no solo para condenar esa muerte, sino para homenajear esa vida. “No hay odio. Solo hay tristeza”, respondía su hermana, Aura María, en una poderosa frase de humanidad y reconciliación que debería retumbar en el templo de la rabia en que se han convertido las redes sociales.
Juliana Giraldo era una de esas personas con las que nadie entra en conflicto. Ella no se amilanaba o indignaba ni siquiera cuando era víctima de comentarios insultantes por su identidad sexual. “Déjelos, que eso no vale la pena”, respondía siempre en voz baja. Pero sí le incomodaba tener que explicar, ante cualquier retén de las autoridades, por qué en su cédula aparecía Carlos Julián Giraldo, la identidad que decidió dejar atrás años antes. A su mamá le dijo que estaba buscando un abogado para tramitar el cambio de nombre en este documento. El jueves, segundos antes de su muerte, cuando vio a los militares en el camino, le gritó a su esposo: “¡Francisco, los papeles!”.
De los cuatro ocupantes del vehículo, ella fue la primera en percatarse de que los militares estaban en la vía Miranda-Corinto, en el norte del Cauca. Los soldados se encontraban a 500 metros, así que Francisco Larrañaga, su esposo, decidió darle vuelta al Mazda 626 blanco para retornar por la tarjeta de propiedad del carro y la cédula de Juliana, a quien se le habían quedado los papeles. Pero dos uniformados salieron de un cañaduzal y trataron de detenerlos. Gritaron “¡pare!” y luego dispararon. Una de las balas entró por el parabrisas trasero, pasó cerca de Jorge Ruiz, otro de los ocupantes, y se alojó en la cabeza de Juliana. Francisco no se percató. Frenó el carro y quiso bajar a reclamar por la reacción desproporcionada, pero Juliana le cayó en el hombro derecho. El impacto visual aún lo tiene en shock. En la madrugada del viernes, su madre, Luz Dary Restrepo, lo auxilió dos veces cuando sufrió ataques de pánico en medio del sueño. Una parte de Francisco se quedó detenida en el instante en que vio a su esposa empapada de sangre: “Es como una película rayada que siempre pasa la misma escena”, cuenta.
Una historia de amor
La vida unió a Francisco y a Juliana en febrero de 2017 cerca de la terminal de transportes de Cali. Él recuerda que la vio en el paradero de los buses que van a Jamundí. “Yo andaba en bicicleta, porque venía de una entrevista de trabajo, y veo a esa mujer tan hermosa. Eso fue un flechazo, de una. Ella también me miró, entonces, yo me acerqué a hablarle e intercambiamos números”, relata.
Encontrarla en Jamundí no fue una tarea difícil, pues Juliana era muy famosa en ese municipio vallecaucano. Allí nació el 6 de enero de 1984, la segunda de tres hermanos. Se crio entre correrías cerca al parque del Cholado, fue personera de su colegio y estudió varios semestres de informática, pero nunca se graduó. Su gran pasión, sin embargo, estaba en la estética; entonces, aprendió del oficio y abrió un centro de belleza. “Para ella lo más importante era la imagen, y, a pesar de que nació hombre, tenía un físico muy armonioso”, dice su mejor amigo, Mauricio Morales.
Su mamá, Gloria Díaz, narró el viernes en una entrevista para el canal digital de SEMANA el amor familiar en medio del cual creció e hizo esa transición. “De niño era muy juicioso. Le alistaba el uniforme a su hermana, le embetunaba los zapatos. Yo le planchaba las camisas y él las volvía a planchar en el hombro (...) Era muy apegado a mí. Cuando yo me iba a trabajar, se quedaba llorando, y, cuando venía a trabajar a casa en la máquina de coser, si yo me acostaba tarde, él se acostaba conmigo”.
Su hermana Aura María cuenta que de chiquitos salían a la calle a jugar y, cuando la veía sucia, le decía que volvieran a la casa para bañarse y salir de nuevo radiantes. “Éramos almas gemelas. Siempre la amé. Siempre supe su condición sexual. Fui de las personas que la motivó a dejarse crecer el cabello, pintarse las uñas. Yo sentía que él veía en mí en ese momento lo que no podía ser”. Decidió convertirse formalmente en Juliana a los 18 años. Al comienzo, para doña Gloria fue difícil, pero pronto la familia comenzó a compartir su felicidad. “Se dejó crecer el pelo, era muy guapa... Si los hijos son felices, uno también es feliz”, dice la señora.
El cambio físico fue un proceso complejo, pues, a pesar de la aceptación de la familia y de los amigos, en la calle de vez en cuando era objeto de comentarios transfóbicos y desproporcionados. Pero ella no se detenía en eso. Para evitarlos, se pudo haber quedado en España con su mamá, en donde vivió entre 2012 y 2013. Se devolvió porque en Europa, simplemente, no se sentía libre. Jamundí, por el contrario, conoció su faceta como mujer, la aceptó y la quiso, subraya Mauricio, su amigo, quien cuenta que de sus manos salían los mejores cortes de cabello. Además, empezó a trabajar con un puñado de miembros de la comunidad LGBTI en obras sociales. Gracias a ella, muchas personas de este municipio pudieron salir del clóset sin prejuicios.
“Quisiera morirme con ella”
El dolor de Francisco, sus desgarradores gritos congelados en ese video y la narración que hizo sobre Juliana conmovieron al país. “A donde llegaba la querían. Por ejemplo, yo estaba muy asustado cuando se la presenté a mi mamá porque era mi primera pareja trans, pero luego de una tarde de charla ya la querían más que a mí”, dice. Quizá ese factor creó un vínculo inquebrantable entre los dos: “Nunca nadie en la vida me trató con tanto amor como ella lo hizo. Me devolvió las ganas de vivir cuando yo estaba en un momento difícil. Ahora me la arrebatan así, de la nada, y yo también quisiera morirme con ella”.
Después de un corto noviazgo, decidieron vivir juntos en Jamundí, pero por la pandemia las cosas se complicaron. A Miranda llegaron por azar: la familia de Francisco vive en ese lugar, y en una de las visitas él le enseñó a Juliana la casona casi en ruinas, de unos 200 años en pleno centro del municipio, heredada de su padrastro.
A Juliana la emocionó la idea de restaurarla y convertirla en patrimonio histórico. Abrieron un parqueadero y un criadero de pollos. En la mañana atendían a la clientela y en horas de la tarde salían a repartir pedidos a pueblos cercanos. Los fines de semana se dedicaban a la restauración. En pocos meses avanzaron rápidamente. Ambos hicieron de esa casona un gran nido de amor. Pintaron las paredes de blanco, reemplazaron la madera vieja y acondicionaron el cuarto más grande como su habitación. Allí instalaron una cama doble, un armario y un altar con imágenes del arcángel Gabriel, Jesús y el médico José Gregorio Hernández. En la mitad hay un libro de salmos que Juliana cambiaba de página cada noche con el rezo obligado antes de dormir. Al principio, a Francisco no le agradaba mucho el ritual, pero lo hacía por ver contenta a Juliana. Lo último que leyeron el miércoles en la noche está resaltado con marcador verde: “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré, le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre” (Salmos 92:14).
De vez en cuando realizaban en esa casona jornadas de peluquería gratis para habitantes de calle. Francisco les daba paso por turno de llegada y Juliana hacía gala de su talento. Querían arreglar la parte baja de la vivienda para abrir un salón de belleza. “Soñábamos con el puesto estético más grande de Miranda”. Aura María recuerda que vio por última vez a su hermana cuando hace unos días Juliana llegó a Jamundí para recoger a Junior, su otro amor, un perro criollo que la acompañó en los últimos cinco años. Ahora Junior no quiere comer. Francisco trata de alentarlo, pero el animal está preso de un desgano que apenas le permite levantar la cabeza. Sin duda, presiente que Juliana no lo acompañará más.
Los segundos fatales Jorge Ruiz iba en el asiento trasero del carro cuando sintió los disparos. Él estuvo a punto de morir en la mañana del jueves: una bala le dejó una marca sobre su hombro izquierdo. Es una especie de quemonazo que dibuja el paso del proyectil a pocos centímetros de la piel. “Los dos soldados decían: ‘Pare, gonorrea, pare’ (...). Cuando yo sentí que él montó el rifle, me agaché, ahí fue cuando el tiro pasó y le pegó a Juliana. Si le estoy contando el cuento, es de pura suerte”.
El carro tiene cuatro orificios de bala en la parte trasera y el parabrisas. En medio del momento no hubo tiempo de razonar: el soldado disparó supuestamente para evitar que el vehículo se fugara. Cuando Francisco reaccionó y vio a Juliana inconsciente, salió con celular en mano para grabar a los uniformados y pidió ayuda a otros conductores mientras gritaba: “¡Me mataron a Juliana, yo no llevo droga, yo no llevo nada y ellos me la mataron!”. El soldado, al otro lado de la carretera, lloraba y gritaba: “¡La cagué, la cagué!”. Su hermana Aura María dijo que los militares le contaron que no era soldado profesional, sino que estaba prestando el servicio.
“Cuando ocurrieron los hechos y él vio lo que había hecho, intentó quitarse la vida con el fusil, pero su compañero alcanzó a quitárselo”, cuenta. “Fue muy triste ver a la madre del soldado”, repite Aura María, recordando ese encuentro al borde de la carretera. “Yo sé que el muchacho no salió con la intención de acabar con la vida de Juliana, pero como adultos y ciudadanos debemos asumir los errores. Le manifesté a la señora que en nuestro corazón no hay odio. De verdad que no hay odio, solo hay dolor y tristeza. Fue un momento de reconciliación. Esa familia también vive una tragedia”.
El general Marco Mayorga, comandante de la Tercera División del Ejército, quien ha salido a dar la cara con gallardía, dijo que se trata de un joven de 20 años, oriundo de Sevilla, Valle, a quien por la pandemia se le alargó el servicio militar. Estaba próximo a terminar. “Fue un acto irreflexivo de un soldado que incumplió todos los protocolos. Nosotros siempre decimos que es mejor que huyan miles de delincuentes a que caiga un inocente”, manifestó el alto oficial.
Las razones que lo llevaron a disparar permanecen aún en el misterio. Sobre la cama de Juliana, Francisco alistó un traje de lentejuelas y tacones grises para vestir el cadáver. “Nunca hablamos de la muerte, pero me imagino que en cualquier caso ella quisiera verse bien. Porque, eso sí, ¡qué mujer para pinchada!”. Doña Gloria, Aura María y Francisco no esconden su dolor. Mientras se alistan para despedir a Juliana, su historia, en la Justicia, apenas comienza.
La Fiscalía adelanta ya una investigación de los hechos, la Procuraduría anunció que hará uso del poder preferente para adelantar el proceso disciplinario y la Defensoría del Pueblo pidió realizar cambios drásticos en el Ejército por cuenta de este crimen.
Mientras tanto, en la alta política muchos aprovecharon la muerte de Juliana para lanzarse disparos certeros por medio de discursos y trinos. En medio de esa ráfaga de odios, la historia de Juliana terminó convertida en un símbolo de amor y reconciliación. Faltan, sin embargo, la verdad y la justicia.