REPORTAJE
Aracataca, el pueblo de la “pensión embolatada” que el presidente Gustavo Petro no alcanzó a conocer
Durante dos días, SEMANA recorrió las calles de municipio de menos de 37.500 habitantes, después de que el presidente mandatario estuviera a sus afueras, en las dos horas en que escampó de un torrencial aguacero bajo el techo del coliseo de la escuela Gabriel García Márquez.
“Aracataca, en la zona bananera de Santa Marta, no tiene muchas oportunidades de salir en letras de molde, y no porque se le acaben la aes a los linotipos, sino porque es una población rutinaria y pacífica, desde cuando pasó la verde tempestad del banano. En estos días ha vuelto a aparecer su nombre en los periódicos relacionadas sus cinco repetidas y trepidantes vocales con las dos sílabas de un tigre que acaso sea uno de los tres tristes tigres del conocido trabalenguas, metido ahora en el mismo trabalenguas de Aracataca”.
Esa fue la descripción que el primero de febrero de 1955 hizo el más famoso cataquero de la historia y eso que el periodista Gabriel García Márquez llevaba 19 años sin pisar “las plazas con su polvo sediento y sus almendros tristes” de su pueblo.
En apenas cinco párrafos de una página interior del diario bogotano El Espectador, se refirió a una noticia que puso en los titulares nacionales esas cinco “calles reverberantes”, que “aunque sea cierta, como indudablemente lo es” -según confirmó-, “la noticia del tigre de Aracataca no parece serlo”, como también aclaró. “En Aracataca no hay tigres”.
El periodista no tuvo que regresar en el tiempo los 874 kilómetros desde Bogotá hasta su lugar de nacimiento para comprobarlo con mirada de tigre, sino apenas recorrer los 19 años de recuerdos para recordarles a los cachacos que “los tigres de la región cayeron hace muchos años, fueron vendidos para fabricar alfombras en distintos lugares de la tierra, cuando Aracataca era un pueblo cosmopolita donde nadie se bajaba del caballo para recoger un billete de cinco pesos”.
Aquella vez, cuando los periódicos se refirieron al pueblo de las cinco aes -tal vez en primicia-, el periodista que nació el 6 de marzo de 1927 y bautizado sin agua bendita, porque ni siquiera había agua potable, aprovechó para clamarle a la prensa más titulares con el que llamó al trabalenguas del que es oriundo: “Hay que acordarse de Aracataca, antes de que se la coma el tigre”.
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Veintiocho años después, aunque el mundo entero había recorrido las cinco calles de Macondo en las páginas de Cien años de soledad, en Colombia nadie se había acordado de Aracataca, como el periodista pudo comprobarlo en 1983, cuando regresó, 47 años después de haberla abandonado, a los ocho años de edad, cuando murió su abuelo, el coronel Papalelo como su padre Gabriel Eligio García, telegrafista, le decía a quien hizo las veces de padre con el que se crio al creador del realismo mágico.
No mucho había cambiado… las plazas con su polvo sediento y sus almendros tristes como lo fueron siempre… el calor irresistible a las dos de la tarde, su polvo blanco y ardiente... Es difícil imaginar otro lugar más olvidado, más abandonado, más apartado de los caminos de Dios.
Esa fue la descripción que hizo luego de hacerse el colombiano más famoso del mundo -al menos hasta la era del teléfono inalámbrico- cuando el reportero se convirtió en noticia al traerse de Estocolmo el Nobel de Literatura en diciembre de 1982, días en que las noticias primicias se transmitían por teléfono.
La escribió ‘chuzografiando’ con su dedo índice -como era su habilidad- más de cinco veces la tecla a de su máquina de escribir, incluso hasta cinco veces en la palabra que dio nombre a su pueblo, aunque no el titular de la columna “Vuelta a la semilla”, también para el diario bogotano El Espectador, que escribió con “el alma torcida por un sentimiento de revuelta”, como confesó.
Entre los 16 años desde la última vez que García Márquez había pasado de visita por las cinco calles de Aracataca, en 1967, el presidente conservador que se acordó de sus palabras timbradas en las páginas de un diario liberal, fue Misael Pastrana Borrero, que el 16 de julio de 1972 -mismo año en que el gobierno inventó el sistema UPAC y Pambelé se ciñó el cinturón de los welter junior de boxeo (primer título mundial de Colombia en algo)- cuando “inauguró” por segunda vez el acueducto de la Montaña. Fue llamado desde entonces la visita presidencial Acueducto Seco porque cuando el mandatario giró el grifo no salió una sola gota de agua, provocando el sonido de un chorro de sequía, que al estar represado por más de medio siglo, silenció el de los aplausos que esperaba corresponder el presidente del Upac.
Acueducto Seco, nombre que seguía vigente entre los cataqueros cuando García Márquez lo refundó en 1983 al regresar pero siendo nobel de literatura, se debe al gobernador de Madalena Alfredo Taboada Buelvas, nombrado en el cargo por el entonces presidente, quien le había advertido a Pastrana, en su condición de amigo personal, que no lo inaugurara.
Sigue siendo una aldea polvorienta, llena de silencio y de muertos. Desapacible; quizás en demasía, con sus viejos coroneles muriéndose en el traspatio bajo la última mata de banano, y una impresionante cantidad de vírgenes de 60 años, oxidadas, sudando los últimos vestigios del sexo bajo el sopor de las dos de la tarde.
Esa fue la descripción que hizo en 1995, en el Magazín Dominical (El Espectador) el más famoso cataquero de la historia, el periodista Gabriel García Márquez, 13 años después de haber conquistado el Nobel de Literatura, único título mundial que para muchos superó el primer cinturón de boxeo de Antonio Cervantes Reyes ‘Kid Pambelé’.
“Lluvia y sed”
El viernes 5 de noviembre, después de la fugaz visita del presidente Gustavo Petro, Aracataca despertó radiante, su sol canicular alumbraba y calentaba las calles polvorientas atravesadas de motos, esquivando en lugar de frenar en las esquinas, y la temperatura de 28 grados hacía llover de sudor a quienes caminaban, a pesar de hacerlo de la sombra ofrecida por telares de malla negra, o lo que quedaba después de la lluvia de proporciones de diluvio universal que se precipitó a las 3:30 p. m. de la víspera, justo después del arribo de la comitiva presidencial al colegio, en la carretera hacia Fundación, un kilómetro antes de llegar al pueblo.
Apenas duró algo más de medio día desde el amanecer, cuando sobre el letrero del nombre de Aracataca con su sobrenombre Macondo volvió a coronarse de nubarrones negros, que casi que a la misma hora del día anterior empezaron a tronar de furia hasta reventarse.
No paró de llover hasta la tregua de las 5:40 a. m. del sábado, cuando el sonido de la lluvia al estrellarse en los tejados de lo que bien podría ser una aldea a 80 kilómetros del mar dio paso al sonido de las rejas de los negocios que parecían abrir sus puertas, cuando en realidad estaban dando por terminada la noche del viernes.
Breve tregua porque después de las 6:30 a. m. un nuevo aguacero volvió a calmar la sed del lluvioso pueblo escondido entre verdes plantaciones de plátano. La lluvia se precipitó hasta entrada la tarde.
Durante dos días, los enviados de SEMANA a la visita de Gustavo Petro a Aracataca recorrieron lo que hoy son más de cinco calles del pueblo donde nació el nobel, y donde en la escuela que lleva el nombre de Gabriel García Márquez, el mandatario presentó su modelo de salud preventiva, en una jornada que el gobernador del Magdalena Carlos Caicedo, había denominado “feria de la salud”, plataforma para la visita de su amigo personal el presidente de la República a la patria chica del escritor que más ha citado en todos los discursos de su carrera.
La primera parada fue precisamente la escuela, hecha laguna en la zona dónde se instaló la feria, alrededor de las aulas de clase que parecen haberse quedado estancadas en el tiempo desde el primer día que acogieron estudiantes, pero que las grietas del paso de las lecciones y los años son su prueba de supervivencia.
Gisella, la portera del turno de la mañana de la escuela, señala la acequia Tolima que bordea las rejas y paredes de la institución, y que se instaló desde el siglo pasado como riego para los platanales, da testimonio de que cuando el presidente Petro se marchó del coliseo de techo y una sola pared, que a diario sirve de cancha múltiple, el agua había desbordado la estatura de los muros de la canaleta.
Petro, los integrantes de sus tres anillos de seguridad -que en las cuentas alegres de Gisella asegura haber pasado de la treintena-, y las decenas de personas que superaron el centenar, venidas de Bogotá en su mayoría para la ocasión, debieron haberse llevado en la suela del calzado el barro que supone la tragedia diaria de las lluvias en Aracataca, cada vez que cae en el pueblo que el mundo entero cree tener la magia de la primavera. O debajo de las plantas de los pies, como se les filtró a decenas de indígenas arahuacos, que bajaron desde la sierra nevada, y repitieron discurso de Petro en su tierra, pues algunos confesaron haber estado en la plaza de Bolívar de Bogotá, el pasado 7 de agosto, cuando se posesionó en la Casa de Nariño, con la espada de Bolívar.
El coliseo, con sus sillas blancas en desorden como si hubiera habido una estampida, e incalculables escombros en formas de botellas plásticas de envase de gaseosa parecían ser la evidencia, más del pasado de un huracán que de la visita de un presidente de la República. Los que de verdad sintieron los estragos del vendaval fueron los operarios de logística, que se arremangaron hasta las rodillas y navegaron con el agua hasta más arriba de los tobillos, recogiendo vallas y carpas, algunas incluso en la acequia Tolima que esta se se había llevado con su corriente, y que solo pudieron detenerse cuando la tempestad dio paso a la calma. Como siempre sucede.
El viernes, los estudiantes del Gabriel García Márquez completaron tres días sin clases en esa sede, la principal, desde la tarde del martes primero de noviembre cuando les anunciaron que el plantel debía despejarse y poder organizar sus instalaciones para la anunciada visita presidencial.
Las únicas que volvieron el viernes fueron las niñas de grado décimo, citadas desde la semana anterior para su clase de educación y salud sexual, pues al resto de estudiantes les llegó el anunció, nada extraordinario, de que el colegio estaría cerrado por los estragos de la lluvia.
Una hora estuvieron las estudiantes en uno de los salones, al que llegaron con sus zapatos colegiales de suela de goma hecha barro desde la reja principal de la escuela.
Se marcharon de vuelta a su casa tan pronto recibieron un kit de toallas sanitarias y una charla sobre menstruación y cuidados menstruales, según la funcionaria que habló con SEMANA antes de marcharse, y que lucía una camiseta blanca con los logos de Profamilia, y la marca de productos femeninos Nosotras.
“La institución educativa está desorganizada, está sucia, inundada, por ese motivo no hubo clase, y las niñas se fueron”, describió al explicar su huida, y también la misión que la había llevado a la escuela un día después de la visita del presidente de la República.
Desde este año hace parte del proyecto Valientes que trabaja por todo el país enseñando sobre derechos sexuales y reproductivos y el cuidado que las niñas deben tener de su menstruación.
“En un reciente estudio sobre embarazo infantil y adolescente, Aracataca resultó ser uno de los municipios que mayor porcentaje arrojó”, dice la mujer. “Trabajamos para que las niñas aprendan a tener amor propio, a cuidar su cuerpo y valorarse como tal, y a tener una sexualidad responsable”.
Cuando Gisella, la portera del turno de la mañana de la escuela Gabriel García Márquez terminó su jornada, a la misma hora en la que Petro había pasado por la puerta que custodia a diario el día anterior, San Pedro comenzó el suyo y se extendió hasta que el sonido de las rejas de los negocios que siguieron la noche de largo con música de vallenatos, dieron por concluido el prólogo del fin de semana.
El llanto de los recién nacidos
El sábado 5 de noviembre, cuando los vendedores de pescado asestaban certeros golpes de cuchillo para abrirlos por la mitad, y rastrillaban con el filo las escamas de róbalos, bocachicos y mojarras, el llanto de un coro de recién nacidos detuvo la sinfonía de golpes de cuchillo contra las tablas de madera.
Cuando parecía que el sonido se desprendía desde las entrañas blancas de los pescados recién abiertos, a donde se habían citado a revolotear casi todas las moscas del pueblo que inspiró a Macondo, Pedro Palacios, conductor de Motocarro, fue el primero en descubrir el maullido de siete gatos nacidos el día en que el presidente pasó por la entrada del Aracataca, intentando sobrevivir en una cuneta, y cubiertos por el barro alborotado por dos días de permanentes precipitaciones.
Dos niños ayudaron al chofer de motocarro a rescatar los gatos, los pusieron en una caja de madera junto a un árbol sin sombra, a la espera que el sol saliera y los secara con su calor, pero nunca salió al menos hasta las 2:00 de la tarde, cuando los enviados de SEMANA terminaron su recorrido por las calles donde nació García Márquez, precisamente en el lugar donde quedaba la casa en la que el Nobel de Literatura creció hasta los ocho años.
Los recién nacidos no paraban de llorar, quién sabe si por el abandono de una persona que ni las futuras cámaras de seguridad que un presidente prometa instalar hubiera podido identificar, luego de haberlos separado de la gata que los había parido en plena tempestad. Su lamento también podría obedecer a haber nacido en el lugar de las mariposas amarillas, color de mala suerte para gitanos, artistas y toreros.
El catareño más famoso de la historia, que en los años cincuenta había titulado una columna “El Chocó que Colombia desconoce”, años después no bajara de “moridero de pobres”, en palabras del doctor Juvenal Urbino, al lugar en donde se desarrolló la historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza, en las páginas de El amor en los tiempos del cólera, aunque desde las primeras aclara que sucedió en un plebiscito portuario del Caribe.
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A lo mejor, las calles de “las plazas con su polvo sediento y sus almendros tristes” de Aracataca sirvieron para decorarlo con palabras, las mismas que se vuelven barro cada vez que llueve, que en esa porción de la zona bananera lo extraordinario es que no lo haga.
Llevaba seis días sin hacerlo desde el viernes 28 de octubre, según el coronel Aureliano Buendía que recibe a los turistas frente a la casa de Gabo en Aracataca, quien se presentó como el “coronel de la pensión embolatada”, como se lee en El coronel no tiene quién le escriba, más allá de Cien años de soledad, novela que mejor describió las desgracias de Macondo con la sentencia: “El día que la mierda adquiera algún valor los pobres nacerán sin culo”.
Jair Beltrán, guía turístico del municipio, representa a diario al personaje que se presume corresponde al coronel Nicolás Márquez, abuelo de Gabriel García Márquez, cada vez que un turista llega al epicentro de la peregrinación de hombres y mujeres de todas las nacionalidades. Ríe hasta llorar, la vez de la tristeza, cuando los enviados de SEMANA comprobaron que aún tenía culo y así se lo dijeron, tras dos días de recorrido en los que no se vio una sola mariposa amarilla, a pesar de que Aracataca sigue igual a como cuando fue titular de la prensa nacional por la aparición de un tigre en libertad pese a que hacía tiempos se había marchado el último que quedaba.
Desde entonces ningún gobierno se ha acordado de Macondo, como dice el letrero de su entrada, “antes de que se la coma el tigre”, como lo pedía desde Bogotá el profeta que prefirió salir de niño de ese pueblo antes que nunca ser escuchado. O leído. Quién sabe cuál presidente pase a la historia por haber resuelto para siempre los males del pueblo que es sinónimo de Colombia en el mundo, y quién sabe si lo haga después de que el Tigre de Aracataca se la haya comido.