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Año de aprendizaje
Al cumplir su primer año de gobierno, todavía no hay mucho que mostrar. Pero el presidente Duque tiene las condiciones y tres años para enderezar el rumbo.
La llegada de Iván Duque a la Presidencia de la República fue en cierta forma un accidente histórico. Nunca una persona con una hoja de vida tan corta había sido el inquilino de la Casa de Nariño. En la última mitad del siglo XX para lograr ese honor era común haber tenido dos o tres periodos en el Congreso, un par de ministerios y de pronto una embajada. Duque llegó después de haber estado 13 años en el exterior en cargos secundarios y con tres años en el Senado como única experiencia.
A pesar de lo anterior, Duque pudo derrotar a rivales que sin excepción tenían más trayectoria que él. ¿Cómo lo hizo? Hay cuatro razones: 1) por ser el candidato de Uribe, 2) por ser una figura refrescante y carismática, 3) por su extraordinaria facilidad de palabra, 4) por el miedo a Petro. Esa combinación llenó las expectativas de un electorado ansioso de renovación, saturado con el proceso de paz y temeroso del fantasma del castrochavismo.
La llegada de Duque al poder fue en cierta forma un accidente histórico. Pero eso no significa necesariamente que sea malo.
Sin embargo, el hecho de que el presidente sea producto de un accidente histórico no necesariamente es malo. Duque puede ser novato y demasiado joven, pero es inteligente, centrado, conciliador, responsable y trabajador. Tiene el problema de que algunas de esas no son las características del partido que lo eligió. El Centro Democrático no es de centro, no es conciliador y no siempre es responsable. Eso ha obligado al presidente a caminar en una cuerda floja entre lo que él es y lo que esperan quienes lo eligieron.
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Manejar esas presiones no ha sido fácil, y tener contentos a los furibistas y al propio Uribe tampoco. Pero es injusto decir que Duque es un títere de este último. En términos generales, el actual presidente le ha dado gusto a su jefe político en algunas cosas, pero ha mostrado independencia en otras. A Uribe le hubiera gustado un pupilo enemigo del proceso de paz, un partidario de la conmoción interior, de revocar las Cortes, de reducir el Congreso, de acortar la jornada laboral y de aprobar una prima extra para los trabajadores. Duque a eso no le ha jalado. Pero le ha dado gusto en liderar la cruzada contra Nicolás Maduro, en prohibir el porte de la dosis mínima, en la aspersión aérea con glifosato y en las objeciones a la JEP.
Con frecuencia al presidente le critican que su gobierno parece no haber encontrado una bandera que inspire a los colombianos. Las que él ha tratado de vender no han funcionado. La economía naranja, una iniciativa importante y necesaria en el mundo contemporáneo, definitivamente no ha sido entendida. A pesar de que las industrias creativas pesan casi cuatro veces más en el PIB que el café, para la gente solo son obras de teatro, pintores y cantantes. Por otra parte, el lema de Duque de “equidad, legalidad y emprendimiento”, causas que él ha estudiado y toma muy en serio, ha sido percibido como un lugar común de la actividad política.
El arranque del Gobierno Duque no ha sido fácil. Llegó al poder con el impulso del triunfo del No en el plebiscito, pero su victoria no ha sido acompañada de un bloque parlamentario decisorio. Por otro lado, él es un hombre moderado en manos de un partido radical. Todo esto se ha traducido en un problema de imagen presidencial. La mayoría de los colombianos tienen un buen concepto de él como persona y quieren que le vaya bien. Pero tiene reservas sobre su liderazgo.
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Al llegar al poder, los presidentes han contado con tres elementos fundamentales para sacar adelante su agenda: 1) liderazgo, 2) representación política de los partidos en el Gobierno, 3) mermelada. Uribe nombró un gabinete sin darles gusto a los partidos, repartió mermelada y, además, irradiaba una autoridad personal que producía resultados. Santos no tenía ese carisma, pero armó una coalición de gobierno con casi todas las fuerzas políticas y también repartió mermelada. Era, ante todo, un manejador de situaciones. Manejó al Congreso, nombró ministros que fueron sus rivales en las elecciones, supo relacionarse con las Cortes y sedujo a la comunidad internacional. En su gabinete tuvo pesos pesados como Germán Vargas, Rafael Pardo, Mauricio Cárdenas, Clara López, Néstor Humberto Martínez, Fernando Carrillo, Alejandro Gaviria, Alfonso Gómez Méndez, Juan Fernando Cristo y María Ángela Holguín, entre otros.
Iván Duque es un hombre moderado en manos de un partido radical. Esa contradicción no ha sido fácil de manejar.
Duque se ha batido solo, sin ninguno de esos tres elementos. Su capacidad de construir un liderazgo se ha estrellado con su apuesta de gobernar sin mermelada y con un gabinete técnico. Habrá que ver si esa fórmula se puede mantener dados los difíciles retos que tendrá que sortear en los próximos tres años. En concreto, estos son: 1) lograr gobernabilidad, 2) destrabar la implementación del acuerdo de paz, 3) reactivar la economía, 4) reducir los cultivos de coca, 5) manejar el problema venezolano.
Los cinco retos que afrontará Duque
Gobernabilidad
Iván Duque cuenta con el balance legislativo más pobre de la historia reciente. Esto tiene varias causas. La primera que salta a la vista es su política de cero mermelada. El esfuerzo del presidente de cambiar las costumbres políticas le ha costado en el Congreso, pero la gente no lo ha valorado. Sus críticos han dicho que él confunde mermelada con representación política. Eso parece tener algo de cierto. Nombrar a representantes de los partidos en el gabinete no tiene nada de reprochable. Sí lo es recurrir a los llamados cupos indicativos u ofrecer puestos y dádivas a los parlamentarios a cambio de que voten a favor de las iniciativas del Gobierno.
También han criticado el carácter técnico y la falta de manejo político del gabinete. Estas opiniones tienen algo de exagerado. En términos generales, los ministros de Duque son bastante competentes. Sin embargo, más allá de su capacidad ejecutiva, estos tienen que saber hacer aprobar sus proyectos en el Capitolio. En eso han fallado. De los 18 proyectos que el Gobierno presentó en este primer año, el Congreso solo aprobó el 39 por ciento. En este resultado, obviamente, incide la ausencia de mermelada. Pero con ministros con más cancha política el balance hubiera sido diferente.
Por último, está el tiempo perdido en la batalla de las objeciones a la JEP. El Gobierno desplegó mucha artillería ante una causa perdida. Además de haber desperdiciado seis meses, logró unir en su contra a todos los partidos que habían defendido los acuerdos de paz.
Paz
Al contrario de lo que algunos creían, Duque no llegó al poder a volver trizas los acuerdos de paz. Eso le ha salido caro, sobre todo, con su partido. En el tema de la paz el presidente está en el peor de los mundos. El ala radical del Centro Democrático cree que traicionó el mandato con que lo eligieron. Los defensores del acuerdo creen que él es un palo en la rueda. Pero en realidad el presidente ha hecho lo que ha podido y se ha portado bien con el convenio. Ha visitado los espacios de transición, y dentro de las restricciones fiscales les dio un impulso a los proyectos productivos. Y esas restricciones fiscales han sido grandes.
En términos generales, cumplió su compromiso de apoyar a los desmovilizados en su proceso de reintegración. Los defensores de la paz le critican sus intentos de cortarle las alas a la JEP y de meter la reforma rural integral al congelador. En lo primero, lo de la JEP, está siendo coherente con su posición como senador y candidato del Centro Democrático. Su frustrada cruzada por hacer aprobar las objeciones tuvo su origen no solo en la presión de Uribe, sino también en su promesa electoral de hacerle reformas estructurales a la JEP.
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En cuanto a la reforma rural integral, nunca ha sido viable por razones presupuestales. Estaba basada no en la expropiación, sino en la compra de predios para nutrir un banco de tierras. Sin embargo, ni el Gobierno de Santos ni este presupuestaron esa plata.
Con respecto al proceso de paz con el ELN, después del atentado a la Escuela General Santander, Duque se levantó de la mesa y desconoció los protocolos de rompimiento de los diálogos que contemplaban que el Gobierno tenía que devolver los guerrilleros a Colombia. El rompimiento de los diálogos era un imperativo político, pero la violación de los protocolos pudo haber sido un error. Sumado a la reciente ley que elimina la conexidad del narcotráfico y el secuestro con el delito político, la paz con el ELN está lejos.
Economía
El Gobierno de Duque heredó una economía en un contexto internacional complejo, marcado por la crisis venezolana y las guerras comerciales de Donald Trump. El año pasado, el PIB creció en 2,7 por ciento y para este año se proyecta una cifra de alrededor del 3. Esta tasa supera la de casi todos los países de la región, pero es insuficiente para generar empleo, que se ha vuelto la principal preocupación de los colombianos.
En materia fiscal, el ministro Carrasquilla presentó el año pasado una ley de financiamiento que en su versión inicial contemplaba extenderle el IVA a la canasta familiar para recaudar 14 billones de pesos. Ante la indignación que esto produjo, el Gobierno se echó para atrás y el Congreso aprobó una tributaria peluqueada que recaudaría la mitad. Las gabelas tributarias tales como la posibilidad de deducir el IVA sobre bienes de capital fueron bien recibidas por los empresarios. Pero el Gobierno enfrenta para 2020 un hueco fiscal que intentará tapar con la venta de activos estatales.
En los últimos meses, la tasa de desempleo ha estado subiendo y se encuentra por encima de dos dígitos. Algunos economistas especulan que se debe al ingreso masivo de migrantes venezolanos. Pero, en realidad, como el ministro de Hacienda reconoció, nadie sabe qué causa el aumento de la desocupación. En todo caso, en este momento hay una gran incertidumbre económica: el dólar ronda los 3.300 pesos y el déficit externo ha alcanzado el 4 por ciento del PIB, lo que genera el espectro de una devaluación aún mayor. No se ve un sector que impulse el crecimiento como lo hicieron la vivienda y la infraestructura en el Gobierno de Santos.
Coca
Tal vez, el mayor lunar del Gobierno anterior consistió en las 210.000 hectáreas de cultivos de coca que dejó. Como el propio Santos reconoció, pagar por la sustitución voluntaria se convirtió en un incentivo perverso que multiplicó las siembras. Iván Duque heredó este chicharrón y no ha sido nada fácil de manejar. Las relaciones con Estados Unidos volvieron a narcotizarse y apareció el fantasma de la descertificación. Con mucho esfuerzo, en este último año se quebró la tendencia y las 210.000 hectáreas se convirtieron en 208.000, lo cual neutralizó a Trump, por ahora.
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Hoy, el gran debate nacional tiene que ver con la aspersión con glifosato. Hay dos realidades enfrentadas. Por un lado, la erradicación manual no ha dado los resultados esperados y pone en riesgo la vida de los erradicadores. Por otro, el glifosato es efectivo en el corto plazo, pero ineficiente en el largo porque hay mucha resiembra. Además, pone en riesgo el medioambiente y la salud en las zonas fumigadas.
Ante esa realidad, la Corte Constitucional flexibilizó su posición y dejó abierta la posibilidad de asperjar con glifosato, previos múltiples requisitos que el Gobierno se comprometió a cumplir. Esto no va a ser fácil, pero dada la amenaza de descertificación y la presión del Centro Democrático y otros sectores políticos, probablemente, habrá aspersión con glifosato.
Venezuela
La posición de Duque frente a la crisis venezolana ha sido una de las pocas banderas que le ha dado aplausos al Gobierno tanto en Colombia como en el extranjero. El presidente colombiano, a diferencia de los otros mandatarios del continente, se convirtió en el aliado estratégico de Trump en el intento de tumbar la dictadura de Maduro. Mientras existiera esa posibilidad, la apuesta le hubiera dado réditos políticos si el presidente venezolano se hubiera caído. Duque anunció en el puente Simón Bolívar el día del concierto en la frontera que Maduro tenía las horas contadas. Pero seis meses después se ve más atornillado que nunca.
El liderazgo que ha asumido el presidente Duque frente al cerco diplomático a Venezuela puede resultar contraproducente para el país. Con una frontera común de 2.200 kilómetros y grupos armados que usan a la nación vecina como una retaguardia, la posición de Colombia es muy diferente a la de cualquiera de sus vecinos. Argentina o Chile pueden darse el lujo de vociferar a distancia sin riesgos de ninguna naturaleza. Duque ha elegido alinearse con el Gobierno de Trump, que, como ha demostrado en otras partes del mundo, no es un aliado confiable.
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Por otra parte, la presión de Colombia sobre Venezuela no tiene incidencia en la práctica para que ese Gobierno se caiga. El bloc de notas de John Bolton con los 5.000 soldados a Colombia resultó puro bluf. Pero que Duque sea el único aliado de esa aventura frustrada en el continente solo ha servido para que Maduro aumente sus acciones a favor de la guerrilla y contra el Gobierno colombiano. Hoy en día, analistas de seguridad definen al ELN como grupo binacional y se especula que Iván Márquez, Jesús Santrich y el Paisa viven en Venezuela protegidos por Maduro.
En la actualidad, Colombia no tiene embajador, consulados ni comunicación diplomática con Venezuela. Con las tensiones en la frontera hay un riesgo real de que cualquier malentendido encienda una chispa. Para Colombia hubiera sido menos riesgoso simplemente formar parte del Grupo de Lima en una acción colectiva sin liderazgos ni alianzas con Trump. El Gobierno no tiene un plan B si Maduro se queda en el mediano o en el largo plazo.
Los últimos 365 días han sido un año de aprendizaje. Aunque los resultados no han impresionado, tampoco ha pasado nada grave. Al presidente le ha tocado dedicar buena parte de este año a apagar incendios y no ha podido articular una visión de país. No obstante, ha demostrado tener la voluntad y las condiciones para hacer una buena gestión en los tres años que le quedan.