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Malpelo, el santuario sagrado de los tiburones que Colombia protegió

El país amplió esta área protegida de 950 mil hectáreas a casi 2.5 millones. Los islotes son Patrimonio Natural de la Humanidad y uno de los nueve sitios intangibles en el planeta. Sin embargo, la pesca ilegal tiene en jaque su vida marina. Recorra en fotos este lugar paradisíaco.

16 de septiembre de 2017
Yves Lefevre / Fundacion Malpelo y Otros Ecosistemas Marinos | Foto: Yves lefébre - Parques Nacionales Naturales de Colombia.

De pronto, un cardumen de tiburones tapó el sol. Jorge Sánchez y Diego Hurtado llevaban ya un rato sumergidos cuando observaron un cambio de luz, en el momento en el que se voltearon, se encontraron de frente con más de 100 tiburones-martillo que migraban a la isla de Malpelo.

"Por la profundidad a la que buceamos, teníamos un tiempo limitado de autonomía y tuvimos que ascender. Allí fue el momento más temeroso, a medida que empezamos a ascender, el cardumen se abrió en círculo y nosotros pasamos entre ellos, tranquilamente, sin ningún problema. Yo ya había tenido experiencias con tiburones, pero ese encuentro fue asombroso, fue hermoso."

El lugar en el que se produjo ese encuentro que, veinte años después, el biólogo marino Jorge Sánchez, recuerda como si hubiera ocurrido ayer recibió el jueves pasado una especie de bendición. El gobierno decidió ampliar el área protegida de 950 mil hectáreas a casi 2.5 millones. Eso significa que allí queda prohóbida toda actividad humana como a pesca o la actividad petrolera con el fin de preservar la vida que la habita. 

Muy pocos seres humanos tienen la posibilidad de conocer Malpelo. Se trata de un lugar aislado, a más de 500 kilómetros de Buenaventura, al que apenas se puede acceder en lancha después de un recorrido de cuatro días. Sin embargo, la mayoría de los testigos del que han tenido el privilegio de nadar cerca de este peñasco que ni si quiera aparece en las imágenes terrestres de Google, quedan maravillados. 

Si hubiera que encontrar un punto de comparación, podría decirse que Malpelo es el equivalente colombiano del archipiélago de Galápagos, conocida por la mayoría de los amantes de la naturaleza por haber sido una fuente de inspiración para la teoría de la evolución de Charles Darwin.

En tierra Malpelo apenas tiene una conformación de dos enormes rocas, que se sitúan en la cima de la misma cordillera sumergida, y sobre las que no existen más que enormes pájaros posados en la superficie. Sin embargo, debajo de sus aguas es una especie de Arca de Noé del mar que guarda la mayor diversidad de especies del océano pacífico. Rodeada de una barrera de coral protectora, Malpelo es un lugar sagrado para miles de mamíferos y peces que también transitan por las islas Gorgona, Coiba y Cocos durante sus tribulaciones por la inmensidad de ese océano. 

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Pero la riqueza de este peñasco ignorado durante tanto tiempo por el hombre, refugio de cientos de especies de tiburones martillo y sedosos, atunes, piqueros enmascarados, peces de todas formas y colores, ha despertado la codicia de miles de pescadores de todo el mundo que confluyen en sus costas para llenar los filetes de sus buques.

Así que la lucha de los científicos ha sido larga para poder primero persuadir al gobierno colombiano de reconocer la importancia del santuario, luego protegerlo eficientemente con su armada y finalmente comprender que en el punto más occidental de su geografía podía encontrar un modelo único de subsistencia ecológica beneficioso para la economía nacional.

El hecho de que Malpelo estuviera situado a 330 kilómetros del continente y a esos 500 kilómetros de la población de Buenaventura no sólo permitió la conservación de especies únicas en su entorno natural, sino que facilitó al país extender sus derechos económicos sobre una gigantesca franja de territorio marítimo al occidente del país.

El pasado jueves 14 de septiembre, el presidente Juan Manuel Santos, le entregó al país y a los amantes de Malpelo una excelente noticia cuando decretó ampliar la zona de influencia de la ‘joya del Pacífico‘. Con sus firmas, el mandatario y el ministro de ambiente Luis Gilberto Murillo ensancharon el área protegida de Malpelo -que pasó de contener 950 mil hectáreas preservadas de presencia humana a casi 2.5 millones- y crearon el Distrito Nacional de Manejo de Integrado Yuruparí-Malpelo -que cuenta con una extensión de casi 2.7 millones de hectáreas- en el que el Estado se comprometió a implementar un modelo de pesca sostenible exclusivo para los pescadores colombianos.

Aunque el acto fue breve y protocolario, en la práctica se concretó el anhelo de decenas de investigadores que siguen luchando para reproducir este modelo a mayor escala. Sandra Bessudo es una de las biólogas que ha consagrado su vida al santuario.

Foto: Parques Nacionales de Colombia - Scuba Diving International

Los tiburones son el emblema del santuario y su figura prominente. Son el depredador tope que mantiene el equilibrio de la cadena alimenticia. Un juez eficiente que evolucionó durante millones de año para obligar a sus presas a hacer lo mismo, sin el cual no podría sostenerse el ecosistema de Malpelo.

Pero son tan sólo una especie entre las cientos que se aglutinan alrededor de la roca que sobresale de la gran Dorsal del Pacífico Oriental. Una especie particularmente apreciada por el supuesto valor afrodisíaco de sus aletas y de los aceites creados a partir de sus hígados y otro órganos que se venden a altos precios en el mercado asiático.

Cuando Sandra Bessudo, -la hija del reconocido empresario turístico Jean Claude Bessudo- llegó a la isla por primera vez, en 1987, la zona todavía era presa de la sobreexplotación pesquera que diezmó a una parte de la población de tiburones y especies endémicas del lugar.

“Encontré barcos con la parte de encima llena de tiburones y que se amarraban en el corral, Malpelo no era protegido. Entonces empezamos a trabajar fuertemente para que el gobierno lo declarara como área marina protegida, lo cual efectivamente sucedió en 1995, ampliando el área en 1996 a 6 millas alrededor de la isla” recuerda Bessudo con una mueca de dolor, 26 años después.  

Su descripción de la escena de horror contrasta con la emoción que transmite en cuanto evoca sus aventuras en la novena área protegida más grande del mundo.

"Para mí, estar en Malpelo es una sensación de libertad, de contacto total con la naturaleza, con el universo. Se siente realmente uno pequeño, pero puede sentir y percibir la energía y la importancia de cómo se puede cohabitar con los tiburones, es una sensación de gran libertad".

Foto: Ramón Pulido - Parques Nacionales Naturales de Colombia

Durante muchos años, a nadie le interesó marcar su territorio en la isla de Malpelo. El lugar fue sucesivamente posesión de la corona española, de Perú y de Colombia, después de la independencia, sin que hubiera disputas respecto al dominio de la roca oceánica.

Nadie quería de un peñasco constantemente acechado por la erosión marina, las fuertes lluvias y los vientos que azotan a los islotes de la región, en el que no existían recursos energéticos explotables o una población sobre la que ejercer dominio.

El propio nombre del islote, derivado de las palabra latina ‘malveolus’ que significa ‘inhóspito’ o del francés ‘mallabry’ traducido como ‘sin protección’- atestigua el poco interés que generó Malpelo, hasta que la azotaron los narcotraficantes y los pescadores que buscaron refugio y trabajo sencillo en altamar.

Poco a poco y con paciencia, las caravanas de científicos interesados en estudiar el fenómeno fueron reemplazando a los traficantes de aletas de tiburones y la Armada fortaleció su control de la zona para defender el santuario natural.

Foto: Thomas Kotouc - Parques Nacionales Naturales de Colombia

En 2002 se amplió el territorio protegido a 25 millas alrededor de la isla y en 2005, el peñasco fue catalogado como área de importancia para la conservación de las aves por parte de la organización Bird Life International y por el instituto de investigaciones Alexander Von Humboldt. En 2006, finalmente, la UNESCO decretó al islote como Patrimonio Natural de la Humanidad y uno de los nueve sitios intangibles en el planeta.

Pero el alto valor de las aletas de tiburón y la cantidad de peces que se pueden pescar sin mayores esfuerzos siguen invitando a los contrabandistas de diferentes nacionalidades a acudir en cuanto se despistan las autoridades.

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El día en que se averió el motor del buque ARC Sula -encargado de la vigilancia del peñasco-, en 2009, fueron decomisados 62 cuerpos de tiburón desmembrados por barcazas ilegales en un abrir y cerrar de ojo, en cuanto acudió el navío de reemplazo a patrullar el lugar.

"Hay varias especies, como el famoso tiburón monstruo que sólo se han reportado en dos sitios del mundo, Malpelo es uno de ellos", explica la jefe del área protegida, Paola Rojas. Mientras que las ballenas jorobadas arriban generalmente en agosto para dar luz a sus crías.

Ahora, la triplicación del área por cuidar se convirtió en un verdadero reto tanto para las autoridades ambientales -que han visto su presupuesto para el horizonte de 2018 reducirse en un 60 por ciento- como para la Armada que tiene que cuidar este nuevo espacio con la misma cantidad de hombres previos al aumento.

Foto: Armada Nacional

“A veces uno no aprecia lo que tiene en frente, porque lo vemos todos los días y no nos damos cuenta. Lo valoran más los extranjeros que vienen a visitarlo, pero es un lugar cargado de energía, muy importante para nosotros y para la naturaleza”, reconoce Sofía, una habitante de la población de Juanchaco situada en frente de la reserva de Bahía Málaga, en una de las zonas terrestres más cercanas a Malpelo, cuando es entrevista sobre el interés que presenta la isla.

Pero esa no es la opinión de todo el mundo. Para el guía Wilfredo como para varios lancheros de la zona, los sacrificios consentidos por la población que aceptó mermar sus ingresos de pesca no han sido compensados por las actividades turísticas que se han desarrollado en torno al peñasco protegido. Las fricciones con la población siguen siendo una preocupación de las autoridades que llevó a la generación del proyecto llamado Distrito Nacional de Manejo Integrado (DNMI) Yuruparí - Malpelo.

“Los océanos son el pulmón del mundo, no sólo absorben 50 por ciento del dióxido de carbono que emitimos, sino que son una inmensa fuente de comida para el ser humano. Pero la conservación del medio ambiente no se puede hacer sin generar acuerdos con las poblaciones locales y eso es justamente lo que hacemos en Conservación Internacional (CI) Colombia,  buscamos alternativas de desarrollo sostenible que incluyan a los habitantes del lugar” relata al respecto la directora de CI en el país Claudia Díazgranados, una de las promotoras del DNMI.

Si bien el área protegida contó con una fase de diálogo previa realizada tanto con las autoridades pesqueras como con los pescadores de los poblados más inmediatos, la demora en la concreción de las ventajas económicas ha generado suspicacia en la población.

Por ello, otro de los grandes desafíos de la directora de Parques Nacionales Naturales de Colombia, Julia Miranda Londoño, consistirá en explicar a los moradores más cercanos el beneficio que les puede traer el DNMI. "En este momento, de entre los 64 barcos que llegan allá, sólamente 4 son colombianos, los demás son extranjeros. El gran reto del Ministerio de Agricultura y la Autoridad de Pesca es apoyar a los pescadores para que mejoren sus embarcaciones, sean más eficientes en la conservación del producto y pueden llegar a esta área a beneficiarse exclusivamente del recurso pesquero sin mermar su población".

Un punto de vista compartido por el ministro de Medio Ambiente Luis Gilberto Murillo, quien aclaró que con su ampliación, Malpelo deberá ser "un ejemplo de articulación institucional del sector ambiental y pesquero del país en el marco del programa de conservación del medioambiente que desarrolla Colombia". "El primer esfuerzo (...) conjunto entre la autoridad pesquera y la autoridad ambiental para el uso y aprovechamiento natural (...) estableciendo como única meta el desarrollo sostenible de Malpelo".

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Gracias a la nueva generación de este espacio protegido, el gobierno colombiano ha podido cumplir anticipadamente la meta establecida en los acuerdos de París y de Aichi (en japón) consistentes en pasar de 8.59 por ciento del territorio marino y costero protegido al 13.31 por ciento antes de terminar la década.

Sin embargo, según explica Sandra Bessudo, este gran primer paso no puede ser una meta en sí, sino que deberá configurar un precedente para seguir aumentando la cantidad de espacios naturales protegidos en el país hasta poder asegurar la seguridad alimentaria y la perennidad de las generaciones futuras en Colombia.